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Capítulo 28

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–¡Ian! –Gritó Leland–. Los hombres han regresado.

Ian se levantó de un salto del suelo. Podía ver a los hombres que había enviado Leland cabalgar hacia ellos.

–Mi laird, vimos hombres Sutherland no muy lejos de aquí. Pero no había ninguna señal de lady MacKay –informó Rylan.

–¿Cuántos? –preguntó Ian.

–Por lo menos veinte hombres.

Leland regresó a Ian y le preguntó:

–¿Qué piensas?

Ian se volteó para ver el horizonte y sopesó su siguiente movimiento. Como cualquier juego de guerra, Ian sabía que debía planear su estrategia primero para encontrar a Keira; era como un juego de ajedrez. La mayoría de los guerreros bien entrenados en la batalla ponían a sus hombres en posición y luego atacaban. Pero si el guerrero esperaba ganar, debía prevenir el movimiento de su oponente primero. Cualquier hombre puede correr hacia el campo de batalla empuñando una espada y con la esperanza de acertar en su objetivo, pero un hombre inteligente esperaba para hacer que cada ataque contara.

Ian supuso que si laird Sutherland se había llevado a Keira, no querría ponerla en peligro. Querría mantenerla a salvo y lejos de su batallón. No le serviría de nada estando muerta. Por ende, perseguir a sus hombres solo lo distanciaría más de Keira y podría resultar en la pérdida innecesaria de la vida. Si sus hombres estaban directamente al norte y el mar se encontraba justo al este de su posición, la única opción era dirigirse al oeste.

–¡Vamos al oeste!

–¿Qué hay de los Sutherland? –Preguntó Rylan–. Seguramente no pretendes dejarlos sin más.

–Mi única preocupación es lady Keira. Quizás deberíamos dejar a algunos hombres. Si creen que estábamos muy ocupados luchando contra sus hombres, los podremos sorprender cuando menos se lo esperen.

–Yo me quedaré con algunos hombres. No estamos lejos de las tierras de los Fraser. Encontraremos refugio allí –sugirió Rylan.

–Cuídate, amigo. Buena suerte –dijo Ian ofreciéndole la mano a Rylan.

Rylan tomó la mano entre la suya.

–Lo haré. No te preocupes por los Sutherland. Se estarán persiguiendo sus propias colas para el anochecer. Planeo dirigirme al sur por la mañana. Te contactaré luego de pedirle al duque de Annandale mi perdón. Cuando me lo concedan, seré un hombre libre y podré regresar a casa en las Tierras Altas.

Rylan y cuatro hombres más montaron en sus caballos y se dirigieron al norte. Ian, Leland y los soldados que quedaban cabalgaron hacia los vientos del oeste.

Luego de cabalgar durante casi una hora, Ian divisó las mismas huellas de carreta que habían seguido el día anterior. Su esperanza se renovó en cuanto las vio. Las huellas aún estaban frescas y sabía que solo sería cuestión de tiempo dar con el campamento. Cuanto más al oeste se adentraban, la densidad de árboles daba paso a pequeños bosques, arbustos y pastizales.

Cruzaron el territorio extenso y llegaron a los pies de las montañas rocosas de Beinn Dearg. Con una cima pronunciada, alcanzaba más de novecientos metros en el aire y ningún caballo ni carreta podía subirla. La única forma de atravesarla era el pasaje a través del valle entre los encuentros de las montañas.

Mientras continuaban el ascenso, el aire se volvió más espeso, e hizo que los hombres respiraran entre jadeos. Los vientos fuertes soplaban feroces como si se aproximara una tormenta desde el norte.

Conducir a sus hombres a un territorio abierto y sin protección nunca le había sentado bien a Ian, pero la seguridad de Keira era más importante. Cuanto más tiempo pasara en las manos del enemigo, más peligro corría, por lo que Ian no tenía más remedio que continuar el camino.

~*~

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La noche dio paso al día mucho más lento de lo normal. A lo mejor era porque el sueño la había eludido o ,a lo mejor, porque el tiempo se había ralentizado de forma innatural. Keira yació sobre el camastro con los ojos secos de tanto llorar. Con la vista perdida, aguardó una audiencia con su padre.

Su engaño desleal cavó un hoyo tan grande en su alma que sintió que la hubiera apuñalado en el corazón con su propia daga. Por lo menos, en ese escenario, tendría la dignidad de mirarlo a los ojos antes de que la traicionara en lugar de la fachada cobarde que había creado.

Habían pasado casi dos días y no había señales de Ian. Su fe se debilitaba con cada momento que pasaba, tenía la esperanza hecha añicos. No tenía idea de por qué se aferraba a la esperanza. Thomas le aseguró que Ian se enfrentaría a los Sutherland en un ataque sorpresa que él mismo había orquestado, y ella no dudaba de que cada palabra que decía era cierta. Sabía que laird Chisholm era un hombre influyente. ¿De qué otra forma habría convencido a tantos escoceses de conspirar contra el rey?

