TREINTA

Esto es lo que el señor Wyatt me enseñó sobre la jardinería: Las flores, frutas y verduras pueden crecer en cualquier lugar, entre cualquier cosa. Fueron hechas para eso. Quiero decir, vamos, cuando Dios hizo esa mier… esas cosas, tengo que dejar de maldecir tanto, cuando hizo esas cosas, no las puso en parcelas de un jardín. Las puso en la naturaleza o lo que sea y les dio todo lo que necesitaban para sobrevivir. No debería sorprenderme ver florecer las rosas del señor Wyatt antes incluso de que el invierno haya llegado a su final.

Atraen mi atención desde el camino de la entrada, mientras King se aleja por la calle. Son tan bonitas que me acerco.

Abro la puerta y entro en el patio trasero de los Wyatt. Hace semanas colocamos malla de alambre alrededor de muchas de las parcelas y las llenamos con agujas de pino para protegerlas hasta la primavera. Dejamos los rosales intactos. Yo suponía que ya estarían muertos, pero tienen flores tan grandes como mi palma.

Me agacho para mirar más de cerca.

—Maldita sea. Todos ustedes están muy bien, ¿eh? Puede que necesite cortar estos tallos. Creo que están muertos. ¿Les parece bien?

Hombre, aquí estoy, hablando con las flores como…

La puerta trasera de los Wyatt se abre con un chirrido.

—¡Caramba, chico! —dice el señor Wyatt, y luego toma una respiración profunda—. ¡Debes saber que no puedes colarte en el patio de la gente tan temprano en la mañana! Creí que se trataba de algún ladrón.

Miro hacia atrás sobre mi hombro.

—¿Qué robaría un ladrón aquí atrás? ¿Plantas?

—¿Quién puede saberlo? —dice mientras baja los escalones. Se aprieta más la bata—. Tienes suerte de que no tuviera mi pistola.

—¿Qué? ¿El diácono Wyatt tiene un arma?

—¡Cielos, sí!

Comienzo a reír. Este hombre en verdad no suelta maldiciones.

—¿Qué estás haciendo en el jardín tan temprano? —pregunta.

Vuelvo a las rosas.

—Estaba afuera y me di cuenta de que éstas habían comenzado a florecer. Tuve que entrar a revisarlas.

El señor Wyatt gruñe mientras se inclina a mi lado.

—Oooh, estas viejas rodillas. ¿Qué te dije? Las rosas pueden florecer en las condiciones más difíciles.

—Sin duda —paso el dedo por algunos de los pétalos—. Puedo podarlas si quiere. Estos tallos no se ven bien.

Echa un poco la cabeza hacia atrás.

—Suenas como si supieras lo que estás haciendo.

—A estas alturas, debería, con todo lo que usted habla.

—Sí, supongo. Me sorprende que me hayas estado escuchando —revisa los rosales—. Parece que tienes razón. Hay que cortar estos tallos.

—Porque no les ayudarán a crecer, ¿verdad?

—Ajá. Es algo así como lo que tenemos que hacer con nosotros mismos. Deshazte de las cosas que no te hacen ningún bien. Si no ayuda a que la rosa crezca, no puedes dejar que permanezca. ¡Hey, hey! Mírame, ya estoy rapeando de nuevo.

Resoplo.

—De acuerdo, MC Wyatt.

—Eso suena muy bien —se levanta con otro gruñido—. Mi mujer y yo hemos estado hablando, Maverick. Has sido de gran ayuda aquí, en el jardín, y también en la tienda. Jamal se marchará pronto a una de esas universidades de cuatro años, y necesitaré a alguien que se haga cargo. ¿Qué opinas acerca de convertirte en un empleado de tiempo completo?

—¿En serio?

—Sí. Sé que la paga no es mucho comparada con lo que hacen tus amiguitos en las calles…

—El dinero rápido lleva a un final rápido.

El señor Wyatt enarca las cejas.

—En serio que has estado escuchando. Pensé que todo entraba por un lado de esa enorme cabeza y salía por el otro.

—Maldición, señor Wyatt. No necesita insultarme.

