Un viaje a bordo de un globo aerostático, la nave gorda como un vientre henchido. Inhalar: diez; exhalar: diez. Eso. Un fuego interno, intrigante, íntimo: una llama poética que nos eleve hacia las estrellas como a los globos de papel que se elevaban en mi lugar en el mundo durante las festividades: hace dos, hace siete, hace diez mil años. Una nave, sí, sobrevolando una península imaginaria. Eso: recordar. Un globo inflado con amor y paciencia al otro lado del enigma, del misterio, con el brillo que renace. Inhalar: nueve; exhalar: nueve. Pilotear un globo: imposible: no en este universo, tal vez en otros: infinitos. Comandar la vida: imposible, también: súbitamente. La elección es ilusoria, una fantasía. Sí: una fantasía, una quimera. Vamos a merced de los vientos, flotando en el azar como las cipselas del diente de león (recordar) recortado al lado de la carretera, una tarde perdida en el tiempo: soplar, Ffjjjjj, y verlas flotar como partículas, como asteroides, como galaxias, como universos en el vino espumante del multiverso. Inhalar: ocho; exhalar: ocho. Una travesía psicodélica realizada justo antes de que nacieras, un paseo en una furgoneta mitológica a lo largo de una autopista en la que nos movemos como protones, sí, aquí, allá, acullá, a velocidades y ritmos estrambóticos, inverosímiles, como en un sueño: eso: recordar: una alucinación. Un recorrido a veces veloz, a veces lento. Sí: como viajando a través de algo espeso: un magma, un silencio, una melaza; pero también sobre algo más fluido: lágrimas de alegría, champaña, agua de mar. Eso: recordar: sí. Thálatta! Thálatta! El mar, la mar. Las olas: van y vienen, van y vienen, mi vida, la vida, la espuma efímera y nosotros como burbujitas que estallan sobre la arena, dejando un rastro circular que luego lamen las olas: van y vienen, van y vienen, tu vida, mi vida, la vida: todos a bordo, todos a la deriva, todos navegando hacia costas ignotas, atracando en mundos extraños: este: el mundo de las palabras. Recordar: sí: inventar: también: algo que por su belleza taciturna o su espíritu juguetón justifique aunque sea un poquito este universo: sí. Inhalar: siete; exhalar: siete. Respirar: soplar: ¡Ffjjjjjj! La vida y la muerte: el lenguaje y el silencio: la memoria y el olvido: las dos caras de la Luna, decorada con cráteres como los dos lados de un pancake. La luz, el calor, sí, pero también el frío, la oscuridad: el sufrimiento. Eso: la vida es sufrimiento, es verdad, pero también… Recordar: inventar. El dolor es apenas un punto de partida: ¿hacia dónde? Hacia el valle que está al otro lado del Monte Misterio. Eso. Inhalar: seis; exhalar: seis. La abulia, el aburrimiento, la agonía, la melancolía. Bichos necesarios, monstruos cotidianos: éticos-peréticos-peludos. Inventar: un parásito grotesco: pesimista y pedorreico: ¡Ffffjjj! Mal de familia, pero sin él hoy estaría haciendo otra cosa: no sé qué, pero no artificios con estructuras musicales ni esculturas de tiempo, cincelando párrafos y capítulos. Simbiosis: sí: inventar. Inhalar: cinco; exhalar: cinco. Respirar: hondo: profundo. Maneras de controlar la ansiedad, el miedo: a los terremotos, a las arañas, al sinsentido, a la muerte, al trabajo de parto, al mar, a las olas: van y vienen, van y vienen, tu vida, nuestra vida, la vida. Inventar: un paseo con todos por bosques y desiertos, por el pasado y por el futuro, circunvalando picos y montañas, explorando una geografía onírica: eso: recordar. Inhalar: cuatro; exhalar: cuatro. Un viaje con todos nosotros para