Paseándose por el cuarto de estar de la casa de su hermano Clay, Tagg miró el reloj. Tenía una reunión con sus hermanos y con Callie para hablar de la financiación de Penny’s Song.
Por fin, la puerta de la casa se abrió y ser cerró, y reconoció el ruido de las pisadas de su hermano.
–Siento llegar tarde –dijo Clay al entrar, y tiró el sombrero en el sofá.
Tagg gruñó.
–Jackson no puede venir, algo le ha retenido en la ciudad. ¿Te apetece beber algo? –Clay se acercó al bar, en un rincón de la estancia, se sirvió un té con hielo y se volvió a Tagg.
–No, gracias, no quiero nada –respondió Tagg, mirándose el reloj otra vez. Eran casi las once y veinte–. ¿A qué hora convocaste la reunión?
–A las once –respondió Clay antes de beber un trago de té–. ¿Dónde está Callie?
Tagg se encogió de hombros. Eso era lo que él quería saber. Después de concluir el asunto de los caballos y despedirse del matrimonio Cosgrove, la había llevado al rancho Big Hawk y había dicho que le llamaría. Llevaba dos días pensando en qué iba a decirle cuando la llamara. Por fin, le había llamado el día anterior y no había obtenido respuesta. Le había dejado dos mensajes y ella no había respondido.
–No lo sé. No he vuelto a hablar con ella desde que volvimos de Las Vegas.
–¿Qué tal os fue?
–Bien. Los Cosgrove nos dejaron montar unas cuantas yeguas y elegimos las que nos parecieron mejor para Penny’s Song. Ahora estoy arreglando su transporte al rancho. Llegarán a tiempo.
–Gracias. Buen trabajo –Clay vació el vaso–. ¿Os entendisteis Callie y tú trabajando?
Tagg asintió. ¿Qué podía contestar? ¿Que Callie y él habían desgastado las sábanas de la suite?
–Sí, nos entendimos. Entiende de caballos.
Clay se sentó en un sillón de orejas y estiró las piernas.
–Me sorprende que no haya venido. Esta reunión fue idea suya. ¿En serio no la ofendiste? Sé que no te gusta.
–No hables por mí –contestó Tagg mirando a su hermano seriamente.
–Entonces, ¿te gusta?
–Tú la has contratado. Yo tengo que trabajar con ella –declaró Tagg, dispuesto a no decir ni una palabra más al respecto.
–No pareces de buen humor hoy.
–Estoy como siempre –respondió Tagg.
Miró por la ventana. Callie seguía sin dar señales de vida. ¿Dónde demonios estaba? Le costaba admitirlo, pero tenía ganas de verla.
–No creo que se le haya olvidado que teníamos una reunión –Clay, pensativo, se frotó la barbilla–.
Callie me parece una persona sensata y seria. ¿Crees
que le habrá pasado algo a su padre?
–No caerá esa breva.
Clay sonrió maliciosamente.
–Te tiene muy enfadado.
–Me quitó de las manos el trato Bender. Aún no sé cómo lo hizo. Yo creía que estaba en mis manos.
–Fue duro perder ese negocio –Clay miró al reloj de pared de su abuelo. Habían transcurrido otros diez minutos–. Bueno, me parece que no va a venir. ¿Por qué no le llamas por teléfono? Yo llamaré a Jed. Quizá haya habido un malentendido al quedar y resulta que nos está esperando en Penny’s Song.
Tagg se sacó el móvil y llamó a Callie mientras Clay iba a la otra habitación con su teléfono. El contestador automático de Callie saltó al primer tono.
–Soy Tagg, Callie. Estamos esperándote en la casa principal. Teníamos una reunión a las once. Clay quiere saber si vas a venir o no –le dijo al contestador automático.
Clay entró de nuevo en el cuarto de estar.
–Jed no la ha visto. Se suponía que Callie iba a ir a Penny’s Song hoy por la mañana para llevar unos libros infantiles, pero nadie la ha visto por allí.
–Bueno, está claro que no va a venir –Tagg dejó escapar un suspiro de frustración–. Tengo trabajo. No tiene sentido seguir esperando.
–Sí, yo también tengo trabajo. Si llama, te lo diré.
Tagg salió de la casa de su hermano. Tenía un mal presentimiento. Si no lograba hablar con Callie más tarde, iba a tener que averiguar qué le había pasado.
De una forma u otra.
***
A las siete de la tarde y después de otras dos llamadas sin respuesta, Tagg se plantó delante de la casa del rancho Big Hawk y llamó a la puerta.
