Al oír la voz de Valerie, Maya se levantó de un salto, aún adormilada, mientras intentaba arreglarse el pelo y la ropa.
Val entró un segundo después, cargada con bolsas y seguida por Sawyer. Maya evitó mirar hacia donde estaba él. Aún podía sentir su aroma limpio y masculino a su alrededor y se preguntó cómo de cerca había dormido de él.
—¿Qué es todo eso? Deja que te ayude.
—Ni se te ocurra —ordenó Val—. No puedes cargar peso. Son sólo unas cuantas cosas básicas para el mantenimiento del hogar. Madre de Dios… esto está peor de lo que me había imaginado. No quiero ni imaginarme como estará el baño.
—Bien, tengo un aliado —apuntó Sawyer.
—¿Quieres dejar eso en la cocina, Val? —dijo Maya, y después se volvió a Sawyer—. Y tú… ni se te ocurra empezar con eso de nuevo.
—Creo que si está hablando del estado de la casa, tiene razón, Maya. Esto es terrible y tú te vienes a casa conmigo.
—Sé que intentas ayudar, pero… —vio que Val apretaba la mandíbula.
—Pero nada. Has sufrido un accidente grave y acabas de dar a luz, y encima un niño prematuro. Tienes que pensar en lo frágil que es, Maya. Si lo traes a este… basurero, a saber qué enfermedades podría pillar.
Valerie casi consiguió que Maya se sintiera culpable. Casi.
—Estás exagerando, ¿no crees? Ya me encuentro mejor, y limpiaré todo esto antes de que llegue Joey.
—¿Qué estás mejor? Claro, por eso estabas dormida en el sofá cuando llegué. He tenido tres hijos y sé cómo te sientes ahora, que no es precisamente «mejor».
—Es cierto que estoy cansada —admitió ella, fulminando a Sawyer con la mirada por sonreír—, pero no es algo terminal, y tendré tiempo de limpiar.
—¿A quién intentas engañar? —siguió Val—. Veamos, te pasarás unas diez horas en el hospital, y entre dormir y comer, necesitarás otras diez, así que no te va a quedar mucho tiempo para hacer de esta casa un lugar habitable. Con ese horario, acabarás de limpiar para cuando Joey vaya al colegio.
Sawyer tosió de un modo que parecía encubrir una risa.
Maya no se estaba divirtiendo. Se le estaba acabando la paciencia y seguía decidida en su plan de quedarse allí, aunque por un lado, sabía que Val y Sawyer tenían razón.
—Mirad, aprecio vuestra preocupación, pero esta es mi casa, y la de Joey. Aunque a vosotros no os importaría que la echaran abajo mañana mismo, este lugar está lleno de recuerdos felices para mí. Ese cuadro, por ejemplo —y señaló a una pintura infantil multicolor enmarcada que presidía la sala—. Se lo pinté a Shem a los ocho años, y cuando él lo enmarcó y lo colocó ahí, me sentí como una verdadera artista. Tal vez esto no os parezca suficiente para mí, pero yo haré que lo sea.
Valerie miró al cuadro y después a Maya, sacudiendo la cabeza.
—Qué obstinada eres, amiga mía, pero sabes que también me tienes a mí.
—Y a mí —añadió Sawyer, antes de darse cuenta de lo que acababa de decir. Las dos lo miraron con expresión extraña, pero ya no podía retirarlo—. Ya te he dicho que puedes contar conmigo. Te ayudaré a adecentar este lugar para Joey, y creo que puedes contar también con Paul y Val.
—Desde luego —asintió Valerie.
—Gracias —dijo ella, y sonrió evitando mirar a Sawyer. Lo que había dicho era que quería ayudarla por Joey, no por ella, sino por el niño… Enseguida se sintió avergonzada. Era ridículo sentirse decepcionada porque él se sintiera más interesado por el bebé que por la poco atractiva madre—. Os agradezco lo que intentáis hacer, pero tenemos que arreglárnoslas desde el principio. Casi es mejor que no estén mis padres; sus consejos consistirían en alimentar el espíritu de Joey y hacer su carta astral. Después, para acabar de arreglar las cosas, me darían una fiesta de bienvenida.
