La chica rubia hablaba tanto que él no podía escuchar lo que estaba diciendo Merry. Había oído su súplica sexual perfectamente, como todos los hombres que estaban en un radio de cinco metros. Y sus coqueteos con Walker eran evidentes. Pero, en aquel momento, ella tenía la cabeza inclinada hacia Grace. Las dos estaban hablando en voz baja y riéndose de algo, y él no tenía ni idea de qué era.
–Por supuesto, me encantan los rodeos –dijo la rubia.
Shane se animó.
–¿Ah, sí? Creo que Walker es muy buen vaquero, ¿no, Walker?
A la mujer se le iluminó la mirada, y se giró hacia Walker. Shane había tenido buena idea; ahora podía acercarse más a Merry, y el vaquero estaría demasiado ocupado como para volver a flirtear con ella.
Merry se apartó el pelo de la cara y se lo echó hacia atrás. La melena le cayó por los hombros. Aquella noche no llevaba escote, pero él se lo imaginó. Era una chica alta y fuerte, y tenía los hombros perfectamente proporcionados con las caderas. Al acariciarle la piel, había notado su suavidad. Y allí donde sus pechos se elevaban ligeramente, por encima del borde del escote, parecía que era más suave todavía. Quería ver aquello otra vez. Quería ver mucho más y, aparentemente, ella estaba excitada. Era lógico; habían pasado dos años.
Dios, Merry era como un instrumento de tortura. ¿Acaso no se había dado cuenta de lo mucho que iba a afectarle aquello? ¿Se lo había dicho a propósito para volverlo loco? Porque en aquel momento, estaba como loco, imaginándose que deslizaba una mano entre sus piernas. Merry estaría muy húmeda, y jadearía de deseo con sus caricias.
Shane se giró y carraspeó.
Sabía que no debía acostarse con ella. Todo el mundo lo sabía, demonios. Además de sus fracasos en las relaciones sentimentales, le estaba mintiendo en algo muy importante. Sin embargo, aquella mentira no le parecía algo real. No tenía nada que ver con quién era él, ni con lo que quería de ella.
Merry tenía algo dulce que se le había ido metiendo bajo la piel durante aquellos días. Y aquel beso… Al principio, la había besado por curiosidad, pero el sabor de su boca le había fascinado, y quería más. Mucho más.
Merry lo sorprendió observándola. Miró a la rubia y, después, volvió a mirarlo a él, y le sonrió, como si estuviera contenta de volver a verlo solo. Él le devolvió la sonrisa, y a ella se le ruborizaron las mejillas. Apartó la mirada. Él quería ver un rubor así en su cama. Quería verla desnuda, rosada y pudorosa mientras tomaba uno de sus pechos con la boca y la hacía suspirar. Quería terminar con aquel pudor, excitarla tanto que se olvidara de sentir vergüenza.
–Bueno, me voy a marchar ya –le dijo ella a Grace–. Mañana tengo que madrugar.
–¡Pero si mañana es sábado! Y ¿qué voy a hacer yo sin ti aquí?
Merry sonrió.
–Acaba de llegar Cole. Creo que estarás muy bien.
–¡Ah! –exclamó Grace, y alzó los ojos oscuros con una expresión de felicidad.
Tal vez él no le cayera muy bien, pero Shane se sentía feliz por ella, y por su amigo, también. Cole había estado a punto de perderlo todo, incluso a Grace, pero, al final, las cosas habían salido bien. Cole era un gran tipo. Responsable, sólido… Algún día sería un gran marido. Un marido que nunca abandonaría a su familia.
Por un momento, Shane quiso lo mismo. Y, cuando Merry se dirigió hacia la puerta despidiéndose de todo el grupo con la mano, él la siguió.
–Eh –le dijo, mientras sujetaba la puerta para que ella saliera.
Merry lo miró sorprendida.
–Ah, hola.
–Creo que debería acompañarte a casa después de tu declaración. No sé si te van a seguir.
–¡No me tomes el pelo!
–Lo siento –respondió él y le guiñó un ojo–. ¿Por qué tienes que despertarte tan pronto mañana?
