Maya estaba tan sorprendida que sólo podía mirarlo.
—Sawyer… no sé qué decir —dijo por fin.
—Un sí no estaría mal —al ver que dudaba, se levantó para ponerse de rodillas a sus pies—. Te quiero. Quiero que estemos juntos, Joey, tú y yo.
Una oleada de felicidad embargó a Maya, sobre todo porque nunca creyó oír esas palabras de él y sólo entonces se dio cuenta de lo mucho que había deseado escucharlas.
—Estamos bien juntos —dijo tomándole la cara entre las manos para besarla—. Te quiero y te necesito y ya sólo estoy bien si estoy contigo. Quiero que los dos seáis míos, mi familia. Di que sí.
Él volvió a besarla y ella se aferró a él y deseó volar al lugar donde las dudas y los miedos no importaban.
—¿Eso ha sido un sí?—preguntó él sonriendo, seguro de que era la única respuesta posible.
Maya iba a asentir para convertirse en una familia, pero sus miedos la asaltaron y se apartó de él. La sonrisa de Sawyer se transformó en una mueca de disgusto.
—¿Qué pasa?
—Sawyer, te quiero —dijo ella a toda velocidad—. Más de lo que puedes imaginar, y de lo que yo creía posible, pero no sé si eso es suficiente.
—No lo entiendo. ¿Por qué no va a serlo?
Maya intentó tragar el nudo que le aprisionaba la garganta.
—Porque todo este tiempo me has estado diciendo que no sabes si podrás ser lo que Joey y yo necesitamos. ¿Qué ha cambiado?
—Nada —dijo él, y sacudió la cabeza—. No quiero perderos. Yo te necesito y Joey necesita un padre. ¿Por qué lo haces más complicado?
—Porque necesito saber que estás listo. Hasta hoy no he sabido lo que sentías y actuabas como si no estuvieras seguro de que debiera haber un «nosotros». Ahora quieres casarte conmigo. ¿Es eso lo que quieres de verdad?
Sawyer juró entre dientes.
—¿Esto es por Garrett, verdad? Parece que te has pasado al lado de Cort.
—No es por Garrett ni por pasarme al lado de nadie. ¡Es por ti! No me importa que no veas nunca a Garrett si puedes vivir con ello.
—¿Y por qué no iba a hacerlo? —respondió él—. No necesito enfrentarme a él para saber que os quiero. ¿Eso no cuenta para nada?
—Claro que sí, pero a no ser que tú lo superes, nosotros no podremos superarlo.
—Y no crees que pueda —dijo él secamente.
—No creo que lo hayas hecho aún —dijo ella, desesperada por hacerle comprender—. ¿No te das cuenta? Si no lo haces, nos haremos daño el uno al otro y a Joey, y no quiero que eso ocurra.
—No me crees capaz de comprometerme contigo y con Joey, así que acabaré haciéndoos daño, ¿no?
—¡En absoluto! Sawyer, por favor, no soy como tu familia. Sé como eres y sé que ya te has comprometido con nosotros y que lo darías todo por nosotros —se detuvo—. Pero si las cosas no son perfectas, si educar a Joey resulta complicado, ¿te culparías a ti mismo? ¿Seguirías adelante si creyeras que los errores de los dos son culpa tuya?
Sawyer la miró y no dijo nada por unos minutos.
—Conoces mi pasado y claro que me culparía —dijo, con la voz rota por la tensión—. Pero puedo hacer que esto funcione; tengo que hacerlo —no había respondido a la pregunta de si seguiría adelante, y Maya temió que fuera porque no podía—. No creas que tú has superado tus fantasmas tampoco —dijo él—. Aún temes confiar en tus propias decisiones porque te equivocaste con el padre de Joey. Tú me dices que vivo en el pasado, pero tú tampoco te has liberado del fantasma de Evan, y al pensar en el compromiso, es a él a quien ves.
—Nunca te he comparado con él —dijo ella con un hilo de voz.
