Mientras Ian se mantenía ocupado con sus deberes de laird, Keira pasó los siguientes días aprendiendo todo lo que podía hacer para ayudar a administrar el castillo. Keira no estaba acostumbrada a compartir esas responsabilidades con otros. En el castillo Sinclair, el padre de Keira dependía de ella para mantener el personal organizado así como también para llevar los libros de contabilidad, el inventario y estar a cargo de las comidas. Aunque se estaba adaptando a su nuevo rol, Keira tenía que tener en cuenta que no era la única señora del castillo de Invercauld.
Lady Madeline Farquharson era una mujer joven, inglesa y no estaba acostumbrada a ensuciarse las manos. Era hija de un bajón inglés y había disfrutado los lujos de la vida. Estar casada con laird Farquharson no era uno. Se quejaba sin cesar sobre el aire frío de las Tierras Altas y las maneras hoscas de los miembros de su clan. No hacía falta decir que no estaba haciendo muchos amigos ni tenía idea de cómo administrar un castillo.
Lady Madeline era joven y no estaba preparada para asumir las responsabilidades de la señora de la fortaleza y tenía poca experiencia para llevar un castillo. Keira pensó en instruirla pero las criadas le recomendaron que no lo hiciera argumentando que lady Madeline era demasiado egoísta como para interesarse en eso.
Tras oír las historias de terror que contaban las criadas, Keira sintió pena de los criados que la tenían que atender. En más de una ocasión, había oído al personal de la cocina burlarse de la señora y, aunque sabía que estaba mal, no pudo evitar sentirse de acuerdo.
–¿Oyeron de la guerra que comenzó la señora Madeline contra el muchacho Peter esta mañana? –le susurró Sorcha a los otros.
–No.
–Hizo que el pobre muchacho le ensillara el caballo tres veces con tres sillas distintas, se quejó en cada ocasión de que estaban torcidas y eran incómodas.
–¡Por todos los cielos! Laird Farquharson le acaba de comprar una. No sé cómo la tolera. Que Dios bendiga a ese hombre.
Las criadas se callaron cuando lady Madeline entró en la cocina. Parecía lista para atacar a alguien como un felino salvaje. Su cabello negro se había salido del peinado y el vestido verde estaba cubierto de heno. Tenía los ojos rojos de llorar. Antes de que lady Madeline pudiera hablar, Keira se retiró en silencio a la esquina como si se estuviera preparando para el ataque explosivo de Madeline.
–Ay, milady, ¿qué le pasó? –le preguntó una de las criadas.
Escupiendo las palabras como si la mujer no pudiera entender inglés, respondió:
–Ese condenado intento de muchacho me dio un caballo salvaje para montar. En cuanto me subí al caballo, corcoveó. Salí disparada y caí sobre una pila de heno. ¡Lo hizo a propósito, te lo digo, solo para molestarme! Me podría haber quebrado el cuello. Pero eso es lo que quieren, ¿no es así? A ninguno de ustedes les agrado. Intentan enviarme de regreso a Inglaterra.
Para ser tan joven, tenía una lengua tan afilada como una daga.
–Milady, nunca desearíamos eso –dijo Sorcha, defendiendo a los miembros de su clan.
–¡Bueno, espero que castigues a tu hijo como corresponde!
–Por supuesto, milady –murmuró Sorcha.
–¡Qué bien! Quiero que me informen cuando regrese el idiota de mi marido, ¿comprendieron? –demandó lady Madeline.
–Sí, milady.
Unos momentos después, Peter asomó la cabeza en la cocina.
–¿Se ha ido?
Sorcha lo tomó de la oreja y lo arrastró adentro de la cocina.
–Petey, ¿qué has hecho? –le preguntó Sorcha golpeándole el cuello.
–¡Nada! No es mi culpa que el caballo corcoveara. A la yegua no le agrada ella.
Keira se sumó a los otros y habló en defensa del muchacho.
–Oí que algunos animales sienten el mal. A lo mejor, el caballo escoge al jinete y no es al revés –dijo sonriéndole a Peter, con la esperanza de reconfortar al muchacho.
–Sí, pero no me queda más opción que castigarte. Corre a casa. Esta noche no cenarás –dijo Sorcha.