–Voy a trabajar en Providence. Esta noche, uno de los descendientes de los colonos de la familia Smith me ha contado una historia maravillosa. ¿Sabías que había un almacén de hielo dentro del cañón, un poco más allá del pueblo? Creo que voy a ir a buscarlo mañana. Este señor me ha contado que cortaban hielo durante el invierno y lo almacenaban allí, en un cobertizo pequeño que habían construido en una depresión natural de la roca. Nunca daba el sol, y se mantenía frío durante todo el verano. Algunas veces, cuando hacía mucho calor, los niños iban a jugar allí, y se escondían de sus padres.
Mientras hablaba, hacía gestos. Tenía los ojos brillantes de felicidad. Shane asintió amablemente mientras abría la puerta de La granja de sementales y le hacía un gesto para que entrara. No le importaban nada las historias sobre Providence, pero le encantaba que ella se las contara. No podía dejar de mirarla mientras se reía de algo sobre unas moras y sobre la leche fresca de vaca. Ella sonrió y se mordió el labio, y Shane vio aquella carne tierna ceder bajo la presión de los dientes justo cuando ella se detenía delante de la puerta de su apartamento.
–Merry –murmuró.
–Sí, sí. Ya me callo. Es que me encantan todas las…
Él bajó la cabeza y la interrumpió con un beso. A ella se le escapó un pequeño jadeo, y el jadeo se convirtió en un gemido cuando abrió la boca para acogerlo.
Shane le acarició la lengua y la saboreó, y notó el dulzor del cóctel que se había tomado. Su cuerpo respondió de inmediato, recordándole que la había probado ya, y que se había quedado deseando más. Extendió las manos por su cintura y notó su calor. Aquella sensación fue como una droga que penetró rápidamente por su piel y se diluyó en su sangre. Empezó a latirle el corazón con más fuerza.
Merry le rodeó el cuello con los brazos e hizo el beso más profundo, y él estuvo a punto de gruñir de alivio.
Sin dejar de estrecharla contra su cuerpo, abrió la puerta de su apartamento. Por suerte, no se había molestado en cerrarla con llave antes de ir al bar. Caminando hacia atrás, la metió en su piso y cerró la puerta con el pie.
Ella le clavó las uñas en el cuello y apretó las caderas contra las de él, y aquella presión hizo que su pene se hinchara. De repente, fue él quien se sintió como si llevara dos años sin mantener relaciones sexuales… desesperado y salvaje.
Volvió a susurrar su nombre y deslizó la boca hacia su cuello, y succionó su piel mientras metía las manos por debajo de la espalda de su camisa.
–Oh, Dios, Shane… Esto es…
Sí. Demasiado bueno como para describirlo con palabras.
–No puedo parar de pensar en ti –le dijo él contra su cuello. Después, la mordió, y notó que ella se estremecía entre sus brazos.
–Oh –susurró Merry.
Cuando empezó a deslizar las manos hacia arriba, ella alzó los brazos y, de repente, su camiseta desapareció, y Shane se quedó asombrado. Le besó un hombro e inhaló su olor.
–¿Esto va bien? Por favor, dime que todo está bien.
–Sí, muy bien –respondió ella, sonriendo.
–Gracias a Dios –dijo él.
Pasó un brazo por detrás de sus piernas y la levantó del suelo, y se echó a reír cuando ella gritó.
–¿Te he enseñado mi cabecero tallado a mano? –gruñó.
–¡Ja! Seguro que usas esa excusa con todas las chicas.
Pues, en realidad, no. Normalmente, no era amigo de las chicas con las que se acostaba. Solo eran conocidas, desde hacía mucho tiempo, o poco.
Él la depositó en su cama y se tendió sobre ella. Su pelo se desplegó por la almohada como si fuera un velo negro.
–Voy a ir despacio, ¿de acuerdo? Tú solo… déjame, Merry.
–Sí –respondió ella, y apartó la mirada con timidez, pero empezó a desabotonarle la camisa.
Shane se quedó inmóvil, observando cómo trabajaban sus dedos. Era un placer terrible verla moverse con tanta lentitud, sabiendo que, cuando terminara, iba a acariciarlo. ¿Cuándo había acumulado tanta desesperación por que ocurriera aquello? ¿Cuándo se había transformado su curiosidad por una mujer mona en una necesidad que le hacía temblar?
