Una semana más tarde, Callie estaba mirándose al espejo en la habitación de huéspedes de la casa de Tagg. Llevaba el vestido de boda de su madre, de encaje y perlas, que le sentaba a la perfección. Se había rizado el pelo y se lo había recogido en un moño, unas hebras le caían por el rostro. En vez de velo llevaba una diadema con perlas.
–Cenicienta no te gana –declaró Sammie.
–Bueno, me llevo el príncipe vaquero, pero me temo que ahí acaba el cuento, ése es todo el final feliz que puedo esperar.
–No pienses así. Tagg tiene suerte de casarse contigo. Serás una buena esposa, Callie. Y una madre extraordinaria. Lo sé.
Callie abrazó con fuerza a su mejor amiga.
–Gracias por decir eso. Te necesitaba hoy conmigo.
–No me lo habría perdido por nada del mundo –el vestido de satén color lila de Sammie crujió cuando se separaron.
–Sé que has hecho un gran esfuerzo por venir de Boston. No sabes lo que significa para mí. Sobre todo, teniendo en cuenta que nadie de mi familia va a venir a la boda.
–¿Y Deanna y su familia?
Callie sacudió la cabeza.
–No podía pedírselo. Habría sido muy incómodo… teniendo en cuenta que mi padre no iba a venir. Es mejor así, una boda pequeña. Así lo ha querido Tagg.
Sammie le agarró una mano y se la estrechó.
–Sé que es duro. A pesar de lo que tu padre ha hecho, sé que te habría gustado que viniera.
–Sí, si las cosas hubieran sido diferentes. Pero en lo que se refiere a los Worth, no se puede razonar con él. Se puso hecho una fiera cuando le dije que me iba a casar con Tagg. Mi padre estaba tan enfadado que tuve que marcharme de su casa e ir al hotel Red Ridge.
–No sabes cuánto lo siento, Callie.
Callie decidió ignorar su tristeza y concentrarse en todo lo positivo. Iba a casarse con el hombre al que amaba. Apenas sentía náuseas ya y su embarazo iba perfectamente.
–No te preocupes, tú estás aquí conmigo.
–Y voy a ser la mejor dama de honor del planeta. Cuenta conmigo.
Callie sonrió.
–Cuento contigo. No podría hacer esto sin ti.
En ese momento, alguien llamó a la puerta.
–¿Estáis listas?
–Es Jackson –dijo Callie, haciendo un gesto a Sammie para que abriera la puerta.
–Si es la mitad de guapo que tu novio, creo que me desmayaré –comentó Sammie con un gesto cómico.
Sammie abrió la puerta y se encontró con la espalda de Jackson. Cuando él se volvió, vestido de esmoquin, Sammie se quedó anonadada. Se miraron el uno al otro sin decir nada; después, Sammie lanzó una significativa mirada a su amiga y éste se echó a reír.
–Jackson Worth, te presento a mi mejor amiga, Sammie. Ha venido desde Boston.
Jackson le dedicó una de sus arrebatadoras sonrisas.
–Encantado de conocerte, Sammie.
–Lo mismo digo.
Para alguien que no la conociera, la expresión de Sammie era tranquila y sosegada. Pero ella, que conocía muy bien el lenguaje corporal de su amiga, se dio cuenta de que Sammie estaba completamente deslumbrada.
Jackson se le acercó.
–Estás preciosa, Callie.
–Gracias.
Se sentía muy a gusto con Jackson. Era un hombre fácil de tratar y con gran sentido del humor. De los tres hermanos, era con Jackson con quien tenía más confianza.
–Tagg es un hombre de suerte.
–Gracias por decir eso, pero los dos sabemos por qué se casa conmigo.
Jackson se la quedó mirando.
–Dime una cosa, ¿dónde se te declaró?
Callie miró a Sammie y su amiga asintió con la cabeza, animándola a contestar.
–No fue realmente una declaración…
–Más bien una orden, ¿no? –interpuso Jackson.
Callie asintió.