–¡Pero no hizo nada mal! –argumentó Keira.
–Es lo que es, lady MacKay. Como vivimos en su casa, debemos cumplir sus deseos.
–Sí, pero tú eres una MacKay, no una Farquharson. Si vamos a vivir bajo el mismo techo, ella no puede esperar poner todas las reglas. Hay dos clanes que viven aquí y el de ella no tiene superioridad por sobre el nuestro.
–Gracias, milady –respondió suavemente Sorcha, con una sonrisa honesta.
–¿Por qué?
–Por ser una señora amable.
El comentario de la mujer la llenó de alegría. Estaba feliz de que la recibieran con los brazos abiertos. No había conocido a ningún MacKay que no le agradara.
En cuanto a lady Madeline, intentar trabar amistad con la mujer parecía ser tan inútil como un cuchillo desafilado. En lugar de intentar hacer las paces con la mujer, Keira pasó la mayor parte del tiempo concentrada en el clan de su marido; su clan, como se corregía a menudo. Sabía que bien se podría acostumbrar a decir eso, sin importar que la realidad la golpeara o no.
Keira comenzó a aprender los nombres de los miembros del clan, así como también a sus familias y donde vivían. Mientras andaba hacia la aldea, dos de los soldados de Ian la seguían.
–¿Los puedo ayudar? –les preguntó.
–No, milady. Pero nos preguntábamos si nosotros la podemos ayudar a usted.
–No. No pedí ayuda así que pueden continuar con sus deberes.
–Usted es nuestro deber, milady.
–¿Qué significa eso?
–Laird MacKay dijo que debíamos seguirla y mantenerla a salvo.
–¿Mantenerme a salvo? ¿De qué? ¿Estoy en peligro?
–Bueno, no, milady. Pero el laird nos dio órdenes estrictas y debemos cumplirlas.
–Bueno, en ese caso, le pueden informar a su laird que no necesito protección. Solo me dirijo a la aldea para conocer a los miembros del clan.
–Lo siento, milady, pero no nos iremos de su lado.
Keira resopló ante la tonta actitud protectora de su marido.
–¡Bueno, entonces me tendrán que seguir a donde vaya! ¿Cómo se llaman?
–Yo soy Seamus Fraser, milady, y él es mi hermano, William.
–En circunstancias normales, diría que es un placer, pero creo que podemos acordar que cualquier orden que venga de laird MacKay no es una circunstancia normal.
Keira y sus dos guardias autoritarios se dirigieron a visitar cada cabaña para ver si había algo que necesitaran. Cuidar del clan era una de sus responsabilidades en casa por lo que se tomó la tarea de hacer lo mismo allí.
La lista era larga ya que se habían pasado por alto varias cosas. Muchos de los hogares habían sido dañados en tormentas recientes y necesitaban reparaciones. También parecía haber una falta de elementos básicos en el castillo, como velas y platos. Ni siquiera tenían un suministro moderado de sal, que era un elemento esencial. Keira organizó su lista, se aseguraría de que los elementos más importantes se produjeran primero. A lo mejor, podía enviar a los hombres de Ian al mercado a comprar lo que más necesitaban.
Keira aguardó durante horas a que regresara Ian de los campos con los hombres. Pero en cuanto lo vio, estaba muy ocupado como para reparar en ella. Él se sentó con un grupo de guerreros y comenzó a discutir asuntos del rey y de las amenazas y la rebelión. Keira se sentó en el otro extremo de la mesa y aguardó con paciencia.
Al final de cada conversación comenzaba otra. Eso no iba a ningún sitio y si no hablaba en ese momento, nunca tendría su oportunidad.
–Mi laird, ¿debo tener una cita para hablar contigo un momento? –le preguntó sarcásticamente interrumpiendo a uno de los miembros del clan que hablaba con su laird.
Ian le sonrió y el comentario le pareció divertido. Keira le frunció el ceño.
–No, muchacha, no necesitas una cita. ¿Qué es lo que quieres?
Keira se incorporó y se dirigió hacia Ian.
–Deseo hablar contigo en privado.
–¿Es tan importante que no puedes esperar?
–Deseo discutir mis preocupaciones contigo.
