Capítulo 13

 

Creo que esto es lo último —dijo él, acabando de cargar una caja en la parte trasera de su todo terreno. Apenas se habían hablado en los últimos cinco días, desde que ella le habló de la casita—. Cuando quieras.

—Joey está dormido —dijo Maya sin mostrar ninguna emoción—. Cuando se despierte y le dé de comer, estaremos listos.

—Bien. Voy a prepararme un sándwich, ¿quieres algo?

—No. Pero he hecho limonada. Iré contigo dentro y beberé un poco.

Él comió en silencio en la mesa de la cocina mientras ella lo miraba, hasta que no pudo más.

—¿Ya no nos hablamos? —preguntó por fin.

—¿Por qué no íbamos a hacerlo?

—Dímelo tú. No hemos tenido nada parecido a una conversación en casi una semana.

—Los dos hemos tenido mucho trabajo.

—Bueno, ahora no estamos trabajando.

—¿Qué quieres que diga? —dijo él, encogiéndose de hombros.

—Dime cómo te sientes con todo esto. Está claro que te entristece que nos vayamos, y yo tampoco me alegro, la verdad, pero esto era temporal, ¿no? Ya no nos necesitamos.

—Claro —dijo él. Parecía tranquilo, pero sus hombros estaban tensos—. Es normal que quieras tener tu propio espacio y lo entiendo.

—Estaremos cerca y no significa que tengas que dejar de ver a Joey o que dejemos de ser… —¿qué? ¿Qué eran exactamente?— amigos.

—Claro que no. Puedes llamarme cuando quieras.

—No queríamos compromisos, ¿no? Tú no lo querías así.

—¿Y tú?

—No. No puedo arriesgarme con Joey, y menos después de lo que pasó con Evan.

Sawyer dejó caer los brazos y una sombra de emoción cruzó sus ojos.

—Lo último que quiero es que Joey sufra.

—Lo sé —dijo ella—. Será mejor para todos.

—Sí… Es lo mejor —dijo él, apartando la mirada.

Se miraron un momento y Maya ya no pudo seguir haciendo teatro.

—Oh, esto es muy frustrante —se levantó de la silla de un salto y le puso una mano en el brazo—. Sé que no eres como Evan, pero ha ocurrido muy deprisa. Te has volcado con nosotros, pero de buenas a primeras pasas de ser alguien conocido a un completo extraño. ¡Sobre todo cuando te niegas a hablar conmigo!

Ella lo sacudió esperando obtener una reacción de él, pero fue como si él no supiera qué responder. Parecía vulnerable.

—Maya, yo… —se detuvo y después siguió—. Sólo quiero lo mejor para Joey y para ti.

—¿Y si eso eres tú? —preguntó ella, en un momento de inconsciencia. Presionarlo no sería bueno.

Sawyer endureció su gesto y la tensión se hizo palpable.

—¿Cómo lo sabes? Porque yo no lo sé, y hasta que no lo sepa, no puedo pedirte que te arriesgues.

—Eso no es decisión tuya, sino mía.

—Pero tú no serás la única perjudicada si tomas la decisión incorrecta, porque también está Joey —le recordó él.

—No voy a dejar que vuelva a pasar.

—Yo tampoco. Ya lo han abandonado una vez.

—¿Y crees que tú…? No, tú no…

—No sé si lo haría —dijo él con dureza y se apartó de ella—. No sé cómo ser lo que tú quieres, lo que necesitáis. No se nada de ser marido o padre, pero hasta ahora no me había importado.

—Sawyer… —le acarició la mejilla para reconfortarlo—. Mira qué bien lo has hecho hasta ahora.

—Hasta ahora —dijo él, y le apartó la mano—. Joey es un bebé y no necesita demasiado, pero cuando necesite disciplina, apoyo… lo único que sé de eso son golpes. ¿Y si…? —se detuvo y tragó saliva—. No puedo vivir con eso. Tengo que salir de vuestras vidas.

