Capítulo Siete

Callie pasaba los días trabajando en Penny’s Song, dando los últimos toques a los barracones en los que iban a dormir los niños, incluidos los libros de la zona destinada a biblioteca.

La tienda de ultramarinos era con lo que más había disfrutado. Había hecho una lista con las tareas diarias que los niños tenían que realizar y con los vales que se daba por cada tarea.

Un profesional había impreso la lista en papel sepia y con letra antigua para darle un aire rústico. Hacía unos minutos que la había pegado al escaparate de la tienda y ahora la contemplaba con admiración.

–¿Sólo diez vales por limpiar los establos?

Dio un salto al oír la voz de Tagg a sus espaldas. Él se echó a reír y le rodeó la cintura con los brazos antes de añadir:

–Es un trabajo bastante sucio. El que haga eso debería obtener veinticinco vales por lo menos.

Callie se apoyó en él y sonrió. Llevaba una semana casada con Tagg y, aunque le gustaría pasar más tiempo con él durante el día, en cuanto a las noches no podía quejarse. Tagg le hacía el amor siempre como si fuera la primera vez. Y si ella estaba demasiado cansada o tenía el estómago revuelto, él la abrazaba y la hacía sentirse a salvo mientras se dormía, igual que ocurría con cualquier pareja normal.

–¿Estás poniendo en duda mi capacidad para valorar las tareas?

Ella se volvió y le miró a los ojos. Y el corazón le dio un vuelco, como siempre que le miraba.

–No, señora. Lo único que digo es que me acuerdo muy bien de lo que es limpiar los establos. Mi padre nos obligó a hacer todas y cada una de las tareas del rancho, a pesar de ser los hijos del jefe. Eso hizo que los empleados respetaran aún más su ética profesional.

–Mi padre también me obligó a hacer eso. Decía que, algún día, el rancho sería mío y…

La sonrisa de Tagg desapareció. La soltó y ella notó su distanciamiento, tanto físico como emocional.

–Perdona, Tagg. Pero es mi padre, no puedo ignorarlo.

Tagg retrocedió y asintió.

–No, no puedes. Pero yo tampoco –entonces, su expresión se suavizó e hizo un gesto en dirección a los establos–. Los caballos de los Cosgrove han llegado de Las Vegas. ¿Quieres venir conmigo a verlos?

–Sí.

–Entonces, vamos juntos –Tagg le tomó la mano y echaron a andar.

Ese gesto le enterneció y los ojos se le llenaron de lágrimas. Era posible que Tagg estuviera haciendo un esfuerzo, pero le resultaba más difícil de lo que ella había imaginado. Además de las diferencias que Tagg pudiera tener con su padre, ella sospechaba que aún estaba enamorado de su primera esposa y ése era el problema de fondo.

Tagg se detuvo en el umbral de la puerta y se quedó mirando a Callie, que estaba haciendo un puré de patatas mientras un pollo se asaba en el horno.

–Hola, vaquero. ¿Quieres ayudarme con la ensalada? –le preguntó Callie sonriendo.

Él se adentró en la cocina.

–Sí, por supuesto.

Callie le dio un cuchillo y la tabla de cortar la verdura.

–Corta unos tomates y unos pepinos, yo me encargaré de la lechuga.

Tagg comenzó a cortar los tomates.

–Si quieres que contratemos a alguien, podemos hacerlo, Callie.

–Gracias, pero no necesito ayuda.

–Estás muy ocupada con Penny’s Song, vas todos los días. Cuando lleguen los chicos la semana que viene, tendrás aún más trabajo.

–Lo sé, pero no me importa. Además, a ti no te gustaría tener a alguien en la casa, te molestaría.

Y así era. Aunque, últimamente, le estaba gustando demasiado la compañía de Callie. Se había alegrado al verla en Penny’s Song y poder ir con ella a ver los caballos que acababan de llegar. Sin embargo, al oírla mencionar el nombre de su padre, su buen humor se había desvanecido.

–Puede que necesites ayuda cuando nazca el bebé.

Callie sonrió y se le endulzó la mirada.

–Ya veremos qué pasa cuando llegue el momento. Mientras compraba libros para la biblioteca de Penny’s Song, he aprovechado para comprar una docena de libros sobre el embarazo y los cuidados a los recién nacidos. Quiero hacerlo bien.

Tagg terminó de cortar los tomates y pasó a los pepinos.