–Sí, así es Tagg. Pero ¿dónde?
–Me llevó al lago Elizabeth para hablar.
Jackson sonrió.
–¿Y te propuso allí que te casaras con él?
–Sí, pero…
–Ahí es donde todos los hombres Worth se han declarado a sus esposas, desde los tiempos del abuelo de mi bisabuelo. Chance Worth le puso ese nombre al lago en mil ochocientos ochenta, era el nombre de su esposa.
–¿En serio? –preguntó Callie con incredulidad.
–No te mentiría respecto a algo así. Y ahora, ¿listas? –preguntó Jackson sonriente.
Y con ambas del brazo, Jackson las condujo a un montículo que ofrecía una vista panorámica de las montañas Red Ridge, lugar en el que Taggart Worth y Callie Sullivan iban a contraer matrimonio.
Intercambiaron los votos y Tagg se conmovió. No se tomaba el matrimonio a la ligera y aquella ceremonia significaba mucho para él. A pesar de estar disgustado con Callie y asqueado con el padre de ella, iba a intentar que su matrimonio fuera un éxito. Por su hijo.
–Os declaro marido y mujer –dijo el sacerdote.
Tagg miró a su esposa y la besó en los labios. Ella respondió con un gemido de placer, que le encendió. Si no tenía cuidado, su esposa acabaría haciendo de él lo que quisiera.
Los invitados aplaudieron, sus hermanos los que más. Le molestaba que sus hermanos hubieran aceptado a Callie sin reparos.
Al fin y al cabo, él se había casado con la hija de Hawkins Sullivan.
Ahora era su esposo. Ella se había ido a vivir con él a la casa que había construido después de quedarse viudo, a la casa en la que se sentía tranquilo, lejos de todo el mundo. Hasta ese momento, sólo los caballos le hacían compañía; pero ahora, Callie iba a cambiar su estilo de vida. En realidad, le había cambiado la vida desde la noche en Reno.
–Felicidades, Tagg –Jed le ofreció la mano.
–Gracias –Tagg se la estrechó.
Por fin, los invitados bajaron la colina para asistir a un suntuoso festín en la casa principal. Sammie se sentó entre ambos hermanos mientras Jed y el sacerdote charlaban con otros invitados.
Él y Callie estaban sentados a la cabecera de la larga mesa. Tenía hambre y estaba dispuesto a comer bien. Le habían servido una buena ración de ternera al horno con patatas asadas y puntas de espárragos, y la boca se le estaba haciendo agua. Después de unos cuantos mordiscos a la carne, echó un vistazo al plato de Callie y vio que ella no había probado la comida.
–¿No tienes hambre?
–No. No tengo ganas de comer.
El rostro de ella, radiante durante la ceremonia, se veía pálido a la luz de las velas.
–¿Tienes náuseas? –preguntó Tagg dejando el tenedor en el plato.
–Estoy conteniéndolas –Callie, llevándose una mano al estómago, le miró fijamente a los ojos–. No quiero vomitar en nuestra boda.
–¿No puedes controlarlo?
–Las náuseas van y vienen. Ahora las siento, pero creo que podré aguantar.
Callie le sonrió, pero no logró engañarle. Se daba cuenta de que estaba haciendo un gran esfuerzo para evitar que se le notara lo mal que se sentía.
Tagg se puso en pie y le tomó la mano.
–Vamos a tener que dejaros. Pero, por favor, quedaros y comed tranquilos. Cometerías un grave error si os perdierais el postre.
Todos se echaron a reír. Él miró a sus hermanos y añadió:
–Gracias por haber venido. Y ahora, nosotros nos vamos a casa.
Callie se puso en pie y él le agarró la mano con más fuerza.
–Sí, gracias a todos por venir. Ha sido maravilloso teneros aquí. Clay, Jackson, gracias por la ceremonia, por el banquete… por todo.
–Te conformas con muy poco, Callie –dijo Jackson con una maliciosa sonrisa.