Le abrió el ama de llaves.
–Soy Taggart Worth. He venido a ver a Callie. ¿Está en casa?
–Callie está en casa, señor Worth, pero no…
–Yo me encargaré del señor Worth, Antoinette –dijo una voz a espaldas de la mujer.
Al instante, el ama de llaves cedió el paso a su jefe.
–Sí, señor Sullivan.
Tagg se encontró cara a cara con El Halcón.
–Quiero ver a Callie.
–Lo he oído. Debería echarle de mis tierras.
–¿Con su escopeta?
–Después de lo que le ha hecho a mi hija, sí.
Tagg titubeó. ¿Qué le había hecho a Callie? Ella era una mujer adulta, sabía lo que hacía cuando decidió ir con él a Las Vegas. Si a su padre no le gustaba, tendría que aguantarse.
–Me gustaría hablar con ella.
–Va a tener que hablar conmigo primero. Tengo que decirle unas cuantas cosas.
Sullivan se echó a un lado para cederle el paso y Tagg entró en un enorme vestíbulo con suelos de madera de roble y paredes forradas de madera. Siguió a El Halcón hasta unas habitaciones que consistían en una antesala, una sala y un estudio.
Sullivan cerró la puerta de hoja doble del estudio, se sentó detrás de su escritorio de madera de
caoba y, sin andarse por las ramas, declaró:
–Ha dejado a mi hija embarazada.
Tagg se lo quedó mirando. Entonces, parpadeó y no supo qué decir.
–Eso es. Mi hija está ahí arriba vomitando sin parar. No logra comer sin vomitar. Enseguida me he dado cuenta de lo que le pasaba, a su madre le ocurrió igual cuando se quedó embarazada de ella.
A Tagg no se le había pasado por la cabeza poder oír algo así. Trató de asimilar las palabras de Sullivan. ¿Callie iba a tener un hijo suyo? Sintió multitud de cosas; entre ellas, enfado e incredulidad. No podía haberla dejado embarazada en Las Vegas, no podía haberle dado náuseas a los dos días de quedarse embarazada. Lo que significaba que Callie se había quedado embarazada en Reno. Seis o siete semanas antes.
Sullivan juntó las manos y las colocó encima del escritorio.
–Parece sorprendido. Callie no se lo había dicho, ¿verdad?
Tagg negó ligeramente con la cabeza. Ese viejo estaba disfrutando. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no darle un puñetazo. Apoyó ambas manos en el borde del escritorio, se inclinó hacia delante y preguntó:
–¿Cuándo supo ella que estaba embarazada?
Sullivan se encogió de hombros.
–Qué importa eso.
–Importa y mucho.
–Hace un mes. Quizá algo más.
–¿Y cómo lo sabe usted?
–A Callie le gusta tomar una copa de vino con la cena. Hace semanas que dejó de tomarla. Como pretexto, dijo que le sentaba mal al estómago.
–Quizá no fuera un pretexto, quizá fuera verdad.
–Tonterías. Se marchó a Reno a ver a su prima porque se había enfadado conmigo por interferir en su relación con un carpintero. ¿Y qué se le ocurre hacer? ¡Se acuesta con usted, un Worth! Lo hizo para vengarse de mí, para demostrarme que ya no puedo controlar su vida. Conoce la opinión que tengo sobre los Worth.
Sí, lo que Sullivan había dicho tenía sentido. Callie se había entregado a él para vengarse de su padre. Le había utilizado. Y ahora, una nueva e inocente vida estaba en juego.
Enfureció. Callie se había burlado de él y, esta vez, no era culpa de El Halcón, aunque había enseñado a su hija a manipular a la gente.
–¿Dónde está? –Tagg se volvió y se encaminó hacia la puerta.
–¡No tan rápido! –la ronca voz de Sullivan le detuvo.
Tagg se volvió y le lanzó una mirada furibunda.
–¿Qué?
–Siéntese, Worth. Escúcheme –Sullivan le indicó un asiento delante del escritorio y Tagg se acercó, aunque no se sentó.
–Diga lo que tenga que decir, pero sea rápido.
Sullivan abrió el cajón superior del escritorio y sacó un sobre de papel manila. Lo miró unos segundos y luego lo arrojó en dirección a él.
–Échele un vistazo.
Tagg así lo hizo. Entonces, al ver los papeles, arqueó las cejas.
–Eso es –dijo Sullivan, satisfecho de sí mismo–. Se lo estoy ofreciendo. Como puede ver, el contrato aún no está firmado.
