Oí hablar por primera vez del Winnipeg , la nave de la esperanza, en mi infancia, en casa de mi abuelo. Mucho después volví a escuchar ese nombre evocador en una conversación con Víctor Pey en Venezuela, donde ambos estábamos exiliados. En ese tiempo yo no era escritora ni imaginaba llegar a serlo, pero la historia de ese barco y su cargamento de refugiados me quedó fija en la memoria. Recién ahora, cuarenta años después, puedo contarla.
Esta es una novela, pero los hechos y personas históricos son reales. Los personajes son de ficción y están inspirados en gente que he conocido. He necesitado imaginar muy poco, porque al hacer la investigación exhaustiva, que siempre hago con cada libro, me encontré con material de sobra. Este libro se escribió solo, como si me lo dictaran. Por eso doy las gracias de todo corazón a:
Víctor Pey, que murió a los 103 años, con quien mantuve tupida correspondencia para afinar los detalles, y al doctor Arturo Jirón, mi amigo del exilio.
Pablo Neruda por llevar a los españoles refugiados a Chile y por su poesía, que me ha acompañado siempre.
Mi hijo Nicolás Frías, quien realizó la primera acuciosa lectura, y a mi hermano Juan Allende, que corrigió el manuscrito página por página varias veces y me ayudó en la investigación de la época que abarca esta historia, desde 1936 hasta 1994.
Mis editoras Johanna Castillo y Nuria Tey.
Mi leal investigadora, Sarah Hillesheim.
Mis agentes, Lluís Miquel Palomares, Gloria Gutiérrez y Maribel Luque.
Alfonso Bolado, que revisa atentamente mis manuscritos por puro cariño, porque ya está jubilado, y me obliga a esforzarme más.
Jorge Manzanilla, el implacable (y según él, apuesto) lector que me corrige los gazapos, porque después de cuarenta años viviendo en inglés, cometo horrores gramaticales y de otras clases.
Adam Hochschild, por su extraordinario libro Spain in our Heart , y medio centenar de otros autores cuyos libros me sirvieron en la investigación histórica.