Merry miró a la cara a Levi y a Harry. Ambos tenían la piel arrugada y curtida por el sol. Marvin era regordete y pálido y llevaba un sombrero de pescador. Las mujeres eran Kristen, una mujer de sesenta y dos años muy guapa, con un peinado perfecto, y Jeanine, que empezaba a encorvarse un poco por la edad. Todos ellos se habían quedado boquiabiertos bajo el sol matinal, mirando el letrero.
La pintura negra había goteado desde las letras y había manchado la hierba que había debajo de la valla.
–Oh, Dios mío –dijo Kristen, por tercera vez, desde que había salido del coche de Levi.
–Lo sé –dijo Merry, con solemnidad–. Es una locura. Seguramente, deberían convocar una reunión de urgencia y decidir qué van a hacer a partir de ahora.
–Lo que deberíamos hacer es llamar al sheriff.
A Merry se le encogió el estómago al ver que todo el grupo asentía.
–¿Llamar al sheriff? Yo no creo que esto sea un delito.
–¡Es un acto vandálico! –exclamó Harry.
–Bueno… Solo es un trozo de madera claveteado en una vieja valla. No creo que haya ningún daño.
–Puede que no, pero es una amenaza –dijo Jeanine.
–¡Sí! –exclamó Kristen–. ¡Es intimidatorio!
A Merry se le entumecieron los dedos, y se dio cuenta de que los estaba apretando mucho. Trató de relajarse.
–Solo dice «¡Fuera turistas!». Eso no es una amenaza, exactamente. El sheriff tiene otros asuntos más importantes que atender. No deberíamos molestarlo.
Todos la miraron como si se hubiera vuelto loca. Merry tuvo que contenerse para no hacer una confesión.
–¿Y si hacemos fotografías? Podemos poner una denuncia para que quede constancia.
Levi se quedó pensándolo.
–Puede que haya huellas dactilares. O marcas de neumáticos.
Oh, Dios Santo. ¿Por qué tenían que hacerlo todo tan difícil?
–Que yo sepa, esas cosas no pasan en un caso como este. A mí me robaron el coche hace dos años y, cuando la policía lo encontró, no tomaron las huellas dactilares de las superficies. Recortes presupuestarios en el departamento, y todo eso. Pero ustedes hagan lo que quieran.
–Voy a llamar al sheriff –dijo Jeanine, con firmeza.
Merry notó que le caían gotas de sudor por el cuello y por la espalda.
No había hecho nada ilegal. Poner un letrero no era un acto de vandalismo. Había tenido buen cuidado de no escribir un mensaje que diera miedo. No podían meterla a la cárcel por eso. ¿Cómo iban a saber que había sido ella?
Pensó en todas las pruebas que encontraban siempre en las series policíacas de televisión. Una horquilla. Una gota de pintura. Algún rasgo de su letra. Se miró las manos para asegurarse de que no tenía ninguna mancha de pintura. ¿Y si había una prueba para detectarla, igual que se detectaban los residuos de pólvora cuando uno había disparado una pistola?
Jeanine cerró su teléfono y volvió junto al grupo con el ceño fruncido.
–La telefonista me ha dicho que hay un incendio de rastrojos a las afueras del pueblo y que no pueden atendernos. Que hagamos las fotos y pongamos una denuncia.
–Ah, gracias a Dios –dijo Merry.
Los cinco la miraron fijamente.
–Quiero decir que me alegro de que podamos presentar la denuncia sin tener que impedir que sigan apagando el incendio. Buenas noticias. Los chicos de azul, salvando vidas –dijo. A aquellas alturas, estaba sudando copiosamente–. ¡Está bien! ¡Yo hago las fotografías!
El grupo retrocedió mientras Merry hacía fotos con su móvil. Tomó algunas del terreno alrededor del letrero, otras de la valla y unas diez del letrero en sí.
–¡Ya está! –exclamó, y esperó a que ellos decidieran convocar la reunión de urgencia. Sin embargo, estaban teniendo una conversación completamente distinta.