Confuso, Tagg se quedó mirando al otro hombre.
–¿A qué espera?
–Ese contrato vale una pequeña fortuna. Más de tres millones en dos años, según mis cálculos. Es decir, si se mantiene el precio al que está la carne de vacuno y la venta se realiza sin problemas.
–Eso ya lo sé yo.
–Les dejo el negocio a ustedes. Lo único que quiero es que se marche y no se ponga en contacto con Callie. Deje que tenga al niño mientras yo me encargo de encontrarle a la persona adecuada con la que casarse. Mi hija no necesita su dinero y lo sabe. Usted sólo tiene que decirle que no quiere tener nada que ver con el niño.
Tagg le miró con fijeza. ¿Estaba loco ese hombre?
Tagg agarró el sobre y, apretando los labios, dijo:
–A ver si lo he entendido. Usted me está ofreciendo el trato Bender si me marcho y renuncio a mi hijo y a Callie, ¿no es eso?
–Sí, eso mismo.
–No puedo creerlo –contestó Tagg conteniendo la cólera con un gran esfuerzo.
Los labios de Sulllivan dibujaron una fina línea.
–Usted no quiere a mi hija ni al bebé. Y nosotros no queremos tener nada que ver con un Worth.
Tagg, asqueado, sacudió la cabeza.
–Cree que todo el mundo es tan sinvergüenza como usted, ¿verdad?
Sullivan, negándose a echarse atrás, señaló el sobre.
–Es un buen negocio.
–Quédese con su negocio y váyase al infierno, viejo loco –respondió Tagg tirando el sobre encima de la mesa.
Entonces, Tagg giró sobre sus talones y salió del estudio. Al llegar a la escalinata, comenzó a subir los peldaños de dos en dos.
–¡Callie! –gritó él–. ¡Callie!
La vio antes de llegar al piso de arriba. Callie estaba de pie delante de una ventana con un camisón color crema y el sol poniente a sus espaldas. Su aspecto habría sido angelical de no ser por la falta de brillo en los ojos. Se miraron el uno al otro durante varios segundos.
–Vístete. Vas a venir a dar un paseo en coche conmigo.
Ella asintió sin pronunciar palabra. Se miró el vientre y luego a él. No hubo necesidad de preguntarle respecto al embarazo. Aunque Callie seguía con el vientre liso, su expresión de culpabilidad la delató. Estaba embarazada y era su hijo.
No quería a Hawkins Sullivan cerca de su niño. No iba a permitir que ese hombre le influenciara. Y sólo había una manera de asegurarse de ello. Callie tenía que acceder. No iba a aceptar un no como respuesta.
***
–No digas nada, Callie. Ni una palabra. No digas nada hasta que no hayamos salido de este maldito rancho.
Mirando al frente, cambió de marcha y pisó el acelerador.
El tono empleado por Tagg hizo que el estómago le diera un vuelco.
Callie cerró los ojos. Había pasado unos días muy malos. El médico le había dicho que las náuseas de por la mañana acabarían por desaparecer, pero no podía decirle cuándo. Llevaba tres días con náuseas; prácticamente, desde el momento en que aterrizó el avión procedente de Las Vegas. Según el médico, podía tener náuseas durante algunos días sólo; pero también podía pasarse así semanas e incluso la mayor parte del periodo de gestación.
«No, por favor, no».
Se puso una mano en el vientre.
Tagg lo notó. Volvió la cabeza y la miró con dureza.
Callie se llenó los pulmones de oxígeno. Se sentía mejor ahora que había salido de la casa y del rancho. Por loco que pareciese, se sentía mejor estando con Tagg, a pesar de lo enfadado que estaba.
Después de diez minutos de trayecto por la autopista, Tagg aminoró la velocidad y tomó una larga y serpenteante carretera. Atravesaron unos campos de algodón hasta llegar a unas praderas salpicadas de flores silvestres. A la vista apareció el lago Elizabeth y, al aproximarse, Callie vio los últimos rayos de sol reflejados en las oscuras aguas azules del lago.
Tagg aparcó el coche cerca de la orilla. Parecía más tranquilo y más relajado. Salió del coche, lo rodeó y le abrió la puerta.
–Sal, vamos a dar un paseo –Callie le dio la mano y él la ayudó a bajar.
Tagg le soltó la mano tan pronto como ella se enderezó, y se dio cuenta de que seguía enfadado. Al fijarse, notó que la mirada de él era fría y dura. Una mala señal.