—¿No? Entonces dime que no tienes miedo.
—Tienes razón: tengo miedo. Tengo miedo de estropear la vida de Joey, de volver a sufrir y sobre todo de perderte.
—Maya —dijo, y fue hacia ella, pero se paró—. ¿Qué quieres? ¿Cómo puedo arreglar esto para ti?
—No tienes que arreglarme nada. Te quiero y no espero que seas el héroe perfecto ni necesito que me rescaten. Te necesito a ti, pero ¿cómo vamos a comprometernos para siempre si los dos tenemos miedo?
Sawyer se apartó de ella y Maya sintió que las lágrimas le ardían al rodar por sus mejillas. Sabía que su duda lo había hecho daño, que era otro abandono.
—Sawyer, no estoy dándote por perdido.
—¿No? Pues eso es lo que me parece.
—Te he dicho en serio que te quiero. Es sólo que…
—Ya es suficiente. Lo he captado —frustrado, fue hacia la puerta—. Necesito aire fresco.
—Sawyer… —y lo siguió.
—No me pongas esto más difícil —dijo, y fue hacia su todo terreno para marcharse.
Ella se quedó en la puerta viendo como se alejaba y llorando sin consuelo. Sus miedos habían decidido por ella y ya no sabía si tendría una segunda oportunidad para arreglar las cosas.
Sawyer condujo sin destino fijo y de repente se vio a varios kilómetros de Luna Hermosa, sin saber cómo había llegado allí. Al ver un camino que salía de la carretera, se metió en él y paró el motor.
Recostó la cabeza contra el asiento y cerró los ojos, intentando averiguar cómo todo había ido tan mal. En parte había sido porque no había pensado en ello antes de declararse a Maya; le había parecido la mejor manera de conservar lo mejor que tenía en su vida, ella y el niño. Los amaba y ella también lo quería, y pensó que con eso bastaría. En el fondo sabía que estaba confiando en su suerte. Maya tenía razón; tenía que dar un paso adelante. Ella no podría confiar en él si él no confiaba en sí mismo.
Encendió el motor y unos minutos más tarde estaba frente a la puerta de su hermano.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Cort nada más verlo.
—Estoy listo para ver a Garrett —dijo, mirando a Cort con decisión.
Jed Garrett sentado en su sillón miraba a los cuatro hombres frente a él con satisfacción. Cort se había sentado en una silla, aparentando estar cómodo, pero Rafe, a su lado, se revolvía como un animal salvaje. Josh, con el sombrero cubriéndole los ojos y las botas sobre el borde del sillón, parecía no interesarse en absoluto por aquello. Sawyer estaba de pie, demasiado tenso para sentarse.
—Se ve que estás deseando darme un puñetazo, chico —dijo Jed con una sonrisa—. Tal vez lo merezca.
—No lo dudes —respondió Sawyer sin quitarle los ojos de encima. Cort lo miró, pero él lo tranquilizó—. No pasa nada. Quiero oír esto.
—No tardaré mucho. Tengo cáncer —soltó Jed sin preámbulos—. Los médicos dicen que tal vez puedan curarlo y tal vez no. En cualquier caso, cada día soy más viejo y antes de morir quiero dejar las cosas claras con mis hijos. No me importa lo que vosotros o el resto de la gente piense de mí —dijo, mirándolos por turnos—. Siempre he sido un mal nacido y supongo que moriré como tal, pero salí de la nada y desde el momento que tu padre —señaló a Rafe— y yo empezamos a trabajar en este rancho, se convirtió en mi primera preocupación. Hice lo necesario para asegurarme de no volver a estar como antes.
Sawyer recordaba haberle oído a su madre que a Garrett sólo le importaba su rancho.
—¿Entonces porque quisiste tener una familia?
