Capítulo 10

 

Maya estaba deseando contarle a Sawyer que había conseguido un trabajo perfecto. Sancia González había quedado muy impresionada por el currículum de Maya, que era la persona perfecta para el puesto de asistente en el centro de bienestar de medicina alternativa que acababa de abrir.

Lo mejor de todo era que Maya podría salir de casa de Sawyer; Joey y ella ya habían abusado demasiado de su hospitalidad, aunque él había sido muy paciente con los ruidos y molestias que el niño provocaba. Había sido un acuerdo temporal desde el principio, y los dos lo sabían, pero recordaba la reacción de Sawyer el día que Lia le habló del puesto. Al final no habían peleado, pero eso tal vez estuviera por llegar.

—Adivina —dijo ella, juguetona, abriendo la puerta de su cuarto—. ¡Me han dado el trabajo! —como él no dijo nada y apenas levantó la mirada de la mesa de su cuarto, donde estaba trabajando, siguió—. ¿No es genial? Ahora puedo empezar a buscar un sitio para vivir.

—Si eso es lo que quieres.

Las dudas de Maya se materializaron al instante: no iba a tomárselo bien.

—Es lo que necesito.

—No sé por qué tienes tanta prisa —siguió él, sin quitar la vista de los papeles—. No te voy a poner de patitas en la calle. ¿No se suelen tomar las madres una baja de seis meses después del parto?

—Sí, si tienen trabajo —Maya intentaba contener su irritación—. Pero yo no me lo puedo permitir.

—Podrías si quisieras —dijo él, mirándole a los ojos por fin—. Creía que estabas bien aquí, y además, enseguida volveré a trabajar y tendréis toda la casa para vosotros dos solos.

Ella buscó una respuesta adecuada, ya que estaba claro que él se lo estaba tomando de modo personal, como si lo estuviera abandonando. Sabía que se sentía muy unido al niño. Y también estaba claro que se sentía atraído por ella. Ninguno de los dos podía negar la química que había entre ellos.

Pero ellos no podían construir una relación basada en la atracción sexual. No podía cometer más errores como el de Evan.

—Claro que estamos bien aquí, pero ya has hecho mucho por nosotros y tengo que llevar a Joey a un sitio definitivo.

Sawyer apretó la mandíbula.

—Joey está bien aquí. Acaba de salir del hospital y un cambio tan pronto, podría acusarlo.

—Es muy pequeño, y seguro que no lo nota si yo estoy con él.

—¿Y crees que eres la única persona importante para él? Pregúntale a Regina quién lo ha calmado esta mañana cuando tú fuiste a la entrevista y lo dejaste con nosotros. Y la otra noche. Entonces no rechazaste mi ayuda con tanta rapidez.

Maya sintió una emoción extraña que identificó como celos, pero no estaba dispuesta a compartir a su hijo con nadie. Si Evan no lo quería, sería sólo suyo, y en un arrebato posesivo completamente inconsciente, le espetó:

—Yo soy la única persona que estará siempre a su lado.

Él dio un paso atrás como si lo hubiera abofeteado.

—Sawyer, lo siento —dijo ella con rapidez, consciente de lo que acababa de hacer.

—Olvídalo.

—No, no debería…

—He dicho que no es nada —él se volvió a girar sobre el escritorio y siguió pasando papeles, aunque Maya dudaba que lograra enfocar algo.

Lo había herido y lo sabía, pues lo que había dicho no tenía justificación alguna después de lo que él había hecho por ellos, pero la idea de que Joey y Sawyer crearan un vínculo le aterraba.

Ya había confiado en Evan, y al final se había ido de su lado con el bebé, lo mejor que podía hacer. Tal vez al cabo de un tiempo, Sawyer y ella pudieran ir poco a poco y ver si había entre ellos algo que mereciera la pena. Tal vez.

—Gracias por cuidar a Joey —dijo por fin, intentando arreglar las cosas—. Espero que no te diera mucha guerra.

—No te preocupes por mí. Reggie hizo casi todo el trabajo.

Intentaba poner distancia entre ellos.

—Sawyer, yo… tal vez deberíamos hablar sobre esto.

