–Oh, vamos, por favor –dijo Nate Hendricks, mientras caminaban por la acera hacia La granja de sementales–. La escena de la persecución es una porquería.
Shane puso los ojos en blanco.
–No creo que la escribieran con intención de superar el análisis de un policía de verdad. Vamos, ha sido increíble cuando el tren ha volado por encima de la carretera.
–A mí también me ha parecido increíble –convino Walker.
Shane trató de no fulminarlo con la mirada. Cuando Cole había sugerido que fueran al cine aquel sábado por la tarde, había invitado a Shane y al nuevo novio de Jenny, Nate. Pero cuando salían del edificio de apartamentos, se habían encontrado con Walker, y Cole lo había invitado a él también.
El chico era majo. Shane lo conocía desde hacía varios años, y era un tipo decente. Salvo por haber flirteado con Merry. Y que ella hubiera flirteado con él.
Shane se había sentado tres sitios más allá de Walker en el cine. Sabía que no tenía motivos para sentirse celoso, porque Merry se había acostado con él, y no con Walker. De todos modos, se sintió mejor cuando el vaquero se despidió y subió los escalones de la entrada de La granja de sementales. Nate también se despidió, y Shane y Cole se sentaron en dos viejas sillas metálicas que había delante de la puerta.
–Bueno, y ¿cuándo tienes pensado empezar a construir la casa? –le preguntó Cole.
Shane le había dicho que había heredado tierras de su abuelo y que pensaba construir allí su casa, pero no le había contado nada más.
–Todavía hay que terminar los trámites del testamento, pero, con suerte, este otoño.
–Va a ser estupendo para ti. ¿Sigues con un sitio alquilado para guardar todas tus herramientas de carpintería?
–Sí. Por no mencionar que tengo que pagar el alojamiento del caballo. Puede que tarde un par de años en construirla, pero lo conseguiré. ¿Qué tal es la vida de propietario de rancho?
Cole sonrió con la satisfacción de un hombre cuya vida había tomado rumbo.
–No me puedo quejar. He tardado, pero, por fin, estoy donde quiero estar. No te preocupes por un par de años. Yo tardé doce.
–Sí, pero ahora ya eres viejo. No vas a poder disfrutar de la vida, ni nada de eso.
Cole sonrió con ganas. Ya no estaba pensando en el rancho. Y, demonios, si él pudiera tener esa felicidad todas las noches, también estaría sonriendo. Con recordar su única noche con Merry, ya se le empañaba la mirada.
–¿Sigues sin saber nada de tu hermano? –le preguntó Cole.
–Nada –dijo Shane.
Cole y él se conocían desde el instituto, y se habían hecho amigos después. Cole conocía parte de su historia. En realidad, todo aquel que hubiera vivido en Jackson en aquel tiempo sabía que su padre había desaparecido. Era un pueblo pequeño.
–¿Qué crees que está haciendo?
–No tengo ni idea. Le gustaban las motos. Tal vez esté trabajando en un taller. O puede que haya estado viajando por el país todo este tiempo. O puede que esté muerto.
–No, tío. No ha muerto. Te habrías enterado de la noticia.
–Sí –dijo Shane.
Sin embargo, no lo creía. Durante aquellos quince años, a Alex podía haberle sucedido cualquier cosa. Si había caído en las drogas y había muerto en la calle, nadie se habría preocupado de encontrar a su familia.
No. Alex ya no iba a volver. Tal vez no hubiera muerto, pero estaba tan lejos de él como su padre. Shane sabía que solo tenía a su madre, y su madre no había podido superar lo ocurrido, no lo suficiente como para rehacer su vida.
El placer que hubiera compartido con Merry la noche anterior, la alegría que había sentido en su presencia… No podía tener más que eso. Aunque nunca se marchara de Jackson, aunque no tuviera intención de huir, quedarse en el mismo lugar para siempre no era lo mismo que adquirir un compromiso y respetarlo.
Su propio padre, aunque viviera en el pueblo con su familia, tenía una novia: Dorothy Heyer, también conocida como señorita Greg Heyer. Había habido rumores sobre ellos durante meses, durante todo el tiempo que su padre había estado con la joven, que estaba casada con un ranchero rico y viejo. Era un secreto a voces que había quedado confirmado con su desaparición.
