Capítulo 5

 

Genial, pensó Maya frotándose los ojos. No sabía qué le sentaba peor, si que la viera llorar o que siempre la pillara en su peor momento.

—Ya tienes compañía, y yo tengo que acabar las visitas. No te preocupes —dijo Lia, dándole unas palmaditas en el hombro—. Te prometo que este caballerito se marchará a casa muy pronto y lo tendrás sólo para ti —al pasar junto a Sawyer, le saludó—. Buenos días, Sawyer.

—Hola —saludó, sin dejar de mirar a Maya y a Joey.

Lia pareció dudar, pero Sawyer no se dio cuenta, y un momento después, ella salió al pasillo. A Maya le pareció que estaba decepcionada y le hubiera gustado decirle que era Joey quien le hacía la competencia, pues su madre no estaba cualificada para ser el objeto de las fantasías de ningún hombre en ese momento.

Sawyer se acercó y la observó mientras acunaba al niño en sus brazos. Maya vio una expresión extraña en su rostro que le provocó un nudo en la garganta y un nuevo afloramiento de lágrimas, pues reflejaba sus propios sentimientos por el niño.

—Hola —le dijo él en voz baja.

—Hola. No esperaba verte aquí de nuevo.

Sawyer se encogió de hombros, y miró al bebé.

—Quería ver qué tal os iba —se arrodilló y puso un brazo sobre el respaldo de la silla de Maya. El niño le agarró un dedo—. Oye, tienes fuerza para ser un chico tan pequeño.

—Joey está bien. La doctora dice que podrá irse a casa en un par de días.

—¿Qué tal estás tú? —preguntó Sawyer, soltándose del agarre de Joey para ponerse frente a ella—. Ya sé que estás bien, pero, en serio, ¿qué tal te encuentras?

—Estoy bien. Sólo tengo que acostumbrarme —al ver su mirada, Maya supo lo que se le venía encima—. Vas a volver a empezar con lo mismo. ¿No puedes dejarlo correr?

—No. De hecho, pienso ir a trabajar allí el fin de semana. Paul y un par de chicos más van a venir a ayudar y con un poco de suerte, dejaremos el lugar habitable. Y ni te molestes en decirme que no. Paul y Val están de acuerdo conmigo en que no puedes llevar al niño a un hogar que es un desastre.

—Creía que habíamos arreglado eso ya —dijo Maya, molesta—. Te agradezco lo que intentas hacer por nosotros, pero yo puedo cuidar de mí misma y de él, y lo tendré todo listo para cuando llegue.

—Es ridículo que pretendas enfrentarte a tanto trabajo sola cuando hay tanta gente que desea ayudarte —su frustración era evidente—. No es un crimen aceptar la ayuda que te ofrecen tus amigos. ¿Por qué no la aceptas sin más?

—¡Porque no puedo depender de que tú o cualquier otro venga en mi ayuda cuando algo vaya mal! Voy a tener que apañármelas sola; soy madre soltera y no puedo esperar que los demás hagan las cosas por mí. Sé lo que sientes acerca de que Joey crezca sin un padre, pero yo no puedo cambiar eso. No puedo cambiar lo que te hizo tu padre.

Eso era lo último que Sawyer quería oír. Aquello no tenía nada que ver con su deseo de ayudar a Maya.

—Esto no es por mí —dijo secamente—. Ni tampoco por ti. Es por el niño, y vivir en esa casucha no es precisamente lo mejor para él.

—Yo creí allí y aquí sigo —le espetó ella—. No está tan mal.

—Sólo por que tú sobrevivieras en una comuna no significa que ese sea el mejor modo de vida para tu hijo.

—Hace mucho que me marché de la «comuna», como tú la llamas, y yo no vivo de ese modo.

Parecía a punto de abofetearlo, pero Sawyer no quiso ceder en aquello.

—Pero has vuelto y sigues haciendo esas cosas del incienso y las hierbas —se arrepintió al instante de sus palabras; criticando su modo de vida no lograría convencerla—. Lo siento, pero no estoy a gusto sabiendo que el bebé va a vivir en un lugar así.

—Te dije que sería temporal —aclaró Maya con voz gélida.

