Capítulo Tres

Callie saltó del vehículo de Tagg manteniendo el ánimo. Las palabras de él le habían hecho daño, pero no se iba a deprimir por ello. No podía esperar que Tagg se enamorase de ella perdidamente; sobre todo, teniendo en cuenta que llevaba años llorando la pérdida de su esposa.

La noche juntos en Reno había sido maravillosa desde el punto de vista sexual, pero también sabía que no había sido sólo sexo. Tagg se había mostrado tierno y cariñoso, y le había hecho confidencias.

No había sido su intención concebir aquella noche, pero jamás consideraría al bebé una equivocación. Quería ese hijo, ahora más que nunca.

Estaban delante de los establos, al lado de la casa principal, y Callie se acercó al corral para echar un vistazo a la media docena de caballos que había allí.

–No, ésos, no –le dijo Tagg–. Son muy nerviosos.

Callie ya lo había notado. Parecían listos para dar una coz en cualquier momento. Asintió.

–Sí, se les ve con nervio y energía.

–Aquellos de allí son los mejores para los concursos en los que se separa a un ternero del resto de la manada –dijo Tagg asintiendo en dirección a otro corral detrás del establo.

Callie le siguió hasta un tercer corral. Allí, Tagg abrió la puerta de la valla y entró; después, sostuvo la puerta para dejarla pasar antes de cerrarla. Había seis caballos pastando.

–Creo que hemos encontrado a nuestros caballos, ¿verdad? –dijo Callie acercándose a una yegua cuya piel brillaba bajo los rayos del sol.

El animal se veía sano y no se puso nervioso. Ella se le acercó despacio, como sabía que había que hacer ya que la yegua no la conocía.

–Hola, chica –dijo Callie–. ¿Cómo te llamas?

Tagg se le acercó.

–Ésta es Sunflower. Lleva ya mucho tiempo aquí.

Callie se quedó contemplando al animal. Tenía unos ojos muy tiernos.

–¿Qué edad tiene? ¿Diez, once años?

–Once –respondió Tagg asintiendo.

Callie acarició a la yegua.

–Creo que sería buena para lo que queremos. No es demasiado grande y tiene buena edad. Me gustaría montarla para ver cómo se comporta.

–Buena idea –Tagg asintió y entonces se acercó a un caballo negro de pezuñas blancas y con una franja blanca en la testuz–. Éste es Tux. Ya tiene doce años. Yo solía montarlo cuando volvía a casa después de los rodeos. Aún le queda mucha vida por delante.

Callie se acercó a Tux con expresión de admiración.

–¿Te fías de él?

Tagg miró al caballo y asintió.

–Tanto como me fío de cualquier otra cosa, lo que no es mucho. Me gustaría dar un paseo con él para ver cómo se comporta ahora.

–¿Hoy?

–No, hoy no. Será mejor que vuelva a Penny’s Song, ya que Clay me ha dejado a cargo del trabajo. Tendremos que salir con los caballos otro día.

–De acuerdo.

Callie echó un vistazo al resto de los caballos en el corral y unos le parecieron demasiado viejos y cansados, mientras que otros le resultaron excesivamente nerviosos.

Tagg se mostró de acuerdo con ella.

–Vamos al establo un momento a ver qué caballos hay allí –sugirió Tagg–. Ya que estamos aquí, mejor verlos todos.

Callie le siguió y se arrepintió de no haberle tomado la delantera… porque la vista desde atrás era demasiado tentadora. El cabello oscuro de Tagg le sobresalía del sombrero y se le ondulaba en el cuello, haciéndola desear acariciárselo. Anchas espaldas, estrechas caderas y unas nalgas perfectas completaban la vista. A Taggart Worth le sentaban los pantalones vaqueros como a nadie.

Respirando con dificultad, Callie suspiró al pasar de la luz del sol a la semioscuridad de los establos. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, vio a Tagg dentro de un establo al lado de una vieja yegua. El animal parecía cansado.

–Ésta es Sadie. Era… mía.

Tagg miró a la yegua con admiración y devoción. Callie se enterneció. Jamás había visto a Tagg tan emocionado. El amor brillaba en sus ojos mientras le hablaba y acariciaba a la yegua. Ella, por su parte, mantuvo la distancia para dejarles a solas en su reencuentro.

Después de unos momentos, Tagg dijo:

–Creo que sería buena para los niños. Le gustaría que le prestaran algo de atención y creo que los niños la querrían mucho.