—No digas eso. Tú no eres como Evan ni como Garrett.

—Tal vez no, pero no puedo ignorar mi pasado ni tú tampoco, ¿o sí?

Maya quería decirle que sí, pero en el fondo de su corazón, tenía miedo, miedo de que Sawyer no creyera en sí mismo lo suficiente para continuar con la relación.

—No podemos construir nada sobre esta base —dijo Sawyer, enjugándole las lágrimas—, así que tal vez lo mejor sea que nos alejemos para darnos tiempo a pensar con calma.

—Esto me parece lo peor que he hecho en mi vida.

—No, lo peor que has hecho ha sido intentar que bebiera un brebaje de hierbas sin cafeína por las mañanas —dijo él, con una ligera sonrisa.

Ella intentó corresponderle, sin éxito y él la miró fijamente a los ojos antes de besarla en los labios con tanta ternura, que Maya volvió a sentir el escozor de las lágrimas. En ese momento Joey gimió ligeramente y ella supo que era hora de marcharse.

 

 

—Mucho mejor así —dijo Maya, saliendo con el niño recién cambiado de la diminuta habitación. Sawyer la esperaba en la sala, que era comedor y salón y estaba separado de la cocina por una barra—. Es pequeño, pero estaremos bien aquí —le leyó el pensamiento—. ¿Te quedas a cenar o tienes que hacer algo?

Sawyer no quería aceptar la vía de escape que ella le ofrecía. En algún momento tendría que dejarlos allí y volver a su casa, pero en aquel momento, prefería aquella casa diminuta y semivacía a la suya.

—¿Qué te parece si os llevo a cenar fuera? Nos vendrá bien un descanso —la rodeó con el brazo y le frotó al niño la mejilla—. ¿Tú qué dices, grandullón?

Joey sonrió.

—¡Es la primera vez que hace eso! —exclamó Maya, emocionada—. ¿Cómo no lo has hecho para mí?

—Es una cosa entre chicos.

—Ah, ya entiendo —miró a su hijo muy seria—. Vas a ser uno de esos chicos que vuelven locas a las chicas con una sonrisa, como tu amigo, ¿eh?

—¿Y dices que te vuelvo loca?

Maya lo miró y sonrió.

—Siempre. Pero —antes que él pudiera reaccionar, le pasó a Joey—, os dejaré jugar un rato mientras voy a cambiarme.

Joey no protestó al pasar a los brazos de Sawyer. Maya tenía razón: nunca haría nada conscientemente que pudiera hacerle daño, por eso tenía que alejarse de ellos cuanto antes, antes de que ella se viera obligada a marcharse por el bien de su hijo.

—Qué serio estás —dijo Maya que acababa de salir de la habitación. Se había puesto un vestido corto verde esmeralda sin mangas que se le ajustaba al cuerpo y llevaba el pelo suelto. Se puso roja—. No me mires así.

—Estás preciosa. Quiero decir, siempre lo estás, pero…

—Déjalo —dijo ella, acercándose para besarlo ligeramente en los labios, pero se alejó rápidamente—. Cuando queráis.

—¿Cuando queramos, el qué? —le dijo, muy cerca de la oreja, mientras la seguía fuera.

Se vio cayendo en su embrujo: el embrujo de hacerle creer que aquello podía durar. Pero a la vez, algo le decía con la misma intensidad que no podría ser.

 

 

Fueron primero a casa de Sawyer para que éste se cambiara y después los llevó a un pequeño restaurante mejicano. Al verlo llegar, los dueños, que lo conocían, los recibieron con calidez. Eduardo Pillero y Josefina le preguntaron por sus abuelos.

—¿Vendréis al picnic? He mejorado mi receta—anunció Eduardo—, y este año ganaré por fin a tu abuelo.

—No nos perderíamos ese evento por nada del mundo.

—¿De qué picnic estabais hablando? —preguntó Maya cuando los Pillero les dejaron en su mesa.

