Oraciones

En qué aposentos, en qué jardines de mi vida

aprendí, sueño, a perder tus favores,

para recordar con tanta claridad

mi precoz abandono

entre vírgenes y oraciones

en tus cóncavos espejos

cuando creí como hoy que nunca te recuperaría.

Por qué cuando te espero y no llegas

ahora en las penumbras sádicas o en las oscuridades variables del cuarto

tengo a veces razón, una razón de fuego

y tengo valentía

como San Jorge ante el Dragón,

fe como Santa úrsula entre las manos de los Bárbaros,

apasionado olvido como Palinuro

perdido en la noche del mar,

o infatigable destino de recorrer el mundo como Ulises

o de bordar como Penélope el lienzo intranquilo de mi paciencia.

De prisa doy lo que tengo. Me mudo de mundo,

hago del suelo, mi cama,

de un pancito, que daría en migajas a los pájaros, mi único alimento,

del agua de algún río que bebo en el hueco de mis dos manos juntas

un filtro de amor.

Mi corazón de impaciencia late

(del mismo modo late el corazón de dos enamorados),

prometo contemplar sólo tus sendas de árboles,

contar una por una tus ovejas blandas,

si me dejas entrar en tus dominios;

pero no te conmueves ni cumplo mi promesa.

Hay diminutos, raudos, ubicuos ejércitos

que miro de soslayo en las tinieblas;

con ellos entraría en tu reino, mi sueño,

si me lo permitieras.

En llamas o en hielo me arrepiento.

Me arrepiento de todo, también de arrepentirme

esperando que llegues,

haciéndote creer, monstruo benefactor, que he muerto

para que me abraces.