En julio de 1922, en el departamento de papelería de Whiteley, vi varios mapas del servicio nacional de cartografía y compré uno de Essex porque ni conocía ese condado ni sabía siquiera dónde estaba. Me gustó el verde de la marisma en el mapa, los arroyos azules y el nombre de los marjales. El lunes festivo de agosto me dirigí a Southend, donde cogí un autobús hacia un lugar del mapa donde pasé una larga jornada deambulando sin prisas. Llegué a un riachuelo de aguas perezosas y, más allá, a una isla con una casa blanca y varias dependencias agrícolas. Esa fue la génesis de El corazón verdadero. Poco después, aquel mismo verano fui a Drinkwater St. Lawrence, también con el mapa, y me alojé en una pequeña granja, donde me quedé un mes entre aquellos marjales, andando y explorando los alrededores. Todo el paisaje de El corazón verdadero proviene de aquellas caminatas.
Dos años más tarde (para entonces ya había empezado Lolly Willowes) empecé a pensar en escribir lo bastante en serio para decirle a Bea Howe que sería un buen ejercicio elegir una canción popular o un cuento de hadas y relatarlo de nuevo. Aquello constituyó la base de «Eleanor Barley» (una canción popular) y de la recreación de la historia de Apuleyo sobre Cupido y Psique en El corazón verdadero. Apliqué grandes dosis de inventiva en las versiones victorianas de esos personajes divinos, disfrazando sus nombres y cualidades. La señora Seaborn era Venus, nacida del mar (sea-born); la señora Oxey, Juno, patrona del matrimonio (en aquella época era un axioma que solo mediante una cantidad suficiente de burdeles podían las mujeres modestas conservar la virtud); la mujer de las manzanas y la señora Disbrowe representan a Deméter. La reina Victoria es Perséfone. Tales disfraces resultaron tan eficaces que ningún crítico se percató de lo que me traía entre manos. Solo mi madre reconoció la esencia de la historia.
Sylvia Townsend Warner, Dorset, 1978