—Incluso un día sería demasiado tiempo —Sawyer tomó aliento y empezó a dar vueltas por el cuarto, pensando qué hacer—. Mira, no intento arruinarte la vida, sino asegurarme de que no llevas a un recién nacido a un lugar que amenaza ruina.

—Ya lo sé —dijo Maya más tranquila—, pero…

—Pero quieres hacerlo todo tú sola. Bien, después del fin de semana, es todo tuyo.

—Sawyer…

Él fue hacia la puerta sin darle tiempo a seguir.

—Después del fin de semana, no volverás a verme. Pero voy a adecentar esa casa, lo quieras o no.

 

 

Durante los tres días siguientes, Maya intentó no pensar en su pelea con Sawyer mientras intentaba progresar en la limpieza de la casa las pocas horas que pasaba allí. Cuando el teléfono la despertó a la cuarta mañana, ya había empezado a arrepentirse de su decisión de hacerlo todo sola.

—Siento haberte despertado —dijo Val, al otro lado de la línea—. Quería hablar contigo de lo del sábado.

—Lo del sábado no fue idea mía —dijo ella, apenas conteniendo su disgusto—, sino de Sawyer. Siento que os metiera a Paul y a ti en eso.

—Ya sé que eres independiente, capaz y muchas más cosas, pero eso no significa que tengas que rechazar la ayuda que te ofrecen tus amigos.

—Sawyer y yo no somos precisamente amigos.

—Bueno, si tú lo dices…

—Es un buen tipo y todo eso…

—¿Buen tipo? Te has debido dar un golpe en la cabeza o algo así. Mi vecino de setenta y cinco años es un buen hombre. Quiero a Paul, pero tendría que estar ciega para no ver que Sawyer es una fantasía hecha realidad. Con esa sonrisa podría encender un fuego.

Maya estaba de acuerdo con ella, pero no le daría la satisfacción de darle la razón.

—Hace esto por Joey, no por mí.

—Lo que tú digas, aunque eso sólo te lo crees tú.

Maya no pudo dejar de pensar en aquello después de haber colgado. No había visto ni hablado con Sawyer después del día del hospital.

Cuanto más pensaba en ello, más incómoda se sentía con cómo había dejado las cosas. Pensó en llamarlo, pero no tuvo valor. Tal vez Val y él tuvieran razón y estuviera llevando su miedo a ser dependiente demasiado lejos.

Pero ya había probado con Evan y había resultado ser un error. No podía arriesgarse a creer de nuevo que él se interesaba por ella.

No había dejado de pensar en ello en toda la mañana cuando, de camino al hospital, al pasar junto al parque de bomberos, vio el coche de Sawyer. Aparcó tras él, segura de estar cometiendo un error, pero prefería volver a enfrentarse a él que dejar las cosas a medias entre ambos.

En cuanto lo vio, dejar las cosas a medias ya no le pareció tan mala opción.

Las puertas de la salida de vehículos estaban abiertas y él estaba junto a una de las ambulancias con un compañero. Cuando Rico le hizo una señal con la cabeza, la miró directamente y a Maya se le aceleró el pulso, pero con una sonrisa en los labios, se decidió a caminar hacia él.

—Hola. He visto tu coche y pensé que a lo mejor podíamos hablar un segundo.

—Llévatelo —le dijo Rico, sonriendo e ignorando la mueca de Sawyer—. Puedo seguir haciendo el inventario yo solo y además me harás un favor. Sufre una falta de cafeína tremenda desde hace tres días.

—Vamos a mi despacho —le dijo Sawyer con una expresión indescifrable. La condujo hasta allí y cerró la puerta tras ella—. Si intentas quitarme de la cabeza lo del sábado, estás perdiendo el tiempo.

—No, no quiero volver a pelearme contigo —se detuvo y volvió a empezar—. ¿Por qué me lo pones todo tan difícil?

—¿Yo? Sólo trato de ayudar, pero eres demasiado obstinada como para aceptarlo.

—¿Yo soy la obstinada? ¿Y cómo le llamas a tu negativa para aceptar un rechazo?

—Compromiso.

—Más bien, frustración.