Eran tiempos oscuros para Escocia. Si el plan de Thomas tenía éxito, el trono inglés tendría precedencia sobre Escocia. Pero, si eso sucedía, ¿qué sería de los escoceses que eran leales a Jacobo? Sin duda, Enrique, el rey inglés, los echaría como ratas y Escocia perdería para siempre la independencia que tantos siglos de lucha le había llevado ganar. ¿Qué pensarían sus antepasados? Tantos hombres grandiosos habían muerto por la libertad de Escocia y ahora Escocia estaba en las manos de la piedad de un hombre.

La malicia de Thomas era enfermante. Ella no entendía sus motivos o lo que ganaría al entregarle Escocia a la corona inglesa. Su traición debía valer su peso en oro, pero Keira no se sorprendería si los ingleses no cumplían sus promesas.

Sin embargo, el rey Enrique tendría el apoyo necesario para avanzar en la guerra contra Francia. A lo mejor, de eso se trataba todo. Era de conocimiento público que Inglaterra y Francia estaban en guerra.

Keira se reprimió por no haber prestado más atención a la política mundial. De haber sabido al menos un poco más, estaría mejor preparada antes de convertirse un peón en ese juego.

La puerta de la carpa de Keira se abrió y su padre entró. Keira notó al guardia parado afuera de la carpa. ¿Acaso Chisholm tampoco confiaba en él?

Keira miró a su padre mientras su expresión permanecía intacta. Esperaba que sintiera vergüenza y humillación por haber desgraciado a la familia. Esperaba que se sintiera lleno de culpa y que lo carcomiera por dentro.

Antes de que entrara en la carpa, Keira ya había decidido que no aceptaría disculpas ni excusas de ese hombre. Nada de lo que pudiera decir la harían cambiar sus sentimientos. Para ella, él ya estaba muerto y ya se había despedido de él. Ese hombre de pie ante ella era solo la carcasa de quien una vez fue su padre.

–No tengo nada que decirte –le dijo, mirándolo con asco–. La única pregunta que tengo es si mi madre lo sabía.

El padre de Keira mantuvo la frente en alto, lo que la enfureció aún más. Ella esperaba que cayera de rodillas y le rogara perdón, pero en cambio se mantuvo en sus trece.

–No, y tus hermanas tampoco –respondió–. Hice lo que tenía que hacer para proteger a mi familia –dijo, sin emoción al hablar.

–No, padre, hiciste lo que tenías que hacer solo para protegerte a ti mismo. No pensaste en tu familia ni en tu clan. Mamá estaría deshonrada por lo que has hecho –respondió con palabras tajantes como espadas.

El padre de Keira dio un paso hacia el frente y la abofeteó en la cara. Ella se tambaleó por la fuerza de la mano. Se le llenaron los ojos de lágrimas y le ardió la mejilla del golpe.

–No me hablarás de esa forma –dijo con un tono enfadado y grave–. Aún eres mi hija.

Keira apretó los dientes, desesperada por atacarlo, pero por primera vez en la vida, le temió. En un momento que le cambió la vida, él la despojó del habla. Su padre había sido un hombre duro, pero nunca la había golpeado a ella ni a sus hermanas. Ella creció admirándolo como cualquier niño adoraría a su padre, pero ese hombre ya no era su padre. ¡Era un monstruo!

–Harás lo que te diga laird Chisholm y nada más –le ladró la orden con los ojos fríos como el hielo.

–Laird Sinclair –dijo el guardia asomando la cabeza por la carpa–. Tenemos compañía. Se han visto jinetes que se dirigen hacia aquí.

Magnus asintió secamente y miró a Keira con una advertencia en los ojos mientras ella se escudaba en sus palabras y lo odiaba aún más. Fríamente se volteó y abandonó la carpa.

El corazón de Keira se aceleró ante la novedad de los jinetes que se aproximaban. Solo quería que se tratara de Ian. No sabía si saltar de alegría o mantenerse cabizbaja para evitar la desilusión. Juntó las manos, se las llevó al pecho y dijo una plegaria y rogó porque fuera él.

Nada la complacería más que estar de regreso en los brazos cálidos y seguros de su marido. Juró que nunca más abandonaría su lado.

~*~

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Cuando Magnus salió de la carpa, Thomas lo atacó con una hoja en mano, llevado por la furia, como un toro rabioso.

–¡Maldito bastardo! ¡Los guiaste hasta aquí! –gritó Thomas con la voz resonando a su alrededor.

–¡No lo hice! –se defendió Magnus en voz alta.

–¿De qué otra manera nos habrían encontrado? ¡Este escondite está lejos del camino y de los ojos de los mirones! ¡Fuiste descuidado!

–Seguí tus instrucciones al pie de la letra. Se suponía que se dirigirían al norte para saludar a los Sutherland. ¡A lo mejor, no se puede confiar en Sutherland! ¡Tú mismo dijiste que Sutherland era un bastardo mentiroso! ¿Recuerdas lo que te dije en Inverness? ¡Nunca confié en los Sutherland!