—¿Por qué? —dijo él, dándose la vuelta en la silla a toda velocidad.

—Porque no te gusta la idea de que nos vayamos de aquí y yo me siento… —Maya no sabía muy bien cómo denominar las emociones que sentía.

—A mí no me importa —dijo él, y se levantó—. No debería haber empezado esta discusión, porque no tiene nada que ver conmigo. Es cosa tuya y, si no te importa, tengo cosas que hacer.

Ante su invitación a marcharse, Maya decidió que no iba a volver a llorar delante de él.

—Voy a ver al niño —dijo, y salió.

 

 

Sawyer se secó la cabeza con una toalla. No había conseguido avanzar nada en los papeles que le habían pasado los abogados de su abuelo aquella tarde, y menos después de la discusión con Maya, así que fue a quemar tensiones al gimnasio que se había construido junto a la piscina. Se había quitado el vendaje del hombro y se pasó una hora levantando pesas, forzando su cuerpo al máximo. Después de ducharse, estaba más relajado y veía las cosas de otra manera: no tenía por qué pasarlo mal por un bebé y una mujer que no aceptaba su ayuda. Además, había sido un acuerdo mutuo temporal, y estaba a punto de acabarse. Se miró al espejo y dijo:

—Estás haciendo el tonto, Morente —le dijo a su reflejo—. No necesitas más complicaciones. Se acabó.

Pero al mirar sus ojos negros en el espejo, recordó los inmensos ojos verde jade de Maya, de fuego o de hielo según el momento, y los inocentes ojos azules de Joey mirándolo confiado como lo había hecho aquella misma mañana.

Genial. No había logrado creerse sus propias palabras, y el ejercicio tampoco había servido de nada. Estaba acabado.

Se acabó de vestir con una camiseta negra, unos vaqueros y botas y fue a buscar a las dos personas que lo estaban volviendo loco.

Vio que la puerta de Maya estaba abierta y Joey estaba sobre la cama mientras ella hacía una lista de cosas que llevar siempre para la niñera.

—Pañales, toallitas, talco, biberón…

—¿Te ayudo? —preguntó él, apoyado contra la puerta.

Maya se sobresaltó al oír su voz, y al levantar la vista para mirarlo se dio cuenta de lo guapísimo que estaba con el pelo negro aún mojado y los pantalones bien ajustados a los muslos, sin vendaje ni cabestrillo…

—¿Qué has hecho con el vendaje y…?

—Me molestaban y me los he quitado —dijo él, interrumpiéndola, como si hubiera estado esperando la pregunta.

—¿Y estás seguro de que eso está bien?

—No podía soportarlo más —y se encogió de hombros mientras entraba en el cuarto.

—¿Tienes ya cita para la rehabilitación?

—Aún no.

El espacio entre ellos se desvaneció. Sus cuerpos estaban a escasos centímetros uno del otro.

—Conozco alguna terapia que podría ayudarte.

—Masajes, espero.

—Algo así.

—¿No deberías usar al menos el cabestrillo?

—Si vas a insistir —Sawyer sacó una venda arrugada del bolsillo.

—Deja que te ayude —dijo Maya, empezando a ponérsela con delicadeza, un poco distraída por su aroma a jabón y cuero que le embotaba los sentidos. Cuando acabó, deslizó las manos hacia abajo por su pecho.

—Gracias —murmuró él, mirándola de un modo que le provocó una subida de temperatura—. Maya, lo de hoy…

—No digas nada. Yo no tenía que haber dicho eso y es normal que te enfades.

—No sé que es normal o que no lo es, y no sé si está bien o mal, pero lo que quiero ahora es esto.

Se inclinó y la besó, y ella separó los labios enseguida, deseosa del beso que le ofrecía. Él le tomó los labios, la lengua, y la apretó contra sí.

En ese momento, Joey empezó a llorar y ellos se separaron de un salto, como dos adolescentes.

Maya se echó a reír.

—Supongo que está acostumbrado a ser el centro de atención.

—Iba muy bien —dijo Sawyer. Miró al niño y añadió—. Has elegido el mejor momento, chico.