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Capítulo 18

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Ian despertó de un sueño placentero. El olor a lavanda lo rodeaba como un día de primavera. Sintió la calidez y la comodidad en su sitio en la cama y no se sorprendía. Al abrir los ojos, le sonrió a la muchacha que descansaba la cabeza sobre su pecho y la mano sobre su estómago. Detuvo sus movimientos y contuvo el aliento para no despertar a la bella durmiente que tenía en los brazos.

El cabello de ella yacía desparramado sobre su hombro y por el brazo. Era tentador pasar los dedos por los rizos largos y suaves. Si no hubiera tenido que levantarse, se habría quedado en la cama sosteniéndola en sus brazos todo el día.

Un golpe alto sonó en la puerta. Keira se despertó, se incorporó rápido como un caballo desbocado. Sus ojos grandes y aterrorizados lo escanearon cuando se dio cuenta de la posición comprometedora en la que había estado. Ian sonrió de satisfacción.

El golpe de la puerta se intensificó. Ian movió los pies debajo del edredón y salió de la cama. Se dirigió a la puerta, la abrió y vio a Ian en el umbral con una señal de advertencia en el rostro.

–Ian, te quería advertir que el sacerdote está en camino a la aldea.

–De acuerdo. Gracias. Bajaremos en un momento –dijo Ian y cerró la puerta. Regresó la atención a su esposa horrorizada.

–Es hora de despertarse. El sacerdote está en camino.

–¿Qué harás sin una prueba para darle? –preguntó nerviosa, deslizándose de la cama y sosteniendo el edredón contra el cuerpo.

Si la única preocupación de la muchacha era el sacerdote y no el hecho de haberse encontrado en sus brazos, ese iba a ser un buen día.

Ian estudió la sábana un momento antes de caminar hacia el cinturón que yacía en el suelo. Extraño su daga de la vaina, la apretó contra el pulgar y perforó la piel. Apretó la punta del dedo para que la sangre fluyera libremente. Caminó al borde de la cama, se inclinó y apoyó el dedo en el medio de la sábana. No era tan convincente como habría sido si la muchacha hubiera sangrado, pero tendría que bastar.

Ian extrajo la sábana y la enrolló en sus brazos.

–Vístete y reúnete conmigo abajo. No te demores –le advirtió.

Ian abandonó la habitación justo cuando el sacerdote subía las escaleras.

–Buenos días, MacKay. Confío en que haya dormido bien –dijo el sacerdote.

–No me interesan las charlas banales, Padre. Aquí tiene la prueba de que lady Keira es mi esposa de hecho. Ahora tómela y váyase –ordenó Ian.

El sacerdote le gruñó a Ian pero obedeció. Ian no le mostraría respeto a un hombre que había tratado a Keira tan mal. De no haber sido un hombre del clero, le habría arrancado la lengua de la boca y obligado a tragársela por las blasfemias que había dicho de Keira.

Abajo de las escaleras, encontró a Leland y a Rylan terminando el desayuno.

–Veo que has sobrevivido a la noche –dijo Rylan arqueando una ceja.

–¿La muchacha fue toda una perita en dulce o te aguijoneó como una abeja? –preguntó Leland antes de romper a reír.

Ian le pegó a Leland en la nuca como lo hacía cuando eran jóvenes.

–Esa muchacha es mi esposa, y si alguno de los dos dice una palabra más, serán sus cabezas las que reviente –les advirtió.

~*~

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Keira se apresuró a vestirse como Ian le había pedido. Se puso el vestido, se entrenzó el cabello y se limpió el rostro con un trapo humedecido en un pequeño cuenco con agua fría que había quedado toda la noche allí.

