Finalmente logré hablar con Iesha el sábado por la noche.
—Necesito un descanso, Maverick —dijo, y su voz sonaba muy áspera—. He estado llorando todo el tiempo y mi cabeza se mete en lugares muy oscuros. Él no necesita estar cerca de mí.
Sonaba igual a lo que le pasó a Keisha después de tener a Andreanna. Creo que mamá lo llamó “depresión posparto”.
—¿Has visto a un doctor? —le pregunté.
—No necesito un doctor.
—No, en serio. La chica de Dre lidió con eso y…
—¡Ya te dije que no necesito un doctor, Maverick! Lo estoy manejando yo sola.
—Bien —no tenía sentido discutir—. ¿Cuánto tiempo crees que necesitas?
La línea telefónica se quedó en completo silencio. Lo siguiente que oí fue el tono de fin de llamada.
Le conté a mamá.
—Ese pobre niño. El posparto es duro —dijo—. Y tal vez Yolanda tampoco esté siendo de ayuda. Jesús. Es posible que debamos prepararnos para tener al bebé por un tiempo, Maverick. Quizá necesitemos llamar al primo Gary para discutir algunas opciones.
Hombreeeee, ese idiota es el peor. Es abogado y vive en los suburbios con su esposa blanca y sus hijos. Pregúntame cuándo viene a convivir con la familia. Nunca. Cree que porque vivimos en el gueto sólo queremos su dinero. Trasero blanqueado. Aquí nadie quiere su dinero.
Y tampoco quiero su ayuda. Iesha sólo necesita un pequeño descanso, eso es todo. Le pido a Dios que yo esté en lo cierto, porque han pasado sólo dos días y este chico me está haciendo sufrir en serio. Esa primera noche fue un infierno. Quería que lo cargaran casi todo el tiempo o lloraba, así que básicamente lo mantuve en mis brazos. Cuando lo ponía en su cuna, se despertaba cada hora. Eso significaba que tenía que despertarme y darle de comer o cambiarle el pañal. Nunca había visto tanta popó en mi vida.
Sábado y domingo fue la misma historia. Llorar, cagar, orinar. Llorar, cagar, orinar. Estoy agotado después de un fin de semana.
Hoy se pondrá en verdad interesante. Es lunes y mamá vuelve al trabajo, lo que significa que tengo que cuidar a mi hijo solo. Al menos, este fin de semana mamá estaba aquí si me equivocaba. Le dije eso y me contestó: “Ser papá o mamá por lo general significa que no hay nadie que pueda venir a arreglar las cosas. Ése es ahora tu trabajo”.
Y es aterrador.
Mamá corre alrededor de la cocina, revisa los gabinetes y el refrigerador y va anotando cosas en una lista. Dre tiene que hacer algunos mandados para la tía Nita más tarde y se ofreció a llevarme a la tienda de comestibles. Necesitamos todo tipo de cosas para mi hijo. Por supuesto, mamá está pensando en otras cincuenta mil cosas más que ella quiere.
—Estoy agregando la harina de maíz a la lista, Maverick —dice mamá—. Asegúrate de conseguir la bolsa grande. Moe quiere freír algunos bagres este fin de semana. Ah, y consigue algo de ese condimento criollo. Sabes que le daría un ataque si no tenemos condimento.
La mejor amiga de mamá, Moe, viene a cocinar para nosotros algunas veces. Prepara un bagre de concurso.
—Sí, señora —le digo en medio de un bostezo. Hombrecito siguió despertándose anoche. Me asombra que esté dormido en este momento.
—Ahora, si surge algo hoy, me llamas al trabajo —dice—. También está la señora Wyatt aquí al lado, y tu tía Nita está a sólo una llamada de distancia. Tu abuela me pidió que te dijera que también está a una llamada de distancia —niega con la cabeza—. Esa mujer está loca por ti.
La abuela vive en el campo, en un terreno de la familia, a treinta minutos de aquí. Tal vez llegaría en sólo quince si la llegara a llamar.
