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Desde el momento en que Keira vio a Ian cabalgar por las puertas, había caminado de un lado al otro sobre las tablas de madera. La ansiedad y los nervios la consumían; no se podía quedar quieta. ¿La rescataría? ¿La condenaría? Nunca se había sentido tan enferma como en ese momento. Estaba desesperada por verlo, por hablar con él, pero a la vez se sentía completamente aterrada. Se estaba enfermando de preocupación.
Los nervios le hacían temblar las manos y las rodillas. ¿Dónde está? Sintió que el paso del tiempo se ralentizaba. Si eso no era tortura, no sabía qué sería.
Su mayor temor era si él le creería, cuando y si tenía la oportunidad de hablar con él. Si no lo podía convencer de su inocencia, ¿cómo podría convencer al rey?
Escuchó fuertes pisadas que subían los tres pisos de escaleras hacia la habitación de la torre. Keira retorció el pomo de la puerta, pero no cedió.
–¿Hola? ¿Hola? –gritó, pero no obtuvo respuesta.
Keira dio un paso hacia atrás. Podía oír a alguien moviendo el pomo del otro lado de la puerta, luego el sonido de la llave que giraba en la bocallave. Keira contuvo el aliento y aguardó a que se abriera la puerta.
–¿Keira? –dijo Ian al empujar la puerta, entrar y cerrarla a sus espaldas.
Se apresuró a su lado y le colocó la mano sobre la mejilla. Keira cerró los ojos ante el contacto. Durante un momento, sintió como si estuvieran de regreso en el jardín. Se sintió a salvo y sabía que mientras Ian estuviese cerca, estaría protegida.
–Lo siento, muchacha. No me di cuenta de que traerte aquí te causaría problemas. ¿Te encuentras bien? ¿Te han lastimado?
–No. Estoy bien.
–Me debes contar todo lo que ha sucedido, muchacha.
Keira bajó la cabeza, se le llenaron los ojos de lágrimas. Ian colocó un dedo debajo del mentón con suavidad y le elevó el rostro.
–Está bien, muchacha. Estoy aquí. No tienes nada que temer. Nadie te hará daño. ¡Lo juro!
Mientras Keira estudiaba sus ojos, vio una resolución fiera y pasión en su expresión. Quería desesperadamente que él la envolviera en sus brazos, que la besara y la abrazara. No quería que le dejara nunca más.
Keira se secó las lágrimas y se sentó en el borde de la cama. Ian se arrodilló frente a ella. Sus hermosos ojos azules la miraron llenos de preocupación e interés. Tras una profunda inspiración, le explicó en detalle lo que había sucedido desde la mañana en que él se había ido, intentando recordar todo. Ya no tenía sentido esconderle nada. Debía confiar en él.
–¿Por qué demonios no me lo dijiste? ¿Cómo suponías que te iba a proteger si me ocultabas secretos como ese?
–¡No te mentí y no soy una hereje!
–Yo lo sé, diablos, pero yo no soy quien debe ser convencido.
–Tú... ¿Me crees?
–¡Sí! Te creo, muchacha.
Keira se inclinó y envolvió los brazos alrededor del cuello de él, llena de alivio. Había esperado que él la odiara. Sin embargo, Ian no le devolvió el abrazo y mantuvo los brazos firmes a los lados. Eso le hizo sentir un pequeño vacío.
Se hizo hacia atrás y le preguntó:
–¿Qué va a suceder ahora?
–Te ha acusado la Iglesia, pero esas leyes y las de Escocia son muy diferentes. Han accedido a liberarte con una condición.
–¿Cuál?
–Has de acceder a casarte.
–¿Casarme? ¿Y eso qué tiene que ver con todo?
–Muchacha, no tienes ningún benefactor, ningún testigo que apoye tus palabras y la palabra de una mujer poco importa a los ojos de la iglesia. Si te casas, tu marido podría responder por ti.
–¿Y con quién me debo casar?
–¡Conmigo! He pedido tu mano –respondió delicadamente Ian como si esperara que ella discutiera.
–¿Contigo? ¿Por qué te comprometerías a eso?