Siguió los movimientos de su rutina matutina normal, pero tenía la cabeza en las nubes. ¿Cómo había terminado yaciendo en los brazos de Ian? El mero recuerdo de su sonrisa al despertar esa mañana era suficiente para humillarla. Estaba agradecida de que no lo mencionara y de que Leland hubiera subido cuando lo hizo. ¿Cuánto tiempo había permanecido de esa manera? Al dormir profundamente, se imaginó se podría haber acurrucado contra él en la mitad de la noche. Él habría estado bien complacido y ansioso de poder tocarla. Hizo una nota mental de que recordaría colocar una almohada entre ellos la próxima vez que se viera obligada a dormir junto a él.

Keira dejó la habitación y fue en busca de Ian. Una vez abajo, lo encontró ensillando los caballos.

–Espero no haberte hecho esperar mucho –exclamó.

–No. Estaba terminando de empacar los suministros que le compré al posadero. Su esposa nos preparó varias comidas para el viaje.

–Eso fue muy amable de su parte.

–Debes haber dormido bien anoche, porque esta mañana dormías como un bebé –dijo con una sonrisa de autosuficiencia en el rostro.

La vergüenza le hizo perder la voz repentinamente, por lo que no pudo responder. Por la forma en que los otros dos la miraban, solo se podía imaginar que esa mañana Ian había alardeado de su noche y les había contado todos los detalles del beso, a menos que también les hubiera mentido. ¿Acaso ellos también creían que habían consumado el acto, como el sacerdote? Aunque ella era su esposa, sentía la vergüenza de una prostituta deshonrada.

Ian se acercó a su lado y le dio un pastel de frutas. Keira lo aceptó con hambre. Ian ayudó a Keira a montar en la silla y se montó detrás de ella. Estar obligada a sentarse tan cerca de él no era tan incómodo como antes. Incluso le gustaba la forma en que sus brazos la envolvían y la atraían hacia él.

~*~

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Cabalgaron rápido durante las siguientes horas. Ian quería recorrer la mayor cantidad de tierra posible, dado que Inverness estaba a dos días de distancia. Le dieron a Keira algunas pausas para que atendiera el llamado de la naturaleza y estirara brevemente las piernas y continuaron andando hasta el anochecer. Ian habría continuado todo el camino si los caballos no necesitaran comer y descansar. Ian podía pasar días sin dormir. Era una práctica útil que había aprendido en sus días de batalla.

Abandonaron el camino y cabalgaron hacia el bosque para encontrar un camino seguro donde acampar, aunque las opciones eran limitadas. Como los clanes reñían en esa parte, era difícil saber cuál era un sitio seguro. No solo se tenían que preocupar de los Highlanders brutos, sino también de los asaltantes de caminos, los gitanos y las tropas inglesas que cagaban por esas partes y no dudarían en comenzar una pelea, fueran provocados o no.

Ian se instaló en un lugar cerca de un grupo de pinos altos. No era un sitio ideal, pero tendría que servir. Tiró de las riendas del caballo y llamó a los otros.

Ian se bajó del caballo antes de ayudar a Keira a bajar. Decidió enviar a Leland y a Rylan en busca de madera y a registrar el área. Dejar a Keira sola como lo había hecho la vez pasada no era una opción. Recordaba demasiado bien lo que había sucedido la última vez que la había dejado sola e indefensa. Un error que no iba a volver a cometer. Desabrochó el paquete, extrajo una tienda grande de la bolsa y tomó dos tartanes plegados. Keira se quedó de pie en silencio mientras él comenzaba a armar la tienda. Cuando terminó, tomó una de las bolsas de la silla del caballo de Rylan y se dirigió a la fogata que había hecho Leland.

–Cortesía de la señora Aggie, la esposa del posadero –dijo al extraer las porciones de venado seco, pan y rodajas de queso y colocarlas en una bandeja que le entregó a Keira.

–Gracias –le dijo cansada.