Y el abuelo de Shane no era mejor ejemplo. Su primera esposa había muerto en un accidente de tráfico, pero ya había abandonado a Gideon por mujeriego. Jeanine había durado mucho más a su lado, pero solo porque había soportado sus infidelidades hasta que, al final, él la había echado de casa por el amor de su vida, Kristen.
Y, a Shane, su propia historia tampoco le inspiraba confianza. Nunca se había enamorado de nadie, nunca había sentido cercanía ni conexión con nadie. Ya casi no soportaba ni estar con su madre. Estaba destinado a vivir una vida solitaria. Iba a construirse una casa alejada, aislada, con un sitio para trabajar y un establo para tener caballos, y con praderas. Eso era lo único que necesitaba, y lo único que iba a poder sostener. El hecho de tener mujer e hijos no sería más que algo decepcionante que, al final, solo iba a causarle dolor. Y sería mucho peor si se enamoraba de una buena chica como Merry.
Cole y él se sentaron bajo el cielo azul, pensando en cosas muy distintas. Cole era un hombre que podría sentar la cabeza y formar una familia. Lo más difícil sería convencer a Grace, pero Shane pensaba que iba a conseguirlo. Grace era una chica dura y curtida, pero se había suavizado un poco durante aquellos últimos meses.
De repente, como si quisiera contradecir lo que él estaba pensando, Grace salió por la puerta de La granja de sementales como una exhalación. Miró fijamente a Cole mientras bajaba los escalones de dos en dos.
–¡Necesito que me lleves en coche!
–De acuerdo. ¿Adónde?
–Merry ha tenido un problema en el pueblo fantasma. Llevo dos horas llamándola, pero no tiene cobertura. Estoy preocupada.
Shane se puso en pie antes que Cole.
–¿Qué problema?
–Creo que un acto de vandalismo –dijo Grace–. Alguien ha puesto un cartel en la valla en contra del turismo, o algo por el estilo. Seguro que no pasa nada, pero me gustaría ir a verla.
–Yo voy –dijo Shane.
Grace lo miró con los ojos entrecerrados.
–Mira, voy todos los días. Conozco el sitio y sé dónde estará trabajando si no está en su despacho.
Cole asintió.
–De acuerdo. Llámanos cuando llegues. Si te parece bien, Grace.
Ella se quedó callada, pero, al final, asintió.
–Está bien. Gracias, Shane.
Se habría sentido triunfante al ver que ella se suavizaba un poco con él de no haber sabido que no lo merecía. Grace estaba preocupada por si él utilizaba a su amiga y la dejaba plantada. Él no estaba utilizando a Merry, pero sí le estaba mintiendo. Además, en algún momento, iba a alejarse de ella.
Sin embargo, no le importó nada de eso cuando se subió al coche y se puso en camino hacia Providence. La llamó, pero la llamada fue directamente al buzón de voz. Seguramente, a Merry se le había olvidado cargar la batería del móvil, o tal vez se hubiera emocionado tanto con alguna historia tonta sobre el pueblo fantasma que había perdido la noción de todo lo demás.
Pero… ¿qué significaba aquel letrero? Él no le habría dado ninguna importancia, pero recordó la extraña acusación que le había hecho Jeanine Bishop. ¿Acaso le estaban tendiendo una trampa?
No era nada descabellado. Después de todo, había dos millones de dólares en juego. Aunque no tuvieran ninguna prueba de que había sido él, crearían sospechas y, si podían presentarlo como el malo de la película en un pueblo tan pequeño, sus posibilidades de ganar la demanda iban a disminuir.
Además, él sabía que no había hecho ninguna amenaza al pueblo de Providence, así que… ¿quién había sido?
Pisó el acelerador, aunque se exponía a que le pusieran una multa por exceso de velocidad. Merry no respondía al teléfono, y allí, en el pueblo fantasma, estaba completamente sola.
Y él no podía soportar la idea de que Merry corriera peligro. Tenía la sensación de que estaba… desprotegida. No solo en Providence, sino también en el resto de su vida. Era como si hubiera crecido sin cáscara. Sin armadura.
No sabía cómo podía haberle sucedido eso a una niña que se había criado en la pobreza y sin padre, pero tenía la sensación de que ella necesitaba que la protegieran. Tal vez, solo porque sabía que era él quien iba a hacerle daño.
