SEIS

Dre acepta llevarme a casa de Lisa. Va a conducir un rato con Hombrecito porque, al parecer, los viajes en coche ayudan a los bebés a dormir. El tiempo de una siesta de mi hijo es más o menos el que me tomará romper el corazón de Lisa.

Nos detenemos en una casa color melocotón rodeada por una cerca. Lisa vive en una de las casas más bonitas del lado oeste. Su mamá mantiene el jardín arreglado. Pon un pie en su pasto y te llenará de maldiciones. Probablemente por eso levantó la cerca. Si la dejas que te lo cuente, te dirá que la puso para mantener fuera a los “niños que se sienten hombres”. Me estará mirando mientras te lo dice.

Su auto no está en el camino de entrada. La carcacha de Carlos sí está, por desgracia. No importa, debo hacerlo. Subo por la escalera hasta el porche y toco el timbre.

Carlos abre y se apoya contra la puerta. Es un poco más alto que yo y más grande, como si levantara pesas con regularidad. Solía estar en el equipo de lucha de Saint Mary. Pero eso no me asusta. Lo derribaría si fuera necesario.

Se cruza de brazos.

—¿Puedo ayudarte? —pregunta con tono seco.

Aquí vamos.

—¿Está Lisa?

—Tal vez.

—¿Puedes avisarle que estoy aquí?

—Quizás.

Este tipo me saca de quicio.

—Mira, Carlton —le digo, porque aparte de la altura y los músculos, su cursi trasero es idéntico a Carlton, de El príncipe del rap—, ve a buscar a Lisa.

—Oh, a alguien le gustan las bromas —dice—. Aquí hay una para ti: besa mi…

—¡Car-los! —Lisa gime y lo empuja a un lado. Me jala para que entre a la casa—. ¡Siempre estás provocando!

—Disculpa, ¿adónde piensas llevarlo? —pregunta Carlos.

—A mi recámara.

—Sobre mi maldito cadáver.

Lisa se giró hacia él.

—Lo siento, no sabía que eras mi padre.

—Soy…

—Tú regresa a tu película y mantente fuera de mis asuntos —dice ella—. ¿De acuerdo? De acuerdo.

Le regalo una sonrisa de triunfo mientras su hermana me lleva por el pasillo. La casa huele a aromatizante campestre, y eso parece, con todo ese tapiz de flores que le puso su mamá. Me lleva a su recámara y cierra la puerta, como si desafiara a Carlos a que le diga algo.

Río.

—¿Te está sacando de quicio?

—Siempre.

Sostengo sus caderas. Es difícil verlas con la camiseta de futbol americano de FUBU que trae: es demasiado grande y cubre sus diminutos pantaloncillos. Se pone de puntillas y me besa, y olvido lo que vine a decirle.

Hasta que empiezo a pensar en Tammy. Me aparto de Lisa.

Sus cejas se encuentran.

—¿Qué ocurre?

—Tu hermano podría estar escuchando. No puedo dejar que nos oiga.

—Probablemente tengas razón —Lisa se acuesta en su cama—. Entonces, ¿ya no estás castigado?

Muevo el peluche de Hello Kitty de su cama y me siento a su lado. Lisa ama a ese gato. Está por toda su habitación, junto con carteles de Usher y Ginuwine, sus “amores”. Necesita acabar con esas porquerías, en serio.

—Sí. Fue mi culpa que no pudiéramos pasar juntos el fin de semana.

—Está bien. Tammy vino y rehízo mis trenzas. Mi agenda va a ser una locura y no quiero tener que arreglarme el cabello todas las semanas.

Me acuesto a su lado. Sé que tengo que hablar con ella, pero en este momento sólo quiero escuchar sobre cosas ordinarias de su vida normal.

—¿Por qué va a ser una locura tu agenda?

—Además del basquetbol, tengo el periódico escolar y el comité del anuario. Mamá cree que esas actividades lucirán bien en mis solicitudes universitarias para demostrar que soy más que una atleta. Ir a la universidad significa salir por fin de esta casa, así que estoy entregada a eso. Espero recibir algunas cartas de aceptación.

—No te preocupes. Todas esas escuelas te amarán tanto como yo —beso su mejilla.

—Siempre sabes qué decir —pasa sus dedos por mis trenzas. Ese pequeño movimiento me hace pensar en todo lo que podríamos hacer si Carlos no estuviera aquí. No escucho lo que me está diciendo.

—¿Eh?

—Te decía que deberías unirte a algunos clubes de tu escuela —repite—. Se vería bien en tus solicitudes.

—Mmm… tal vez la universidad no sea para mí, Lisa.