–Sí, te has casado con nuestro hermano –Clay le guiñó un ojo.
Tagg no hizo ningún comentario. En general, no dejaba que sus hermanos le tomaran el pelo, pero no era un día normal. Además, lo importante era sacar a Callie de allí y llevarla a casa.
Se despidieron de todos y Callie le dijo a Sammie que la vería al día siguiente. Una vez fuera de la casa, Tagg le puso una mano en la espalda y la guió hasta el coche.
El estómago le daba vueltas. En parte, por el embarazo, pero también por la situación con Tagg. Había prometido ser una buena esposa y tenía intención de serlo, pero también sabía que Tagg no la amaba. Él era viudo, había amado a su esposa y ésta había muerto. El fallecimiento de Heather le había destrozado. ¿Seguía queriéndola? ¿Cómo podía competir ella con el recuerdo de la primera esposa de él?
Tagg detuvo el coche delante de su casa, volvió el rostro y la miró con preocupación. Era tan guapo que a ella le dieron ganas de llorar. Se había quitado la chaqueta del esmoquin, se había soltado el lazo y llevaba desabrochados los botones superiores de la camisa. No podía apartar los ojos de la garganta de él.
–Ya estamos en casa, Callie.
Callie le miró a los ojos y quiso volver a decirle que ella no había planeado que ocurriera aquello, pero le faltó valor. No quería estropear el día con acusaciones y reproches. Tagg se había mostrado cordial, quizá la situación mejorase de ahí en adelante.
–No es lo que ninguno de los dos quería, pero voy a intentarlo, Callie. Es lo mejor que puedo ofrecerte.
¿Qué iba a intentar? ¿Aguantarla? ¿Vivir con ella? Se le cayó el alma a los pies.
Se llevó la mano al vientre. Se sentía mareada.
Tagg salió del vehículo en un abrir y cerrar de ojos, le abrió la puerta del coche y la levantó en sus brazos. Con ella a cuestas, se acercó a la puerta de la casa y la abrió de un puntapié.
–Aguanta –dijo él, y cruzó el umbral de la puerta.
Callie saboreó el momento en que su marido entró en la casa con ella en los brazos. Entonces, Tagg la dejó en el suelo, pero ella se aferró a él, no quería soltarle. Tagg la abrazó.
–Ya me encuentro mejor –dijo ella por fin.
–¿Seguro? –Tagg se apartó de ella ligeramente y la miró a los ojos–. ¿Ya no estás mareada?
–No, sólo cansada –entonces, Callie sonrió–. Has cruzado el umbral de la puerta conmigo en brazos.
Tagg se acercó a la puerta y la cerró. Poco a poco, en su rostro apareció una sonrisa.
–Sí, eso parece.
Ella continuó sonriéndole mientras se quitaba la diadema.
–¡Ah, qué alivio!
Callie se soltó el pelo y los rizos le cayeron por los hombros.
Tagg clavó los ojos en sus cabellos y ella le vio respirar hondo.
–Deberías irte a la cama.
–¿Y tú? –preguntó Callie arqueando las cejas.
–Yo iré más tarde. Vamos, acuéstate. Familiarízate con la casa. Llevaré tu equipaje a mi habitación.
–Mi equipaje está en la habitación de invitados. Sammie y yo lo trajimos esta mañana.
Tagg pasó por su lado para dirigirse a un largo corredor. Entró en la habitación de invitados y ella le siguió.
–¿Dejaste aquí tus cosas? –Tagg se volvió, su expresión era ilegible.
–Bueno, no sabía… Dadas las circunstancias, no sabía qué íbamos a hacer.
–Vas a dormir conmigo, Callie. En mi habitación. Todos los días.
Callie no sabía qué pensar, pero sí sabía que no le gustaba el tono de voz de Tagg. Si dormía con él
o no, ella iba a tomar esa decisión. Sin embargo… ¿a quién quería engañar? Quería dormir con él. En la habitación de él. Todos los días.
–¿Es una orden?
