Callie se despertó temprano y contenta. Por la ventana abierta oyó el canto de los pájaros y el relincho de las yeguas. Era el comienzo de un nuevo día, el sol asomando por el horizonte.
Tagg le besó la frente y se levantó.
–Quédate en la cama y descansa. Yo tengo que ir a Phoenix, volveré por la tarde. Callie asintió, demasiado cansada para contestar. Cuando volvió a despertar y miró el reloj de la
mesilla de noche, vio que eran las diez de la mañana. Se levantó de la cama, sintiéndose vergonzosamente culpable por haber dormido tanto, y fue directamente a la ducha. Una vez vestida, se dirigió a la cocina y se preparó una infusión de hierbas y un huevo cocido. El feto necesitaba proteínas. Tenía que desayunar bien, no podía saltarse ninguna comida. Y, tan pronto como acabara de desayunar, se dedicaría a preparar la pequeña sorpresa que quería darle a Tagg.
La idea se le había ocurrido aquella mañana, cuando Tagg le dio un beso de despedida. Tenía que hacerlo o, al menos, debía intentarlo.
Entró en la oficina de Tagg y se sentó detrás del escritorio. Ordenó los papeles que había encima, poniéndolos todos en un montón, y agarró un cuaderno de notas. Entonces, encendió el ordenador, introdujo su propia contraseña y se dispuso a ver el dinero que tenía en el banco.
Ya había destinado una cierta cantidad de dinero al proyecto de Clay: había comprado libros, regalos para la tienda de ultramarinos y, discretamente, había hecho una donación.
Después de confirmar que no tenía problemas de dinero, apagó el ordenador.
Debía hacer algunas averiguaciones, pero sabía por dónde empezar. Encontró la agenda de teléfonos de Tagg en el cajón izquierdo del escritorio, le había visto usándola muchas veces. Una vez que encontró el número que quería, agarró su móvil y marcó. Nadie contestó la llamada, así que dejó un mensaje y también dejó su móvil encima de la mesa de Tagg.
Abrió los cajones de los muebles archivadores y examinó algunos archivos, pero todo lo que vio estaba relacionado con los negocios. No era lo que quería. Lanzó una mirada a la puerta que daba al cuarto que hacía de almacén.
–Quizá esté ahí lo que necesito –murmuró ella.
Y se puso a buscar.
Tagg iba a cumplir treinta y dos años, y ella quería que no olvidara nunca ese cumpleaños.
Una estruendosa voz le sobresaltó. Se dio la vuelta y encontró a Tagg en la puerta con expresión colérica.
–¿Qué demonios estás haciendo aquí?
***
–¡Tagg! ¡Dios mío, qué susto me has dado! –accidentalmente, se dio con la espalda en el archivador metálico.
Claro que le había dado un susto, pensó Tagg. Callie había supuesto que volvería mucho más tarde. Tenía expresión de culpabilidad.
–No me esperabas tan pronto, ¿verdad?
–No –respondió ella llevándose una mano a la garganta–. Creía que estabas en Phoenix. Dijiste que pasarías allí casi todo el día.
–Pues estoy en casa –declaró él con voz gélida.
–Tagg, ¿qué te pasa?
–¿Qué estabas haciendo aquí?
–Yo… había venido porque… –Callie enrojeció y desvió la mirada.
Tagg la agarró del brazo y la sacó del cuarto almacén. La soltó en el centro de su despacho.
–¿Has estado revolviendo en mi escritorio? Los papeles no están como estaban –al mirar a su alrededor, vio que algunos cajones de los muebles archivadores tampoco estaban bien cerrados.
–Sí, lo sé. Estaba buscando una cosa.
–¿Que estabas buscando una cosa? ¿La has encontrado? –Tagg controló su voz a duras penas.
–No –Callie sacudió la cabeza.
–A mí me parece que sí.
–Tagg, ¿qué es lo que te pasa? ¿Por qué estás así conmigo?
Callie le miró con expresión inocente. Él, por el contrario, estaba más y más furioso.
–Creo que eres perfectamente consciente del daño que has causado.
–¿De qué daño estás hablando, Tagg? Nunca te había visto así.
–Haces que saque lo mejor de mí mismo, cielo –respondió él apretando los labios.
