QUINCE

La persona que mató a mi primo fue asesinada.

Han pasado tres extrañas semanas desde que eso sucedió. Dado que le dispararon a Ant en una actividad escolar, apareció en todas las noticias. Sus padres lloraron en la televisión, sólo entonces cobré conciencia de que tenía padres. Igual que Dre. Algunos chicos en la escuela estaban realmente destrozados por su muerte, entonces supe que tenía amigos. Igual que Dre. En el estadio, tuvo un funeral en el estacionamiento con flores y globos. Igual que Dre.

Todo el mundo es llorado por alguien, supongo. Incluso los asesinos.

No sé cómo sentirme al respecto. No estoy feliz y no estoy triste. No me siento aliviado, ni satisfecho. Sólo estoy… no lo sé.

Shawn está igual. Según lo que escuchó en las calles, cree que Ant sí mató a Dre.

—Quería encargarme yo de él —dijo—. Al menos, ese cobarde obtuvo lo que se merecía. Ésta podría ser la forma en que Dre evita que me manche las manos.

Eso es algo que seguro él habría hecho.

Estoy haciendo todo lo posible para vivir como él quería. Voy a la escuela, trabajo y cuido a mi hijo. Eso es todo. Siendo sincero, mis calificaciones tal vez no sean las que él hubiera deseado. Seven y el trabajo me mantienen ocupado, y la escuela es el mejor lugar para tomar una siesta.

Quizá pronto ya no necesite hacer eso. Seven por fin comenzó a dormir toda la noche hace una semana. Al principio, no lo podía creer. Seguí despertando esperando que me despertara. ¿Pero anoche? ¡Hombre! Dormí cuatro horas seguidas. ¡Cuatro! Las conté, estúpidos. Ahora nadie puede decirme que los milagros no suceden.

Es domingo, mi día libre. Mamá salió con Moe, así que estoy solo en casa con Hombrecito. Me acuesto en el suelo y lo “vuelo” como Superman mientras la videograbadora reproduce Space Jam. Sólo podemos ver películas y canales locales desde que nos deshicimos del cable. Seven ya consume comida para bebés ahora, y eso cuesta todavía más que la fórmula. Algo tenía que irse. También tuve que deshacerme de mi Sega Genesis. Hombrecito dejó atrás su vieja ropa, y el dinero que me dio la casa de empeño me permitió conseguirle algunas cosas en el mercado de pulgas.

Empiezo a pensar que ser padre significa que no puedes tener mucho para ti. Toda mi energía, mi dinero y mi tiempo se van en él.

Space Jam está en mi parte favorita. Es esa escena en la que Mike muestra a los Looney Tunes que sigue siendo el mejor, mientras “Fly Like an Eagle” suena en el fondo. Siento a Seven en mi abdomen. Tiene que verlo.

—Mira, hombre, ¿ves eso de ahí? Ése es el mejor jugador de basquetbol de todos los tiempos, Michael Jordan —digo—. Seis veces campeón de la NBA, cinco veces el jugador más importante. Todos quieren ser como Mike. Pronto te compraré algunos de sus tenis. Pero no me malinterpretes, nosotros somos fanáticos de los Lakers. Tenemos a este tipo llamado Kobe, y creo que nos va a conseguir algunos campeonatos.

Seven balbucea algo como: ¿Palabra? Bien, podría haber sido otra cosa. Diré que fue Palabra.

Bosteza y se acuesta sobre mí. La hora de la siesta se acerca reptando sigilosamente hacia él. Me quedo así un minuto. Me gusta escucharlo respirar y sentir su pecho alzarse contra el mío. No sabe que estoy cansado todo el tiempo o que técnicamente soy un niño. Sólo sabe que estoy con él.

Cuando estamos así, yo tampoco tengo que saber mucho. Sólo sé que lo amo. Beso su sien para que lo sepa.

Suena el timbre de la casa. Seven se incorpora y mira hacia la puerta.

—¿Qué? ¿Tú vas a abrir? —bromeo. Lo acomodo en el corralito que compré después de vender mi estéreo, y me asomo al frente.

¿Qué demonios? Es Lisa. No la he visto ni hablado con ella desde que me empujó por la ventana.

Abro la puerta.

—¿Hey?

Trae una enorme sudadera con capucha y unos pantalones deportivos. Una gorra de beisbol oculta una parte de su cabello.

—Hey —dice ella, con voz muy suave—. ¿Puedo entrar?

Me hago a un lado y la dejo entrar. Lisa se abraza con fuerza, como lo hace cuando intenta mantener el mundo alejado.

—¿Estás bien? —pregunto.

—Mmm, sí. ¿Es un mal momento?

—Un poco. Debo dejar a Seven para su siesta. Si no te molesta esperar un poco, no me tomará mucho.

—Claro. Está bien.

—De acuerdo —digo. Algo no está bien, pero tengo que llevar a este niño a la cama. Lo cargo—. Seven, dile hola a Lisa.

En la cara de Lisa aparece esta pequeña sonrisa que se hace más grande cuanto más lo mira.

—Hola, Seven. Vaya, ¿qué le has estado dando de comer, Maverick? —ella ríe.

—Hey, no seas odiosa. Simplemente tiene más para amar.

—Los bebés rechonchos son los mejores —admite, y se acerca. Ella toma la mano de Seven y él le responde con una sonrisa babeante—. Hola, Calabaza. Hola.

—¿Calabaza?

—Sí. Es como una calabaza pequeña y regordeta. Se parece mucho a ti —su sonrisa se desvanece un poco—. Pero también a Iesha.