Tagg la llevó a una parte de la orilla en la que había hierba muy crecida.
–Sentémonos aquí.
Una vez sentados, el uno al lado del otro, Tagg, con la mirada perdida en las aguas del lago, preguntó:
–¿Es mío el niño?
Callie se tragó el nudo de la garganta, dolida de que Tagg pudiera dudar.
–Sí. Eres el único hombre con quien me he acostado después de volver de Boston.
–¿Y el carpintero? ¿El tipo con el que salías?
Callie hizo una mueca. Al parecer, su padre le había contado todo. Sacudió la cabeza.
–La relación no llegó tan lejos. Yo… Troy era… no tuvimos una relación física –contestó Callie en voz baja.
Tagg respiró hondo.
–Estabas enfadada con tu padre y ¿qué se te ocurrió hacer? ¿Seducirme para desafiarle? –Tagg se volvió hacia ella, la furia le había oscurecido los ojos–. Tu padre nunca te dejó relacionarte con un Worth. No te permitía hablar con ninguno de nosotros. Así que, cuando me viste aquella noche, pensaste: «Si me ligo a Tagg, le haré daño». Y aunque tu padre no hubiera llegado a descubrirlo, tú sí lo sabrías. Eso te produciría satisfacción.
–¡No! No fue eso lo que pasó.
–Desafiar a tu padre debió producirte un gran placer.
–Escucha, Tagg, estás equivocado. Deja que te lo explique.
–No. Lo que he dicho es lo único que tiene sentido –declaró Tagg con firmeza, con convicción, como si nada en el mundo pudiera hacerle cambiar de idea.
¿Qué podía decir? ¿Podía explicarle que, de repente, se había encontrado con el hombre con el que siempre había soñado? ¿Que por fin se le había presentado la oportunidad de conseguir lo que quería, de hacer una locura, de no reprimirse como de costumbre? ¿Cómo iba a decirle eso? ¿Cómo decirle que le amaba?
Además, daría igual. Tagg jamás la creería.
Los ojos de Tagg se oscurecieron aún más.
–Te quedaste embarazada a propósito, Callie. Una venganza perfecta. Tener un hijo de un Worth. ¿Cuándo ibas a decírmelo?
–¡No! Tagg, no ha sido así. No es posible que creas eso.
–No sé qué creer –Tagg miró hacia otro lado, asqueado.
–Por favor, Tagg. Perdona por no habértelo dicho antes. Quería decírtelo, pero no encontraba el momento. Jamás pensé que iba a quedarme embarazada. Tienes que creerme. No soy una desalmada.
Tagg le lanzó una mirada.
–Eres una Sullivan.
–Yo no soy como mi padre, Tagg –respondió ella con los ojos llenos de lágrimas.
–¿Por qué no me lo dijiste? Podrías haberlo hecho en Las Vegas, habría sido un buen momento. Estábamos solos.
–Yo… no pude –Callie se sentía agotada–. Aunque sé que debería haberlo hecho. Lo siento.
–Me engañaste.
–Tagg, por favor…
–Da igual, no tiene importancia. Pero no quiero que mi hijo esté cerca de Hawkins Sullivan. Ese hombre no tendrá ningún control sobre nuestro hijo. Ninguno.
–¿Por qué estás tan enfadado con mi padre?
–Porque es un verdadero sinvergüenza, Callie. Hoy me he dado cuenta de hasta qué punto. Me ha ofrecido el contrato Bender, un negocio de varios millones de dólares, a cambio de ceder todos mis derechos respecto al niño. Intentó sobornarme para que me mantuviera lejos del niño y de ti. Me dijo que ya te encontraría un marido.
Callie se quedó boquiabierta.
–No, no es posible.
–Sí, sí que lo es. Me pongo malo sólo de pensarlo. ¿Acaso creía que iba a renunciar a mi hijo por un contrato? Ha dejado muy claro que no quiere que tú tengas nada que ver conmigo.
Callie volvió a sentir náuseas.
–Tagg, no sabía que reaccionaría así.
–Como he dicho, da igual, Callie. Porque vas a casarte conmigo y los dos vamos a criar a nuestro hijo en el rancho Worth.
Tagg la miró, sus ojos desafiándola a que le rechazara.
A Callie le dio un vuelco el corazón. Como proposición matrimonial, era horrible; sin embargo, no iba a conseguir nada mejor.
Tagg se puso en pie, le ofreció las manos y la ayudó a levantarse. Pero cuando la soltó, a ella le fallaron las rodillas y le dio vueltas la cabeza.