Por fin, ella le sacó el bajo de la camisa del pantalón, y la abrió, y le pasó los dedos por los hombros y los brazos dejando un rastro de placer. Posó las palmas de las manos en su pecho, y sonrió.
–Eres… peludo.
Él se miró el pecho.
–Sí, creo que sí.
–Me gusta.
Él la miró a los ojos y sonrió.
–Bien.
La besó mientras ella se reía y, después, cada una de las caricias empezó a fundirse con la siguiente. Se estrecharon el uno contra el otro, y él la besó. Dio vueltas con la lengua y succionó la de ella, y eso le encantó. Le encantó que Merry se arqueara contra él y que le sujetara la cabeza con las manos.
Quería entrar en su cuerpo. Lo necesitaba. Pero le había prometido que iba a ir despacio, y ella se lo merecía. No podía comprometerse a nada con ella, pero, por lo menos, podía hacer que aquello fuera fantástico. Iba a conseguir que fuera lo mejor posible aunque tuviera que sacrificar sus propias necesidades.
Y, demonios, ya solo aquello era un placer: escuchar los suaves sonidos de necesidad de Merry, acariciarla hasta que lo agarró con fuerza y lo estrechó contra sí. Él le mordió suavemente el pezón y obtuvo la recompensa de uno de sus jadeos. Cuando elevó la cabeza, ella le rogó que no parase, y él, con una sonrisa, pasó al otro pecho y lo succionó.
Aquel suspiro fue mucho más intenso y tuvo un tono de satisfacción muy gratificante para él. Siguió acariciándola mientras, con una mano, le desabotonaba el pantalón vaquero. Ella encogió el estómago de la sorpresa, y él notó que se ponía tensa, pero volvió a pasar los dientes por su pezón y Merry olvidó que la estaba desnudando.
Cuando tocó su vello suave, ella volvió a encoger el estómago, y él alzó la cabeza y la miró. Ella tenía los ojos desenfocados y los labios separados, y la respiración, acelerada. Shane deslizó la mano hacia abajo y rozó su calor húmedo, y ella cerró los ojos con fuerza mientras se le elevaban las caderas.
–Oh –susurró, cuando él pasó los dedos por su cuerpo.
Shane observó su cara y se quedó asombrado por la belleza de su placer. Parecía muy joven y pura. Por supuesto, eso no tenía sentido; no había nada puro en la humedad de su cuerpo, que le empapaba los dedos, ni en el hecho de que su pene latiera cada vez con más fuerza. No había nada de puro en cómo se aferraba a él, como si se estuviera cayendo, con una expresión de lujuria, de necesidad, de deseo. Y, sin embargo, todo en ella era puro.
–Dios, qué guapa eres –gruñó él.
Ella movió la cabeza de lado a lado y separó las piernas.
Merry necesitaba más, y él, también. Necesitaba que estuviera desnuda y completamente abierta, pero era muy difícil dejar de acariciarla y apartar los ojos de su rostro. Sin embargo, consiguió ponerse de rodillas para quitarle los pantalones; ella arqueó las caderas para ayudarlo y, por fin, sus piernas quedaron desnudas. Solo llevaba unas bragas negras. Dios, era preciosa.
Lentamente, le quitó las bragas, y casi se le cortó la respiración al verla completamente desnuda ante él. Tenía los muslos del color de la nata y un triángulo de rizos negros que le hizo la boca agua.
Ella apretó las piernas, como si quisiera esconderse de su mirada, pero él la deseó aún más. Deseó acariciarla, jugar con ella y conseguir que perdiera el pudor y le rogara.
Solo pensar aquello hizo que todos los nervios de su cuerpo se extendieran hacia ella. Quería quitarse el pantalón, liberar su pene y entrar en su cuerpo inmediatamente. Lo necesitaba. Pero apretó la mandíbula y se tendió a su lado.
Lentamente. Lentamente.
Ella todavía tenía los ojos cerrados, como si no quisiera verlo, pero, cuando la tocó, suspiró de alivio y separó las piernas. Él siguió acariciándola, extrayéndole aquellos sonidos gloriosos y suaves. Y, cuando ella elevó las caderas con desesperación, él deslizó un dedo al interior de su cuerpo.
Ella gimió y gritó, y a él se le paró el corazón. Alrededor del dedo, notó el calor, la humedad y la tensión de su cuerpo, y gruñó. Oh, Dios. ¿Cómo había pensado alguna vez que podría seguir viviendo sin aquello?