–Si no deseas casarte conmigo, puedes arriesgarte en el juicio –sugirió.
Keira se sintió entumecida, en cuerpo y mente. Por primera vez, no tenía palabras. Hasta su rostro se hallaba falto de emociones. Casarse con Ian solo de nombre no era tan mala idea. Después de todo, según Ian, era la única opción que tenía. Asumía que podía anular el matrimonio cuando se limpiara su nombre de todos los cargos. Debía ser algo relativamente fácil dado que el matrimonio no se consumaría. Ese no era exactamente el resultado que ella había esperado, pero eso poco importaba ya. Ay, cómo le daba vueltas la cabeza.
Ian colocó las manos sobre las de ella. La miró con sinceridad en los ojos.
–Milady, lo siento, pero tienes poco tiempo para decidir. Están abajo esperando tu respuesta. Sé que este no era el matrimonio que esperabas, pero te prometo que seré un buen marido y te protegeré hasta morir si me aceptas.
Keira inspiró.
–¿Cómo puedo responder cuando ni siquiera sé quién eres? ¿Tienes un hogar? ¿Una familia? ¿O tú y tus amigos son forajidos sin un hogar permanente?
~*~
Ian se rio ante la pregunta. Había tanta inocencia en su rostro. Eso hacía que Ian la deseara aún más.
–Muchacha, a pesar de lo que piensas de mí, no soy un forajido.
–No entiendo. La mayoría de los hombres honorables no andan por allí atacando carruajes, saqueando campamentos y secuestrando mujeres.
–Para tu información, muchacha, hice todo eso por tu protección. En cuanto a quien soy, no te mentí cuando te dije que me llamo Ian MacKay y que mi padre es el laird de nuestro clan. Soy el hijo mayor, y el siguiente en la línea de sucesión. Como mi padre está vivo y goza de buena salud, me fui de casa para unirme a la causa de la libertad de Escocia. Y lo hago bajo la autoridad del rey. No soy ningún canalla, milady. Soy un Protector de la Corona. Mis misiones son secretas porque la vida de nuestro rey depende de ello.
–¿Tus misiones siempre son tan peligrosas? –le preguntó.
–Sí, en ocasiones, mortales.
–¿Y Leland y Rylan también son Protectores?
–Sí, así es.
Keira se mordió el labio inferior mientras pensaba en lo que le acababa de explicar. Por la expresión que tenía, él casi podía ver sus pensamientos rotar como la rueda de un molino mientras intentaba procesar la información.
–No te obligaré a tomar una decisión, pero debes entrar en razón. Te estoy ofreciendo matrimonio, protección. No puedo...
–Me casaré contigo –soltó, interrumpiendo sus últimas palabras.
Ian se incorporó y le ofreció la mano.
–Ven.
–¿A dónde vamos?
–Tenemos una boda a la que acudir.
Ian tomó la mano de Keira y la condujo por la puerta, donde dejaron atrás a los dos guardias. Al voltear la esquina para bajar las escaleras de piedra, los pelos de los brazos se le erizaron y se le puso la piel de gallina. En el centro de su ser, bullían la excitación y los nervios. La mujer que le sostenía la mano sería la madre de sus hijos y dormiría a su lado para siempre. El pensamiento lo excitaba y lo hacía sentir inquieto. No quería analizar su prisa en ofrecerle casamiento. Era lo honorable y él estaba envejeciendo. Ya tenía veintiocho años, ya debería haber tomado otra esposa, pero no pudo superar la culpa cuando sus pensamientos se dirigieron a Sarah.
Al llegar al pie de las escaleras, se encontró con Rylan y Leland que los aguardaban de pie.
–La muchacha ha accedido a casarse conmigo –anunció Ian.
Ellos asintieron al unísono, y Rylan se pasó la mano por el rostro. Los cuatro fueron a hablar con Daniel MacKenzie y el sacerdote.
–Supongo que la muchacha tomó su decisión –asumió Daniel.
–Sí –respondió Ian.
–Muy bien. Iré a buscar al sacerdote –dijo mientras abandonaba la habitación.