–¿Quién conoce a algún periodista del periódico del pueblo? Seguro que podríamos conseguir que viniera alguien esta misma tarde.
¿Qué demonios…? ¡Si solo se había alejado de ellos unos minutos!
–Vamos, vamos. ¿Un periodista? Eso no es buena idea en absoluto.
Jeanine se cruzó de brazos.
–Tenemos que dejar bien claro que no vamos a aguantar esto. Si ese pequeño desagradecido se cree que puede…
–No sabemos quién lo ha hecho. Puede haber sido cualquiera. Y, si empiezan a hacer acusaciones, ¡podrían demandar al patronato! Este hombre ya ha demostrado que está dispuesto a empezar litigios, ¿no? Mala idea. Podríamos perderlo todo.
–Eso es cierto. Tiene razón –dijo Levi.
Harry asintió con un gruñido.
Las mujeres no estaban de acuerdo.
–Entonces –dijo Kristen–, ¿se supone que tenemos que aguantar esto? ¡Yo no duermo por las noches! ¡Es horrible!
Parecía que Kristen Bishop no había estado en situaciones difíciles muchas veces en su vida. De niña, Merry ni siquiera se habría fijado en un buzón roto o en una pintada. Sin embargo, se sentía muy mal por haberle causado angustia.
–Tengo una idea –dijo–. Puede que sí debamos llamar al periódico. Sin embargo, en vez de centrarnos en lo negativo, podríamos conseguir que alguien hiciera un artículo sobre Providence y sobre la fundación, para explicar lo que quería hacer Gideon y lo que significaba esta comunidad para la zona.
–Ummm –murmuró Levi.
–La opinión pública –dijo ella–. No digo que no mencionemos los problemas que hay a causa de la demanda, pero lo mejor que podemos hacer para ganar el juicio es crear buena voluntad, ¿no? Poner al pueblo de nuestra parte.
–Pero ¿qué pasa con el letrero? –insistió Kristen–. ¿Y con el buzón?
–Mire, si contamos con el apoyo del pueblo, dudo mucho que nadie se atreva a hacer nada más.
Harry asintió.
–No es mala idea.
Jeanine se quedó dudosa, pero no dijo nada, y eso era el equivalente a una repuesta afirmativa, en su caso.
–Todo esto es horrible –dijo Kristen, sin abandonar su papel de mártir.
Levi dio unas palmaditas.
–Bueno, claramente, esta situación requiere una reunión urgente. Te enviaremos la convocatoria por correo electrónico, Merry. Señoras, vamos. Entren al coche para quitarnos de este sol.
Todos se dieron la vuelta, hablando en murmullos de la horrible situación. Ella suspiró de alivio, pero Levi se dio la vuelta.
–Voy a quedarme el letrero como prueba.
–Ah, ya lo hago yo. Lo desclavaré y enviaré las fotografías.
–No, eso es demasiado duro para una muchacha como usted.
No le habría sorprendido que le ofreciera oler unas sales para reponerse, pero no podía ofenderse. Estaba tratando de disimular su culpabilidad.
Así pues, en vez de poner objeciones, vio al señor Cannon arrancar el letrero y ponérselo bajo el brazo.
–¿Lo ve? –le preguntó el hombre–. Como nuevo. Si quiere tomarse unos días libres, hágalo. Como mínimo, debería usted trabajar desde casa hasta que este asunto se resuelva.
–Puede que lo haga. Ya veremos. Gracias, señor Cannon.
Vio que metía el letrero en el maletero del coche. Ojalá ella pudiera recuperarlo.
A pesar del problema de la prueba, Merry dio un suspiro de alivio al ver alejarse el coche. Después, pensó que no debía sentirse orgullosa. Había hecho algo horrible: había perpetuado un engaño.
Pero tenía su reunión.
–En el amor y en la guerra, todo vale –murmuró.
Y parecía que en los pueblos fantasma, también.
O acababa de hacer la peor cosa de su vida e iba a arrepentirse más tarde. Muy pronto lo sabría.