—Con más motivo para salir de aquí antes de que estén de vuelta —musitó Sawyer—. Deberías aceptar la ayuda de tus amigos, puesto que el niño y tú vais a necesitar toda la ayuda que podáis obtener. No va a ser fácil para ninguno de los dos.
Maya miró a Sawyer y por un momento fue como si Val no estuviera allí.
—Joey me tiene a mí y lo amaré por dos. No necesita a un padre que no lo quiere —dijo ella.
Sawyer sintió sus palabras como un eco de las que solía decirles su madre. Recordaba haberse metido en peleas de pequeño por no tener un padre que lo acompañara a los entrenamientos o por ser torpe en el taller de manualidades. Él no tenía un padre que le enseñara a utilizar las herramientas, pero su madre siempre le recordaba que no lo necesitaba.
Siempre se había dicho lo mismo a sí mismo, hasta que miró los inocentes ojos de Joey y se vio reflejado en ellos: la idea de que ese bebé creciera con sus mismos miedos y dudas le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Para no dejar ver sus emociones, fue a la cocina a desempaquetar las provisiones de Val.
—¿Qué te parece venirte con nosotros hasta que pongas este lugar a punto? Estaremos un poco apretados, pero a nosotros no nos importa si tú no tienes inconvenientes? —oyó decir a Val.
—Val, no me escuchas. Conseguiré un trabajo y Joey y yo buscaremos una casa. Intenta entenderlo.
—No lo entiendo —dijo Val con un suspiro—, pero veo que no te haré cambiar de idea. Voy a ayudarte a colocar la comida.
—Yo puedo hacerlo —repuso Sawyer cuando las dos entraron en la cocina, esperando que Val captase la indirecta y se marchara.
—Lo menos que puedo hacer es invitaros a comer por las molestias —Maya no se había percatado de los deseos de Sawyer.
—Me encantaría, pero tengo que volver a casa con los niños —en sus labios se dibujó una sonrisa felina—. Pero tal vez Sawyer sí tenga hambre.
Aquella mujer era incansable, pensó él.
—Estoy más cansado que hambriento, la verdad. Creo que me marcharé en cuanto hayamos colocado esto.
—Yo me ocuparé de eso —dijo ella, como disculpándose con la mirada.
—Bien. Entonces creo que volveré a casa —dijo, sorprendido por la brusquedad de su voz, que pilló a Maya por sorpresa.
Ella lo acompañó hasta la puerta y cuando se giró para despedirse, vio que ella estaba roja:
—Gracias por todo —dijo—. Te lo…
—Agradezco mucho. Ya lo sé —acabó el con cierta violencia. Cuando la miró a los enormes ojos verdes, se preguntó por qué no podía marcharse sin más—. Tengo que irme. Llámame si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Ella sonrió con dulzura.
—Tú también sabes dónde encontrarme a mí.
Con una pila de ropa en brazos que se había traído del despacho, Sawyer entró en casa. Olía a limpio, así que Regina debía haber pasado por allí aquella mañana. La asistenta le regañaría por llevarle la ropa sucia del trabajo, pero ya estaba acostumbrado.
Regina Cortez se había ocupado de él y de Cort desde que llegaron con su madre a la hacienda de sus abuelos y la consideraban casi parte de la familia, hasta el punto de que ella se permitía regañarles por no buscarse una buena chica con la que pasar el resto de sus vidas.
Sawyer se quitó las botas y fue a la nevera donde, entre latas de cerveza, encontró una bandeja con los famosos tamales de Regina.
—Buena chica —dijo Sawyer, agradecido.
Se calentó la comida y se la llevó junto con una cerveza a su sillón de cuero favorito, frente al televisor, pero sus pensamientos estaban muy lejos de su preciosa casa. No había dejado de pensar en Maya.
¿Por qué se sentía tan vinculada a esa ruina de casa? Tal vez porque fuera un hogar, se dijo.
