Maya apretó el botón del ascensor por tercera vez, preguntándose si estaría roto.
—Vas a acabar estropeándolo si sigues apretando así —dijo Sawyer.
—Sabía que tenías que haberte quedado en casa —gruñó ella. No debía andar tanto sólo dos días después del accidente, pero había insistido en acompañarla a recoger a Joey—. ¡Por fin! —la puerta se abrió y Maya entró con la bolsa de pañales del niño al hombro y una sillita para el coche en la mano. Sawyer la siguió.
—Unos minutos más y será tuyo —dijo, apretándole la mano—. ¿Estás nerviosa?
Maya asintió y tragó saliva con dificultad.
—Y también estoy asustada. No tengo ni idea de en qué consiste ser madre y mis padres no fueron modelos a imitar. No quiero meter la pata.
—Tus padres hicieron bien lo más importante —llegaron a la quinta planta y la puerta se abrió. Maya lo miró sin saber a qué se refería—. Ellos te querían y tú quieres a Joey. El resto vendrá solo.
—¿Sabes, Sawyer Morente? A veces eres sorprendente.
—¿Significa eso que me he ganado otro masaje?
—Tal vez —los recuerdos le provocaron sofocos por todo el cuerpo—. Si eres bueno.
—Cariño, yo siempre soy bueno —dijo, deslumbrándola con su sonrisa—. Vamos a por tu bebé.
Cat estaba en el nido acabando de cambiar a Joey y sonrió al ver a Maya y a Sawyer.
—Apuesto a que venís a llevaros a este hombrecito a casa —dijo—. Lo voy a echar de menos. Tendréis que traérmelo de visita.
—Lo haré —Maya se inclinó a besar a su bebé—, pero por ahora ya hemos tenido suficiente hospital por una temporada.
Mientras ella buscaba ropita en su bolsa para ponerle al niño, Cat empezó a hablar con Sawyer.
—Paul me dijo lo del accidente en casa de los padres de Maya. Deberías estar en casa descansando —le dijo.
—Es lo que le dijo yo —apuntó Maya.
—El descanso está sobrevalorado —Sawyer se acercó a Maya y la miró a ella y al niño con expresión arrobada—. Tenía mejores cosas que hacer.
Maya levantó la vista y sus ojos se encontraron; en sus ojos se veía que él comprendía perfectamente el batido de emociones que estaba viviendo ella, y eso hizo que se le formara un nudo en la garganta.
Sawyer le acarició la mejilla y le enjugó una lágrima.
—Todo irá bien, créeme. Ya eres una gran madre y Joey es un chico con suerte.
—Desde luego —los dos se giraron al oír la voz de Lia—. Y ya está listo para ir a casa. Cat te daré unos papeles para que los rellenes y podrás marcharte a casa con él. A no ser que tengas alguna pregunta, no tienes que venir hasta dentro de un par de semanas —se volvió a Sawyer—. Pero a ti no tenía que verte en absoluto. ¿No se supone que debes estar…?
—Sí, descansando. Eso dice todo el mundo —se excusó él, sin dejar de mirar a Maya y a Joey—. Eso no se me da nada bien.
Maya sonrió y acabó de vestir a Joey.
—Descansará en cuanto lleguemos a casa. Me aseguraré de ello —dijo Maya, sin pensar en lo reveladoras que eran sus palabras.
Se dio cuenta en cuanto miró las extrañas miradas de Lia y Cat. Lia parecía decepcionada y Cat tenía una sonrisa de oreja a oreja. Esperaba que Sawyer se sintiera molesto por su declaración de que estaban viviendo juntos, pero no dejó de sonreír. Maya dudó que alguien creyera que aquel había sido un arreglo de conveniencia y nada más que eso.
Para romper la tensión del momento, acabó con Joey y le pidió a Cat los papeles. Sawyer se quedó junto a Joey hasta que ella acabó, y cuando se giró y los vio juntos, Maya se sintió más tranquila por el hecho de llevar a Joey a casa de Sawyer.