Los cuatro se sentaron alrededor del fuego, comieron y hablaron durante lo que parecieron horas. Leland entretuvo a Keira con historias del hogar e incluyó una particularmente vergonzosa acerca de Ian cuando era joven. Él habría insistido en que Leland se guardara las tonterías, pero el sonido de la risa de Keira era el más dulce del mundo y por eso se mordió la lengua. Claro que eso no impidió que fusilara con la mirada a su hermano menor que disfrutaba inmensamente de burlarse de él mientras pudiera salirse con la suya. Esa era solo una de las pocas ocasiones en que Leland podría salirse con la suya, pero Ian tendría que recordarlo en el futuro, cuando Leland conociera a su futura esposa, para compartir algunas anécdotas de él también.

Mirar la sonrisa radiante de Keira era como contemplar las estrellas por primera vez; luminoso y radiante. Estaba asombrado por el efecto que había logrado tener en él. Se dio cuenta de que ella y su seguridad le importaban mucho. Y, a diferencia de cualquier otra mujer, le importaba lo que ella pensara y sintiera. Había aprendido hacía mucho tiempo de los errores que había cometido con Sarah. Errores que lo habían hecho pasar los últimos ocho años intentando expiarse. Pero se prometió que con Keira sería diferente.

–Hay un lago cerca –anunció Rylan–. Creo que iré a nadar para refrescarme. El agua debería estar tibia para ti muchacha, si quieres ir cuando haya terminado.

–Me encantaría. Gracias –respondió.

–Si te marchas, yo tomaré la primera guardia –dijo Leland y se incorporó y se puso la espada en el cinturón.

Ian estaba agradecido de que los dos hombres partieran. Había esperado todo el día con impaciencia a estar a solas con Keira. No sabía cuánto más podría esperar antes de poder besarla otra vez.

Sabía que ella lo deseaba tanto como él la deseaba a ella la noche anterior. Aunque intentara resistirse, la forma en que respondió su cuerpo a su roce hacía que conquistarla fuera fácil. Pero él no quería limitarse a acostarse con ella. Quería que ella lo deseara. Con esos dos zoquetes fuera de la vista, le robaría otro beso si ella lo dejaba.

~*~

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–Tu hermano Leland me agrada mucho. Tiene el don de la narración.

–¿Qué quieres decir con que te agrada? –le preguntó secamente.

–Solo quise decir que parece un buen hombre. Se llevaría muy bien con mi hermana Alys. Ella tiene el mismo sentido de humor que él.

–Bien. No te quiero oír decir que te gusta.

–¿Y si me gusta tu hermano qué?

–Entonces tendré que vivir con el arrepentimiento de haber matado a mi propio hermano.

–¡Debes estar bromeando!

–No. Tú eres mi esposa y no quiero que hables con de otro hombre de esa forma. Sea mi hermano o no.

Keira le dirigió una mirada enojada.

–Solo estoy afirmando saber más de tu hermano de la última hora que de ti en los últimos días. Y, además, él sería más apropiado para Alys.

Si Alys se hubiera encontrado allí en ese momento, se habría muerto de vergüenza por el prejuicio de Keira, pero habría estado de acuerdo. Leland simplemente era el tipo de hombre por el que Alys se habría embelesado y probablemente el primero que Keira habría aprobado. Tenía buena personalidad y un sentido del honor que lo convertiría en un buen esposo. Muy similar a Ian, suponía.

Esa observación la sorprendió. Había estado tan empecinada en conseguir una anulación que no había pensado en lo que haría al regresar a casa y a su familia. Sin lugar a dudas, la obligarían a casarse con otro hombre y no uno que escogiera ella. Keira miró a Ian. A lo mejor quedarse casada con Ian no era tan malo como ella creía. Después de todo, era un hombre amable.

–Entonces, me quieres conocer, ¿no? –le preguntó.

–¿Debo repetirlo? –le respondió.

Ian se removió en el suelo y se volteó para mirarla.

–¿Qué es lo que te gustaría saber? –la interrogó.

Keira se mordió el labio inferior. Había tantas cosas que quería saber, pero no era posible aprenderlo todo de él en una sola charla. Había cosas que debería aprender con el tiempo. Había una pregunta que le quemaba la mente y se trataba de Sarah.