–¿Y qué preocupaciones son esas?
Keira miró a los hombres cuyos ojos se encontraban en ella antes de regresar la atención a Ian.
–Bueno, para empezar, no necesito que tus guardias me sigan todo el día –dijo mirando a sus dos sombras.
–¡Eres la señora del clan MacKay! No se te permitirá andar sin una guardia que te proteja. ¡Es demasiado peligroso! Nada de lo que digas me hará cambiar de parecer. ¿Y qué es la segunda cosa?
Keira gruñó.
–Mientras estabas fuera, hice una lista de cosas que muchos de los aldeanos necesitan. ¿Sabías que dos de los miembros de tu clan están enfermos de gravedad? Necesitan un sanador pero no pude encontrar uno. Los hubiera cuidado yo misma, pero no hay suministros para atenderlos. Insisto en que envíes a alguien al mercado de inmediato.
Ian la miró fijo, sin habla, con el rostro en blanco.
–¿Y cómo te enteraste de todo eso?
–Visité a todos los miembros del clan y les pregunté acerca de sus preocupaciones.
–¿Preocupaciones?
–Sí, uno siempre debe asegurarse de que los integrantes de su clan están bien cuidados. Como tú no te has encargado de eso, lo hice yo misma.
Ian se veía irritado por su respuesta. Se incorporó de la silla, se disculpó con los otros y tomó a Keira del brazo. Cuando estuvieron a solas, continuó.
–Muchacha, no necesito que me digas cómo administrar mi clan. Y debes prometerme que nunca me volverás a hablar así delante de mis hombres.
–¿No se me permite expresar mis pensamientos?
–Sí, puedes expresar todo lo que quieras, pero a solas en nuestra recámara.
–Bueno, discúlpame esposo, pero yo pedí un momento a solas y tú te negaste. Lo siento, mi laird, si te hice sentir inferior, pero no me disculparé. Como señora del castillo, es mi deber controlar el castillo y el clan.
–¿Por qué sentiste que era tu deber llevar a cabo mis tareas?
–¡Porque tú estabas ocupado! En el castillo Sinclair era mi deber cuidar de los miembros del clan y llevar el hogar.
–Bueno, aquí no es tu deber.
–¡Bueno, se me está complicando entender cuál es mi deber!
–Tu deber es ser la señora del clan MacKay.
–¿Y eso qué implica? ¡Coser y confeccionar tapices! Soy capaz de hacer mucho más que el simple trabajo de una mujer, Ian.
–No lo estoy discutiendo, muchacha. Solo estoy diciendo que esas cosas no deberían ser asunto tuyo.
Keira estaba a punto de discutir, pero Ian se apresuró a interrumpirla.
–Pero... Le echaré una mirada a la lista y me aseguraré de que lo que tú consideras esencial se haga. Pero la próxima vez que quieras encargarte de esto, pregúntame antes.
–Estaré de acuerdo siempre y cuando te comprometas a darme responsabilidades. No estoy acostumbrada a no hacer nada. Debería ayudar a llevar el hogar.
–No, muchacha. Tu lugar está a mi lado –dijo él, envolviéndola en sus brazos y cubriéndole la boca con sus labios.
Keira se alejó un poco.
–¡No puedes desechar mi determinación con dulces besos, Ian! –se quejó.
Los labios de Ian se encorvaron. Elevó una ceja y puso cara de engreído. Antes de que Keira pudiera decir nada más, Ian apretó los labios contra los de ella. Su arrogancia orgullosa y engreída no la iba a dejar ganar esa batalla. Ella lo dejaría ganar esa pelea y disfrutar la victoria, pero la próxima vez no sucumbiría con tanta facilidad.
Para el anochecer, Keira buscó a Leland para saber si había llegado su mensaje de laird Sutherland. Estaba agradecida de que hubiera llegado a tiempo. En la carta que Leland le entregó, Isaac había accedido a encontrarse con ella para discutir los términos de la entrega de sus tierras ya que su carta no incluía los detalles del acuerdo. Sutherland había sugerido encontrarse en el mercado de Kildrummy, a casi media tarde cabalgando, la tarde siguiente. Lo único que tenía que hacer era convencer a Ian de que la dejara ir.