–Mierda –murmuró, y dio un golpe con la palma de la mano en el volante.
¿Cómo había permitido que sucediera aquello? ¿Por qué no había podido controlarse? Merry era tan inofensiva y buena, que debería haberle resultado fácil tratarla solo como amiga. Sin embargo, ella se le había metido dentro y se había convertido en algo peligroso.
En realidad, aunque solo hubieran sido amigos, él habría estado mintiéndole igual. Había usado su confianza para conseguir algo que quería, y ni siquiera valía la pena. ¿Qué había averiguado? Nada de importancia, aparte de cuál era la táctica del patronato. Eso podría haberlo deducido fácilmente, y a su abogado no le había interesado en absoluto.
Iba a tener que dejar de ir a trabajar a Providence. Se cercioraría de que Merry estaba bien y le diría que no tenía tiempo para seguir rehabilitando la taberna del pueblo. Ya era un poco tarde, sí, pero eso era lo mejor que podía hacer en aquel momento.
Cuando llegó al aparcamiento, bajó del coche y vio el coche de Merry. No había ningún otro vehículo, lo cual era una buena señal.
–¡Merry! –gritó. Cerró la puerta y oyó el eco que reverberó varios kilómetros, pero ella no respondió.
Volvió a llamarla mientras iba hacia la casita que utilizaba como despacho. Al entrar, vio allí su iPad, y se le encogió el corazón. Ella nunca iba a ningún sitio sin su tableta, así que, ¿dónde estaba?
Tenía que estar en la taberna. Fue corriendo hacia el edificio, pero allí tampoco había rastro de Merry. ¿Qué le había ocurrido? Por primera vez desde que Grace había pedido ayuda, su preocupación se convirtió en alarma.
Allí no había demasiados peligros naturales que pudieran hacerla desaparecer. Tal vez, un puma, pero no a mitad de la mañana. Entonces… ¿habría sido un vándalo, o ella se había perdido caminando?
Recordó la noche anterior; cuando él la estaba mirando y deseando besarla, ella estaba hablando de algo… debía de ser sobre Providence. Estaba muy emocionada y parloteaba sobre algo que le causaba mucha curiosidad.
Un almacén de hielo. Un cobertizo que había al principio del cañón.
–Gracias a Dios –murmuró, y empezó a correr hacia allí.
Merry debía de haber ido al cañón, y por eso no tenía cobertura. Lo más seguro era que estuviese absorta en su exploración y no le hubiese pasado nada.
Por sus correrías de la infancia, sabía que el camino que seguía el cañón lo bordeaba por la parte superior, así que ignoró aquella pista de tierra y entró en el propio cañón. En aquella época del año, el arroyo todavía era caudaloso, aunque, al mes siguiente, se convertiría en un fino hilo de agua. Pero, por lo menos, no estaban en primavera, cuando la corriente sería muy peligrosa.
–¡Merry! –gritó de nuevo.
Tenía que ir mirando muy bien por dónde pisaba, puesto que el terreno estaba lleno de rocas sueltas y grandes piedras que parecían colocadas adrede sobre lajas que se deshacían, pero se detenía cada seis o siete metros a mirar bien la zona.
Por fin oyó una voz. Un canturreo. Respiró profundamente y suspiró de alivio. Merry estaba bien.
Rodeó un peñasco y la encontró caminando hacia él, cantando una canción pop que él había oído en la radio. Cuando Merry alzó la vista, dio un grito de miedo y retrocedió tan rápidamente que estuvo a punto de caer de espaldas al riachuelo.
Shane saltó hacia delante para agarrarla, pero ella le apartó las manos.
–¡Qué susto me has dado!
–¿Estás bien?
–Aparte de que casi me hago pis encima, sí.
–Grace estaba preocupada por ti. Dijo que ha habido unos vándalos en Providence, y ninguno podíamos ponernos en contacto contigo.
–Ah –dijo ella, y desvió la mirada a un lado con una expresión de culpabilidad–. Lo siento. Aquí no hay cobertura. Gracias por venir a ver si estaba bien.
–De nada. Entonces, ¿seguro que estás bien?