–¿El qué? –preguntó Tagg, obviamente confuso.
–Tagg, soy tu esposa. No puedes darme órdenes como si fuera tu empleada.
Tagg respiró profundamente.
–Exacto. Eres mi esposa y las esposas se acuestan con sus maridos. Al menos, las esposas de los Worth se acuestan con sus maridos. Así va a ser de ahora en adelante.
–Y sigues dando órdenes –Callie esperaba no estar presionándole demasiado.
Los ojos azul plateado de Tagg empequeñecie
ron. –Date la vuelta. –¿Qué? –Que te des la vuelta –repitió él. –¿Por qué? –Hazlo. Confía en mí. ¿Que confiara en él? Ése no era el problema, confiaba en él. Le miró a los ojos antes de darse la vuelta muy despacio.
Tagg se le acercó y le acarició los hombros con el aliento.
–No podrías quitarte el vestido sola.
Le sintió desabrocharle los botones del vestido, uno a uno. El roce de las yemas de los dedos de Tagg le produjo oleadas de placer. Respiró profundamente mientras se sujetaba el cuerpo del vestido para evitar que se cayera.
–Suéltalo, Callie –dijo Tagg con voz suave.
Y Callie soltó el vestido de novia de seda de su madre y permitió que cayera a sus pies.
«Perdóname, mamá».
Levantó los pies para salirse del vestido y, sólo cubierta con unas braguitas de seda, se volvió a Tagg.
Tagg le recorrió el cuerpo con la mirada.
–Vas a matarme, Callie Sullivan.
–Callie Worth –le corrigió ella.
Tagg arqueó una ceja y, entonces, la levantó en sus brazos. Automáticamente, ella le rodeó el cuello.
–¡Ah! Debería estar acostumbrada ya a esto. Hombre grande cargar con mujer.
Tagg se echó a reír y fueron a la habitación principal. Allí, la depositó en la enorme cama después de correr las sábanas.
–Duerme, Callie. Ha sido un día de mucho ajetreo.
–¿Y tú, no vas a venir?
–Sí, más tarde.
Y casi al momento de que Tagg se marchara, ella se sumió en un profundo sueño.
***
A la mañana siguiente, se encontró sola en la cama al despertar. Una mirada hacia el otro lado de la cama le indicó que Tagg había dormido ahí. Se quedó quieta unos momentos, hacía siglos que no dormía tan bien.
Se levantó de la cama y se acercó a uno de los armarios empotrados, en el que Tagg había dejado su equipaje.
De repente, su móvil sonó dentro del bolso que estaba en el suelo del armario. Suspiró. Sabía quién llamaba. Tras agarrar el móvil, una ojeada a la pantalla confirmó que quien llamaba era su padre.
Ya le había dejado tres mensajes. Todos ellos llenos de reproches por lo que había hecho.
Venció la tentación de no oír el mensaje, pero tenía que cerciorarse de que a su padre no le había pasado nada. Presionó una tecla y oyó:
–Callie, cielo, estabas preciosa con el vestido de novia de tu madre. Vi la boda a distancia. Al parecer, uno de esos Worth no carece de compasión; dejó que un padre observara la boda de su hija.
–Oh, papá –susurró ella.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y, al cabo de unos segundos, se echó a llorar amargamente. Se quedó quieta durante minutos, tratando de olvidar las palabras que se le habían clavado en el corazón:
«Al parecer, uno de esos Worth no carece de compasión».
Alguien se había arriesgado a enfrentarse a Tagg por su padre. ¿Había sido Clay, que parecía sensato y honesto? ¿O había sido Jackson? Éste, que era políticamente correcto, hacía lo que quería sin pensar en las consecuencias. Fuera quien fuese, ella le estaría eternamente agradecida.
En ese momento oyó las pisadas de Tagg en el suelo de madera del pasillo. Tras un primer sobresalto, se metió corriendo en el baño y echó el pestillo a la puerta. Entonces, abrió el grifo de la ducha y, mientras esperaba, se vio en el espejo. Estaba hecha un desastre: ojos hinchados, rostro enrojecido por el llanto y nariz brillante.