–Déjame ser el primero que te dé la bienvenida a la familia –dijo Leland sonriendo al tiempo que miraba a Keira, que permaneció quieta y distante ante lo que estaba aconteciendo.
En cuestión de momentos, Daniel regresó con el sacerdote y Lady Lorna.
–Esperaba que hubiera una boda. Ya tengo todo listo –anunció alegremente.
–¿Quieres dejar de parlotear, mujer? –ladró Daniel.
–En mi país, las bodas se celebran, no se padecen –replicó Lorna con una sonrisa.
El grupo siguió a Daniel y al sacerdote hacia la capilla. Ian le sonrió a Keira. Se encontraba tan hermosa y vibrante como una rosa recién florecida. Con el cabello rojo intenso y los ojos azul hielo que relucían, lo podría haber hipnotizado fácilmente, lo podría haber embrujado para que se casara con ella, en lugar de ser al revés. Se sentía intoxicado por su sola presencia.
El vestido al cuerpo lo provocaba al cubrir cada centímetro de piel desde el cuello hasta las mangas largas. No podía evitar preguntarse cómo se vería debajo de toda esa tela innecesaria, pero sabía que pronto lo descubriría. Bajar la mirada hacia ella provocó que la bestia en su interior quisiera liberarse. Era un impulso natural que le causó una erección. Esa muchacha bonita era suya. Y él no podía esperar para satisfacer, acariciar y rozar cada centímetro de esa piel de color crema. En unos pocos minutos, ella sería su esposa y él le mostraría todo lo que podía ofrecer un matrimonio.
~*~
La capilla estaba decorada con rosas y cardos. Keira pensó que las espinas eran un lindo detalle ya que eran un claro recordatorio de la posición en la que se encontraba. Tembló, pero Ian le mantuvo la mano con firmeza y la tranquilizó mientras caminaba. No podía creer que había accedido a hacer eso. ¿En qué estaba pensando?
Keira sintió el cuello del vestido alrededor de la garganta y recordó la soga de la que esperaba escapar. Se le expandió rápido el pecho y soltó el aire en un intento de prevenir la vergüenza de desmayarse.
Leland y Rylan estaban sentados en las primeras filas de la iglesia, riendo y conversando en susurros, aunque Keira no le encontraba la gracia a la situación. No había duda de que se burlaban de Ian por casarse con ella. Keira se volteó para apartar la mirada de ellos y notó a los dos hombres parados cerca del altar. Detrás del altar se hallaban el sacerdote y laird MacKenzie. Keira quería rogarles que la escucharan, pero Ian detectó su temor y la jaló hacia él.
–Eres un hombre de honor, Ian MacKay. Estoy seguro de que ella será una buena esposa –dijo Daniel.
La mirada de Ian la recorrió de pies a cabeza y respondió en tono conforme.
–Servirá bien.
La mandíbula de Keira se volvió de piedra. ¿Servirá? Él la miró como si estuviera comprando un castillo. Y ella lo miró como si dentro de unos instantes le fuera a arrancar los ojos. Si esperaba una esposa sumisa, debería haber propuesto otra solución en lugar de casarse con ella.
Ian le tomó el codo y la atrajo a su lado. Instintivamente, quería correr y escapar de ese momento, pero se quedó de pie, congelada en su sitio, sin poder moverse. Le temblaron las manos.
Vagamente, era consciente de la voz del sacerdote que daba comienzo a la misa de boda, las palabras en latín zumbaban en el fondo de sus pensamientos. Pensar en Ian como su esposo la abrumaba. Aunque había demostrado mucha bondad, aún había mucho que temer de él, mucho que aún desconocía. A decir verdad, no sabía nada de él, excepto su derecho de nacimiento. No sabía si sería un marido duro y la golpearía si expresaba sus ideas, o si sería amable, pero en breves minutos, sería suya y él podría hacer con ella lo que quisiera. Él sería su legítimo marido. Ay, Dios. ¡Su marido! Hasta las palabras sonaban amenazadoras.
–Milady, ¿me oye? –preguntó el sacerdote, entrecerrando los ojos al mirarla.