–Sí, perfectamente. De hecho… –de repente, Merry se animó y movió las manos–. ¡Ven conmigo! ¡He encontrado el almacén de hielo! O lo que queda, más bien. Es estupendo.
Él iba a dar alguna excusa, pero ella ya estaba subiendo de nuevo por el cañón, así que no tuvo más remedio que seguirla. Además, no le importó ir viendo sus caderas curvilíneas por delante, ni su trasero redondeado, que había rodeado con un brazo la noche anterior, al darle un beso de despedida. La combinación del alivio que había sentido al ver que Merry estaba bien y la visión de sus caderas le causaron un problema que nunca había sufrido: tener que escalar con una erección.
–Por Dios, tío –se dijo a sí mismo, murmurando–. Contrólate.
No parecía que Merry estuviera pensando en él en absoluto. Estaba demasiado ocupada y emocionada mostrándole dos planchas de madera medio podrida.
–¡Mira!
–Ah –respondió él, conteniéndose para no decirle que aquello no se parecía en nada a un almacén de hielo.
–Está muy deteriorado –dijo ella.
–Sí.
–Pero mira esas piedras planas que hay aquí, en este hueco. Seguro que era el suelo. Y todavía queda una tabla metida ahí.
–Muy bien.
–Sí –dijo ella, y se arrodilló para posar las manos sobre las lajas de piedra.
La mitad estaban cubiertas de limo debido a una riada que hubo hacía muchos años, pero no parecía que Merry viera eso; ella solo veía un almacén de hielo recién construido por gente trabajadora y que se usó como lugar de juego para los niños durante el verano.
–Es genial –susurró–. Es obvio que podemos incluirlo en el tour del museo. Subir hasta aquí es peligroso, pero tengo muchísimas fotografías. Puedo hacer una pequeña exposición con ellas y acompañarlas de citas de las historias que me han contado.
–Claro.
Ella alzó la vista y lo miró con una enorme sonrisa, y Shane sintió una calidez que ya le era muy familiar. Se arrodilló a su lado.
–¿Ves esto?
–Merry.
Cuando ella giró la cabeza hacia él, Shane la besó. Al instante, ella se derritió contra él, como siempre. Merry siempre quería más.
–Oh –dijo ella cuando por fin él la soltó.
–Deberíamos volver ya. Está atardeciendo.
–De acuerdo –respondió Merry, con un suspiro, y tomó la mano que él le ofrecía para levantarse.
Ella lo siguió en silencio, por una vez, algo que parecía que solo hacía cuando estaba con él. A Shane le gustaba aquella timidez, pero se sintió feliz cuando habló, por fin.
–Shane.
–¿Sí?
–Gracias por venir a buscarme.
–De nada. Pero a partir de ahora, acuérdate de avisar a la gente si vas a venir a las montañas, ¿de acuerdo? Todos estábamos preocupados.
Ella volvió a quedarse callada y, a pesar de la belleza del paisaje que los rodeaba, él no pudo soportarlo. Se había acostumbrado a su voz.
–¿Estás bien, Merry?
–Claro.
Shane se detuvo y se giró a mirarla.
–Me siento como si debiera decir algo sobre lo de anoche. Para que sepas que no fue…
–¡Ya lo sé! –exclamó ella–. Sé que no era una gran declaración. No soy tu novia, y me parece bien. Te lo juro. No necesitaba eso. No es importante.
Él correspondió a su sonrisa, pero no era eso lo que quería decirle. Lo que había querido decir era que… Bueno, que lo de la noche anterior había significado algo, que no había sido solo un revolcón. Pero ¿cómo iba a decirle que había tenido importancia sin que eso significara que quería algo más?
–Aunque no creo que pueda seguir con lo de ser amigos con derecho a roce si estás saliendo con alguna chica –dijo ella–. Eso sería demasiado para mí. Pero lo de anoche, contigo… fue estupendo, Shane.
–No estoy saliendo con nadie –gruñó él. Le había enfadado que ella pensara algo así–. Mira, yo no soy de los que se comprometen a largo plazo, pero tampoco soy un mujeriego. No me voy a acostar con nadie más.
–¡Ah, bien! –dijo ella con alegría. Después, se ruborizó, y añadió–: A lo mejor podríamos…
Él enarcó las cejas, preguntándose qué era lo que iba a decirle.