Sawyer miró a su alrededor, sus antigüedades de estilo castellano, alfombras indias, piezas de alfarería… la mayoría procedían de la hacienda de sus abuelos. Su madre había comprado aquella casa para trasladarse allí poco después de que Sawyer entrara en el ejército, pero siempre había conseguido una excusa para quedarse en la hacienda. Por eso, cuando él volvió, insistió en que se fuera a vivir allí. Se la había ofrecido antes a Cort, pero éste la había rechazado. Sawyer, con su madre enferma, no quiso darle un disgusto sólo porque la decoración le pareciera recargada y poco de su estilo.
La casa tenía todas las modernidades, pero era fría e impersonal. No había nada de él excepto su viejo sillón de cuero, que había llevado allí a pesar de las reticencias de su madre.
Sonrió al pensar en los cojines de Maya o su cuadro, sin ningún valor excepto para ella.
«Si va a llevar al niño allí, al menos, que el lugar esté en condiciones», pensó.
Sawyer sacó el teléfono móvil del bolsillo y llamó a su hermano.
—Hola, Cort. Querías hablar, ¿no?
—Sí, pero…
—¿Qué te parece ahora? —sugirió Sawyer
Media hora después, Sawyer abría la puerta a su hermano con una toalla enrollada en torno a la cintura.
—Pasa y tómate una cerveza mientras me visto.
Cort obedeció mientras su hermano se vestía.
—¿Así que por fin has accedido a hablar de eso?
—Sí —respondió Sawyer, pasándose una mano por el pelo mojado—. Pero primero necesito un favor.
Cort dejó la cerveza, se inclinó sobre la barra de la cocina y cruzó los brazos.
—Lo sabía. Sabía que era una trampa. Me apuesto que tiene que ver con Sawyer «el rescatador»…
—Es una causa justa.
—¿Con ojos verdes y pelirroja?
—Aún no tiene pelo. Es por su hijo, Joey.
—No me lo voy a tragar. El salvamento de bebés en apuros no es tu especialidad, sino los que implican saltar desde un avión, escalar una montaña nevada o casos similares. Bueno, ¿qué le pasa a ese bebé? Supongo que es el niño al que atendiste la noche de la tormenta.
—Sí. Era prematuro y necesita un lugar seguro donde ir cuando salga del hospital.
—¿Y por qué exactamente es responsabilidad tuya?
—Porque no tiene a nadie más y su madre no tiene muchas opciones —Sawyer buscó una razón más lógica para justificarse—. Ella y yo fuimos al instituto juntos.
—Oh, entonces ya cuadra todo —dijo Cort—. Seguro que a las decenas de mujeres con las que estudiaste les encantará oír eso.
—¿No me vas a dar un poco de tregua en esto?
—De acuerdo —accedió Cort, y dio un trago a la botella—. Por lo que sé, Maya Rainbow ha vuelto, sin marido ni trabajo, y se ha instalado en la cabaña del amor. Y tú te has implicado tanto con su hijo que has decidido rehabilitar la casa para ella. Me hago una idea.
Ignorando el sarcasmo de la voz de Cort, Sawyer siguió:
—No has visto como está aquello. Deberían derribarlo, pero ella se empeña en vivir allí con Joey, así que… ¿puedes ayudarme?
—Pues claro que te ayudaré, como siempre.
—Gracias. Sabía que lo entenderías, hermanito.
—Pero tengo una condición.
—Ya decía yo que esto estaba siendo demasiado fácil. Creo que sé lo que me vas a pedir.
—Cuando acabes con esta misión de rescate, fijaremos una fecha para ver a Garrett. Quiero acabar con esto de una vez para siempre —Cort miró fijamente a su hermano, como valorando su reacción—. Hablé con él hace un par de días.
—Genial —dijo Sawyer, levantando la vista—. ¿Entonces? ¿Estás listo para perdonar y olvidar?
—No, pero sí para escuchar. ¿Y tú?
—¿Escuchar el qué? —fue a buscar otra cerveza a la nevera para tomarse un descanso de la conversación y liberar tensión. Enfadarse con Cort no llevaría a nada, pero empezaba a cansarse de su empeño en organizar una reunión familiar.