No voy a hacerle eso a ella ni a nadie más.
—No necesitaré ayuda —digo lo que debería decir un hombre—. Puedo con esto.
Mamá me mira fijamente por un segundo. Se acerca y me besa en la frente.
—Estarás bien —murmura.
Pronto, conduce su auto por el camino de entrada. El motor zumba y zumba hasta que se desvanece a lo lejos, y entonces me encuentro solo con mi hijo.
Le echo un vistazo rápido. Tuve que mover mi estéreo y todos mis discos compactos para que su cuna cupiera en mi recámara. Hombre, eso fue difícil. Tengo la mejor colección de discos del barrio, te lo apuesto. Cientos de canciones. Los tenía apilados en un gabinete de torre en orden alfabético. Ahora están todos regados en la mesa del comedor.
Todo por Hombrecito. Quedó inconsciente en su cuna con los brazos estirados por encima de la cabeza. Sus cejas están arrugadas, como siempre. Creo que está soñando con formas de resolver todos los problemas del mundo.
Lo miro por un minuto. Tan cansado como estoy, lo amo más de lo que puedo decir. Es un poco loco, ya que lo conocí en verdad apenas hace unos días. Enciendo el viejo monitor para bebés que era de Andreanna y le doy un beso en la frente como el que me daba mamá.
Me arrojo sobre el sofá de la sala. Creo que la parte más difícil de todo esto es no saber cuándo va a terminar. O si Iesha va a venir a buscar a nuestro hijo o si él terminará por relajarse. La escuela comienza dentro de dos semanas, y la idea de ir mientras estamos lidiando con él no parece siquiera posible.
Levanto el teléfono inalámbrico. Quiero llamarle a Lisa porque no hablamos en todo el fin de semana, pero eso podría significar decirle lo que está pasando. En cambio, marco al localizador de King. Necesito hablar con él sobre toda esta situación de las drogas y también quiero asegurarme de que seguimos en buen plan. Él ya debe saber que el bebé es mío a estas alturas.
Lo llamo. Conociéndolo, pasará un rato antes de que se comunique conmigo. Me estiro en el sofá y me cubro con la cobija de mamá. Justo cuando empiezo a quedarme dormido, suena el teléfono.
No puedo tomar un maldito descanso. Lo tomó con brusquedad de la mesa de centro.
—¿Hola?
—¡Hola! —dice una voz automatizada—. Usted tiene una llamada por cobrar de…
—Adonis —interrumpe su voz.
Me siento. Mi viejo nunca llama por las mañanas. Sólo marca por las tardes, cuando mamá está en casa. Algo debe estar mal. Presiono 1 para aceptar la llamada.
—¿Pa?
—¡Hey, Mav Man! —de alguna manera, su voz siempre suena relajada cuando habla conmigo, como si estuviera en un viaje de negocios y no en la cárcel—. ¿Qué desastre está cocinando tu mamá hoy?
Suelto una carcajada. Mi viejo jura que es mejor cocinero que mamá. Y lo es, para ser honesto. Sueño con sus galletas, tan legendarias.
—Nada esta mañana. ¿Tú estás bien? ¿Qué haces llamando tan temprano?
—Estoy bien. Conseguí algo de tiempo para llamadas y decidí aprovecharlo. ¿Está Faye ahí?
—Na, acaba de irse al trabajo —digo.
—Maldición, debería haberlo sabido. ¿Cómo está? No está trabajando demasiado, ¿verdad?
—Está bien. Sabes que ahora descansa los fines de semana. Moe la convenció de que los dejara libres.
—Moe —la manera en que mi viejo dice su nombre me desconcierta un poco. Ni siquiera se conocen. Ma y Moe se hicieron amigas hasta uno o dos años después de que él se fue—. Supongo que me da gusto que alguien la haya convencido de que se tomara un tiempo libre —dice—. Como sea, ¿cómo estás tú? ¿Qué hiciste este fin de semana?