«Igual que la quieres tú», quiso decir ella.

–No creo que le quede mucho de vida –añadió él, y la yegua le dio en la nuca con el testuz, juguetonamente.

–Te ha oído. Te va a demostrar que te equivocas.

Tagg volvió la cabeza y miró al animal.

–Puede ser. La probaremos para ver si aguanta.

Callie se acercó a él.

–La yegua con la que me crié murió. La echo de menos.

–¿Sí?

–Tenía ocho años cuando la yegua nació; es más, la vi nacer –dijo ella en tono suave–. La adoraba.

Tagg también se le acercó. Vio un brillo especial en los ojos de él; esta vez, el brillo se debía a ella. Sadie retrocedió como si no quisiera interrumpirles. La intensidad en la mirada de Tagg no disminuyó.

–Sigue hablándome de ello.

–Se llamaba Jasmine. Le puse ese nombre por la princesa de los cuentos. Soñaba despierta con irme con mi yegua en una alfombra mágica.

Tagg sonrió.

–También podían haberle salido alas a tu yegua.

–Con los sueños de los niños no se juega –comentó Callie deleitándose en la sonrisa de él.

Tagg era tan guapo… Seguía siendo el hombre de sus sueños.

Estaban muy cerca, casi pegados el uno al otro.

–Supongo que tú no sueñas despierto –dijo ella.

Tagg la miró con deseo en los ojos y arqueó una ceja.

–Lo estoy haciendo en este momento.

Callie miró la boca de Tagg con anhelo. Le deseaba. Siempre le había deseado.

–Y yo, Tagg –dijo ella casi sin respiración.

Tagg la abrazó y la besó. Al instante, ella le rodeó el cuello con los brazos. El beso contenía semanas de anhelo, deseo e incertidumbre. Un profundo gemido escapó de la garganta de él, inflamando la pasión compartida.

Tagg profundizó el beso abriendo la boca y mojándole los labios a ella con la lengua. Callie abrió la boca al instante para permitir la entrada de su lengua. Y, conteniendo la respiración, se preparó para el asalto.

Tagg la agarró por las caderas y tiró de ella hacia sí. La palpitante erección, entre sus cuerpos, sólida y fuerte.

–Ah… –gimió ella, casi sin poder respirar.

Callie se entregó al poder de ese beso. Le temblaban las rodillas y lo único que la mantenía en pie era la fuerza de los brazos de Tagg.

Tagg le rodeó la cintura y, con un rápido movimiento, le deshizo la cola de caballo. El cabello le cayó por los hombros y él se lo acarició.

Callie le quitó el sombrero y lo tiró al suelo, haciéndole reír. Pero, al instante, Tagg volvió a besarla mientras ella pasaba los dedos por aquellas ondas negras de pelo.

En ese momento, se oyeron las voces de unos empleados del rancho aproximándose a los establos y Tagg, con expresión de pesar, se separó de ella, se agachó, agarró el sombrero y se lo puso.

La silueta del encargado del rancho se dibujó en la puerta del establo y Tagg, aclarándose la garganta, dijo en voz baja:

–Será mejor que salgamos.

Salieron juntos del establo y se dirigieron al todoterreno. Tagg se despidió de los empleados que se habían acercado al establo agitando la mano, pero sin pararse a hablar con ellos.

Realizaron el trayecto de vuelta a Penny’s Song en silencio y Callie se alegró de que, al menos, Tagg no le estaba diciendo que sentía lo ocurrido. Al menos, Tagg no estaba negando su atracción por ella.

Había sido un momento de debilidad, pensó Tagg al llegar a Penny’s Song. Al ver a Sadie, se había puesto sentimental. No había nada peor que el hecho de que una mujer le pillara a uno en un momento vulnerable.

La había besado y no iba a disculparse por ello. Tampoco iba a negar que le había gustado. Pero era peligroso estar con Callie, se había jurado a sí mismo no tener una relación con ella. No podía olvidar quién era ella ni quién era él. Ya había estado enamorado y había sido un desastre.

Se bajó del vehículo y lo rodeó para abrirle la puerta a Callie, pero ella ya había salido. Se miraron el uno al otro. Tagg decidió ser el primero en hablar para evitar que Callie dijera algo que él no quisiera oír.

–Será mejor que vaya a ver cómo va el trabajo. ¿Te vas a quedar por aquí?

–Sí, un rato. Quiero terminar unas cosas.