–Tagg…
–Me voy, vuelvo antes de lo previsto y resulta que te encuentro revolviendo en mi despacho y hurgando en mis archivos. Deberías haber sido más lista, Callie, deberías haber tenido más cuidado –Tagg la rodeó, tratando de descubrir a la verdadera Callie, no a la mujer que fingía ser–. Dime, Callie, ¿has ido hoy a ver a tu padre?
–No.
–Así que… ¿no te lo ha dicho todavía?
–¿Qué es lo que tiene que decirme? –le espetó ella.
–Adivínalo.
Callie se encogió de hombros, exasperada.
–No tengo ni idea.
Tagg agarró el archivo de Mosley Beef Conglomerate y lo agitó delante del rostro de ella.
–¿Así que no sabías que he perdido la cuenta Mosley hoy por la mañana? ¿Que me ha ganado el rancho Big Hawk por la mano?
–No. Yo… ¿cómo iba a saberlo?
Tagg tiró la carpeta encima del escritorio y lanzó a Callie una furibunda mirada.
–Tu padre ha ofrecido mejor precio que yo, pero sólo por una mínima cantidad. La suficiente para hacerme perder el contrato. Y éste era uno de los clientes más importantes que tenía.
Callie pareció confusa durante un momento.
–Lo siento –dijo ella en voz baja–. No sé qué decir. No sé cómo ha ocurrido.
Las disculpas de Callie no significaban nada. Le había traicionado y no iba a salirse con la suya.
–¿En serio no lo sabes?
En un segundo, la expresión de Callie cambió. Al mirarle, su rostro mostraba que, por fin, había comprendido el significado de sus palabras. Se le agrandaron los ojos.
–Crees que yo he ayudado a mi padre, ¿verdad? –los ojos se le llenaron de lágrimas–. Tagg, esto es ridículo. No es posible que pienses que yo he tenido que ver con ello. Tienes que creerme.
Tagg ignoró sus ruegos.
–Justo después de lo de Reno, resulta que pierdo tres negocios importantes. Tres, Callie, y seguidos –con el cuerpo rígido y el corazón helado, la señaló con un dedo–. ¿Cómo lo hiciste? ¿Me estabas espiando? ¿Escuchabas mis conversaciones? ¿Examinabas mis archivos cuando no estaba? ¿Te metiste en mi ordenador cuando dormía?
La expresión de Callie cambió de nuevo. Alzó la barbilla y sus ojos caramelo se endurecieron. Las lágrimas se habían evaporado.
–No he hecho nada de eso y lo sabes perfectamente.
Tagg no la creyó. Jamás volvería a creer una sola palabra que saliera de sus bonitos labios.
–Me has tomado el pelo. Estaba empezando a enamorarme de ti. Eres buena actriz, Callie. ¿Sabe tu padre lo buena que eres en la cama? ¿Te paga para que me distraigas con el sexo?
Callie le dio una bofetada.
–Sinvergüenza.
Él se enfureció. Cerró las manos en dos puños y se apartó unos pasos de ella.
–No vuelvas a hacer eso nunca.
–No puedo prometértelo –le espetó ella.
El móvil de Callie sonó, estaba encima de la mesa. Se miraron fijamente a los ojos. El teléfono continuó sonando.
–Es tu padre, ¿verdad?
Callie sacudió la cabeza.
–No, no es mi padre.
–Contesta el teléfono, Callie. Si no contestas, lo haré yo.
–Está bien, contestaré –Callie agarró el móvil y pareció reconocer el número que aparecía en la pantalla–. ¿Sí? –dijo con voz queda.
Se oyó la voz de un hombre por el auricular.
–Sí, soy Callie.
Tagg le quitó el teléfono y se lo llevó al oído.
–Vaya, hola, Callie. Soy John Cosgrove. Como me pediste, he hecho averiguaciones sobre Wild Blue. Tengo aquí el nombre del propietario; que, por cierto, está pensando en venderlo. Es posible que te lo vendiera, si el precio es razonable.
Conmovido, Tagg se quedó mirando el teléfono. Se le hizo un nudo en el estómago. Se volvió hacia Callie.
–¿Querías comprar…?
–Feliz cumpleaños, Tagg –le espetó ella.
Tagg cerró los ojos y se maldijo a sí mismo por la equivocación que había cometido.
Demasiado tarde, Callie había salido por la puerta. Se había marchado.
Se dejó caer en un sillón. ¿En qué había estado pensando? No, el problema era que no había pensado, había reaccionado instintivamente y había estallado tras años de contener sus emociones.
Callie no se merecía la forma como la había tratado.