–Supongo que tendremos que asistir a algunas clases o algo así, ¿no?

–¿Me acompañarías? –preguntó ella poniéndole una mano en el brazo.

–¿Creías que no lo haría? –Tagg la miró fijamente.

–Bueno, no estaba segura. Esperaba que lo hicieras –confesó ella con voz queda.

–Yo también quiero hacerlo bien.

Tagg le miró el vientre, pero seguía estando liso. Sólo se le notaba el embarazo en los pechos, que estaban más llenos e increíblemente sensibles. Los gritos de placer de Callie cuando se los tocaba le excitaban y le hacían endurecer en cuestión de segundos. Sólo con pensar en ello el sexo se le ponía rígido.

Tagg tenía que admitir una cosa: le gustaba hacer el amor con su esposa.

–Esta noche tengo que ir a Tucson, por negocios.

–¿Sí? No me lo habías dicho –Callie arqueó las cejas.

–Acaba de surgir la posibilidad. Es un negocio de ganado vacuno, llevo tiempo intentando conseguirlo. Tengo una reunión mañana por la mañana a primera hora.

–Está bien. En ese caso, vamos a cenar ahora mismo.

Tagg miró el pollo que Callie acababa de sacar del horno, el puré de patatas, cremoso, como a él le gustaba, y sintió hambre. Pero no se trataba de la clase de hambre que la comida podía satisfacer.

Callie agarró dos platos y Tagg, agarrándole una muñeca, la detuvo.

–No quiero comida.

Tiró de ella hacia sí y le rodeó la cintura con los brazos.

–¿Qué es lo que quieres entonces? –preguntó ella casi sin respiración.

–A ti, Callie. Te quiero a ti, antes de marcharme.

–Y yo a ti, Tagg –respondió ella con voz suave y mirada dulce.

Callie siempre estaba dispuesta a hacer el amor y a él le encantaba eso de ella. Nunca le había rechazado. La besó en los labios, y la besó, y la besó.

Ella le respondió con gemidos guturales.

–Aún no lo hemos hecho en la cocina –le susurró él junto a la boca.

–¿Me quieres a mí para cenar? –a Callie se le escapó una carcajada.

–Sabes que sí –pero el mostrador de granito estaba lleno de comida y Tagg no tenía tiempo para retirarla–. Pensándolo bien, mejor en la cama.

Tagg fue a tomarla en sus brazos, pero Callie le puso las manos en el pecho, deteniéndole.

–Sígueme –Callie le agarró de la mano y le llevó al dormitorio.

Le gustaba cuando Callie tomaba la iniciativa. Le gustaba aún más cuando le tiraba a la cama y le desnudaba, como en ese momento.

–¿Qué te apetece de aperitivo? –le preguntó Callie mientras se quitaba la blusa.

–Quítate eso y ven aquí.

Siguiendo sus órdenes, Callie se desabrochó el sujetador y se lo quitó. Se subió a la cama y se colocó encima de él, con las piernas a ambos lados de su cuerpo. Él le puso las manos en la espalda y tiró de ella hacia sí, hasta tener a unos centímetros de los labios los pechos de Callie.

Entonces, la saboreó, llenándose la boca con un hermoso seno al tiempo que la hacía gemir de placer.

–Sabes muy bien –dijo Tagg con voz ronca, con más urgencia–. Pero quiero el plato principal. Ya.

Callie sonrió y le agarró el miembro.

–No, todavía no. Antes quiero otro plato.

Callie se inclinó sobre él y le tomó en la boca hasta hacerle casi enloquecer.

–Se te da muy bien eso –murmuró Tagg.

–Sólo contigo –respondió ella al instante.

Callie le había dicho eso muchas veces y él empezaba a creerla. Callie tenía el deseo reflejado en los ojos, el cuerpo listo para recibirle; pero entonces notó otra cosa, algo fuerte y profundo. Algo a lo que aún no había prestado atención. Sin embargo, no tuvo la fuerza de voluntad suficiente para analizarlo. Estaba enfebrecido por la pasión. Y, durante los siguientes treinta minutos, Callie le ayudó a satisfacer su deseo.

Poco tiempo después, duchada, vestida y con una camisa de él, Callie le siguió a la oficina.

–Tengo una idea –anunció ella.

–¿Qué idea? –preguntó Tagg mientras llenaba la cartera con papeles e informes.

–¿Y si te ayudara en la oficina? Podría ser tu secretaria.