–Está bien, te dejo para que hagas tus cosas. Hasta luego.

Sólo se había alejado unos pasos cuando Callie le llamó.

–Tagg…

Se volvió con aprensión. No le gustaba analizarlo todo, como solían hacer las mujeres. La había besado y había sido estupendo, punto. Dudaba que volviera a ocurrir.

–¿Sí?

–Creo que hemos hecho un buen trabajo con los caballos que hemos elegido.

–Sí, yo también lo creo.

–Sin embargo, sigo con la idea de querer montar a Sunflower. Le preguntaré a Clay si no le importa que la saque a pasear mañana.

Tagg se frotó la mandíbula.

–Me parece que yo no puedo venir mañana.

Callie frunció el ceño y sacudió la cabeza.

–No te preocupes, no te estoy pidiendo que me invites a cenar. Puedo ir yo sola con la yegua y tomar una decisión por mí misma.

Callie acababa de ponerle en su sitio, pensó él.

–De acuerdo. Cuanto antes elijamos los caballos, mejor.

–A eso me refería.

Con el cabello revuelto, después de ser besada y con las mejillas encendidas, le miraba a unos metros de distancia. Había sido él quien había puesto esa expresión en el rostro de Callie. Se quedó allí durante unos minutos, después de que ella girara sobre sus talones y se alejara.

Jed Barlow, montado en su caballo, se acercó y desmontó.

–Hola, Tagg. Me alegro de encontrarte aquí. Clay me ha dicho que creía que podrías estar libre para el partido de esta noche. Juegan los Diamondbacks. Después, vamos a echar una partida de póker y nos falta uno; la hija de Brett Williamson se va a casar, así que esta semana no podemos contar con él.

Béisbol y póker eran justo lo que necesitaba para no pensar en Callie.

–Muy bien, contad conmigo.

–En ese caso, hasta las siete –Jed llevó el caballo hacia el establo; pero después de dar unos pasos, se volvió–. Oye, ¿la chica con la que estabas hablando era Callie Sullivan?

–Sí, era Callie.

–No imaginaba verla por aquí.

Jed había ido al mismo colegio que sus hermanos y él. El padre de Jed tenía un pequeño rancho a unos quince kilómetros del rancho Worth. Después de años de mucho trabajo y sin poder competir con los ranchos más grandes de la región, Kent Barlow dejó el negocio de la ganadería. La familia Worth siempre se había llevado bien con la familia Barlow, y Clay contrató a Jed inmediatamente. Jed conocía bien el negocio. Llevaba trabajando con ellos cinco años.

–Lo mismo digo –respondió Tagg.

–Desde luego, es bonita.

Tagg asintió. No quería que se lo recordaran.

–Cuando estábamos en el colegio, me caía muy bien. Callie era buena estudiante y a mí se me daba mal el inglés, no dejaba de traer suspensos. Debía tener unos dieciséis años. Un día, se ofreció para ayudarme con los deberes y fui al rancho Big Hawk –Jed, sonriendo, sacudió la cabeza–. Debía estar loco para ir allí. Nada más poner el pie en el porche, su padre apareció a mis espaldas con una escopeta y me dijo que Callie no recibía visitas aquella tarde. Me dijo que, si sabía lo que me convenía, me marcharía de allí inmediatamente.

–Te asustó, ¿eh?

–Ya lo creo. Ese hombre es de cuidado.

–A mí nunca me ha asustado.

–¿Has intentado salir con su hija?

Tagg negó con la cabeza.

–No. Callie era más joven que yo y apenas me trataba con ella en el colegio.

–Mejor para ti. A El Halcón no le gustan ni los Barlow ni los Worth. En una ocasión, Callie me dijo que no le estaba permitido hablar con ninguno de vosotros. Al parecer, las cosas han cambiado.

–Se ha ofrecido para trabajar voluntaria aquí, con los niños. Me parece que su padre ya no le puede dar órdenes –explicó Tagg.

–¿Está casada?

–No.

–En ese caso, puede que intente recuperar nuestra amistad –comentó Jed con una amplia sonrisa.

Tagg le vio entrar en los establos y se dijo a sí mismo que no había motivo para enfadarse con Jed. Lo que él hiciera en los ratos libres no era asunto suyo. Lo que Callie hiciera con su vida tampoco lo era.

Pero aquella noche, a Tagg le produjo un inmenso placer ganarle a Jed en la mesa de póker.

