Carolina y Caroline — La procesión fúnebre — Las mejores piñas coladas del multiverso — Sentimiento oceánico — El poder de la imaginación — El origen de todos los orígenes — Ascenso al Monte Misterio — Una labor como cualquier otra — En la boca del volcán — La solución del enigma — Un filosofillo de segunda — Última lección de lenguaje abstracto — Tercer avistamiento del ciclista — El ave fénix — La hora del retorno
Procura zarpar siempre de los puertos generosos de la Amistad y de la Curiosidad y del Asombro, y aunque sea tentador, no inicies tu viaje desde las estaciones podridas del Tedio o de la Escapatoria: las autopistas del odio son áridos circuitos sin fin, donde uno apenas se desgasta como los galgos en el canódromo, corriendo en vano tras ilusiones baldías y presas falsas. Ve temprano a los museos y a los mercados y a los templos, vuelve tarde a tu hospedaje, evita los restaurantes y las atracciones solo para turistas, conversa con los ancianos y con las estatuas de los próceres y con los gatos callejeros. Siempre y cuando se cumplan las medidas mínimas de seguridad, sube a los volcanes, móntate a las montañas rusas, lánzate de los riscos al agua limpia, nada desnudo con las sirenas, confía en la bondad de los extraños. A menos que tengas el prurito de la fotografía y estés tras una imagen privilegiada, guarda el celular o la cámara: los paisajes más duraderos se guardan automáticamente en el seso y uno los lleva siempre a todos lados. Si quieres, mantén un diario de viajes: colecciona adagios y recetas locales, haz el retrato de tus amores fugaces, pega los envoltorios de las chucherías que comes, anota las revelaciones que se te ocurran, escribe alguna de tus aventuras en una hoja y envíasela a tus padres por el antiguo sistema de correos de sobres y estampillas. Cuando estés lejos y divises conmovido aquellos paisajes extraños, recuerda que —más que al mundo— en realidad durante los viajes y la literatura uno no hace otra cosa que descubrirse a uno mismo. Antes de que te marches, finalmente, asegúrate de dejar algo tuyo en el lugar visitado: una ofrenda, un mensaje, un libro que ayude a otro viajero. Cuando sea la hora de regresar a tu lugar en el mundo, piensa que ahora —transformado por tu travesía— eres en realidad otro hombre, y que no estás regresando al lugar en el que vivías, sino que estás a punto de comenzar una expedición distinta a un lugar por conocer…