—Para empezar, necesitaba dinero —respondió Jed sin rodeos—. Teresa lo tenía y era una buena mujer de negocios que me quería. Probablemente fuera por llevar la contraria a sus padres, pero enseguida las cosas empezaron a ir mal y cuando se enteró de lo de María y el niño, se marchó.
Sawyer y Cort intercambiaron una mirada. Rafe frunció el ceño y hasta Josh mostró una pizca de interés echándose el sombrero hacia atrás.
Jed no los miró directamente a la cara.
—Cuando Teresa se enteró de que había abandonado a María y al niño para casarme con ella, hizo un trato conmigo: yo renunciaría a mis dos hijos y me dejaría quedarme con el dinero que ella invirtió en el rancho —asintió a Rafe—. Yo le dije que tú no entrabas en el trato y ella no se opuso. Nunca le pareció bien lo de la adopción, así que te dejó conmigo.
Rafe miró a Sawyer y a Cort.
—¿Cómo será que eso no me sorprende?
Jed hizo un gesto hacia Sawyer y Cort:
—Sé que os dijo que os eché del rancho, pero eso no es la verdad. Si no lo hubiera hecho así, lo hubiera perdido todo, y vosotros estaríais mejor lejos. Nunca nos hicimos ningún bien unos a otros.
—Te equivocas —dijo Sawyer, y todos lo miraron sorprendidos—. Hiciste que me diera cuenta de que no soy para nada como tú y que haré lo que sea necesario para no serlo nunca.
Jed los miró y asintió.
—Sé que no me daréis las gracias por ello, pero yo os hice fuertes y aprendisteis a cuidaros el uno al otro.
Sawyer no dijo nada. De algún modo era real, pero era demasiado retorcido.
—Es demasiado tarde para arreglar lo que ha pasado —continuó Jed—. Pero voy a repartir mi rancho entre vosotros. Vosotros dos, porque fue el dinero de vuestra madre el que ayudó a construirlo. Rafe, porque su padre fue mi socio y Josh, porque es mi hijo.
—Yo no quiero nada de ti —dijo Sawyer.
Cort se levantó.
—He escuchado la historia y eso es lo único que quería.
—Yo no quería tanto —murmuró Josh—. Por mi parte, se lo deberías dar todo a Rafe. Él es el único aparte de ti que se preocupa por esto.
Rafe se levantó con los puños apretados, pero antes de que dijera nada, Jed lo interrumpió.
—No os estoy pidiendo permiso. Y además, quiero que mi primer hijo también tenga su parte. Se llama Cruz Declán y pretendo encontrarlo.
—¿Qué te parece lo de tener otro hermano? —preguntó Cort, ya en el patio de Sawyer.
—Siempre pensé que contigo ya tenía bastante tortura —respondió Sawyer bromeando. Después se puso serio—. Tenemos que encontrarlo antes de que lo haga Garrett.
—Chico, eres una caja de sorpresas.
—¿Por qué? ¿Por tardar tanto tiempo en decidirme a aclarar mis ideas?
El viento olía a salvia y flores silvestres, y eso le recordó a Maya. Él se había roto la cabeza pensando en cómo ser un buen padre, compañero y amante, y no se daba cuenta de que ella no quería que fuera perfecto, sino que tuviera fe en que todo iría bien si se querían, por muchos errores que cometieran.
—¿Crees que has arreglado las cosas con Garrett? —preguntó Cort, interrumpiendo sus pensamientos.
—Creo que nunca lo perdonaré —respondió con sinceridad—, pero no tengo que hacerlo. Al escucharlo hoy me he dado cuenta de que tenemos la misma sangre, pero ahí acaba la relación —miró a Cort—. También me he dado cuenta de que tengo hermanos a los que tengo que empezar a tener en cuenta.
—¿Eso incluye a Rafe?
—Se quedó con Garrett porque nuestra madre dejó que fuera así. No me imagino una relación fraternal con él, pero sí creo que podemos arreglar las cosas hasta un punto —Se detuvo para buscar las palabras adecuadas—. Gracias por por presionarme para ver a Garrett. Todos estos años he huido de ello.