—Ya te lo he dicho, Mav, no necesitas calificaciones perfectas para ir a la universidad. Mucha gente entra con notas muy medianas. Ya puedo verte desde ahora, uniéndote a una fraternidad y tan comprometido como estás con los King Lords.

Me sorprende cómo ve esta versión de mí que la mayoría de la gente no ve. De hecho, puede imaginarme en la universidad. A veces, a mí me cuesta imaginar algo así. Sobre todo ahora.

Me siento.

—¿Qué ocurre? —pregunta Lisa.

Estoy imaginando una vida para ella. Va a ser una de las chicas más populares de su universidad e irá a todas las fiestas. De alguna manera, mantendrá sus calificaciones bajo control mientras se esfuerza por convertirse en pediatra. Algún universitario la tomará entre sus brazos. Se casará con él y vivirán en una gran mansión con un par de niños. Yo seré sólo un recuerdo de cuando era niña.

Se sienta.

—Maverick, en serio, ¿qué pasa?

Necesito un poco más de tiempo con ella. Beso su cuello y avanzo hacia sus labios.

Se aleja.

—Maverick.

Me levanto y doblo mis manos sobre mi cabeza. Mierda, tengo que decírselo.

—Quiero que recuerdes que te amo, ¿de acuerdo? Cuando hice lo que hice, no estaba pensando bien.

—De a… cuerdo —dice Lisa lentamente—. ¿Qué hiciste?

—¿Recuerdas cuando tú y yo rompimos después de que Carlos pensó que me había visto con una chica?

—¿Sí?

—Bueno, yo estaba muy mal. Fui a casa de King para aclarar mi mente y… me enredó con Iesha una vez.

—¿Te enredó…? —sus ojos se agrandan—. ¿Tuviste sexo con ella?

—Lisa —intento tomar su mano. Ella se mueve al otro lado de la habitación—. Fue sólo una vez. Tú y yo no estábamos juntos.

—¡Sólo rompimos por dos semanas! ¿Qué demonios, Maverick?

—Lo sé, lo sé. Lo siento, ¿de acuerdo? No me he metido con ella ni con nadie más desde entonces.

Lisa se abraza con mucha fuerza. Cuando hace eso, es como si intentara mantener al mundo lejos.

—¿Por qué me dices esto ahora?

Su voz es tan suave que duele.

Debo hacerlo.

—Iesha tuvo un bebé hace tres meses.

—Esto tiene que ser una broma.

—Nosotros… nos hicimos una prueba de ADN…

—Dios mío —pone una mano en su frente—. Oh, santo cielo…

—Es mío.

—Oh, Dios mío —Lisa se hunde en el suelo. Levanta la mirada hacia mí—. ¿Tú tienes un bebé?

Madura, me digo.

—Sí. Tengo un hijo.

—Me mentiste —dice ella.

—No mentí…

—¡Sí, lo hiciste! ¡Llevo semanas preguntándote qué pasa y no dijiste nada! Te hiciste una maldita prueba de ADN para el bebé de otra, ¿y eso es nada?

—¡No quería mortificarte! Yo creía que ese bebé era de King.

—Oh, Dios mío. Esto explica taaaaantas cosas. Cada vez que me encuentro con Iesha y sus amigas, se ríen de mí. Tammy dijo que me lo estaba imaginando. Pero yo tenía razón, ¿cierto? ¡Se estaban riendo porque tú jugaste conmigo!

—¡Yo no jugué contigo!

—¡Todo el mundo sabía que te habías acostado con otra chica, menos yo!

—No lo sabía todo el mundo —digo.

—¡Iesha lo sabía! ¡Sus amigas lo sabían! ¡King lo sabía! Apuesto a que Dre lo sabía, ¿no es así?

No puedo responder, porque tiene razón.

—¿Sabes? —murmura—. Tal vez mi mamá y mi hermano tengan razón sobre ti.

—¿Qué?

Me mira fijamente a los ojos. Los suyos están llenos de lágrimas.

—Sal de aquí.

—Lisa…

—¡Lárgate de aquí! —grita.

La puerta se abre y Carlos se apresura a entrar.

—¡Ya te dijo que te largues!

—¡Hombre, tú ocúpate de tus malditos asuntos!

—¡Ella es mi asunto!

—Carlos, basta —dice Lisa en voz baja—. Él no vale la pena.

Eso me golpea como un disparo. Es lo peor que ella ha dicho jamás sobre mí.

Carlos me mira y sonríe con gesto de suficiencia. Por fin consiguió lo que quería.

—Ya la escuchaste —dice—. Largo.

Lisa se enjuga las lágrimas de las mejillas. Desearía poder secarlas yo. Pero más que eso, desearía poder patearme el trasero por haberla hecho llorar.

En cambio, hago lo que me pidió.