–Disculpe, padre –respondió débilmente, su mente se había alejado de lo que estaba sucediendo.
–Coloque las manos sobre las de él –murmuró.
Keira dudó. Con los dedos fríos y temblorosos, elevó la mano y la colocó sobre los nudillos cálidos y duros de Ian. El roce le hizo sentir un escalofrío en la columna vertebral, como si unas arañas le recorrieran la piel. Ian le cubrió la mano con la otra y le frotó los nudillos con el pulgar.
Ella elevó la mirada a él; una sonrisa suave y tranquilizadora le adornaba el rostro. De momento, se sintió aliviada de forma extraña. Confiaba en que él mantendría su palabra y la protegería, pero nunca consideró qué querría a cambio. Hasta ese momento, no se le había ocurrido que él también estaba haciendo un sacrificio.
Había estado tan enfocada en sus propios problemas, que nunca se le ocurrió preguntarle por qué se había ofrecido a casarse con ella en primer lugar. Seguramente había otras muchachas que había considerado desposar, ellas no le habrían causado tantos problemas. Tenía la mente llena de preguntas, pero se dio cuenta de que tendría toda una vida para responderlas.
Apresurarse al altar no era como se había imaginado su boda. Pero de no haber sido Ian quien se encontrara de pie a su lado, habría sido Laird Chisholm, un traidor, que había causado que ella se viera en esa situación.
Keira se prometió preguntarle a Ian acerca de lo que sabía de Laird Chisholm y de los arreglos de su padre con él. No tenía dudas de que había mucho más de lo que le habían contado. A lo mejor, sentía que ella no podría manejarlo y quería evitar lastimarla, pero más allá de la razón, ella necesitaba saber.
Cuando llegó la hora de que Keira repitiera sus votos, la habitación se sintió más pequeña y le comenzó a dar vueltas la cabeza. ¿Se había olvidado de respirar?
–Puede besar a la novia –le dijo el sacerdote andrajoso a Ian.
¿Besar? Besarlo era lo último que quería. Cuando lo besó en el jardín se juró que esa sería la última vez que se permitiría ser tan tonta. Pero había una parte de ella que anhelaba sus besos sin importar lo mucho que intentara ignorarla.
Ian bajó la mirada y Keira se lamió los labios inconscientemente. Suavemente, le colocó la mano en la mejilla. Ella tragó saliva mientras sus labios descendían sobre los de ella. El beso era demandante, pero tierno. Con los labios entreabiertos, Keira sintió que la invadía una energía cálida como si fuera el aliento de fuego de un dragón. La mano de él le acarició la espalda y la atrajo más para profundizar el beso.
Entreabrió los labios levemente para dejar que la punta de la lengua recorriera el labio inferior de ella. La sensación de sus brazos alrededor de ella y el sabor dulce de sus labios eran embriagantes. El beso se sentía pecaminoso y definitivamente no era apropiado para la casa de Dios, pero le gustó, le gustó mucho.
Keira se apartó, inhaló profundamente. El sacerdote frunció el ceño al anunciarlos marido y mujer. Rylan y Leland vitorearon y los anfitriones permanecieron imperturbables.
~*~
–¿Se unirán a la cena para celebrar el matrimonio? –preguntó formalmente Daniel.
Ian miró a Keira antes de voltearse hacia Daniel. La mirada consternada de su rostro, le rompió el corazón.
–No, gracias. Mi esposa y yo tomaremos nuestra comida y nos instalaremos en la aldea. Por supuesto que lo entenderás –dijo Ian políticamente, aunque quería partir al hombre en dos por la forma en que él y sus hombres habían tratado a Keira.
Ian tomó la mano de Keira y la condujo fuera de la capilla. Juntos, recorrieron el camino hacia la aldea para hacer los arreglos de comida y hospedaje. Había varias habitaciones en la posada de la aldea y, por lo que recordaba Ian, la comida no era nada mala.
Luego de que Daniel insultara a Keira y la encerrara en la torre, Ian no le iba a pedir que cenara con el canalla. Ahora era su esposa y él se encargaría de que estuviera a gusto.