Por mucho que amo a mi hijo, odio esa tristeza en los ojos de Lisa. Intento que desaparezca.

—Espera. Dijiste que se ve como una calabaza y que se parece a mí. ¿Estás diciendo que parezco calabaza?

—Ya quisieras. Él es lindo. Tú estás apenas pasable.

—¡Diablos, vas repartiendo tu odio! —río. Es como si las últimas semanas nunca hubieran sucedido—. ¿Quieres ayudarme a prepararlo para su siesta?

Lisa le hace muecas a Seven y él ríe. Es muy buena con los bebés.

—Depende de lo que tenga que hacer. No voy a cambiar un pañal. No, señor, eso no lo haré —dice con su voz de bebé.

Suelto una risita.

—Yo lo cambiaré. Sólo ayúdame a que se duerma. No quiero que se pase su hora. El libro para padres decía que es importante respetar los horarios.

—¿Libro para padres?

—Seguro. Tengo un par. Quiero hacer esto bien.

La sonrisa de Lisa no llega a sus ojos.

—Vaya. Eso es… genial.

Inclino mi cabeza.

—¿Estás segura de que estás bien?

—Mmmm, sí. Vamos a preparar a este bomboncito para su siesta.

Miente, pero es obvio que no está lista para hablar. Vamos a mi habitación y juro que Seven entiende que voy a dejarlo. Empieza a llorar.

—Hey, deja de actuar así cuando tenemos compañía —le digo mientras lo pongo en el cambiador—. Tienes a esta hermosa chica aquí, y estás poniéndote todo hostil. Eso no está bien, hombre.

Lisa mira alrededor de mi habitación. Se ve muy diferente a la última vez que estuvo aquí. Las cosas de Seven me han desplazado.

—Vaya, finalmente quitaste esos carteles de mujerzuelas.

Río mientras desvisto a Seven. Se refiere a todas las chicas de Playboy que tenía en mis paredes. Lisa las odiaba.

—Sí. No quise exponerlo a todo eso.

Le saco la camisa a Seven por la cabeza. Él gime como diciendo: ¡Apúrate!

—¡De acuerdo, de acuerdo! —digo—. Dado que tenemos una invitada especial con nosotros hoy, voy a presentar una de tus canciones favoritas de Radio Papá.

Comienzo con el ritmo de “Baby-Baby-Baby”, de TLC. Ése es el grupo favorito de Lisa y una de sus canciones favoritas. Sostengo el talco para bebés como si fuera un micrófono y bailo un poco.

Ella ríe.

—Oh, Dios mío, ¿qué estás haciendo?

Le indico que se acerque al cambiador. Se une a mí. Canto y ella me pasa las toallitas húmedas y un pañal limpio. Pronto, comienza a cantar también.

No nos toma mucho tiempo cambiarlo. Lo levanto, bailamos con él por la habitación y le cantamos. Lo hacemos reír más de lo que nunca lo he hecho yo solo.

No hay otra cosa que se sienta tan bien.

A Seven le agrada Lisa. Tanto que se estira hacia ella. No hace eso con todo el mundo. Mamá dice que es un antisocial.

Lisa lo carga. Él bosteza y se frota los ojos.

—¿Ya te agotamos? —pregunta Lisa y luego besa su mejilla. Él apoya la cabeza contra ella.

Le cepillo el cabello a Seven.

—Será mejor que lo acomodemos en su cuna antes de que se quede dormido en tus brazos.

Lisa lo acuesta. Enciendo su móvil y beso su frente.

—Dulces sueños, hombre.

Esta vez, no creo que se resista al sueño. Sus ojos apenas pueden mantenerse abiertos. Le indico a Lisa que me siga al pasillo y cierro la puerta con cuidado.

—Maldita sea. Nunca es tan fácil acostarlo.

—¿En serio?

—Sí. Debes tener ese toque mágico. Necesito que me ayudes todas las noches —estoy bromeando, pero Lisa no ríe—. Mi error. No quiero decir nada con…

—Es genial. Seven es un amor. Y tú eres un gran padre, Maverick.

—Gracias. Lo estoy intentando. A veces, da miedo.

Lisa se abraza con fuerza.

—¿Podemos hablar ahora?

—Sí. ¿Qué pasa?

Ella me mira a los ojos y sé que algo está en verdad mal.

—Deberíamos sentarnos.

Maldita sea, ¿alguien murió?

—De acuerdo.

La llevo a la cocina. Huele al Fabuloso con el que mamá me hizo limpiar anoche. La familia vendrá para el Día de Acción de Gracias, a finales de esta semana. Mamá quiere que la casa esté impecable y espera que yo lo haga realidad.

—¿Quieres algo de beber? —le pregunto a Lisa mientras se sienta a la mesa.

—No, gracias.

Me siento frente a ella.

—De acuerdo. ¿Qué pasa?

—Maverick, yo… —la voz de Lisa se quiebra y empieza a llorar.

Tengo esta sensación de hundimiento en el estómago. Me levanto y la abrazo.

—Hey, está bien. Sea lo que sea, estoy contigo, ¿de acuerdo?

Lisa moja mi camisa con sus lágrimas.

—Maverick… tengo un retraso.

Creo que la escuché bien aunque su voz sale un poco amortiguada, pero estoy confundido.

—¿Un retraso para qué?

Lisa se aparta y sus ojos llorosos se fijan en los míos.

—Tengo un retraso.

Mi corazón late con fuerza. Ella no puede querer decir que…

—¿Qué… qué quieres decir?

Las lágrimas caen por las mejillas de Lisa y pronuncia cuatro palabras que hacen que el tiempo se detenga.

—Creo que estoy embarazada.