Cuando llegaron a casa, ella se sentó en el sofá para dar de mamar al niño, y Sawyer, con mucho tacto, fue a hacer otra cosa mientras, volviendo justo antes de que Joey acabara.
—Puedes pasar —dijo ella, cubriéndose con una manta fina—. Está hecho un tragón.
—Normal. Está creciendo —repuso Sawyer, sentándose con una mueca de dolor en su sillón. Tal vez tenía que haber descansado más esos dos días, como le decía todo el mundo—. Ni lo menciones —dijo, cuando Maya abrió la boca—. Ya tengo suficiente tortura.
Y por varios motivos, pensó él mientras observaba su preciosa expresión al mirar a su hijo. Aquello le tocaba algún punto cercano al corazón.
—Tal vez Joey y tú deberíais ir a echar una siesta juntos —dijo, dándose cuenta de que había estado medio soñando.
—No creo que quepamos los dos en su cuna —dijo ella, con una sonrisa mientras se acababa de abotonar la blusa y se colocaba al niño sobre el hombro.
Sawyer tuvo que resistir la tentación de ofrecerle echarse la siesta con él. Maya lo miró y pareció leerle el pensamiento, pero cambió de tema.
—¿Quieres tomar al niño en brazos? Creo que aún no has tenido la oportunidad, después del parto, claro.
Sawyer asintió con una sonrisa y Maya le puso al niño en los brazos. Él no sabía qué sensaciones tendría, pero desde luego no estaba preparado para aquella oleada de emoción que le hizo un nudo en la garganta.
—Es sorprendente, ¿verdad? —preguntó Maya.
—No entiendo como la gente puede renunciar a esto —dijo Sawyer, repitiendo las palabras de Maya acerca de su novio la noche del parto, pero pensando en su propio padre. Tal vez Cort tuviera razón y fuera hora de hablar con Jed Garrett.
Sawyer no podía imaginar un vínculo más fuerte, y si Joey fuera su hijo, sabía que nada en el mundo podría hacer que le diera la espalda. Aunque no tenía derecho a sentir aquello, sabía que le resultaría muy duro cuando Maya se marchara y él tuviera que pretender que no le importaba no formar parte de la vida de Joey. Muy, muy duro.
Maya los miró y se sentó sobre el reposabrazos del sillón, con la mano apoyada en el hombro bueno de Sawyer. Él la miró y después miró al niño, profundamente dormido, y dijo:
—Creo que todo va a ir bien.
Tres días después, Maya empezaba a dudar de que todo fuera a ir bien.
Después de tres noches en vela, sus fuerzas empezaban a flaquear. Además, empezaba a dudar de que estuviera haciendo las cosas bien.
Por otro lado, el ver a Sawyer dar vueltas por la casa como un tigre encerrado, también la alteraba. A pesar de su promesa de ocuparse de él, Maya apenas tenía tiempo más que para el niño. Cuando Cort pasó por casa para llevarse a su hermano a desayunar fuera, Maya estuvo a punto de besarlo.
—Seguro que te viene bien que te quite a este gruñón de encima un rato —le había dicho.
Tenía millones de cosas en la cabeza: el niño, la recuperación de Sawyer,, encontrar un trabajo y un sitio donde vivir. Estas dos últimas eran las que más le preocupaban.
La cuarta mañana, estaba sentada a la mesa de la cocina con una infusión en las manos y el aparato de escucha de Joey sobre la mesa cuando sonó el timbre. Imaginó que sería Paul o alguno de los amigos de Sawyer, que no eran conscientes de lo que significaba tener un bebé en casa y pasaban a cualquier hora a ver cómo se recuperaba. Cuando se iba a levantar a abrir, vio a Regina entrar en la cocina con dos enormes bolsas de la compra.