Al mirar en dirección a la ventana, un movimiento le llamó la atención. Se acercó a la ventana, se asomó y vio que Callie había montado a Freedom y se estaba alejando de allí al galope, en dirección a las montañas.
Tagg salió corriendo y, momentáneamente, se sintió vencido, enfadado y avergonzado.
Pero no, esta vez no iba a permitir que el orgullo le impidiera ser feliz.
Agarró el sombrero, se dirigió a los establos y ensilló el caballo más veloz que tenía. Y fue en busca de su esposa.
En lo alto de un monte, Callie, agotada tanto física como mentalmente, cabalgó hasta una roca lisa, bajó de la yegua y se sentó. Apoyó la cabeza en las manos y cerró los ojos.
Transcurrieron unos minutos antes de oír el ruido de unos cascos en la distancia, un ruido apenas audible, pero suficiente para que un oído entrenado lo distinguiera.
Cuando él llegó a la cima, Callie no levantó los ojos.
–Si has venido porque te preocupa el bebé, puedes darte la vuelta y volver a casa. Conozco mis limitaciones y jamás forzaría a Freedom a galopar a una velocidad que pusiera en riesgo mi vida y la del bebé. Jamás pondría en peligro la vida de mi hijo.
–Nuestro hijo –dijo Tagg con ternura. Entonces, le oyó desmontar y aproximarse–. Y no he venido por el bebé.
–Márchate.
–No puedo. Callie, siento mucho haber sido tan estúpido. Nunca fue mi intención hacerte daño, te lo juro.
–Siempre me has visto como la hija de tu enemigo. Nunca has confiado en mí. No puedo seguir así, no puedo…
Tagg asintió.
–No espero que lo hagas.
Entonces, Callie se dio cuenta de que su matrimonio había acabado.
Callie… –Tagg se le acercó, y ella se preparó para lo peor. Tenía que ser valiente.
–Lo que más me duele es que hayas creído que mi padre necesitaba mi ayuda para sabotear tus negocios… ¡Y que yo le seguía el juego! ¿Es que todavía no te has dado cuenta de que mi padre es capaz de sobornar, perder dinero e incluso amenazar con tal de ganarte la partida? El Halcón no juega limpio, pero tú eres demasiado honesto y honorable para haberte dado cuenta de ello. Tú eres un hombre de principios. Tú jamás le harías eso a la competencia.
Tagg sonrió.
–Estás enamorada de mí.
¿Y Tagg había sacado esa conclusión a partir de lo que ella acababa de decir? Enfadada, se puso en pie.
–¡Claro que estoy enamorada de ti, idiota! ¿Por qué si no iba haberme acostado contigo en Reno? Vamos, dímelo, Tagg. Eras el hombre de mis sueños. Sólo te conocía a distancia, pero te había visto en el colegio, en el pueblo y en los rodeos, y cuando te vi aquella noche en el taburete de la barra del bar, me arriesgué. Hasta entonces, me estaba prohibido acercarme a ti, pero me salté las reglas de mi padre y ahora… ahora casi me arrepiento de haberlo hecho.
–No hablas en serio –Tagg se le acercó más.
Sus ojos se encontraron. Si le perdía, temía morir de pena.
–No, no hablo en serio –admitió Callie. Se llevó una mano al vientre y sólo sintió amor por la vida que estaba creciendo en su seno–. Quiero tener el bebé, Tagg. Lo quiero tanto como a mi propia vida.
Tagg lanzó un profundo suspiro.
–Y yo. Quiero que formemos una familia. Te amo, Callie.
Callie sacudió la cabeza, negándose a creerle.
–No, no me quieres.
–Sí, Callie, sí te quiero. He hecho todo lo posible por evitarlo, pero te quiero. Callie, te amo.
Ella sacudió la cabeza.
–Callie, te quiero. Lo diré una y mil veces hasta que te convenza. Lo diré hasta el día que muera.
Callie quería creerle, intentaba creerle.
–También sé que tu padre estuvo en nuestra boda.
¿Era una acusación? Callie retrocedió.
–Yo no tuve nada que ver…
–Sssss –Tagg la agarró, tiró de ella hacia sí y le selló los labios con dos dedos–. Ya sé que tú no tuviste nada que ver con ello. Fui yo. Lo arreglé para que estuviera allí.