Hizo una mueca al ver girar el pomo de la puerta.
–Callie…
Ella se mordió los labios. No podía permitir que Tagg la viera así. Le preguntaría qué le pasaba y no podía contestarle que su padre había estado en la propiedad Worth, en su propiedad, y que les había visto casarse. Por otra parte, no quería empezar su matrimonio mintiendo, así que prefirió que Tagg creyera que se estaba duchando.
Y para sentirse menos culpable por mentir, se quitó la ropa, abrió la puerta de la ducha sigilosamente y entró.
Media hora más tarde, Callie entró en la cocina de Tagg sintiéndose mucho mejor. Lo encontró sentado a la mesa tomando una taza de café.
–Buenos días –dijo él levantando la vista del periódico–. ¿Has dormido bien?
–Sí, muy bien. Tu cama es una maravilla.
–Me alegro de que hayas descansado –Tagg sonrió y le indicó la cafetera–. Sírvete.
–No puedo tomar cafeína, no es buena para el feto.
Tagg clavó los ojos en el liso vientre de ella.
–Supongo que tengo mucho que aprender sobre embarazos.
–Los dos tenemos que hacerlo. Aprenderemos juntos.
Tagg asintió y ahí acabó esa conversación.
–Voy a hacer el desayuno. ¿Qué te apetece comer? –Callie se acercó al frigorífico y lo abrió. Le sorprendió ver que Tagg estaba bien abastecido–. Veo que tienes huevos, beicon, pan, verduras, mezcla para hacer tortitas, leche, zumo… Estoy impresionada. La mayoría de los hombres sólo tienen cerveza y mermelada en la nevera.
–Yo no soy la «mayoría de los hombres». Además, Helen, el ama de llaves de Clay, me hace la compra un día a la semana.
–Ah, entiendo. Bueno, dime, ¿qué quieres que te prepare?
Tagg se la quedó mirando un momento como si estuviera invadiendo su territorio. Parecía que no quería que estuviera allí.
–Me basta una tostada, gracias.
Callie estaba tan nerviosa y tan fuera de su entorno que quemó la primera tostada que hizo. Al segundo intento, logró hacer dos sin quemarlas y untó mantequilla en ellas.
–¿Y tú, no comes? –preguntó Tagg.
–Sí. Voy a comerme una.
Se sentó a la mesa y desayunaron en silencio, en la amplia y moderna cocina con mostrador de granito y muebles de madera. La casa de Tagg era modesta en tamaño, teniendo en cuenta que los hermanos Worth eran millonarios. Tenía cuatro dormitorios, un estudio, una sala de juegos, un salón y un comedor. A ella le gustaba que no fuera una casa palaciega como la de su padre, tampoco era rústico-moderna, como la casa principal, en la que vivía Clay. Para ella, la casa de Tagg tenía el tamaño justo para ser un hogar.
–¿Qué piensas hacer hoy? –le preguntó él al tiempo que se levantaba de la mesa. Después, se acercó al fregadero, tiró ahí dentro el resto del café, se dio la vuelta y se apoyó en el mostrador de la cocina.
–¿Por qué? ¿Tenías pensado que hiciéramos algo juntos?
–No. Lo siento, pero tengo que trabajar en el despacho.
–Está bien –dijo ella desilusionada–. En ese caso, voy a ir a ver a Sammie para estar un rato con ella antes de que se marche.
–Entonces, hasta luego.
Tras esas palabras, Tagg salió de la cocina y salió por la puerta lateral que daba a la oficina adosada a la casa.
Callie cerró los ojos. Al parecer, así era como iba a tratarla, con tolerancia y distante cortesía.
Callie fue en coche a casa de Clay y almorzó allí con Sammie, en la terraza con vistas a kilómetros y kilómetros de tierra de pastos. Cerca de la casa había una enorme piscina con cascada de piedras.