–Hola, papá –Callie dio a su padre un beso en la frente antes de sentarse a la mesa del comedor para cenar.

–Hola, cielo. ¿A qué te dedicas últimamente? Pareces más un fantasma que una hija. Además, te marchas muy temprano.

Sólo llevaba tres días yendo a Penny’s Song.

–Ceno todas las noches contigo –le recordó ella–. Además, me has prometido no entrometerte en mi vida.

–No entrometerme –murmuró su padre alargando un brazo para agarrar un vaso con té con hielo–. Te dejo hacer lo que quieres, ¿no?

–Papá, tengo casi veintisiete años.

–Todavía estás enfadada por lo de ese chico, Troy –declaró su padre al tiempo que pinchaba ensalada con el tenedor y se la llevaba a la boca.

Callie sonrió para sí. Había tardado meses en convencerle de que necesitaba llevar una dieta más sana y equilibrada. Hasta hacía poco, su padre no sabía lo que era comer verdura.

–No tienes derecho a interferir en mi vida privada. Además, sabes que no me gusta nada. Y otra cosa, si no me dejas cambiar la decoración de mi habitación, no lo haré, pero me cambiaré a otra habitación. Una que pueda decorar a mi gusto. Ya no tengo doce años, papá.

–Eso es verdad. Cuando tenías doce años no se te ocurría hablarme con tanto descaro. Pero si cambiar la decoración de tu habitación va a hacer que te quedes aquí más tiempo, adelante.

Callie sabía que su padre se sentía solo. Siempre había sido autoritario, pero su madre había sabido llevarle. Después del fallecimiento de su esposa, Hawkins se había vuelto aún más exigente.

–No cambiaré la decoración de mi habitación –le dijo ella cubriéndole la mano con la suya–. Me iré a otra.

–Lo que tú quieras. Bueno, dime, ¿adónde estás yendo estos días?

–Estoy trabajando de voluntaria en una obra benéfica.

–¿Qué obra benéfica?

–Penny’s Song –respondió Callie.

En toda la región se conocía el proyecto de los hermanos Worth. Clayton lo había puesto en marcha, pero ahora recibía el apoyo y la ayuda de la comunidad entera. También muchos de la ciudad se habían ofrecido voluntarios.

Su padre frunció el ceño.

–¿Quieres decir que has ido al rancho Worth todos estos días?

–Sí, así es, papá –respondió ella con calma; su padre ya no le intimidaba–. Voy a trabajar con los niños que van a ir allí. Espero ayudarles.

–Los Worth no son…

–No se trata de los Worth, sino de los niños y de lo que yo quiero hacer, de mi trabajo.

–¿Prefieres ir allí y trabajar gratis antes de trabajar con tu padre? –inquirió él subiendo la voz.

–Si lo quieres ver así, papá… Pero no es así como yo lo veo. Yo…

Hawkins dio un puñetazo en la mesa y ésta tembló.

–Vas a heredar este rancho, maldita sea.

Con calma, Callie cortó un trozo de pollo y se lo metió en la boca.

Su padre apartó la silla de la mesa, tenía el rostro enrojecido.

–Te prohíbo que vayas allí. Ya conoces a los Worth, harían cualquier cosa por llevarme a la ruina. Llevan años intentándolo.

–Mi trabajo no tiene nada que ver con el negocio de la ganadería –explicó Callie, decidida a acabar de cenar sin pelearse con su padre–. Y ya no puedes prohibirme nada.

–Callie –dijo su padre en un tono de advertencia que, tiempo atrás, la intimidaba, y al tiempo que se ponía en pie–, ya sabes lo que pienso de los Worth.

Callie levantó la mirada hacia su padre.

–Jamás lo comprendí, papá. Sé que son la competencia, pero también son tus vecinos. Y a ambos ranchos les va bien. Tú has conseguido llevarles la delantera. Hay sitio para todos, ¿no te parece?

–Con esa forma de pensar, en nada de tiempo estaríamos en la ruina.

Callie hizo un esfuerzo por sonreír.

–En ese caso, es mejor que no trabaje para ti.

–Estás agotando mi paciencia, Callie –dijo su padre, enrojeciendo aún más.

Frustrada, Callie pensó en el bebé que llevaba en el vientre, un Worth. No quería pensar en cómo reaccionaría su padre cuando se enterase. Aún no se lo había contado a nadie y, de momento, no pensaba hacerlo.