–¡Tú! –Callie no podía creerlo. ¿Por qué, cuando Tagg odiaba tanto a su padre?–. Tagg, no es posible que fueras tú…
–Fui yo, créeme, y no lo hice por tu padre, sino por ti. No quería que te arrepintieras de haberte casado conmigo. No podía consentir que El Halcón formara parte de la ceremonia, pero sabía que algún día podrías echarme en cara que tu padre no presenciara nuestra boda. Incluso entonces, a pesar de estar enfadado contigo, quería hacer eso por ti.
–Oh, Tagg… –¿cómo no iba a querer a ese hombre?
–Hay algo más, Callie. Es hora de que te cuente la verdad. Tienes derecho a saberla, a entender por qué no quería darte lo que tú querías. Mi primera esposa…
–No es necesario que me cuentes nada.
–Sí. Tienes que oírlo, igual que yo necesito contarlo.
–¿Qué es lo que tienes que contar?
–La noche que Heather murió, tuvimos una discusión. La cuestión es que Heather había estado casada antes de casarse conmigo, aunque su primer matrimonio sólo duró unos meses antes de que lo anularan. Su exmarido se presentó en casa y yo les encontré juntos, hablando. Sólo estaban hablando. Heather trató de explicarme la situación, pero yo tenía demasiados celos y estaba demasiado enfadado para escucharla. Al final, Heather agarró una maleta y me dijo que se iba a casa de su madre a pasar una temporada. Yo… fui lo suficientemente idiota para dejarla marchar. Creía que yo tenía razón y que ella estaba equivocada, y que volvería a mí arrastrándose cuando se diera cuenta de lo que había hecho.
–Tagg, no podías saber que…
–Lo sé, pero eso no me ayuda. Si le hubiera pedido que se quedara, ahora estaría viva.
–Lo siento.
Tagg cerró los ojos y añadió:
–Heather estaba embarazada. El médico me contó que ella no me lo había dicho porque quería darme una sorpresa por mi cumpleaños.
Callie lanzó un gemido, incapaz de esconder su horror.
–Tagg, yo…
–A partir de entonces, me encerré en mí mismo, Callie. Me negué a tener relaciones íntimas con nadie. Me sentía culpable. No quería volverme a enamorar.
Los ojos de Callie se llenaron de lágrimas.
–Oh, Tagg…
–Cuando Clay inició el proyecto de Penny’s Song, yo ayudé porque pensé que así podría compensar en parte por el bebé que había perdido.
Callie se secó las lágrimas.
–Porque eres un buen hombre.
–Y un perfecto idiota, como tú has dicho. No te merezco. Te he hecho pagar por mi frustración. Tu padre tiene algo en contra de mi familia, pero tú jamás te metiste en eso. Lo que importa ahora es que sepas que haría lo que fuera por recuperar tu amor. Deja que te quiera, Callie. Te prometo que mejoraré. Te compensaré por lo que te he hecho sufrir.
Tagg le agarró la mano y ella sintió cómo su corazón estaba sanando. Su marido le había dicho cosas que no había contado a nadie. Tagg confiaba en ella, le había abierto su corazón.
Todavía no podía decirle lo de su madre y el padre de él, pero quizá algún días ambas familias pudiera sentarse y hablarlo, y dejar el pasado atrás.
Tagg hincó una rodilla en el suelo.
–¿Qué haces? –le preguntó ella con un susurro.
–Te estoy pidiendo que seas mi esposa, Callie. Del modo como debería haberlo hecho. Deja que lo haga bien.
–De acuerdo –respondió ella con voz suave.
–Callie Sullivan Worth, ¿quieres casarte conmigo? ¿Me permitirás que te ame y te trate como te mereces? ¿Me dejarás ser tu esposo y darte todo mi amor? Si me das una segunda oportunidad, te juro que jamás volveré a decepcionarte. Te prometo que tendremos una buena vida juntos. Te prometo que te amaré siempre.
Tagg la amaba, se repitió a sí misma en silencio. Tagg la amaba.
Los ojos se le llenaron de lágrimas de felicidad.
–Sí, Tagg. Sí, sí, sí, sí…
Tagg se puso en pie y ella le rodeó el cuello con los brazos. Necesitaba tocarle para cerciorarse de que no estaba soñando.
–Te quiero, Callie.
–Te creo.
–Seremos felices juntos.
–Lo sé. Sé que lo seremos –y no le cabía la menor duda.
Tagg la besó profundamente. Fue un beso que selló un futuro de felicidad.