La última vez que hablamos, yo estaba esperando los resultados de la prueba de ADN. Le dije a mi viejo que el bebé no era mío y él tomó mi palabra en serio, como siempre. Ahora tengo que decirle que es abuelo.
—Mmm… —de repente, se vuelve muy difícil hablar—. Estuve cuidando a mi hijo.
El teléfono se queda en silencio. La llamada no se cortó, se escuchan voces al fondo.
—Maldita sea —dice mi viejo—. Bueno, es lo que es. ¿Cómo vas?
Me froto los ojos. No estoy seguro de si están ardiendo por el cansancio o porque me siento aliviado de que mi viejo no se me haya lanzado a la yugular. Aunque ése no es para nada su estilo. Cada vez que mamá se enfada, puedo contar con que él me escuche.
—No sé cómo lo estoy manejando —admito—. Llora todo el tiempo, apenas duerme, siempre necesita un cambio de pañal o un biberón. Es mucho, pa. Estoy listo para venirme abajo después de un fin de semana.
—Oh, sí. Recuerdo bien esos días. ¿Ya te orinó en la cara?
—Hombreeee —gimo mientras mi viejo ríe—. Un par de veces.
—Bien. Ésa es una venganza por todas las veces que tú te orinaste en mi cara. Estarás bien, Mav Man. Tienes que encontrar tu ritmo. No me malinterpretes, no será fácil. Todo el mundo va a tener una opinión sobre cómo haces las cosas. ¿Qué es lo que siempre te digo? Vivir tu vida basándote en lo que las otras personas piensan…
—Es no vivir en absoluto —termino la frase.
—Tenlo por seguro, maldita sea. Tú déjalos que hablen. Mientras cuides lo tuyo, eso es lo único que importa, ¿comprendes?
—Comprendo.
—Maldita sea. Un nieto —dice, asombrado—. ¿Cómo se llama?
—Iesha le puso King, porque pensaba que él era su papá.
—Para nada, hombre. Tienes que cambiárselo —dice mi viejo—. Zeke le puso el nombre a King en honor al grupo. No tengo nada en contra de eso ni de tu amigo, pero tu hijo debería tener algo suyo, algo que le pertenezca. Un nombre con propósito. Yo estaba muy consciente cuando escogí tu nombre: Maverick Malcolm Carter.
Maverick significa “pensador independiente”. Malcolm viene de Malcolm X. Supongo que papá quería que yo fuera un líder desde el inicio.
—No le eches encima nada a tu hijo —continúa mi viejo—. Dale un nombre que le diga quién es y quién puede ser. El mundo ya intentará joderlo lo suficiente.
Maldición, tendré que pensar en esto.
—Sí, de acuerdo.
—Hombre. Si estuviera en casa, sería el abuelo más genial que jamás hayas visto. Ya tendría a mi amiguito paseando por ahí en el convertible. Asegúrate de que entienda quiénes son los Lakers cuanto antes.
Mi viejo enloquece por los Lakers. Adoraba a Magic y Kareem en su época. Se aseguró de que yo fuera seguidor del equipo.
—Seguro. Pronto le conseguiré una camiseta.
—De eso estoy hablando. Tienen algo especial en camino, puedo sentirlo —dice—. Ese chico Kobe va a ser un torbellino. Acuérdate de lo que te estoy diciendo.
Por un momento, sólo somos padre e hijo hablando de basquetbol. No se siente que mi viejo esté a un mundo de distancia.
—¿Crees que conseguiremos un campeonato?
—Un par de campeonatos —dice—. Kobe y Shaq van a brillar, sin duda. ¿Cómo van las cosas en Garden?
—Últimamente todo está muy tranquilo. Nada de guerras territoriales —digo—. Los Discípulos del Jardín están apaciguados.
—Bien. ¿Shawn, Dre y ellos te están cuidando?
Supongo que así es como Dre calificaría su última actuación.
—Sí. A veces, demasiado.