Empezó a salir y entrar de ella, y notó que iba relajándose. Le besó el cuello mientras metía otro dedo en su cuerpo, y le acarició el clítoris hasta que ella volvió a levantar las caderas. Cuando estaba desesperada, hundió los dedos profundamente, y ella gritó.
–¿Te gusta, cariño? –le susurró.
Ella asintió, y apretó los labios para tratar de contener un gemido.
Él sonrió contra su piel. Por una vez, Merry se había quedado sin palabras. Siguió moviendo los dedos hacia dentro y hacia fuera y escuchó hasta su último suspiro y gruñido. Ella no quería que él la oyera, pero él necesitaba aquellos sonidos. Se alimentó de ellos hasta que no pudo pensar más, hasta que ella movió las caderas rítmicamente para acoger más profundamente sus dedos. Estaba tan húmeda para él… tan perdida…
–Quiero estar dentro de tu cuerpo, Merry.
Ella volvió a asentir, con los ojos cerrados.
Shane se desabrochó el pantalón y sacó un preservativo de su cartera. Cuando estuvo desnudo, por fin, se colocó entre sus piernas.
–Merry.
Ella no abrió los ojos, pero lo agarró para acercárselo más aún.
Él rozó su calor con el miembro y se controló con un gran esfuerzo para no tomarla como si fuera un cavernícola.
–Dios mío, Merry –murmuró–. Abre los ojos, por favor. Mírame.
Necesitaba que lo mirara, que supiera quién estaba dentro de ella. Hacía mucho tiempo que nadie la tocaba de aquel modo, y él quería que supiera que lo había elegido a él.
Por fin, abrió los ojos. Lo miró con preocupación, o con duda. Él se tendió sobre ella y entró en su cuerpo con delicadeza.
–Shane –susurró Merry, clavándole los dedos en los hombros.
A él se le escapó un siseo al notar su contacto. Su cuerpo estaba tenso y cálido, y lo estrechó hasta que le causó un placer cercano al dolor. Salió de ella un par de centímetros y volvió a entrar lentamente.
–Oh, Dios –susurró–. Sí. Por favor, sí.
Él siguió hundiéndose más y más en su delicioso cuerpo.
–Dios mío… –gruñó–. Eres tan dulce…
–Y tú… eres tan grande…
Él no podía creer que le hiciera reír en un momento como aquel, pero Merry lo consiguió.
–¿Estás bien?
Ella asintió y escondió la cara en su cuello, pero él no iba a quejarse porque hubiera apartado la mirada. También necesitaba dejar de mirarla, porque, si seguía viendo aquella maravillosa expresión de placer, llegaría al orgasmo inmediatamente.
Y tenía que hacer las cosas con lentitud.
Y se alegró de ello, porque Merry respondió a cada uno de sus movimientos como si fuera una maravilla. Suspiró, jadeó y emitió un zumbido muy sexy, cuya suave vibración hizo estremecerse a Shane. Y estaba tan húmeda que él se dio cuenta de que no necesitaba ser tan cuidadoso, supo que iba a ser muy placentero para ella de cualquier forma. Siguió moviéndose despacio, pero se hundió más profundamente en ella, con más fuerza.
Merry inclinó la cabeza hacia atrás y subió las rodillas para que él pudiera moverse y entrar aún más en su cuerpo.
–Dios –murmuró él, con los dientes apretados–. Esto es genial…
Él siguió moviéndose con más dureza y se deleitó con los gemidos de placer de Merry, con el hecho de que le rogara más y más.
Shane se irguió, apoyándose en ambas manos, y la miró. Eso fue un error brutal. Su imagen fue demasiado como para poder soportarlo. Vio su piel blanca, los pezones oscuros y su forma de morderse el labio, como si estuviera luchando contra el placer. Nunca iba a olvidarse de aquella visión. Dulce Merry, atrevida y desinhibida mientras hacían el amor.
Dios… El cuerpo se le tensó, a modo de advertencia, pero no podía dejarse llevar todavía. Aún no.
Shane se colocó la rodilla de Merry en la cadera y ralentizó sus movimientos. Se irguió aún más y cambió el ángulo hasta que pudo sentir los roces de su miembro contra ella cada vez que acometía. Un truco que había aprendido con una antigua amante, y que le agradecía mucho en aquel momento.