—Y eso que tú no huyes de nada.
—Sí. Tenía miedo de descubrir que era como él. Lo imaginaba como un monstruo, pero supongo que es sólo un mal nacido como él mismo ha dicho. Gracias por cuidar de mí, hermanito.
—Gracias por todas las veces que tú cuidaste de mí.
Sawyer abrazó a su hermano y cuando se separaron, dijo sonriente.
—Ojalá le hubiera dado el puñetazo…
—Yo casi lo estaba deseando también. ¿Y ahora qué?
—¿Ahora? —Sawyer sonrió—. Ahora tengo que avanzar.
Maya dudaba que pudiera sentirse más miserable. Habían pasado dos semanas desde la horrible noche en que rechazó a Sawyer y no lo había visto ni hablado con él desde entonces. Había intentado llamarlo, pero siempre saltaba el contestador, y aunque le había dejado un par de mensajes para que la llamara, él no lo había hecho.
Estaba claro que lo suyo se había terminado.
Deseó volver atrás en el tiempo y decirle que sí, no dejar que sus miedos respondieran por ella. Le había hecho daño al hacerle creer que ella tampoco confiaba en él y ya había perdido su oportunidad para decirle que lo sentía y que quería estar con él.
En ese momento sonó el teléfono y ella respondió sin ganas.
—Quiero invitaros a Joey y a ti a cenar esta noche —dijo Val cuando Maya admitió no tener planes.
—Oh, no sé, Val.
—No aceptaré un no por respuesta. Tienes que salir de esa casa, y además, hace semanas que no nos vemos. Te espero a las cinco —y colgó antes de que ella volviera a negarse.
Mientras preparaba las cosas de Joey, Maya seguía diciéndose que no quería ir. No tenía ganas de fingir que todo iba bien.
Al llegar frente a su puerta, Maya consideró darse la vuelta y llamar con alguna excusa, pero cuando Val abrió la puerta, no tuvo más remedio que sonreír, pero la sonrisa se le congeló en los labios.
Sawyer estaba allí, esperándola.
—Dame al niño antes de que lo dejes caer —dijo Val, tomando la sillita y la bolsa de Joey—. Podéis hablar tranquilos. Estaremos en el patio.
Maya estaba paralizada. Tenía tanto que decir que el cerebro no le funcionaba. Sawyer sonrió y ella empezó al llorar al ver esa sonrisa después de tanto tiempo.
—Siento no haberte llamado —dijo él—. Recibí tus mensajes, pero tenía que atar algunos cabos antes de volverte a ver.
Maya asintió y se secó los ojos. Deseaba lanzarse a sus brazos y olvidar aquellas dos terribles semanas, pero en lugar de eso, tomó aliento y dijo:
—Tienes buen aspecto —y no sólo era por lo bien que le quedaban los pantalones. Había algo distinto en él, como si estuviera en paz—. ¿Qué tal estás?
—Mejor —respondió él, encogiéndose de hombros.
—¿En serio?
—Fui a ver a Garrett.
—¿Sí? ¿Y qué tal fue todo?
—Nada espectacular, pero ahora sí que lo veo como algo del pasado. Y no quiero volver atrás —hizo una pausa—. He vendido mi casa.
—¿Por qué? Era de tu madre, creía…
—Era hora de avanzar. Les devolví casi todo a mis abuelos, sólo me quedé con mi sillón. Imaginé que no lo querrían —dijo, sonriendo.
Sin saber qué pensar de todo aquello ni de su estado de ánimo, Maya estaba bloqueada.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—¿Ahora? Voy a dar un paseo en coche. ¿Vienes?
—Vete —dijo Val, como si hubiera estado muy atenta a la conversación—. Nosotros nos ocuparemos de Joey.
—Esto lo tenías planeado —le dijo ella a Sawyer.