Se puso en pie, ya sin apetito. Pasó por delante de su padre, abandonó el comedor sin despedirse y salió de la casa por la puerta principal.

Lanzó un suspiro después de subirse a su coche. Puso en marcha el motor y se alejó.

Callie estaba con Jed Barlow delante de los establos del rancho Worth a la mañana siguiente cepillando a Sunflower a la sombra de un árbol.

–Ha sido un buen paseo. Sólo quería asegurarme de que Sunflower era suficientemente mansa para los niños.

–Igual que Tux. Es muy tranquilo –declaró Jed–. Me alegro de haber ido contigo a cabalgar.

Callie le sonrió. Había sido amiga de Jed en el colegio, pero no le había visto desde su regreso a Red Ridge. Continuó cepillando a la yegua mientras Jed cepillaba a Tux. Su intención había sido ir con Tagg, pero él se había negado rotundamente.

–Me gustaría volver a ser amigo tuyo, Callie –Jed sonrió.

–Y a mí. Desde que he vuelto, no he conectado con mucha gente. Algunas de mis amigas del colegio ya no viven aquí, otras se han casado y están ocupadas.

Jed dejó de cepillar a Tux y se la quedó mirando.

–Sabías que me gustabas cuando íbamos al colegio, ¿verdad?

Callie arrugó el ceño.

–No. No sabía que los chicos os fijabais en las chicas en aquellos tiempos.

Jed era alto, rubio y relativamente guapo, pero a ella no le gustaba el giro que estaba tomando la conversación.

–Claro que sí, pero éramos demasiado machistas para admitirlo. De todos modos, tu padre se encargó de que no te enterases.

Callie alzó los ojos al techo. Siempre su padre.

–¿Qué pasó?

–Me echó del rancho la vez que fui porque te ofreciste para ayudarme con los deberes.

–¿Te amenazó con una escopeta?

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Jed con expresión de sorpresa.

–Porque se lo hizo a bastantes. No sé cómo no me escapé de casa.

–Quizá ahora pudiéramos poner remedio a lo que pasó. ¿Te gustaría salir conmigo uno de estos días? ¿El sábado por la noche, por ejemplo?

Callie no había esperado aquello. Había malinterpretado la actitud amistosa de Jed. ¿Qué podía contestar? ¿Qué podía decirle sin herir sus sentimientos ni ponerle en evidencia?

–No está libre –dijo una voz a sus espaldas.

Ambos se volvieron y encontraron a Tagg apoyado en el tronco del árbol de brazos cruzados.

–Hola, Tagg –Jed parecía confuso mientras miraba a uno y a otro.

–Venía para montar a Tux –le dijo Tagg a ella al tiempo que le lanzaba una mirada recriminatoria.

–¿Cuánto tiempo llevabas ahí? –le preguntó Callie, sin saber lo que había oído de su conversación con Jed.

–Acabo de llegar.

Callie no le creyó.

–Al parecer, Jed me ha ganado por la mano.

–Al menos, te he ganado a algo. Anoche me dejaste limpio –dijo Jed.

–¿Con las manos vacías?

–¿Limpio? –Callie les miró sin comprender.

–Al póker. ¿Te acuerdas cuando me tropecé contigo? Iba de camino a echar una partida de póker con Tagg y los chicos.

–¿Que te tropezaste con ella? –preguntó Tagg mirando a Jed.

–Bueno, yo iba en el coche y Callie me adelantó en su descapotable rojo. Iba a ciento treinta por la autopista.

–Eso no es verdad –protestó ella.

–Sí lo es –Jed esbozó una sonrisa traviesa–. Y, de repente, se paró en el arcén.

–Si hubiera ido tan rápido como tú dices no habría podido ver al ternero –observó Callie. Y, entonces, se volvió a Tagg–. Parecía como si el ternero se hubiera hecho daño con el alambre de una valla rota. Jedd paró la camioneta y entre los dos sacamos de allí al ternero. Estaba bien.

Jed se encogió de hombros.

Tagg no parecía contento con ninguno de los dos. Entonces, ella recordó lo que Tagg había dicho: «No está libre».

Y le pudo la curiosidad.

–¿Por qué no estoy libre?

–Porque el sábado hemos quedado para ver unos caballos.

–Ah, entonces no hay problema, eso no os va a llevar todo el día –interpuso Jed.

Tagg lanzó a Jed una rápida mirada; después, clavó los ojos en ella.

–En Las Vegas.