–Yo, no…
Tagg la tomó en sus brazos y ella se sintió pequeña, frágil y… segura.
–Agárrate a mí, Callie.
Eso era lo que pretendía hacer.
Tagg la llevó al Jeep, la sentó y le abrochó el cinturón. Entonces, se apoyó en la portezuela del lado de ella y sus miradas se encontraron.
–Bueno, ¿qué contestas?
Callie parpadeó. ¿Que qué contestaba? ¿Tenía varias alternativas? Le amaba y el matrimonio entre ellos sería lo mejor para su hijo. Tagg sería un padre cariñoso. Además, después de lo que acababa de hacer su padre, ella no podría criar a su hijo en el rancho de él.
Callie tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre.
–Sí, Tagg, me casaré contigo.
Tagg asintió y cerró la puerta.
***
Tagg vio a su hermano Jackson salir del coche negro y acercarse al corral vestido como si viniera de una sesión de fotos para una revista de modas.
–¿Vienes de un funeral?
Jackson sonrió, mostrando una sonrisa perfecta para derretir corazones femeninos.
–No, el típico día de trabajo, hermano. Vengo de una reunión en la ciudad. He venido porque, según tú, necesitabas verme en persona. Bueno, ¿qué pasa?
–Clay está a punto de llegar. Espera a que esté aquí.
–Como quieras –respondió su hermano mientras contemplaba las yeguas en el corral.
La noche anterior, Tagg había estado pensando en cómo contar a sus hermanos lo de Callie; al final, había decidido decirles la verdad sin adornos, directamente.
Callie iba a tener un hijo suyo y, tanto si les gustaba como si no, formaría parte de la familia. Iría a vivir al rancho Worth tan pronto como estuvieran casados. Quería que la boda fuera lo antes posible para proteger a su hijo de Hawkins Sullivan. No se fiaba de ese hombre.
Clay detuvo el coche delante de la casa. Tagg y Jackson fueron a reunirse con él.
Tagg notó que sus dos hermanos intercambiaban miradas llenas de curiosidad. Al entrar, los tres se quitaron los sombreros y los dejaron en la sombrerera que él había hecho especialmente para ellos tres, parecida a la que su padre había tenido en la casa principal. Tres sombreros, tres hermanos. Tagg se preguntó si no tendría que añadir pronto otro gancho en la sombrerera para su hijo.
O su hija.
La idea le hizo sonreír levemente.
Hasta que recordó cómo había muerto su esposa. Cómo él le había fallado como marido.
–Está bien, suéltalo ya –dijo Jackson–. Lo mejor es dar la mala noticia cuanto antes. ¿Hemos perdido otro negocio con el ganado?
Clay se sentó, al igual que Jackson, mientras Tagg seguía en pie.
–Vamos, dinos qué pasa.
Sus hermanos se lo quedaron mirando, a la espera.
–Voy a casarme –declaró Tagg con calma.
Sus dos hermanos se pusieron en pie.
–¿Qué? –dijeron ambos al unísono.
–Ya me habéis oído.
–No sabía que estuvieras saliendo con una chica –comentó Jackson.
–No estaba saliendo con nadie. Quiero decir que… es Callie Sullivan. Está embarazada, el niño es mío.
Jackson sonrió.
–¡Vaya, vaya, vaya! ¿Así que vas a ser papá? –se acercó a él y le estrechó la mano–. Felicidades.
–Gracias.
Clay parecía confuso.
–Fuiste con Callie el fin de semana pasado. ¿Cómo es posible que se quedara embarazada tan rápidamente, Tagg? Además, no te hacía ninguna ilusión que ella trabajara en Penny’s Song.
–Lo sé.
Tagg les explicó la situación, sin excesivos detalles. Pero sí les habló de la propuesta de Hawkins Sullivan, del intento de soborno. Quería que sus hermanos supieran que no podían fiarse de Sullivan y que entendieran por qué tenía que casarse con Callie lo antes posible.
–Felicidades, Tagg –dijo Clay por fin–. No es la situación ideal, pero es lo mejor dadas las circunstancias. Cuenta con mi apoyo. Haremos que Callie se sienta bien entre nosotros. Va a tener el primer heredero Worth. Eso hay que celebrarlo.
Tagg no tenía ganas de celebraciones. No se fiaba de El Halcón ni de su hija, pero no tenía alternativa. Por su hijo, tenía que casarse con la hija del enemigo.