—Nunca es demasiado. Debes estar contento de que alguien te respalde. Tal vez no siempre tengas esa suerte.
Tengo la sensación de que Dre siempre será un grano en mi trasero.
—Bueno, mira, hombre, se me acabó el tiempo —dice papá—. Asegúrate de decirle a Faye que fui muy duro contigo con respecto a este asunto del bebé, ¿de acuerdo?
Río. Ella sabrá que estoy mintiendo.
—De acuerdo. Te veremos pronto.
—Muero de ganas de verlos —dice, y puedo escuchar su sonrisa—. Te amo, Mav Man.
—Yo también, pa.
Cuelgo y mi viejo está a un mundo de distancia otra vez.
Suena el timbre de la puerta. Me levanto muy rápido porque no quiero que despierte Hombrecito. Me asomo primero por la ventana del frente como lo hace mamá. Es King.
Chocamos palmas a manera de saludo.
—Maldición, hombre. No esperaba que pasaras por aquí.
Se cuela dentro de la casa.
—El teléfono es una pérdida de tiempo. Estaba a la vuelta de la esquina con un cliente y pensé que podía pasar a verte. ¿Qué hay?
¿Qué no hay? Una parte de mí no sabe cómo empezar esta conversación. Me meto las manos en los bolsillos.
—¿Ya habló contigo Iesha?
King se deja caer en mi sofá y apoya los pies sobre la mesa. Mi casa siempre ha sido su casa.
—Sí, ya me dijo. ¿Dónde está el control? Quiero jugar Mortal Kombat.
—Hombre, mira, lo siento, ¿de acuerdo? —digo—. Estaba seguro de que Hombrecito era tuyo.
—Te dije que la mierda sucede. Todo bien.
—¿Estás seguro? Le pusiste tu nombre. Puedo ver cómo esto podría hacerte sentir…
—¡Carajo, Mav! Suenas como si fueras una nenita. Relájate. No voy a estresarme por esa chica o por su bebé —saca mi control de la Sega Genesis de entre los cojines del sofá—. Una cosa menos de que preocuparme.
—De acuerdo. Mientras nosotros estemos bien.
—Toda la vida, hermano —me tiende la palma de la mano.
Las chocamos.
—Seguro, salvo cuando estás apoyando a tus patéticos Vaqueros.
—Lleva tu odioso trasero a alguna parte —King ríe—. Como si los Santos valieran la gran mierda. Mis Vaqueros les van a patear el trasero como yo a ti en este juego.
—Ya quisieras. Pero necesito hablar contigo de algo más.
King sopla en mi cartucho de Mortal Kombat, por si no quisiera funcionar, y lo coloca en la ranura de la Sega Genesis.
—¿Qué pasa?
Hombrecito llora en mi habitación antes de que pueda decir más.
—Mierda —siseo—. Espera.
Mamá dice que algún día seré capaz de descifrar sus chillidos. Hoy no es ese día. Ella me dijo que lo primero que tenía que hacer siempre es revisar su pañal. Está limpio, así que debe querer un biberón. Mamá hizo un par antes de irse a trabajar. Cree que yo le pongo demasiada fórmula. Para alguien que dice que mi bebé es mi responsabilidad, me ayuda bastante. No me quejo. Voy rápido a la cocina, saco un biberón del refrigerador y a Hombrecito de su cuna.
No es fácil alimentar a un bebé mientras está llorando. Es como si tuviera tanta hambre que se enoja, y como si estuviera tan indignado que no quiere ni dejar que lo cargue.
—Tranquilo, hombre —le digo. No sé cómo meter el biberón en su boca. Al principio, no lo toma, y estoy a dos segundos de llamar a mamá al trabajo.
Por fin, empieza a comer.
—Hombre —suspiro—. Te encanta estresarme, ¿eh?
Camino con cuidado hacia la sala y me siento en el sofá con él en brazos.
King está jugando y no aparta la vista de la tele.
—¿Iesha te lo dejó?
—Sí. Dijo que necesitaba un descanso.