—Si quieres hablar de frustraciones… —se estiró y la miró de arriba abajo.

—Frustración, obstinación —Maya dio un paso y lo pinchó con el dedo en el pecho—. Me estás volviendo loca con tu…

Se detuvo al darse cuenta de que estaban a pocos centímetros de distancia y que la tensión entre ellos había cambiado de la discusión a la conciencia de la intimidad. En aquel cuarto tan pequeño, solos, el modo en que su mirada la acariciaba y su aliento se aceleraba…

—Sí —admitió él dando un paso más hacia ella—, tú también me estás volviendo loco. Tanto como para…

Sawyer la atrajo contra él y la besó.

En lugar de apartarse, ella se dejó llevar sin pudor, invitándolo a seguir besándola.

Su respuesta hizo que Sawyer perdiera el control completamente; ya había perdido la cabeza en lo que a ella se refería, pero con su cuerpo entre los brazos y su suave aroma a flores del desierto e incienso embotándole los sentidos, sentía que se deslizaba como en un trineo.

Iban demasiado rápido. En el momento en que se dio cuenta de que se estaba dejando llevar, pensó en Paul, Rico y el resto de la brigada tomando notas al otro lado de la puerta. ¿Qué demonios estaba haciendo? Ella acababa de tener un hijo y no estaba lista para aquello. Con toda la suavidad que pudo, Sawyer se apartó, lo que provocó una leve protesta por parte de Maya. Aquello hizo que estuviera a punto de arrepentirse.

Ella lo miró, primero asombrada y después bajó los ojos. Él no sabía qué hacer ni qué decir:

—Maya, yo… —se detuvo—. No tenía que haber pasado. Lo siento.

—Gracias por el empujoncito para mi ego —murmuró. Se apartó de él y se pasó las manos temblorosas por el pelo. Tienes razón. No debería haber pasado.

Ya sí que no sabía qué decir. Ella se aprovechó de su momento de duda para abrir la puerta.

—Tengo que ir a ver a Joey. Hablaremos más tarde —le dijo, intentando salir, pero él la detuvo.

—No quiero dejar las cosas así.

—¿Y cómo entonces? —preguntó ella, impaciente.

—No creo que quieras que te responda a eso —dijo él, acariciándole todo el cuerpo—. Te mentí. No me arrepiento de lo que ha pasado.

Ella fue a decir algo, pero se calló. Salió del despacho y caminó seguida por él hasta su coche. Abrió la puerta antes de girarse hacia él.

—Supongo que nos veremos pronto —dijo a modo de despedida.

—Cuenta con ello.

—Empiezo a pensar que eres lo único con lo que puedo contar —dijo, y sin darle tiempo a responder, arrancó y se marchó.

Sawyer se quedó mirándola desaparecer y, después de tomar aire, volvió al interior esperando que nadie se hubiera dado cuenta de nada.

—¿Lo habéis arreglado todo? —le preguntó Paul nada más verlo.

—No, y no es asunto tuyo —dijo Sawyer fríamente. Fue derecho a la cocina rezando para que hubiera café hecho.

—Espera a que se lo cuente a Val… —insistió Paul.

El sonido de la alarma lo interrumpió. Esperaron a oír por la megafonía la dirección de la casa en llamas con dos personas atrapadas en su interior.

—Es la casa de Maya —dijo Sawyer, mirando a Paul, y los dos echaron a correr a recoger el equipo.

 

 

Maya acunaba suavemente a Joey mientras el niño sonreía en sueños. El beso de Sawyer le había tocado alguna fibra sensible, pero no estaba lista para admitir cuál.

Se levantó para dejar al niño en la cuna cuando Cal entró en la habitación tan inquieta que Maya supo enseguida que algo malo estaba ocurriendo.

—Es la casa de tus padres —soltó Cat—. Se ha incendiado.

—¿Fuego? ¿Cómo? —exclamó ella, intentando recordar si había dejado la chimenea encendida.

—No sé los detalles, pero parece que unos chicos entraron allí y debieron provocar el incendio. Uno de ellos se quedó atrapado. Parece que el suelo cedió cuando Sawyer estaba sacando al chico. Le están trayendo ahora mismo a Urgencias.