–No quiero fisgonear, pero me preguntaba si me contarías acerca de Sarah –le preguntó con cautela.

Sin poder medir su reacción a la pregunta, se apenó. Le preocupaba abrir viejas heridas. Había esperado que él pudiera ser abierto y honesto como lo había sido ella. Después de todo, era su esposa y si iban a permanecer casados, le gustaría saber más acerca de la mujer que claramente poseía su corazón.

–¿Dónde has oído ese nombre? –le preguntó con la voz seca y descarada.

–La camarera que me llevó a la habitación la nombró.

Ian se pasó los dedos por el cabello y soltó un largo suspiro. A lo mejor, no debería haberle preguntado, pero era demasiado tarde para retirar las palabras.

–No hace falta que me lo digas –comenzó a decir hasta que Ian la interrumpió.

–Era mi esposa –le dijo.

Keira pudo oír la tristeza en su voz.

–¿Qué le pasó? –preguntó con suavidad.

–Atacaron nuestra aldea. Hace casi ocho años, me arrebataron a Sarah.

–¿Fueron los Sutherland?

Ian asintió y se pasó la mano por el rostro. Tenía el ceño fruncido como si estuviera buscando el recuerdo de los eventos de ese horrible día.

–Lo siento. No era mi intención inmiscuirme. Es tu pasado y si no deseas contarme, lo entiendo.

–No, muchacha. Te contaré lo que pasó. Fue mi culpa que muriera –susurró.

La boca de Keira quedó abierta, pero se apresuró a cerrarla y apretar la mandíbula. Quería una explicación, pero no estaba segura de cuánto quería compartir él. Era evidente que le dolía hablar de ello. De pronto, se le secó la boca. Se lamió los labios para humedecerlos y pensó con cuidado qué debería decir. Pero, ¿cómo se respondía a eso?

–No entiendo. ¿Cómo es posible que seas el culpable?

–Estuvimos casados menos de un mes. Partí en una misión a Dun Au Noon con los hombres de mi clan para firmar un tratado de paz con un clan vecino. Fui a probarme como hombre. Era joven y tonto. Mientras no estábamos, los Sutherland atacaron nuestra aldea; mataron a casi treinta hombres y mujeres. Cuando regresamos, habían quemado la aldea. Cuando nuestro jefe confrontó al Laird Sutherland, negó cualquier acusación hacia su gente. Pero yo sé que fue él. Él mató a nuestra gente, pero nunca fue condenado. La muerte de Sarah está en mis manos. Si hubiera estado allí para protegerla, ella seguiría viva.

El corazón de Keira se hundió. No podía evitar sentir pena por la culpa que él cargaba. Ahora entendía por qué su corazón parecía frío y protegido en ocasiones. Keira sintió la necesidad inquietante de estirar la mano y abrazarlo. Quería consolarlo y quitarle el dolor. Ningún hombre debería cargar ese peso. Sus ojos lo observaron con simpatía al hablar.

–Siento mucho que cargues ese dolor y esa pena, Ian.

–No necesito tu simpatía, Keira. Fue hace mucho tiempo. Cometí errores y debo vivir con ellos. Pero tú eres mi esposa ahora y no volveré a cometer el mismo error. Es mi deber protegerte y lo haré con mi vida.

La declaración de Ian conmovió a Keira. Le complacía saber que a él le importaba tanto. Abrumada por la emoción, se inclinó hacia adelante y envolvió los brazos alrededor del cuello de él. Nadie la había hecho sentir como Ian. En tan solo dos días, él había revuelto emociones en su interior que no podía explicar. Eso la confundía y la excitaba a la vez.

Retrocediendo levemente, Ian puso las manos en las mejillas de ella. Bajó la mirada a sus ojos y capturó sus labios en un beso cálido y sensual. Keira se derritió contra él y abrió la boca voluntariamente, dándole acceso a su lengua.

–¡Qué Dios te bendiga, mujer! Me estás volviendo loco de deseo –murmuró Ian contra sus labios.