Tagg dejó de hacer lo que estaba haciendo y la miró.

–¿Quieres trabajar para mí?

Callie sonrió traviesamente.

–Sí, eso he dicho. Trabajas demasiado, lo haces todo prácticamente tú solo. Apuesto a que, si te ayudara, trabajarías la mitad. No tendrías que pasarte casi todo el día en la oficina.

Tagg sonrió y, agarrándola por la solapa de la camisa, se la pegó al cuerpo. La miró a los ojos y dijo con sinceridad:

–Cielo, si fueras mi secretaria, te garantizo que pasaríamos mucho más tiempo aquí. Y no precisamente trabajando.

Callie le abrazó.

–Quiero ayudar.

–Tienes trabajo en Penny’s Song –le dio un beso en la garganta.

–No tengo que pasar allí todo el día. Podría repartir mi tiempo.

Cuanto más lo pensaba, más le apetecía trabajar al lado de Tagg. Podría ser una forma de acercarse a él. Tagg estaba más cariñoso con ella y quería que continuara así. Quería demostrarle que era una buena esposa, que le apoyaría todo lo que pudiera.

–Podría ser demasiado trabajo para ti; sobre todo, con lo del niño y demás.

Pero Callie se negó a echarse atrás.

–Me encuentro bien. Y si resultara demasiado para mí, te lo diría.

–Estoy acostumbrado a hacer las cosas a mi manera.

–Jackson me ha dicho que estabais pensando en contratar a alguien para que te ayudara.

–Jackson es un bocazas. Y no sabe lo que dice.

–Tagg, ¿por qué no quieres que te ayude. Conozco el negocio de la ganadería. Las esposas ayudan a sus maridos. Quiero ayudarte.

Tagg se la quedó mirando y sacudió la cabeza, como si no se atreviera a decir lo que pensaba.

–¿Qué?

Tagg se miró el reloj.

–Tengo que irme, Callie. Ya hablaremos de esto cuando vuelva.

Tagg le dio un beso de despedida y se marchó.

Fue entonces cuando Callie se dio cuenta de por qué Tagg no quería que trabajara con él. Era por Hawkins Sullivan. Tagg no podía olvidar que ella era la hija de El Halcón. Por otra parte, ella no comprendía por qué su padre les trataba como si fueran sus peores enemigos. Había llegado el momento de descubrir la verdad.

Al día siguiente, Callie estaba sentada en el mirador del café Red Ridge delante de su padre. Éste miraba la ensalada de verduras y pavo con desgana.

–Bueno, dime, ¿cómo te encuentras? –le preguntó Callie, sonriendo.

–Estoy bien. De hecho, estoy perfectamente. Mi única hija se acaba de casar y sólo pude ver la ceremonia a distancia.

–Papá, al quedar para almorzar, también quedamos en que no íbamos a discutir. Por favor, disfrutemos el momento de estar juntos.

Su padre cerró la boca y asintió.

–Papá, te quiero –dijo ella.

–Tienes una forma muy extraña de demostrarlo.

–Papá… –dijo Callie en tono de advertencia.

–Yo también te quiero.

–Lo sé –en realidad, le habría gustado que no la quisiera tanto–. Papá, tengo que saber una cosa. Es importante. Estoy casada con Taggart Worth…

–No me lo recuerdes. No puedo soportarlo.

–Eso es justo lo que no entiendo. Tienes otros competidores en la zona. De acuerdo que no te hacen la competencia tanto como los Worth, pero no parece importarte cuando te hacen perder algún negocio.

–Claro que me importa, pero no permito que eso me disguste.

–Entonces, ¿por qué te ocurre con los Worth, papá? Ni siquiera soportas oír su nombre. Y siempre ha sido así. ¿Por qué? Sé que no es sólo una cuestión de negocios. Dímelo, papá, por favor.

La expresión de su padre se suavizó. Un brillo triste asomó a sus ojos.

–Está bien, te lo diré. Pero no quiero que se lo digas a nadie. Nunca. Ni a ninguna de tus amigas ni a ese miserable marido que te has echado.

Callie cerró los ojos momentáneamente. No soportaba que su padre hablara así del hombre del que estaba enamorada.

–Tienes que prometérmelo, Callie.

–Te lo prometo.

Aunque estaban en un rincón del café y no había nadie a su lado, su padre bajó la voz al hablar.