—Es el último sábado de este mes; se celebra para recaudar fondos para la asociación de bomberos. Se celebra todos los veranos y hay concurso de chili; Eduardo nunca ha conseguido ganar a mi abuelo —le acarició el dorso de la mano—. Llevo tiempo buscando el momento para pedirte que me acompañéis y así pasar el día juntos.

—Me encantaría ir —declaró ella—, pero creo que voy a votar por Eduardo. ¿Tienen hijos?

—Cinco chicas. La más joven se casó en febrero y ahora esperan el momento de malcriar a sus nietos.

Ella no dijo nada, pero estaba segura de que los Pillero habían asumido que ellos eran pareja por las miradas de Josefina y los cariños que le habían hecho a Joey. Sawyer no había dicho nada y ella decidió seguirle el juego y pretender por un momento que eran una pareja.

Durante una hora, funcionó; hablaron y rieron hasta que Joey empezó a protestar.

Volvieron en silencio a casa y Sawyer entró con ellos y esperó escuchando música en el salón mientras ella daba de comer al niño y lo acostaba.

Cuando salió de la habitación, Maya oyó una dulce balada en español y sonrió.

—Es una de mis canciones favoritas.

—Baila conmigo y también lo será para mí.

Ella fue hacia sus brazos sin dudarlo y él bailó sólo para tenerla en sus brazos. Al sentir su cuerpo contra el suyo, el pulso se le aceleró y empezó a golpearle las sienes, pero en aquel momento lo único que deseaba era abrazarla para recordar su aroma, el tacto de su piel y evocarlos cuando volviera a estar solo.

Cuando la canción acabó, Maya se apartó y él vio en sus ojos lo que no quería decir con palabras.

—Gracias por todo —dijo, mientras caminaba hacia la puerta.

Sawyer la besó y se apartó antes de que fuera demasiado tarde.

—Llámame si necesitas algo. Ya sabes dónde estoy.

—Tú también sabes dónde encontrarme. Espero que no nos convirtamos en extraños de repente.

—No tendrás tanta suerte —dijo, robándole otro beso—. Te llamaré pronto, lo prometo.

—Prométeme que volverás pronto.

—Cuenta con ello.

 

 

Una semana más tarde, sola en lo que aún era una casa extraña para ella, Maya se preguntó si alguna vez llegaría a sentirse bien allí. Aunque había sabido desde el principio que sólo estaría en casa de Sawyer por un tiempo, se había acostumbrado a su presencia y le resultaba extraño no sentir su presencia.

No lo había visto y sólo había hablado con él una vez en toda la semana, cuando él la llamó para saber qué tal estaba Joey, pero en ese momento hubo una alarma y tuvo que colgar, lo que intensificó el sentimiento de soledad de Maya.

También Joey estaba más protestón últimamente, probablemente como respuesta a la tristeza que sentía ella.

En ese momento estaba sentada con Joey; el niño no había querido acabar de comer y ella estaba preocupada, pero no parecía tener nada.

—Mañana iremos a ver a Lia si no estás mejor —le dijo cuando lo dejó en la cuna—. Probablemente me diga que sólo son nervios de madre primeriza…

Maya se sentó en el sillón de la sala con un libro. Tras leer cuatro veces la misma frase, miró al teléfono y después al reloj. Eran casi las once.

—No puedo llamarlo ahora —murmuró en medio del silencio de la casa.

Seguro que no estaba en casa, y además, no sabría qué decir. «Sólo llamaba para saber si me echas tanto de menos como yo a ti». Imposible. Entonces levantó el auricular y marcó su número.

—¿Maya? —preguntó él, descolgando con tanta rapidez que parecía haber estado esperando su llamada.

—Hum. Siento llamarte tan tarde. Espero no haberte despertado.

—No —dijo él—. ¿Ocurre algo?

—No, todo está bien. ¿Y tú?

—Bien también, pero esto está muy silencioso últimamente. Echo de menos el jaleo.

—Y yo echo de menos tu helado.

—Eso se puede arreglar —dijo él.