—Oh —es lo único que dice al principio. Luego añade—: Tienes que alimentarlo dentro del primer minuto después de que despierta o comienza a actuar como loco.
—¿Qué?
—Solía ir a ayudar a Iesha.
—Oh.
Nos quedamos callados por un momento.
King nos mira.
—Sí —dice—. Se parece a ti.
King podrá decir que todo está bien cuantas veces quiera, pero tiene esa mirada que me hace pensar lo contrario.
—Hey, perro, lo lamento.
Se concentra en la televisión de nuevo.
—Ya te lo dije, todo bien. Al menos contigo tiene una familia, ¿sabes?
—Hombre, King…
—¿Dijiste que querías hablar conmigo de otra cosa?
Odio esta situación, en serio. Me aclaro la garganta.
—Sí, mmm… No puedo seguir vendiendo drogas contigo.
Se tarda en reaccionar.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Dre descubrió lo que estamos haciendo.
King salta del sofá.
—¿Qué demonios? ¿Le dijiste?
—¡No! Yo no haría algo así. Dre lo descubrió por su cuenta y está convencido de que tú estás involucrado. Quiere que lo deje.
—Déjame adivinar, él quiere que sólo vendas marihuana para él y Shawn para ganarte unos cuantos centavos.
—Na. Quiere que deje de vender por completo. Dijo que si no lo hago, te delatará con Shawn.
—¿Y qué? No puedo creer que te hayas dejado intimidar.
—¡Yo estaba tratando de cuidarte!
—¡No necesito que nadie me cuide! ¡Lo único que necesito es el dinero que hago con esto! ¿Tú no?
Nuestra discusión hace que Hombrecito se altere. Lo mezo un poco.
—Por supuesto, pero no quiero meterme en problemas. Dre amenazó con decírselo a mis padres, King.
—¿Así que me vas a dejar colgado?
—Hombre, sabes que no es así. Lo que estoy diciendo es que tú también deberías considerar dejarlo…
—¡No voy a dejar una mierda! —dice King—. Mav, podríamos encontrar una manera de hacer esto si trabajamos juntos. ¿En verdad vas a dejar que Dre y ellos se interpongan en el camino de tu dinero?
No es Dre por quien estoy preocupado. Si mamá se entera de que vendo drogas, es posible que no vuelva a ver otro amanecer.
—Lo siento, King —le digo—. Yo estoy fuera.
Mira al techo como si estuviera a punto de maldecir.
—Está bien, hombre —dice—. Haz lo que quieras, pero yo no voy a renunciar. Pueden venir a buscarme, no tengo miedo.
Lo juro, King nunca piensa demasiado. Creo que me preocupo más por él que lo que él se preocupa por sí mismo.
—No se los diré. Espera, iré por mi material. ¿Puedes…? —hago un gesto hacia mi hijo.
—Sí, yo lo cargo —dice King.
Lo acomodo en los brazos de King. Hombrecito gime al principio, pero King lo mece y lo hace callar. Probablemente ya ha hecho esto antes.
Voy al baño. Mamá hizo que fuera mi trabajo mantenerlo limpio todas las semanas, lo que me convirtió en la única persona que se asoma debajo del gabinete. Me agacho en el suelo para mirar bien y muevo los artículos de limpieza. Ayudan a ocultar el espacio que hay en la parte de atrás, entre la pared y la tubería, que es lo suficientemente grande para que pueda deslizar una Ziploc con drogas.
La saco, voy a la sala y se la entrego a King. Él me da a mi hijo a cambio.
—¿Estamos bien? —pregunto.
—Sí —dice—. Aunque estés comportándote como un pequeño vándalo en este momento.
—Idiota, conoces a mamá, ¿cierto? Tengo buenas razones para temer.
—Sí, sí, sí. Hablaremos después. Tengo trabajo que hacer —mira a mi hijo—. Cuídalo, ¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza.
King extiende su puño y lo choco con el mío. Luego, se marcha.