–Y sólo voy a contarte esto porque espero que, después de oír lo que voy a decir, dejes a tu marido y vuelvas a tu casa –su padre guardó silencio un momento–. Tiene que ver con tu madre.

–¿Con mamá? –Callie parpadeó. No lo habría imaginado nunca–. ¿Qué tiene que ver mamá con esto?

–Estaba enamorada de Rory Worth cuando la conocí.

–¿Mamá? ¿Mamá y el padre de Tagg, Rory? Nunca lo había oído.

–Nadie lo sabe, sólo yo. Y ahora tú. Rory ya está muerto, y jamás le dijo a nadie lo que había hecho.

Callie se quedó escuchando, a pesar de que, hasta cierto punto, no quería oír nada más.

–Rory quitó la virginidad a tu madre y la dejó embarazada esa primera vez. Catherine sólo tenía diecinueve años.

No, no quería oír aquello, pero tenía que saberlo todo.

–Cuando tu madre se enteró de que estaba embarazada, se lo dijo a Rory. Puedes imaginar lo asustada que estaba. Rory le dijo que no la quería. Le dijo que no podía casarse con ella porque ya estaba prometido, iba a casarse con otra.

–¡Dios mío! Debía tratarse de Isabella Worth, la madre de Tagg.

Su padre asintió.

–Según parece, Rory y Belle habían roto durante dos semanas. En ese tiempo, una noche, Rory se emborrachó y se acostó con Catherine. Ella estaba locamente enamorada de él, llevaba años estándolo. Me destrozó el corazón, porque ella le quería como yo la quería a ella. Como estaba embarazada, le pedí que se casara conmigo, que yo me haría cargo de todo. Ella me dijo que, hasta cierto punto, seguiría enamorada de Rory Worth. Lo comprendí, aunque no lo soportaba, pero aún la deseaba. Quería darle todo mi amor y ayudarla. Ella me rechazó, me dijo que no sería justo. Pero yo insistí.

Su padre dejó de hablar, su voz había enronquecido. Miró a la mesa y, poco a poco, una sonrisa se dibujó en su rostro.

–Una noche le di una buena paliza a ese desgraciado de Rory. Nadie sabía por qué, pero él sí lo sabía.

–¿Que le pegaste? ¿Tú?

–No te quedes tan sorprendida. En aquellos tiempos estaba en mejor forma que ahora, Callie.

–No, no, claro que no –pero sí lo estaba–. Has dicho que mamá no quería casarse contigo.

–En ese momento, no. Pero perdió al niño y eso le afectó mucho. Le dio una depresión. Por supuesto, la gente que la conocía creía que era yo quien la había dejado embarazada. Y a mí no me molestaba. No quería que le echaran en cara nada a tu madre y todos sabían que le había pedido montones de veces que se casara conmigo. Supongo que se hartó de que se lo pidiera porque, por fin, aceptó.

Callie bebió un sorbo de limonada y le supo más ácida que nunca.

–Yo creía que habíais sido felices.

Su padre le tomó la mano y ella se agarró a él con fuerza.

–Y lo fuimos. Tuvimos una buena vida. Después de que tú naciste, jamás pensó en el pasado. Tú nos ayudaste, Callie. Supongo que es por eso por lo que te mimo tanto.

Por fin, Callie comprendió el porqué. Y se dio cuenta de hasta qué punto su padre había querido a su madre. También comprendía por qué había odiado a Rory Worth. Debía haberle resultado muy difícil vivir en la misma zona que Rory y trabajar allí sabiendo que su mujer estaba enamorada de él.

–Ahora ya sabes por qué nunca he querido que te acercaras a un Worth –declaró su padre.

–Sí, ahora comprendo tus razones –pero no tenían nada que ver con Tagg ni con sus hermanos.

¿Por qué no podía comprender eso su padre?

–No es justo que los hijos de Rory paguen por lo que él hizo.

–Sí que lo es.

Los ojos de Callie se llenaron de lágrimas. Su situación parecía no tener salida. Amaba a Tagg con todo su corazón, pero él aún la veía como si fuera el enemigo. Para Tagg, siempre sería la hija de su más feroz competidor.

–Papá, no tienes pensado jubilarte, ¿verdad?

¿Era una tontería esperar eso?

Su padre la miró con expresión de confusión y luego sacudió la cabeza.

–No, en absoluto. ¿A quién iba a dejarle el negocio? Tú no lo quieres.

¡Cielos!

La situación cada vez era más complicada.