—Buenos días. He entrado sola para no molestar —dijo—. Siéntate, tienes que aprovechar cada momento de paz. Yo me ocuparé de esto. He traído enchiladas, sin carne —dijo, con un guiño.
—Gracias —respondió ella, devolviéndole la sonrisa a la mujer—. Voy a engordar con tus comidas, pero te prometo que no dejaré a Sawyer morir de hambre.
—Sawyer no me preocupa. Él siempre se ha cuidado solo, a pesar de meterse en tantos líos, pero tú… —Regina miró a Maya de arriba abajo—. Necesitas a alguien que te cuide; estás intentando abarcar demasiado tú sola.
Maya sintió deseos de echarse a llorar en brazos de la buena mujer. Además, Regina había ido cada día con comida para alimentar a un regimiento y se había ofrecido a cuidar del bebé mientras ella salía a comprar algo o a empezar a buscar trabajo, aunque Maya sabía que tenía un motivo oculto.
Desde el principio, era obvio que la mujer creía que Maya y el niño eran lo que Sawyer necesitaba y había tratado de hacer de celestina.
—Oh, ya me acostumbraré —dijo ella, levantándose a preparar una taza de té a la mujer—. Cuando me acostumbre a hacerlo todo a la vez, todo ira bien.
Regina se echó a reír.
—Cuando lo averigües, no se te olvide decirme el truco. Sawyer es la única persona que conozco que ha sabido destacar en todo lo que hacía.
—Sí, lo recuerdo en el instituto —como había dicho Val, Sawyer siempre había sido de los mejores estudiantes y deportistas—. ¿Siempre fue así?
—Sí. Su padre era, ay, un hombre terrible —la mujer pareció perderse en sus recuerdos mientras bebía el té—. Creo que Sawyer pensaba que tenía que probarle que merecía su cariño siendo bueno en todo.
Maya pensó en Joey y si él se sentiría así cuando creciera, si sentiría que no era lo suficientemente bueno para un padre que no lo amaba. ¿Y Sawyer? ¿Aún seguía probándose a sí mismo? Sintió ganas de llorar.
Regina la miró comprensiva, pero antes de poder decir nada, oyeron voces masculinas en el exterior y poco después hacían su entrada en la cocina Cort y Sawyer. Regina corrió a abrazar a Cort mientras Maya sonreía a Sawyer.
—¿Has tomado suficiente café? —preguntó esforzándose por parecer alegre.
Para su sorpresa, él no respondió con alegría.
—Sí. Durante dos horas —por el gesto tenso de su mandíbula y sus hombros, Maya supo que algo había pasado con el café o con Cort—. ¿Y tú? ¿Has podido descansar?
—Oh, hemos estado hablando de ti —dijo Regina, que se levantó y recogió las bolsas vacías—. Y ahora me marcho para que puedas descansar de verdad.
—Voy contigo. Yo también me tengo que marchar —dijo Cort. Después miró a Sawyer—. Ya hablaremos.
—Seguro.
Maya se despidió y subió a ver a Joey mientras Sawyer despedía a su hermano y a Regina. Cuando bajó, vio que él estaba sentado en su sillón con el ceño fruncido.
—¿Joey está bien?
—Completamente dormido. ¿Y tú?
—Genial.
—No lo parece —caminó hacia él y le masajeó los hombros—. Estás tan relajado como de costumbre. ¿Te vuelve a doler la cabeza?
—¿Te refieres al dolor de cabeza que no se me ha quitado?
—A ese mismo. Vamos —dijo, llamándolo para que fuera al sofá—. Siéntate. Vendré enseguida.
Volvió al poco tiempo con una taza de té y una botella.
—¿Qué es? —preguntó él, olisqueando la taza—. Huele a rayos.
—Infusión de pelo de ratón y trementina —dijo, muy seria, lo que provocó una cara de alarma en él que hizo que Maya riera muy a gusto—. Manzanilla con miel. Te ayudará con el dolor de cabeza, te lo prometo.