llegar finalmente a la idea del aire limpio, de lo ligero: para contrarrestar la pesadez que a veces nos inmoviliza, porque sí, porque vamos acaparando pesares e insatisfacciones, deudas y olvidos, desengaños y kilos, y con el tiempo perdemos de vista lo importante. Hic et nunc: aquí y ahora. Recordar. Inventar. Inhalar: tres; exhalar: tres. Respirar: soplar: ¡pujar! ¡FFFFFjjjjjjj!!! También, como todo, una búsqueda: sin saber qué es lo que queremos encontrar, hurgando en el espacio-tiempo, en la historia, en los pronósticos, en la familia y en los amigos, en el arte, en esa materia oscura hecha de tripas y lenguaje a la que llamamos espíritu. Inhalar: dos; exhalar: dos. Y la comprensión de que no será suficiente: de que nada nunca será suficiente si uno no se basta a sí mismo: el ayer, el mañana, la ilusión del porvenir, las ambiciones, el perdón, los otros, los libros, las disculpas, los amores, las olas: van y vienen, van y vienen, mi vida, su vida, nuestra vida que desembocó en la tuya, tu vida que tal vez desemboque en otras vidas: eso: recordar: la mejor manera de encontrar es no buscar. Eso: no hay nada que alcanzar: no hay otro destino que el ahora. Iluminación: luz, el comienzo de tu nombre. Luz. Eso: el otro lado de la oscuridad. Respirar: hondo: profundo. Eso basta: ahí está el mundo: el universo: el multiverso: aquí: ahora: eso ya es suficiente: infinito: inhalar: uno; exhalar: uno…
Aquí despierto —el hombre soñado, el narrador: el yo que transita por la historia; emparentado (pero no equiparable) a otro yo que respira por fuera del texto. Abro los ojos: yo, y así intento recordar: organizando los retazos de un sueño multicolor, antes de que se dispersen en la vigilia. Miro el reloj, y funciona. Veo el tiempo alejándose: las horas: los minutos: los segundos que van agotando este día con su flujo incesante. No he estado dormido mucho rato, pero el tiempo dentro de los sueños es distinto, como si se hubieran congelado las clepsidras, y aunque recuerdo muy poco y casi nada tiene sentido, intuyo que ahí está agazapado el keraunoma, la idea eléctrica: en ese sueño. ¿Dónde está? Lo busco: no lo encuentro: recordar, sí. Me levanto del sofá, un poco anquilosado por la posición incorrecta, pesado tras dormir, y veo que justo en ese instante tu madre también va saliendo del sueño, sobre el camastro del hospital, como si juntos hubiéramos llegado aquí: ahora. La miro, sin palabras. Tiene el rostro cansado, luego del dolor y de la sangre, pero está linda, imponente: una de las formas más portentosas de la vida. Me sonríe: la beso: y luego vamos a verte a la Unidad de Cuidados Intensivos. Tocamos a la puerta: eso: recordar: a otras dimensiones. Una enfermera nos sonríe y nos permite el ingreso. Dentro de la UCI, el pediatra de turno esconde su rostro tras una máscara profiláctica; cuando nos ve, levanta las cejas en saludo de anagnórisis y hace, con el pulgar y el índice en círculo, el gesto satisfactorio de los buzos:
“Todo OK”, dice.
Entonces nos acercamos a la cápsula transparente donde esperas, viajero de ensueño, a terminar de acoplarte a nuestra atmósfera. Estás conectado a aparatos que te hacen más fácil el ingreso a este universo y que monitorean tus pulsaciones, la saturación del oxígeno, tu temperatura. Duermes, plácidamente, exhausto tras el aterrizaje de emergencia, pero al sentirnos cerca abres tus ojos: grandes, oscuros, insondables.
“Mira a esa cosita”, me dice tu madre, refiriéndose a ti, y luego, enternecida, me entrega una de sus sonrisas abarcadoras.
