Habla un tigre

Yo que me muevo como el agua

sinuosamente

como el agua conozco

secretos vergonzosos.

Oí decir que existen cementerios de perros,

con inscripciones serias

conmemorando la amistad humana,

y que existen caballos tan estúpidos

que se arrodillan ante sus amos,

bueyes que son esclavos de labriegos,

gatos que son adorno de señoras,

como un sombrero o como un abanico,

osos que bailan al son de una pandereta

de un hombre o de una enana,

monos que adulan a sus dueños,

elefantes que el público degrada,

focas abyectas que hacen gárgaras

para entretenimiento de los niños,

vacas que se dejan arrastrar, maltratar,

que dan su leche a cualquiera,

ovejas amaestradas

que donan su lana

para hacer ropa o colchones,

serpientes que acarician

el cuello y la cabeza de los locos.

Nunca nos pusimos de acuerdo

sobre la verdadera naturaleza del hombre,

algunos insensatos piensan

tal vez en agradecimiento

por los que nos deificaron

en otros tiempos

que el hombre es un dios,

pero yo y ciertos compañeros míos y enemigos

pensamos que es comestible.

El hombre comestible

es siempre trémulo y tímido,

sin garras y sin pelo o con muy poco pelo:

el hombre-dios distribuye

según me han dicho, alimentos con sus manos,

tiene un látigo en la lengua y en los ojos.

Antiguamente, cuando se apostaba en la arena de los circos,

o en el desierto, llevaba una aureola

o una varita mágica,

una larga melena semejante

a la de los leones, que se enreda entre los dientes.

Todo esto me perturba:

a veces sueño

con una alfombra cuyo pelaje

se asemeja al mío, y lloro

echado sobre mi propia piel.

Es extraño. Inconcebible.

Pero hay cosas más extrañas:

¿Acaso no existen pájaros

que se entretienen cantando,

palomas irrisorias, y una serie infinita de peces

y de coleópteros que ignoro

pero que me fastidian?

¿Acaso no hay un poeta que piensa en mí continuamente

que cree que en mi piel hay signos que revelan

el destino del hombre dibujado por Dios

en un poema?