—¿Sabe tan mal que me olvidaré de que me duele la cabeza? ¿Es eso? —gruñó él—. ¿No podría tomar uno de esos antiguos analgésicos?
—Es mejor para ti —esperó a que se lo hubiera bebido todo y se puso un poco del aceite que contenía la botella en las manos. Un aroma a madera los envolvió—. Esto también te ayudará. Intenta relajarte, aunque ya sé que eso no es uno de tus puntos fuertes.
Cuando sus manos empezaron a moverse en círculos sobre su espalda, Sawyer intentó relajarse. Aunque no daba mucho crédito a su capacidad sanadora, tenía que reconocer que la combinación del aroma y el masaje rítmico reducía la tensión y hacía que el dolor de cabeza disminuyese.
—¿Qué historias te ha estado contando Reggie? —preguntó para distraerse de lo bien que se estaba sintiendo más que porque realmente le interesase.
—Lo normal. Lo maravilloso que eres y que todas las mujeres de Luna Hermosa desearían estar donde estoy yo ahora mismo. Aunque supongo que ya habrás salido con la mitad de ellas.
—¿Eso crees?
—Lo supongo. Bueno, tú eres, quiero decir…
—Sólo para tu información, he salido con muy pocas, y por muy poco tiempo —dijo él, sonriendo.
—Mmm —ella parecía no creerlo—. ¿Y eso por qué motivo?
Él se encogió de hombros y después soltó un juramento porque había olvidado lo mucho que le dolía hacer ese gesto.
—No se me da bien mantener una relación. Te implicas, cometes un error, hay un malentendido y te quedas solo.
Lo que Sawyer no dijo era que se había cansado de que todas lo creyeran un héroe. Con las mujeres se sentía siempre a prueba, teniendo que dar la talla cuando no llegaba a ella, pero Maya era diferente. Era la única mujer que lo había sorprendido por su independencia, aun en los momentos difíciles. Y además, lo volvía loco con el ritmo de sus manos.
—¿Y tú? —preguntó Sawyer—. Seguro que también has tenido muchos admiradores.
—Yo no los llamaría así. Ya sabes cómo son mis padres, y en el instituto todo el mundo pensaba que estaba de acuerdo con su idea del amor libre, así que no tenía muchas citas. Eso preocupaba a mis padres, que pensaban que me estaba perdiendo una experiencia vital, así que intentaron ayudarme.
—¿Cómo?
Maya suspiró y él se giró para mirarla.
—Ahora parece divertido. Ellos pensaban que yo era infeliz por no tener un novio, por no tener «experiencia», y tenían un amigo muy guapo, de veintipocos años. Yo tenía diecisiete y apenas me habían besado —no sabía si continuar. Sawyer le apretó la mano para demostrarle que la apoyaba, y que estaba allí para escucharla si lo necesitaba—. Bueno, fue un regalo de graduación muy especial, aunque en ese momento pensé que el amor libre estaba sobrevalorado.
Él se quedó callado, sin saber qué decir. Ella le apretó la mano y después se soltó para sentarse en el sofá.
—Supongo que por eso acabé con el padre de Joey, que me pareció responsable y no había nada de «espíritu libre» en él. Supongo que buscaba lo contrario de la vida de mis padres, y me equivoqué.
—Él no se merece que le dediques ni un segundo de tus pensamientos. Confía en mí.
—¿De quién estamos hablando ahora? —preguntó Maya. Se estiró y lo miró—. ¿Ha pasado algo con Cort hoy?
Sawyer estuvo a punto de mentir y decirle que no; no tenía ganas de recordar aquella larga pelea con Cort que empezó cuando recibieron la carta, pero, por otro lado, tal vez ella pudiera entender por qué no quería ver a Garrett.
—Es por nuestro padre —dijo—. Quiere vernos.
—¿Veros? ¿Cómo os ha encontrado?
—Siempre ha estado ahí —Sawyer no intentó ocultar ni un ápice de su amargura—. Mi padre es Jed Garrett, el dueño del Rancho Pintada, a unos pocos kilómetros de aquí.