—Ya lo sé… Te echo de menos —Maya se había cansado de fingir.

—¿Quieres que vaya?

—Sí —dijo ella, después de unos segundos de duda—. Pero sólo si tú quieres.

—Eso es como preguntarme si quiero seguir respirando, querida —esa última palabra, que la pilló por sorpresa, le sugirió todas las fantasías de seducción y susurros al oído que había tenido con él—. Estaré ahí en diez minutos —dijo él, y colgó.

Maya fue corriendo a ver si el niño estaba bien y después se miró al espejo del baño. Al verse con su camiseta de dormir, se la quitó rápidamente y buscó algo para ponerse que no pareciese demasiado calculado. Se decidió por un vestido de tirantes negro de algodón que a veces se ponía para estar en casa en verano.

Apenas se lo acababa de poner cuando oyó el coche de Sawyer aparcando frente a su casa. Un escalofrío la recorrió de la cabeza a los pies y fue a abrir la puerta, que él estaba empujando en ese momento. Sawyer dio un paso adelante y la tomó en sus brazos, besándola como si quisiera derretirle los huesos.

—Yo también te he echado de menos —le susurró al oído cuando se separaron para tomar aire. Sin soltarla, cerró la puerta y le acarició desde el hombro a la cadera, atrayéndola hacia sí para hacer el contacto más íntimo.

—Mentí cuando dije que no te necesitaba. No puedo pensar en otra cosa. Te necesito. Necesito esto.

Maya no dijo nada, porque no había palabras para describir lo que le hacía sentir, y dejó que la tocara. Le quitó la camiseta y le pasó las manos por el pecho. Sawyer la dejó explorar mientras él rozaba indirectamente los lugares de su cuerpo que ella quería que le tocara con las manos y la boca.

La volvía loca, le hizo perder el control, y ella nunca se había sentido así con nadie, por más que lo había deseado, pero no quería esperar más. Le soltó los botones del pantalón, pero él le agarró la mano y se la besó.

—Despacio, mi amor —murmuró—. Quiero que dure mucho —sonrió cuando ella emitió un sonido de desencanto—. Dime lo que quieres, querida.

Ella dio un paso atrás y se quitó el vestido. Eso rompió todo el autocontrol de Sawyer y ella sonrió al ver cómo la miraba, abrasándole la piel.

—Te deseo a ti. Ahora.

Él la levantó en sus brazos sin dejar de besarla y la llevó a la cama. Una vez allí, recorrió con las manos el camino de su garganta a los pechos y después repitió el gesto con la boca.

Maya se arqueó, ansiosa de sensaciones. Cuando la mano de Sawyer se deslizó entre los suaves muslos y chocó con la escasa barrera de sus braguitas, ella gimió. Deseaba más, lo deseaba todo.

—Maya —dijo él, de repente—. ¿Estás lista? No quiero hacerte daño. Si es demasiado pronto…

—Estoy más que lista, Sawyer.

Él la besó mientras le agarraba el elástico de las braguitas y ella intentaba soltarle todos los botones del pantalón, cuando un débil maullido salió del intercomunicador de Joey y Maya se quedó helada.

Sawyer le besó el cuello y susurró:

—Dale unos minutos. Lia dice que no hay que ir enseguida a verlo.

Maya sabía que tenía razón y siguió besándolo, pero el hechizo se había roto. Él también se dio cuenta. Después de tanto tiempo deseándolo, le costaba aparcar su necesidad y siguió besándola, esperando volver al momento que tanto había soñado.

Pero el sonido que se escuchó la segunda vez apagó su pasión. Los dos reaccionaron y él se levantó de la cama, ayudando a Maya a imitarlo. Salieron de la habitación y Maya se puso lo primero que encontró, la camiseta de Sawyer. Él estaba ya con el niño y su rostro no era el mismo del amante apasionado de hacía unos momentos.

—Llama al número de urgencias de Lia —le dijo—. Está ardiendo de fiebre.