Ella dio un jadeo de sorpresa, y él tuvo que apretar los dientes. Trató de no prestar atención a sus sonidos, de no mirarla, de no dejarse llevar por el exquisito placer de verla llegar al orgasmo.
Pero… sus ruidos eran tan dulces… Merry deslizó las manos por su espalda y lo tomó por las nalgas para empujarlo hacia ella con más fuerza.
–Sí –gimió–. Shane, sigue así, oh, Dios…
Le clavó las uñas en la piel y, cuando ella alzó las caderas contra sus embestidas, él abrió los ojos y se dejó llevar. Siguió moviéndose con todas sus fuerzas y, al final, gruñó con desesperación y placer.
Gracias a Dios. Gracias a que se había contenido. No supo cuánto tardó en recuperar la consciencia, pero, cuando lo hizo, notó que Merry temblaba bajo su cuerpo.
Elevó la cabeza de la almohada.
–¿Merry? ¿Estás bien?
–Creo que sí –susurró ella.
–¿No te he hecho daño?
Ella sonrió con timidez.
–Creo que podré recuperarme.
Él se dejó caer a su lado, temblando, aunque estaba temblando de risa.
–¿Me estás poniendo en mi sitio?
–¡No!
Merry se tapó la cara con las manos y, de repente, se acordó de que había otras partes que también tenía que cubrir. Él la vio taparse el pecho y posar una mano sobre el precioso triángulo de vello.
–¿Podrías… eh…? –dijo, y tiró con desesperación de la sábana–. ¿Te importaría levantarte un segundo?
Él quiso decirle que no y tenerla allí tumbada y desnuda una hora, pero se levantó y fue al baño. La habitación estaba en penumbra, pero, al volver, encendió la luz, y Merry soltó un gritito.
–¡Apágala!
–¿Eres tímida? –le preguntó él, en broma.
Ella le tiró la almohada a la cabeza. Shane la atrapó en el aire y se la devolvió. Después, apagó la luz. Sin embargo, solo le hizo esa concesión. Se metió bajo la sábana con ella, pero tiró hacia abajo y la destapó para poder verle el pecho. Al instante, ella volvió a taparse.
–Vamos, déjame verte.
–Cállate.
–Ya no tienes nada que esconder. Lo he visto todo.
–¡Cállate!
–Y desde diferentes ángulos.
Entonces, la almohada le golpeó en la cara. Shane la apartó y le dio un beso a Merry. Pero ella no soltó la sábana, sino que se escondió debajo.
–Por favor –le rogó él–. Si bajas la sábana, yo también haré topless. ¿Vas a renunciar a la oportunidad de devorar mi pecho con los ojos?
Merry asomó la cabeza y aflojó la sábana.
–Bueno –dijo.
Cuando le miró el pecho, por fin, soltó la sábana y pasó la palma de la mano por su piel, suavemente.
–Es muy bonito.
Shane le bajó la sábana hasta la cintura y le acarició el pecho con delicadeza. Sin embargo, se olvidó de sí mismo y se quedó mirando las manos de Merry, que le frotaban ligeramente el vello del torso. Al final, ella las detuvo sobre su corazón. Parecía que estaba fascinada, y él se sintió… raro. Estaba abrumado como no lo había estado desde los trece años y se había enamorado por primera vez.
Se le aceleró el corazón bajo los dedos de Merry. Esperaba que ella no se diera cuenta.
–¿Seguro que no quieres que encienda la luz? –le preguntó.
–¿Siempre estás así después de acostarte con alguien?
–¿Así? ¿Cómo?
–Tan relajado y…
Él bajó la cabeza y tomó uno de sus pezones entre los labios.
–No dejas de… juguetear conmigo.
Era cierto, estaba jugando. No sabía por qué, pero sí sabía que, normalmente, no era así. La besó una última vez.
–Cuando te ríes eres muy mona –le dijo.
Era cierto, pero no era toda la historia. Las sonrisas de Merry le hacían feliz, pero no podía decírselo. Nunca.
–Solo cuando me río, ¿eh?
–Bueno, también, cuando gritas mi nombre y me pides que siga.