—Un poco de humor por la mañana no hace daño a nadie. Puedes comenzar a trabajar a tiempo completo después de graduarte. ¿Qué dices?

Pongo una mano en mi nuca.

—Mmm… No lograré graduarme, señor Wyatt. Como que troné.

—¿A qué te refieres con “como que troné”? —pregunta—. ¿Quieres decir que reprobaste? ¿Ya abandonaste la escuela?

—Sí. La semana pasada descubrí que estaba reprobando todas mis clases y que tendría que repetir el último año. Eso no funcionará, así que dejé de ir a la escuela.

—Ya veo —dice—. ¿Y Faye ya está enterada?

—No, señor, todavía no —respondo, y se queda muy callado—. Pero voy a obtener mi GED —agrego rápidamente—. El consejero de la escuela dijo que tenían clases en el centro. Sólo tengo que inscribirme.

Así es, le prometí a Seven que no lo defraudaría. Obtener mi GED es el primer paso.

—Ya veo —dice el señor Wyatt de nuevo, y no sé si se siente decepcionado o qué. Respira hondo—. Te diré qué haremos. Irás al centro esta mañana, te inscribirás en esas clases y luego vendrás a la tienda para empezar como empleado de tiempo completo.

Mis ojos se abren muy grandes.

—¿El trabajo sigue siendo mío?

—¿Por qué no sería así? —dice—. No soy yo de quien debes preocuparte. Ese trabajo le corresponde a Faye.

Cierto.

Da unas palmaditas en mi hombro.

—Ve a hacer lo que tengas que hacer, hijo. Espero que vengas directamente a trabajar después. No te quedes por ahí…

—Holgazaneando —termino por él—. Sí, señor, lo sé.

—Ya que estás escuchando tan bien, debería comenzar a recitar las Escrituras para que puedas repetirlas.

Oh, maldita sea.

—Sigamos con el trabajo por ahora, señor Wyatt.

Suelta una risita.

—Eso es lo que crees. Pero todavía no he terminado contigo, muchacho —dice, y sube la escalera de regreso a su casa.

Finalmente, le dije a mamá la verdad sobre la escuela.

¿Se enojó? Demonios, sí.

¿Se me echó encima? Seguro.

¿Mis mentiras hicieron que fuera peor? Oh, sí.

¿Me alegra que Moe haya estado allí como testigo? Maldita sea. Probablemente me salvó la vida.

Una vez que le juré a mamá que obtendría mi GED, se calmó un poco. Salió de la casa al trabajo y apenas me dirigió dos palabras. Lo merezco.

Me visto para ir al centro. Seven está en su corralito, en la sala, balbuceando junto con los Teletubbies en la televisión. No entiendo por qué a los niños les encantan esas cosas horripilantes.

El teléfono suena por toda la casa. Tomo el inalámbrico de mi buró.

—¿Hola?

—¡Hola! —dice la voz automatizada—. Tiene una llamada por cobrar de…

—Adonis.

Acepto los cargos.

—¿Pa?

—¿Mav Man? —dice—. No estaba seguro de que encontraría a alguien en casa. Conseguí algo de tiempo para llamar y pensé en intentarlo. Tú… ¿estás bien?

Ésa es su forma de preguntarme si seguí adelante con mi plan.

—Estoy bien, pa —le digo—. No pasa nada, no pasó nada.

Deja escapar un profundo suspiro.

—Bien.

Me siento a un lado de mi cama.

—Es difícil para mí decir eso. Casi siento que decepcioné a la familia.

—No, hombre. La familia te necesita —dice—. Yo estoy atorado aquí y Dre se ha ido. Tú tienes que quedarte, ¿entiendes? A costa de lo que sea.

—Lo sé —murmuro mientras tomo un hilo suelto de mi edredón. Ése es mi principal objetivo. En realidad, no es como los que el señor Wyatt me dijo que debía tener, pero sí. La cosa es que no veo cómo puedo lograrlo mientras siga siendo un King Lord—. Creo que quiero salir de la pandilla, pa.

La línea se queda en silencio.

—Eso no es nada contra ti o Dre o ninguno de ustedes —digo—. Conozco esta parte de nuestra sangre. Pero ésta no es la vida que… no quiero que mis hijos…

—Hey, hey. No me debes una explicación —dice—. Como te dije el otro día, te estás convirtiendo en hombre. No necesitas mi permiso ni mi aprobación.

