Tedio disfrazado de mujer
En una reunión
Llegó con guantes verdes, con vestido de seda,
se reclinó en los brazos de un sillón amarillo.
La tarde apaciguaba las rosas con su brillo,
ventanales, mamparas, las personas en rueda.
Su pelo era lustroso, invisibles las cejas,
lívidas las mejillas con venas azuladas.
La punta de los dedos con las uñas pintadas
marcaban cada sílaba. Movía las orejas.
Bajo la luz infausta y sensual del verano
devorábamos restos del banquete concluido:
debajo de las fuentes el dulce envejecido,
los manjares informes que ensuciaban las manos.
Los perros no me espantan, hacen las mismas cosas:
en lugar de hablar ladran y comen lo que sobra.
Se atragantó exclamando: ¡Admiro tanto tu obra!
—¡Es muy inteligente! —dije y le di las rosas.