—No lo sé, y no lo sabremos si no hablamos con él.
—Hablar con él no va a solucionar nada. Yo ya tengo las cosas muy claras —pero sabía que no era cierto. Una pequeña parte de él aún pedía respuestas, aunque sólo fuera para saber qué había hecho que su padre despreciara a sus hijos mayores.
—¿Lo pensarás al menos? —preguntó Cort en voz baja—. Le dije que le llamaría en un par de semanas.
Sawyer iba a oponerse, pero su hermano siempre había estado ahí para él, y parecía que aquello era importante para él por algún motivo que aún no le había revelado.
—Lo pensaré. Eso es todo lo que puedo prometerte.
Y tan pronto como lo dijo, Sawyer se arrepintió de haber accedido a tanto.
Los ojos azules de Joey se cerraron lentamente. Acababa de mamar y ahora se adormecía lentamente contra su pecho. Maya se colocó la blusa y se lo puso a un lado, cubriéndole la espalda con la mano para ayudarle a expulsar los gases. Cuando el niño estuvo saciado y tranquilo, se quedó dormido.
La puerta del hospital se abrió lentamente y pasó la doctora Kerrigan.
—¿Ha acabado? —preguntó en voz queda.
—Sí —asintió Maya sonriendo y poniendo al niño en brazos de su pediatra—. Ha comido mucho y tiene la tripita como una roca de dura.
Lia le acarició el vientre.
—Desde luego, está bien que coma. Ha ganado cien gramos.
—¿Tanto? ¿Entonces puedo llevármelo a casa?
—Ten paciencia —dijo Lia, devolviéndole el niño a su madre—. Tiene que seguir progresando a este ritmo. Tal vez tenga efectos latentes del trauma del accidente que aún no hayan salido a la luz y queremos que siga en observación un tiempo más.
—Sé que es por su bien, pero —Maya sintió que las lágrimas le afloraban a los ojos— lo echo de menos todo el tiempo, pero ahora lo cierto es que no tengo mucho que ofrecerle.
—Te tiene a ti, y eso es todo lo que necesita —la tranquilizó la doctora, sentándose a su lado—. ¿Ha pasado algo? No parece propio de ti decir eso.
—¿Algo más? —Maya intentó sonreír, a pesar de las lágrimas—. No, probablemente sea una depresión post parto.
—Tal vez, pero me extraña, en tu caso. ¿Por qué no me cuentas qué te preocupa?
En el interior de Maya luchaban por un lado su orgullo, y por el otro, su necesidad de desahogarse. Por fin, explotó:
—No tenía que haber sido así.
—Bueno, tener un hijo en medio de una tormenta y tras un accidente no es lo que todos desearíamos, pero los dos salisteis ilesos —sonrió Lia—. Joey evoluciona bien, y tú te has recuperado con una rapidez asombrosa.
—Lo sé, sé que tenemos mucha suerte, pero no me refería al accidente, sino a todo lo demás. Se supone que tenía que estar casada, con un marido cariñoso a mi lado, un trabajo y una casa bonita a la que llevar a nuestro hijo.
—Oh, es eso.
Maya soltó una carcajada en medio de las lágrimas, que fluían a raudales por sus mejillas.
—Sí, eso. Lo cierto es que Joey no tiene padre, un desastre de hogar y una madre desempleada que se echa a llorar a la mínima.
—Maya, este niño tiene más que muchos bebés que salen de este hospital: tiene una madre que lo adora, que sabe cuidar de él, que conseguirá un trabajo y construirá un hogar para él. Eso será suficiente, si tú quieres que lo sea.
—Eso espero —murmuró Maya, mirando a su niñito. Tomó aliento y fue a darle las gracias a Lia, pero en ese momento oyó un ruido y las dos se giraron para mirar hacia la puerta.
Sawyer estaba allí, mirándolos a ella y a Joey, y Maya tuvo la terrible sensación de que había escuchado más de lo que a ella le hubiera gustado.