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Capítulo 22

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Ian escoltó a Keira a un banco en la parte trasera de la corte. En el frente, sentado sobre la tarima, un hombre que se presentó como Phillip Steward, el alguacil de Ross-Shire, esperaba en silencio a que los acusados fueran llevados a la corte y tomaran asiento en la primera fila. Su padre se encontraba entre ellos. Los doce hombres se sentaron humildemente mientras aguardaban su juicio y su condena.

La corte se empezó a llenar de espectadores, muchos de los cuales venían de lejos para presenciar los ahorcamientos. Parecía que la población de Inverness se había duplicado de la noche a la mañana. Tan solo la cantidad de gente que había ido hizo que a Keira se le pusieran los nervios de punta y se le retorciera el estómago.

Los testigos comenzaron a tomar el estrado y a brindar testimonio contra los acusados. Al parecer, todos los que se hallaban en la corte estaban en su contra. Nadie habló para defenderlos.

Los espectadores solo parecían querer una cosa. ¡Muerte! Keira echó una mirada alrededor de la habitación y solo vio odio en los ojos de la gente. Después de que los testigos hablaran, el alguacil llamó a Magnus al estrado.

–Laird Magnus Sinclair, hijo de Athol, se te acusa de crímenes contra la iglesia y contra el rey de Escocia. ¿Está de acuerdo con estos cargos? –Preguntó Phillip entrecerrando los ojos y bajando la mirada hacia él.

Magnus se irguió en alto, sin vergüenza de sus acciones y mantuvo la cabeza en alto.

–Así es.

Phillip elevó la cabeza y se dirigió a la multitud.

–Como el acusado ha admitido su culpa, se lo sentencia a la muerte en la horca. Que Dios tenga piedad de su alma.

Ante la confesión de Magnus, Keira rompió en llanto. ¿Por qué no había suplicado piedad? No podía creer que había hecho lo que lo acusaban de hacer. Mientras los guardias tomaban a Magnus de los brazos para escoltarlo por la puerta trasera, Keira sintió que se iba a desmayar. No tenía la fuerza para ver morir a su padre. La imagen de él colgando de una soga ya se había deslizado en su mente y era más de lo que podía soportar.

–Ian, quiero regresar a mi habitación –le dijo entre jadeos.

Ian la envolvió en sus brazos y estaba a punto de llevarla cuando la puerta de la corte se abrió de par en par y comenzó la conmoción. Keira echó una mirada hacia atrás y vio a Rylan que forzaba a un hombre a entrar en la corte. La habitación quedó en silencio mientras todos miraban fijo al prisionero. Arrastrando los pies a sus espaldas, se hallaban laird Gudeman y varios de sus guardias.

De inmediato, la multitud inclinó la cabeza y la procesión continuó avanzando por el pasillo hasta la tarima. Laird Gudeman tomó asiento al lado de Phillip Stewart, con la atención fija en el prisionero.

Al notar la reacción de la multitud ante laird Gudeman, Keira se volvió hacia Ian.

–Ian, ¿por qué todos se inclinan ante laird Gudeman?

Ian apretó los labios antes de responder.

–Ian, ¿quién es? –preguntó nerviosa.

–El hombre es Jacobo, rey de Escocia. Para mantenerse a salvo, viaja de incógnito como laird Gudeman, para poder mezclarse con su gente. Solo unos pocos hombres conocen su verdadera identidad y debe mantenerse de esa manera. Lamento haberte mentido, pero no era mi secreto para compartirlo.

Los ojos de Keira volaron hacia Jacobo. Se sintió mortificada. Las cosas que le había dicho, la forma en que se había avergonzado delante de él. Ay, Dios, lo que debía pensar de ella.

–¡Habrá pensado que estaba loca al hablar de forma tan maleducada.

Ian hizo un gesto negativo con la cabeza y sonrió.

–No, muchacha. Jacobo es buen juzgador. A decir verdad, creo que disfrutó la conversación.

Keira se hundió en el asiento, quería esconderse de la vista de Jacobo.

~*~

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–Les traigo a laird Thomas Chisholm. Un hombre acusado de traición, de conspirar con los ingleses y de intentar asesinar al rey Jacobo de Escocia –afirmó Rylan.

Ian miró con desconcierto. ¿Ese era laird Chisholm, el hombre más peligroso de todas las Tierras Altas? Ese hombre no era más que un cobarde de aspecto débil.

Chisholm no era un hombre muy alto como sugerían los rumores, ni tampoco era ancho como un buey. Era obvio que esas creaciones estaban destinadas a aterrorizar a sus enemigos. A decir verdad, el hombre no parecía más que un rufián. Y pensar que ese hombre habría sido el marido de Keira. El solo pensar en eso, lo hizo enfadar. Chisholm no habría podido protegerla a ella ni a sí mismo. Ian no pudo creer la audacia del padre de Keira para acordar semejante arreglo.