Sammie parecía desacostumbradamente callada. Ambas tenían mucho en lo que pensar.
–Ojalá pudieras quedarte aquí más tiempo, Sam.
–A mí también me gustaría, pero aquí sólo estorbo. Tú acabas de casarte y yo tengo mucho trabajo en la ciudad.
–No digas eso, tú jamás estorbarías. A Clay le gusta que estés aquí tanto como a mí –Callie se mordió el labio inferior para contener las lágrimas–. No habría podido arreglármelas sin ti. Ha significado mucho para mí que estuvieras aquí.
Sammie le agarró la mano y se la apretó.
–Sé que las circunstancias no son ideales, pero te has casado con un buen hombre y serás una esposa estupenda. Y no lo olvides, volveré cuando nazca el niño.
–¡Mejor será! Vas a ser la madrina –la tristeza se apoderó de ella–. Voy a echarte de menos, Sammie.
–Todo va a ir bien. Lo sé.
–Espero que tengas razón –Callie bajó la cabeza, dispuesta a confesar–. Antes de venir aquí, he llamado a mi padre. Ya lo sé, dije que no iba a llamarle durante un tiempo. Pero me había dejado unos cuantos mensajes, no podía ignorarle.
–Está bien. ¿Qué tal fue la conversación?
–Bastante breve. No puedo apartarle de mi vida, Sammie. A pesar de que estuvo a punto de destruir mi relación con Tagg. Le dije a mi padre que no iba a permitir que destruyera mi familia. Le dije que tendría que aceptar la situación y apoyarme.
–Supongo que no le sentó muy bien que le dijeras eso –comentó Sammie.
–Supones bien –respondió Callie con una sonrisa irónica, y Sammie se echó a reír.
Entonces, Callie se miró el reloj.
–Siento decírtelo, pero si no salimos ya vas a perder el avión.
–No es necesario que me lleves, Callie, aunque te lo agradezco de todos modos. Jackson va a enviar un coche para que me recoja.
–Jackson, ¿eh? Anoche estuvisteis charlando mucho tiempo, ¿verdad?
Sammie se encogió de hombros.
–Sí, creo que le di pena. Dime, ¿qué sabes de él? –preguntó Sammie en tono de no darle importancia.
No obstante, a Callie le dio la impresión de que su amiga estaba realmente interesada.
–Bueno, lo único que sé es que dirige Worth Enterprises desde las oficinas de Prescott y Phoenix. Es muy reservado respecto a su vida privada, aunque sé que estuvo enamorado de una mujer que le destrozó el corazón.
Sammie asintió y luego suspiró, como si comprendiera perfectamente la respuesta de su amiga.
Cuando llegó el coche y su amiga se marchó, Callie se fue de la casa principal a la suya.
Aún tenía que deshacer el equipaje. Después, en algún momento, tendría que ir a casa de su padre a recoger el resto de sus cosas.
Al llegar a la casa, vio a Tagg saliendo del establo con una de sus mejores yeguas y el sombrero en la silla de montar.
–Hola –dijo Callie después de haberse acercado a él–. ¿Qué tal te va?
–He estado muy ocupado hasta ahora, pero no me está yendo mal. Tengo por costumbre cabalgar un rato para descansar del trabajo antes de seguir.
–Ah –Callie quería ir a dar un paseo a caballo con él. Sabía que los caballos de Tagg necesitaban ejercicio diariamente. Esperó una invitación que no recibió–. Sammie ya se ha ido al aeropuerto, así que he pensado deshacer las maletas.
–Buena idea –Tagg agarró el sombrero de la silla de montar y se lo puso.
–Aún no sé los nombres de todos tus caballos.
Tagg se subió a la yegua.
–Ésta es Starlight.
La yegua tenía una mancha blanca en forma de estrella en la testuz, el resto del pelo era negro. –Hola, Starlight –dijo Callie acariciándole la crin–. Vas a dar un buen paseo, ¿eh?
–Vamos a pasear todos los días.