Thomas miró a Magnus sospechosamente. A lo mejor, era en Thomas en quien no se podía confiar. Cuando Thomas lo abordó por primera vez para crear una alianza, Magnus dudó de acceder, pero no se podía culpar a un hombre que no estaba cuerdo. Había dejado de preocuparse por el mundo tras la muerte de su esposa y su luto llevó a la ruina de su propio clan.

Thomas le ofreció la salvación. El mundo estaba cambiando y Magnus estaba desesperado por cambiar con él. Thomas le prometió muchas cosas, incluso protección para sus hijas y una propiedad en Inglaterra donde podría vivir pacíficamente hasta el fin de sus días alejado de la política y de las presiones de la iglesia.

Le llevó cinco largos años para darse cuenta de que no era digno de ser el laird de su clan. Ni siquiera se podía cuidar a sí mismo, mucho menos a su clan. Miró a Chisholm como el mentor que lideraría al clan Sinclair a la victoria. Pero estaba equivocado. No debería haber dejado que Chisholm lo ayudara a escapar de las garras de la guardia del rey en Inverness. Debería haber muerto ese día en el calabozo en vez de permitir que esa farsa continuara.

Magnus se paró orgulloso frente al alguacil de Ross-Shire mientras admitía sus crímenes. Sabía que un día tendría que responder por ellos; pero lamentaba haber involucrado a su hija Keira. Ella nunca debió haberse visto involucrada. Ese era el único motivo por el que accedió al matrimonio con Thomas Chisholm. Él la iba a mantener a salvo.

Magnus miró por encima del hombro para robarle una mirada a su hermosa hija. En el momento en que vio sus ojos rojos lo invadió el pánico. Dios, se veía como su madre. Magnus apretó los puños a los lados. Lleno de vergüenza y arrepentimiento, nunca se perdonaría. Ningún hijo debería ver a su padre vergonzosamente colgado de la soga. El cuadro que se imaginó la perseguiría para siempre, sin importar cuán enojada estuviera con él.

Hasta que los guardias del rey entraron, aceptó su destino en la soga. Si iba a morir, mantendría su honor e integridad hasta el último aliento. Pero cuando los guardias se acercaron, un hombre salió de la multitud, laird Thomas Chisholm, disfrazado de guardia del rey. Nadie lo reconoció, excepto Magnus.

Se quedó de pie con una sonrisa torcida y la mirada fija en Magnus. Asintió en silencio y Magnus supo que su gracia salvadora había llegado y que no moriría ese día.

Thomas y otro guardia cogieron a Magnus de los brazos y lo condujeron a la parte trasera de la corte, pero en vez de dirigirse a los calabozos, voltearon en un corredor oscuro que conducía a un hueco abierto fuera del castillo.

Magnus espió por el agujero y miró las aguas turbias del foso que rodeaban al castillo.

–Salta –oyó decir a uno de los hombres detrás de él.

Magnus hizo lo que le indicaban y saltó al agua. Con el impacto del peso y el tamaño, el agua hizo un salpicón ruidoso pero quedó cubierto por los cantos de los espectadores que se hallaban cerca de los calabozos. Los otros dos hombres saltaron en el agua detrás de él y los tres nadaron por el canal pequeño hasta que estuvieron a una distancia segura y fuera de la vista de los guardias del castillo que se encontraban sobre las paredes del mismo.

–La confianza se está convirtiendo en algo muy raro, ¿no te parece? –Preguntó Thomas–. Les di mi confianza a muchos hombres y, ¿sabes qué he aprendido?

–¿Qué? –preguntó Magnus impaciente.

Thomas se paró más cerca. Exhaló, quedó en silencio de pie con la vista fija en el suelo.

–Que si quieres algo bien hecho –dijo al tiempo que extraía su daga y se la clavaba en el lateral a Magnus–, tienes que hacerlo tú mismo.

El retorcijón de Thomas al extraer el cuchillo dolió más que el impacto inicial. La mano de Magnus voló al hombro de Thomas al sentirse desvanecer por el dolor y la pérdida de sangre que se derramaba por la pierna. Clavó los dedos en el hombro de Thomas, exhaló y colapsó violentamente en el suelo. Con los ojos apenas abiertos, observó a Thomas dar un paso hacia atrás y limpiar la hoja en la manga.

Thomas lo miró sin emoción. Se limpió el ceño, se inclinó y colocó la mano en la espalda de Magnus. Magnus gruñó al sentir el roce, aunque su cuerpo estaba demasiado débil como para moverse. Se estaba muriendo.

–Es una pena que las cosas salieran como salieron, viejo amigo. Pero la verdad es que tú me necesitabas más que yo a ti –susurró Thomas.

Esas fueron las últimas palabras que Magnus Sinclair oiría.