—Me has pillado —y levantó las manos—. Les pedí ayuda. Dejé mi coche en la calle de atrás por si decidías dar media vuelta para no verme. Joey estará bien aquí así que, ¿vienes conmigo?
Maya tomó la mano que él le ofrecía después de dudar un segundo.
—¿Dónde vamos? —preguntó al ver que Sawyer salía de la ciudad.
—A un sitio que me gusta mucho.
Un cuarto de hora después, Sawyer se metió por un camino de tierra que llevaba a la falda de la montaña. Cuando se detuvieron, Maya vio que los densos pinos y la situación con respecto a la montaña, le daba al lugar un aire de aislamiento, de rincón secreto.
—Es aquí —dijo él, bajando del coche y conduciéndola hacia los pinos.
—Muy bonito —dijo Maya, mirando un riachuelo que transcurría sereno a su lado, pero sin ver nada en realidad, porque para ella era una tortura tenerlo tan cerca no tocarlo.
—Sí —y la miró fijamente, tanto que a ella le dolió el corazón—. Esta vez quiero hacer las cosas bien —dijo él—. He pensado mucho, lo cual ha sido doloroso. He echado de menos tus masajes…
—Yo también —respondió ella, intentando sonreír.
Sawyer dio un paso hacia ella, pero se detuvo.
—Te he echado de menos. Estas semanas han sido terribles, como si me faltara una parte de mi ser. La mejor parte —la miró a los ojos como si buscara las respuestas que necesitara—. No puedo garantizarte que no vaya a cometer errores o que pueda ser todo lo que tú necesitas —ella fue a interrumpirlo, pero él no la dejó—. Aún no he terminado. Sigo sin saber lo que estoy haciendo, pero creo que podré averiguarlo si estamos juntos. Y lo creo por ti. Te prometo que, no importa la situación, siempre estaré ahí para ti y para Joey. Y te prometo que siempre te querré —le tomó la mano y se puso de rodillas, convenciendo a Maya con el amor y la promesa que le ofrecía—. ¿Quieres casarte conmigo?
—Yo también te prometo que siempre te querré y que siempre estaré ahí para ti —dijo, llorando lágrimas de alegría que borraron el dolor y las dudas—. Lo único que temo ahora es no estar contigo.
—¿Eso es un sí?
Maya rió y lo abrazó a la vez que él se levantaba con ella en brazos.
—Sí —dijo antes de que la besara hasta quedarse los dos sin aliento.
—Casi lo olvido… —Sawyer se llevó la mano al bolsillo y sacó un anillo de plata con una esmeralda que le puso en el dedo anular—. No es lo normal, pero tú tampoco lo eres. Quería algo especial para ti.
—Es precioso, pero ya me habías dado algo especial —dijo—. Tú. Tú eres el hombre que siempre quise. Supongo que lo supe desde que atendiste el nacimiento de nuestro hijo y todo fue tan bien.
—¿Nuestro hijo?
—¿No lo ha sido desde el principio? —en su mirada se veía que él también lo creía.
—¿Eso significa que harás un hueco en tu casa para mí y para mi sillón hasta que encontremos otro sitio?
—Tú y tu sillón siempre seréis bienvenidos con Joey y conmigo, pero sigo sin creer que vendieras esa casa.
—No tenía nada nuestro —dijo simplemente—. Quiero dar un paso adelante, contigo. Por eso te he traído aquí. ¿Te gusta este sitio para construir nuestra casa? He pagado hoy la entrada del terreno.
Maya lo miró a los ojos.
—¿Estás muy seguro de ti mismo, no? ¿Qué hubieras hecho si llego a decir que no?
—Vender el terreno y dormir en el sofá de Cort —dijo dándole besitos por el cuello y las orejas—. Pero sabía que no me rechazarías.
—¿Y eso? —preguntó Maya, sin importarle la respuesta.
—Es lo que dijo tu madre —respondió él antes de abandonarse a los besos—. Somos el uno para el otro.