Callie asintió.
–Después de deshacer el equipaje, puede que vaya a pasar una o dos horas en Penny’s Song para ver si puedo echar una mano. Pero volveré para cenar.
Tagg sonrió.
–Eso espero. Hasta luego, Callie.
–Hasta luego.
Y Callie se sintió más sola que nunca.
Aquella tarde, después de deshacer las maletas, no pudo resistir la tentación de echarse en la enorme cama de la habitación. Las mujeres embarazadas tenían derecho a una siesta, ¿no? Se quitó los vaqueros y se metió en la cama, después de decidir
que no iría a Penny’s Song aquel día.
No tardó mucho en quedarse dormida.
Media hora más tarde, oyó la puerta posterior de la casa. Después, las pisadas de Tagg en el pasillo, cada vez más cerca. Cuando le oyó detenerse, abrió los ojos y lo encontró de pie en el marco de la puerta con expresión vacilante. Se había quitado la camisa y las botas, debía haberlas dejado en el cuarto de lavar en la parte posterior de la casa.
–No estoy dormida –dijo ella.
–Lo parecías. ¿Te he despertado?
–Me acababa de despertar. Esta cama es demasiado cómoda –Callie se fijó entonces en que tenía los pantalones llenos de barro–. ¿Qué te ha pasado?
–Starlight ha decidido darse un baño. Hay un riachuelo a unos tres kilómetros y medio de aquí, y la yegua quería mojarse y refrescarse. Starlight ya se ha dado un baño, ahora me toca a mí.
Callie sonrió.
–Muy bien, hazlo.
Tagg la miró y asintió; entonces, cruzó la habitación, se sentó en la cama y, sin ninguna vergüenza, se quitó los vaqueros y los calzoncillos.
–Vuelve a dormirte. No haré ruido.
Callie respiró hondo, con los ojos fijos en la bronceada espalda de Tagg. Quería acariciarle. Cuando él se puso en pie, le vio moverse desnudo por la habitación. Un deseo sobrecogedor se apoderó de ella.
Tagg entró en el baño de la habitación y ella le oyó abrir el grifo de la ducha. Lo imaginó con el agua cayéndole por el cuerpo…
Se levantó de la cama de un salto y se quitó la blusa según entraba en el cuarto de baño. Después de respirar profundamente, abrió la puerta de la ducha.
Se miraron a los ojos. Tagg pareció confuso. Estaba mojado y enjabonado.
–Me siento un poco pegajosa –dijo ella a modo de explicación.
Tagg se la quedó mirando, en bragas y sujetador.
–¿Te vas a duchar con eso puesto? –preguntó Tagg.
Callie sacudió la cabeza y se desabrochó el sujetador, liberando sus senos. Tagg continuó mirándola. Al instante siguiente, ella se agachó para quitarse las bragas y, cuando volvió a incorporarse, Tagg la agarró por un brazo y la metió en la ducha.
–¿Sabes cómo va a acabar esto? –preguntó él con voz ronca al tiempo que le pegaba la espalda a la pared de mármol.
Entonces, la besó, pegó las caderas a las suyas y ella cerró los ojos. Estaba duro y la deseaba. No había nada en el mundo que deseara tanto como a Tagg en ese momento. Le rodeó el cuello con los brazos, le lamió los labios y entrelazó la lengua con la de él.
Tagg se agachó, le separó las piernas y se las sujetó por los muslos. La hizo alcanzar el clímax con la lengua casi al instante. Las piernas estuvieron a punto de doblársele con las sacudidas de placer. El orgasmo de ella le hizo ponerse en pie; entonces, Tagg pegó el miembro al vientre de ella, exigiendo alivio.
Le alzó el cuerpo, sujetándola contra la pared, y la penetró. Los gritos de placer de ambos resonaron en la ducha.
Alcanzaron juntos el orgasmo, con un placer casi insoportable.
Callie sabía que Tagg no la amaba, pero acababan de consumar su matrimonio y le pareció maravilloso.