Sobre ti, una vez más, pongo mi atención entera. Eres la interpretación que ha hecho la genética de nosotros mismos: tus pies y tus manos (¡completos!), tu frente cubierta de lanugo, tus cejas inefables, tus ojitos profundos… Así, al verte con detenimiento y asombro, me da la impresión de que en esa mirada tuya podría caber toda la comprensión del cosmos, el alfa y el omega, el túnel cristalino de la totalidad del espacio-tiempo, los infinitos universos que tal vez compongan el multiverso, las generaciones pasadas y futuras, el yin y el yang, lo apolíneo y lo dionisíaco, tus sueños y los míos, nuestros temores y esperanzas, nuestras angustias y felicidades, todas las permutaciones de los números y las palabras, todos los libros, todas las películas, todas las canciones, todos nuestros silencios, todos los etcéteras, todos los cataclismos, todas las maravillas —absolutamente todo. Entonces busco la libreta que siempre llevo conmigo y la abro para anotar algo que tal vez será valioso, que tal vez me servirá más adelante, pero luego me doy cuenta de que ese algo es en realidad tan importante que no hay necesidad de anotarlo: sé que no podré olvidarlo: sé que siempre será mío.
Más tarde, cuando es apropiado, entran los otros, para conocerte. Han esperado eternidades en los pasillos estériles del hospital y solo ahora les permiten el ingreso. Saludan, contentos, y avanzan con cautela. Ahí están: mis padres, la madre de tu madre, mis dos hermanos, mi hermana con su esposo, la pequeña Léna. Recordar: sí: inventar, también. Entonces, como en este universo es lo pequeño lo que atrae, todos gravitan hacia ti: para verte por primera vez, a ti, viajero de la eternidad en este punto inicial de tu travesía. Y reímos sin que nadie hubiera tenido que contar un chiste, y nos sonrojamos sin sentir vergüenza, y ejecutamos un berrinchelo por la vasta belleza que nos envuelve.
Al final de la hora de la visita, con ojos todavía llorosos, papá se aproxima y me pone sus manos en los hombros:
“¡Felicitaciones!”, me dice, y me lleno de alegría, sí, pero también, porque soy un poco quisquilloso con los asuntos del lenguaje, me parece que las felicitaciones se han entregado a destiempo, pues es apenas ahora que el trabajo de la paternidad comienza verdaderamente, que estamos al inicio del reto, y pienso que en lugar de las congratulaciones tal vez sería mejor pronunciar un buen augurio para lo que comienza: para el viaje quién sabe hacia dónde: hacia el enigma, hacia el otro lado del misterio: Bon voyage!
“Gracias, papá”, le digo, simplemente.
Mi padre asiente y luego veo que algo le cubre el ceño, como si repentinamente hubiera llegado la nube negra de una duda, de un olvido:
“¿Ya sabes sobre qué vas a escribir ahora?”, me pregunta.
Aunque me siento eufórico, escucho a papá y lo miro con un poco de tristeza, porque me ha hecho la misma pregunta diez veces en los últimos dos días y sé que su memoria se ha ido desmoronando irremediablemente con el tiempo, que un día será solo silencio, pero luego me digo que el olvido es también necesario, la otra parte de la memoria, y que cada reiteración de la pregunta que mi padre me hace es en realidad distinta, pues tanto él como yo somos hombres nuevos en cada tramo del tiempo, versiones alternativas de nosotros mismos. Así que busco una vez más en mi seso, para ver si esta vez encuentro entre las cenizas un rescoldo vivo que sirva de respuesta a su pregunta, y entonces recuerdo: sí: eso: e invento: todos o casi todos con un nombre distinto, llevando vidas paralelas o alternativas; un paseo en carretera en la máxivan de Richard Feynman; aventuras en bosques y desiertos; mi paso caliginoso por las calles humeantes de la culpa y el absurdo; piñas coladas en la costa y el mar lleno de seres imaginarios; una historia de amor y encuentro con tu madre; un volcán en erupción orgiástica; el hallazgo repentino con la poesía; un viaje rocambolesco a bordo de un globo aerostático en el que, al final, descubrimos nuestro destino…
“Sí, papá, creo que ya sé sobre qué voy a escribir”, le respondo entonces, y luego hago una pausa mientras trato de fundir en el crisol de la mente todas esas imágenes de ensueño, para que de la ficción de esa ilusión solo quede una palabra maciza que lo contenga todo: el amor, el dolor, la vida, la muerte, el lenguaje, el silencio, el vacío cósmico, el fuego imperecedero:
“Sobre nosotros”, digo.