Acto de contrición

Tengo en mí tantos arrepentimientos,

tantos inútiles presentimientos,

una fidelidad ciega de perro,

un corazón que puede ser de hierro

que no conmueve a veces ni la muerte,

ni la alegría, ni la buena suerte.

¡Si tengo un corazón es para que arda!

No he agradecido al ángel de la guarda

que esté junto a mi lado noches, días,

brillando como en las calcomanías.

He pecado por faltas de omisión

y aún más por insólita obsesión.

Lo que me ocurre, ha de ocurrir mil veces

antes de tiempo y después ¡ay! con creces.

Los actos primordiales no contaron

para mí, sino cuando se alejaron,

a ejemplo de los nítidos cipreses,

de las piñas que son como los peces,

del río que relumbra hecho de mica

en mi memoria que los multiplica.

He desdeñado lo que precio ahora

los secretos del tedio, cada hora,

la diversión de la monotonía,

y ese deslumbramiento que varía

de los años que sobran y que faltan

en las agujas del reloj que saltan.

Fui y soy la espectadora de mí misma;

cambia lo que entra en mí como en un prisma.

La espectadora soy desesperada

de la malignidad con traje de hada,

del disfrazado diablo que es un santo

niño de carnaval que sufre tanto.

La que tiembla de miedo de sufrir,

que de amor a la vida ansía morir;

la que llora por sí con penas de otros,

que dice sólo “yo” al decir “nosotros”.

Pienso: el humo, el follaje se parecen,

pero sólo las hojas reverdecen.

¿Del mal, del bien podré decir lo mismo?

No. El mal reverdece en el abismo.

Dentro de un pálido calidoscopio

a veces fascinante como el opio

sentimientos dispares en mí están;

cambia así de lugar sin fe Satán.

Hay luz, hay rosas y hay basura

y repugnancia en la ambición más pura,

como hay felicidad en mi dolor

y en mi dicha siempre algo aterrador.

Tantas ventanas tiene el mundo abiertas,

tantas puertas, espejos, gentes muertas,

como remordimientos mi inocencia,

o mi maldad insólita conciencia.

¡Por qué con ojos que no llevan venda

me interné por la interminable senda

del pecado que gira en espiral

perdiendo lucidez con tanto mal

para entrar en el sórdido edificio

pobre y monótono del maleficio!

¡Por qué me desnudé frente al balcón

si no entra el sol en todo el corazón!

¿Acaso era la piel y no era el alma

la más capacitada en darme calma?

¿Por qué miré de pronto a una persona

como si viera en ella una corona

que la elevara al rango de los dioses?

¿Por qué me inspiró el bien males atroces

y el mal inextricable, algún placer

que se asemeja en suma a perecer?

***

¿Por qué no contemplé a la demás gente

a la par de un jardín atentamente?

¿Y por qué si me hablaron me alejé

pensando en otras cosas y escuché

sólo el cóncavo grito de la mala

estatua avergonzada de una sala

o el ruido lacerante de un cristal

humanamente sobrenatural?

(Apenas sé por qué me fascinaban

como voces de iglesia que cantaban).

Repugnante y atroz cual lepra aviesa

que contagia la boca que la besa

cual gangrena que horada hasta los huesos,

cual rencor humillado aun por los besos,

como si fuesen de oro y adorados

se cultivan en mi alma los pecados.

Culpable soy. No necesito vino

para embriagarme y el color divino

de cualquier rosa clava en mí su espina,

para hacerme sufrir, y la mezquina

indiferencia por la humanidad

me persigue. No digo la verdad

y si la digo es como si mintiera.

Del árbol soy la horrible enredadera

que de abrazar al árbol lo estrangula

porque el amor al crimen me vincula.

Vivo en un mundo negro y amarillo:

no sólo la alegría tiene brillo:

los juegos de artificio que son rojos

brillan como la lágrima en los ojos,

brillan también las uñas de los muertos,

el agua putrefacta de los puertos,

la forma de una herida reluciente

de alguien que está muriendo de repente.

Sólo por interés amo a quien me ama.

¡Qué diferente soy de cualquier lama

que lleva a Buda, guiado por su estrella,

mensajes como lleva una botella!

¿Por qué inventé el objeto que admiré

y el que era de valor lo rechacé?

Y ¿por qué en vano anticipé la ausencia

como un fantasma de mi preferencia

buscando siempre contrariar lo actual,

lo más perfecto o lo que fue ritual

colocando su insólita figura

junto a la realidad que ha de ser pura?

¿Por qué el remordimiento ha lacerado

mi corazón de un mal que no he enmendado

ni en la niñez en los espejos fríos

que eran cuchillos grises o bien ríos?

¿Por qué fui lo que fui? Fui lo que soy,

lo que no me acostumbro a ser ni hoy,

lo que el amor me llevó siempre a amar

o bien involuntariamente a odiar

como si en mi conciencia hubiera un león

o un santo agazapado en la ilusión.

¿Sólo la imagen sola será cierta

y el resto una ilusión tras una puerta

cerrada que jamás llegará abrirse

aunque el cuerpo pudiera redimirse?

¿Sólo la imagen permanece y vuela

como la llama que ilumina y vela?