—Sí, señor.

Mi viejo toma otra respiración profunda.

—¿Sabes cuál es la verdadera mierda, hijo? Hay muchos adultos en el juego que no quieren estar ahí. Pero no tienen las agallas para admitirlo como tú. También están demasiado metidos o demasiado asustados de lo que la gente pueda pensar. Terminan aceptando que están atrapados.

Por un segundo, parece que está hablando de sí mismo.

—¿Que tú admitas que quieres salirte? Significa que estás pensando por ti, como debería hacerlo un hombre —dice—. Deberían empezar a llamarte Gran Mav en lugar de Pequeño Don.

—No juegues —río, igual que él—. Siempre seré el Pequeño Don por aquí.

—Sí, ya veremos —dice mi viejo—. Haz lo que tengas que hacer, hijo. Te Amo. A pesar de todo.

Sonrío.

—Yo también te amo, pa.

Inscribirme en las clases de GED no fue tan malo. La mujer de la oficina del distrito escolar ya tenía mi información, gracias a la intervención del señor Clayton. Ella me puso en la clase para “jóvenes menores de diecinueve años”. Dijo que sería bueno para mí estar con otros chicos.

Es la primera vez en mucho tiempo que alguien me llama chico. Supongo que me quedan un par de meses más de eso, porque una vez que tienes dos hijos, creces. Lo disfrutaré mientras pueda.

Las clases se imparten los lunes, miércoles y viernes por la noche. El distrito escolar también tiene algunos cursos de desarrollo profesional para adultos jóvenes. Me inscribí en la clase de paisajismo. Podré obtener un certificado cuando obtenga mi GED, y eso me permitiría cuidar profesionalmente los jardines. Eso es algo, supongo.

Tomé el autobús y fui directamente a la tienda como le dije al señor Wyatt que haría. Me encargo de la caja registradora mientras él se toma un “descanso” al otro lado de la calle, con el señor Reuben y el señor Lewis. Por la forma en que ríe, no le preocupa la larga fila de clientes que tengo aquí.

Registro las compras de la señora Rooks, y esta vez no dejo caer sus huevos. Será mejor creer que ella me vigila muy de cerca para asegurarse de que no lo haga. Los niños de los proyectos cuentan su cambio ellos mismos, y cuando les pregunto por qué sus traseros no están en la escuela, me preguntan por qué el mío tampoco. Me cierran el pico con eso.

—Que tenga un buen día —le digo a la última cliente alrededor de media hora más tarde. La chica no paraba de hablar, hombre. Me mostró una foto de sus hijos y me dijo con orgullo que los había llamado Dalvin y DeVante en honor a los tipos de Jodeci. La miré divertido, aunque no podría decir nada al respecto. Yo le puse a mi hijo un número por nombre.

Cuando ella sale, el señor Wyatt vuelve a entrar.

—¿Todo bien, Maverick?

—Sí, señor —le digo, abriendo mi bolsa de papas con sal y vinagre. Ahora que trabajo de tiempo completo, tengo un descuento para empleados—. Sobreviví a la hora pico de la tarde. No pensó que lo lograría, ¿eh?

—Ahora, espera, yo no dije eso.

—Vamos, señor Wyatt. Bien sabe que me estaba probando. No soy estúpido.

Okay, tal vez fue una minúscula prueba —dice, con dos de sus dedos a centímetros de distancia—. Allá afuera hicimos una apuesta. Cletus pensó que estarías gritándome para que regresara a los dos minutos. Yo dije que a los cinco. Reuben dijo que a los diez. Todos perdimos.

—¡Carajo! Eso es lo que se merecen por no tener fe en un hermano.

—Lo admito, me sorprendiste —dice el señor Wyatt—. Si soy sincero, me sorprende que hayas durado tanto tiempo en el trabajo. Pensaba que ya habrías obtenido tu tercer strike a estas alturas.

No puedo mentir. Yo también suponía eso.

Pero tal vez sea hora de que empiece a sorprenderme a mí mismo.