Rylan recogió al hombre acobardado en el suelo por el cuello de la camiseta y lo arrojó sobre el banco de madera. Ian estudió los movimientos del hombre mientras Thomas se encogía en el asiento. El hombre no pronunció ni una palabra, ni intentó luchar contra sus acusadores.

Todo con respecto a esa situación parecía mal. Su captura parecía demasiado fácil. ¿Acaso Chisholm había planeado que Rylan lo capturara? Ian estaba seguro de que el hombre no se habría entregado fácilmente a menos que tramara algo. Aunque muchos de los rumores con respecto a él fueran falsos, era un hombre astuto y complicado. Para él, sería fácil orquestar un ataque con la cantidad de seguidores ingleses y enemigos escoceses que tenía. Ian repasó la sala mirando los rostros de los hombres en la multitud y sopesando sus acciones. El alguacil pidió silencio en la sala.

–Thomas Chisholm, se te acusa de muchos cargos de traición, de aliarte con los ingleses y complotar contra el rey de Escocia. ¿Qué tienes que decir al respecto de estos cargos?

La sala esperó ansiosa una respuesta, pero fue Rylan el primero en hablar.

–Mi laird, Chisholm no puede dar testimonio de sus cargos. No tiene la capacidad del habla.

La multitud de la sala comenzó a murmurar. Rylan continuó.

–Antes de encontrarlo, el maldito bastardo se cortó la lengua.

Los susurros alborotados de los espectadores se intensificaron. Ian sintió que Keira le tiraba de la manga de la camisa para pasar su mano por su brazo.

Inclinándose sobre él, susurró:

–¿Por qué haría algo tan horrible?

Ian se volvió hacia ella.

–Probablemente porque sabía que si lo torturaban, se llevaría sus secretos a la tumba.

–Laird Chisholm –dijo el alguacil–, asumo que puede oír bien. ¿Admite esos cargos?

Todos regresaron la mirada a Chisholm mientras aguardaban una respuesta. Él se sentó derecho en su asiento y negó vigorosamente la cabeza, negando los cargos. El alguacil miró a Jacobo que asintió con la cabeza.

–Como no puedes hablar y nadie se ha ofrecido a hablar por ti, basado en las pruebas, creo que usted, laird Thomas Christopher Chisholm, es culpable de todos los cargos. Por lo tanto, la corte lo sentencia a la muerte.

~*~

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Mientras encerraban a Chisholm, Rylan, Ian y Keira se apresuraron a abandonar la corte antes de que la multitud de testigos saliera a borbotones para presenciar los ahorcamientos.

–Rylan, ¿qué sucedió? –preguntó Ian, aún no se sentía bien con la situación.

–Me encontré con un pequeño grupo de hombres que acampaban cerca de la frontera. Habían capturado a Chisholm por la recompensa que había sobre su cabeza y pretendían traerlo aquí. Yo los escolté y mantuve a Chisholm en custodia.

–No parece bien –dijo Ian.

–¿A qué te refieres?

–¿No te parece raro que nos haya llevado meses cazarlo y capturarlo y, esos hombres tuvieron éxito?

–¿Qué estás pensando? –preguntó Rylan.

–Pienso que hay algo más.

–Puede ser, pero Chisholm se encuentra bajo custodia de los guardias del rey. Cumplimos nuestra misión, Ian, y ahora podemos regresar a casa.

–Sí, puede que tengas razón.

–¿No le brindarás testimonio a la corte? –preguntó Keira nerviosa.

–Jacobo ya te ha otorgado el perdón. Hablé con él esta mañana –dijo Rylan.

–¿Sí?

–Sí. Dijo que tuvo una conversación muy interesante contigo anoche –le aseguró Rylan.

Interesante no era la palabra que ella hubiera escogido para su explosión excéntrica.

–¿Qué pasará con mi clan? ¿Con mis hermanas?

–No sé qué va a pasar, pero de ahora en adelante tú eres la heredera del clan Sinclair, y estoy seguro de que Jacobo se encargará de la propiedad en tu ausencia. En cuanto a tus hermanas, son bienvenidas a quedarse con nosotros hasta que tengan la edad de encontrar un pretendiente –respondió Ian.

–¿Harías eso por mí? –tartamudeó Keira, sorprendida por su generosidad.

–Soy tu esposo, Keira. Haría lo que fuera por ti.

Keira levó la mirada al hombre que había considerado una bestia de las Tierras Altas, que tenía el corazón de las Tierras Altas.

Sin dudarlo, Keira se puso en puntillas de pie y envolvió los brazos alrededor de su cuello ancho. Lo atrajo hacia ella y sus labios se encontraron. Keira lo besó con fuerza y sin contenerse. Donde había oscuridad, él trajo luz. Donde había pena, él creó felicidad.

–¿A dónde vamos ahora? –preguntó queriendo poner todo ese asunto detrás.

–¡Nos vamos a casa!