–¡Por Dios, Shane! –exclamó ella. Le dio un empujón y volvió a taparse la cabeza con la sábana.
Shane se echó a reír con ganas. Y se rio aún más cuando ella sacó un puño de la sábana y le dio un golpe en el hombro. Pero, al final, se compadeció de ella y se tendió a su lado, sobre todo, porque estaba agotado. Hacía mucho tiempo que no tenía un orgasmo tan intenso; tal vez, nunca lo había tenido. Era como si los músculos se le hubieran derretido.
–Dios, Merry –susurró–. Ha sido estupendo.
Merry se quedó callada un largo instante, y él empezó a pensar que no estaba de acuerdo, pero, al final, ella tomó aire.
–¿Ha sido estupendo? A mí también me lo ha parecido.
Él sonrió mientras miraba al techo.
–Pues creo que esa es la única medida.
–Yo nunca…
Merry se quedó callada, y Shane se giró hacia ella, pero en la penumbra, no vio nada más que el brillo de sus ojos.
–Nunca había tenido un orgasmo así.
–¿Cómo?
–Mientras lo hacía, así. Contigo dentro de mí. Ha sido… –sonrió un momento, y terminó–: Muy agradable.
Shane sonrió. No pudo evitarlo. Si tuviera más energía, se habría levantado de un salto y habría aullado mientras se daba puñetazos en el pecho. Gracias a Dios, su agotamiento podía pasar por dignidad.
–Pues me alegro –murmuró–, porque es uno de los grandes momentos de mi vida.
Merry se echó a reír tan fuertemente que se atragantó, lo cual le dio a Shane otra excusa para tomarle el pelo. Sin embargo, sus ganas de diversión se terminaron cuando ella se acurrucó a su lado. Shane la rodeó con un brazo e hizo que apoyara la cabeza en su pecho. Y, al notar sus suaves resoplidos en la piel, ya no tuvo ganas de reírse. Se quedó mirando a la oscuridad y preguntándose qué demonios había hecho.
Merry entró a escondidas al apartamento de Grace, con la seguridad de que tenía la palabra «culpable» escrita en la cara. Seguramente su ropa parecía normal, pero ella se sentía arrugada y notaba el olor de Shane en su piel.
Dios. Se ruborizó al pensar en su nombre, pero no pudo evitar sentir un delicioso calor por toda la piel.
Había tenido unas relaciones sexuales maravillosas, y lo sentía en cada centímetro de la piel. No era posible que tuviera el mismo aspecto que antes.
Por suerte, el apartamento estaba vacío. Miró el reloj y vio que solo habían pasado sesenta minutos desde que había salido del bar. ¿Cómo era posible? A ella le habían parecido varias horas. Movió la cabeza con sorpresa, pero tomó unos pantalones de algodón y entró rápidamente al baño. Tenía que ducharse para quitarse de encima toda aquella depravación.
Sí, pensó, mientras dejaba que el agua de la ducha se calentara. Así era como se sentía. Depravada. Sucia. Maravillosamente bien.
Y avergonzada, también. No podía evitarlo. Había estado desnuda, expuesta… vulnerable. Dejar que un hombre entrara en ella y aceptar eso como un derecho era algo que para Grace sería normal, pero a ella le daba miedo.
Sin embargo, al meterse bajo el chorro de agua caliente de la ducha, pensó en que se alegraba de haber ido a la taberna y de haberse tomado los cócteles de Martini. De lo contrario, nunca habría dejado que aquello sucediera.
Respiró profundamente y se puso a bailar de alegría bajo el agua. Shane había sido perfecto. Era grande y perfecto. Y había conseguido que ella se sintiera muy bella durante unos minutos. Había hecho que se sintiera como si fuese la mujer a la que él deseaba.
Dios… Si aquello era ser amigos con derecho a roce, lo aceptaba. Estaba dispuesta a tragarse todas sus preocupaciones y a aceptarlo todo.
Se dio una ducha y, cuando salió del baño, estaba más tranquila. Se recogió el pelo húmedo en un moño y encendió su iPad para enviar un correo electrónico. Si no recibía la respuesta que quería, entonces iba a arriesgarse a algo más. Qué demonios.
Aquel día, la vida era estupenda, y ella había decidido que, al día siguiente, las cosas iban a ser todavía mejor.