—Entonces Josh y Rafe Garrett son hermanos vuestros. No tenía ni idea. Josh vino a alguna de las fiestas de mis padres cuando estábamos en el instituto.
—Tenemos el mismo padre —aclaró Sawyer—, pero de ahí a considerarnos hermanos…
Maya dejó correr esa afirmación por el momento.
—¿Y por qué quiere veros después de tantos años?
—Ni idea. Cort piensa que está enfermo y quiere limpiar su conciencia. Yo ni lo sé ni me importa.
—Tal vez Cort tenga razón y se arrepienta de haberos abandonado.
Sawyer sacudió la cabeza, se levantó del sofá y fue hacia la ventana.
—Eso fue lo mejor que hizo.
—Pero…
—Viví con él hasta los siete años. Estaba claro, incluso para un niño, que él no deseaba una familia. Adoptó a Rafe cuando sus padres murieron en un accidente, pero supongo que lo hizo para tener mano de obra gratis —no la miraba y Maya sabía que le dolía cada palabra que pronunciaba—. ¿Recuerdas que te dije que me había roto muchos huesos? La primera vez tenía cinco años. Garrett me tiró por las escaleras porque no cerré la puerta del establo una noche. En realidad sí la cerré, pero se me olvidó ajustar el candado. Siempre me dijo que no serviría para nada y después me pegaba para que me quedara bien claro.
—Cómo pudo… —Maya se sentía realmente asqueada. Se secó las lágrimas y pensó en su hijo.
—Garrett bebía y nunca nos quiso.
—¿Pero por qué aguantó tu madre con él cuando le hacía daño a sus hijos? ¿No trataba de detenerlo?
—Mi madre… a veces pienso que hubiera muerto antes que reconocer sus errores —dijo Sawyer—. Está claro que nunca le dijo nada a nadie o no hubieran dejado que Garrett adoptara a Rafe. Pero después, él empezó de nuevo: una nueva familia, otro hijo y aparentemente dejó de beber. Durante mucho tiempo creí que no nos quería por mi culpa.
—¿Pero cómo iba a ser eso? —Maya deseaba desesperadamente acercarse a él, pero algo en su postura la retenía—. Erais sólo unos niños.
—Nunca le puso la mano encima a Cort. Yo me aseguré de ello —dijo Sawyer con fiereza—. Y ahora quiere vernos, pero es un poco tarde para arrepentimientos, ¿no te parece?
Maya buscó las palabras más apropiadas. Antes de darle tiempo a decir nada, él siguió.
—¿Cómo te sentirías si dentro de veintiséis años el padre de Joey lo quisiera de nuevo en su vida? ¿Lo perdonarías por abandonaros cuando más lo necesitabais?
—Yo… no sé.
—¿No? Yo sí. Sé que es demasiado tarde para que pretenda que le importamos. Y, a diferencia de Cort, yo no tengo ganas de escuchar sus razones para abusar de nosotros y después pretender que no existíamos.
Maya deseaba desesperadamente decir algo que lo consolara, pero no había terapia para las heridas del corazón. Además, lo que había dicho de Joey la inquietaba. ¿Qué pasaría si Evan reaparecía en sus vidas? ¿Y si no lo hacía? ¿Qué sentiría Joey al saber que su padre nunca lo quiso? ¿Cómo iba a decirle eso al niño? No podría, pero ¿cómo se enfrentaría a sus preguntas?
—No importa lo que le digas —dijo Sawyer, y ella se sintió incómoda por ser tan transparente para él—. Él se hará preguntas y un día, aunque no le digas nada, lo averiguará todo. No sé cómo alguien puede hacer algo así a un niño, y yo sí que estoy seguro de que no lo perdonaría.
Al ver a Sawyer de ese modo, Maya estuvo de acuerdo con él y decidió proteger a su hijo de todo daño en el futuro.