Merry se tapó la cara con las manos, respiró profundamente y, después, se irguió.
–¿Tú crees que podríamos hacerlo otra vez? Solo una vez más. O más veces. No sé cómo funcionan estas cosas. ¿Te parezco una pervertida por proponértelo?
–¿Qué? ¡No! –exclamó él, moviendo la cabeza con énfasis. Entonces, se dio cuenta de que ella dejaba de sonreír–. Es decir, ¡sí! Sí podemos hacerlo otra vez. Por el amor de Dios, Merry.
Ella se cruzó de brazos.
–¿Qué?
–Que tú no eres una pervertida por querer eso, ¿de acuerdo? Yo también quiero acostarme contigo.
–De acuerdo –dijo ella con cautela.
–Es solo que eres muy maja. Me gustas. Y no sé cómo decirte que quiero acostarme contigo, pero no quiero…
–¿Nada más? –le dijo ella, suavemente.
Dios… ¿cómo iba a responder a eso? ¿Qué clase de hombre era?
–No es que no quiera más. Eres una chica estupenda. Me gustas.
–Lo entiendo. Yo siento lo mismo –dijo ella con una sonrisa.
Sin embargo, su tono de voz no era demasiado convincente. Él la observó con atención.
Ella se tapó los ojos.
–Deja de mirarme. Quiero acostarme contigo, ¿de acuerdo? ¿Y podemos dejar de hablar ya de esto?
–Está bien.
Ella bajó la mano y lo miró con otra sonrisa.
–Pero no se lo digas a Grace.
–Valoro demasiado las partes masculinas de mi anatomía como para decírselo.
–¡Eh, yo también!
A él se le escapó una risotada que reverberó por todo el cañón, junto a la de Merry.
–En serio –dijo él, mientras empezaban a caminar de nuevo–. Esa chica me da miedo.
–Normal.
–¿Cómo os conocisteis?
–Grace estaba estudiando para ser maquilladora artística. Ya lo sabía todo y hacía unos trabajos increíbles, pero necesitaba sacarse el certificado para poder empezar a trabajar. Yo tuve la gran idea de hacerme peluquera, lo cual no tiene sentido, porque ni siquiera sé peinarme a mí misma. Ella se me acercó un día, mientras yo estaba de prácticas con una peluca, y me dijo que lo dejara.
–Ay.
–Me lo dijo de un modo agradable. Bueno, no del todo, pero yo me di cuenta de que se sentía mal por haberme abierto los ojos de esa forma. Dejé la escuela y volví a trabajar de camarera, pero seguí en contacto con Grace. Ella me dejó que viviera en su casa durante un mes y, desde entonces, es mi mejor amiga, no importa dónde vivamos ni lo que estemos haciendo.
–Supongo que los opuestos se atraen.
–Sí. Nos cuidamos la una a la otra, y somos más parecidas de lo que tú crees.
Shane no veía en qué sentido, pero no la contradijo.
–Bueno, acuérdate de llamarla en cuanto salgamos del cañón –le dijo a Merry–. Espero que lo de encontrar el almacén de hielo haya valido la pena, porque ahora vas a tener que aguantar su ira.
–No se va a enfadar. Y, ¡sí, ha merecido la pena!
Sin querer, Shane provocó otra entusiasta historia de Providence, pero sonrió mientras caminaban por los pedruscos. En un momento dado, la tomó por la cintura con ambas manos para bajarla de una de las rocas, pero ella no dejó de hablar.
–Esta gente era increíble. ¿Te imaginas cómo sería venir hasta aquí, cuando todo estaba a un día de camino a caballo, no había médicos ni hospitales ni nada? Trajeron aquí a sus hijos y construyeron estas casas de la nada.
–Y, después, se largaron.
–No, no. No fue tan sencillo.
–Hubo una riada, recogieron todo y se dispersaron. No sé si eso es muy admirable. Práctico, sí. Seguramente, yo habría hecho lo mismo.
–No, Shane. No lo entiendes. No fue solo por la riada. Eso ya fue catastrófico, porque murieron cinco personas de Providence, incluida una niña, y quedaron destruidas tres casas y un granero. Aun así, lo reconstruyeron todo y siguieron adelante. Pero la riada había dejado una muralla de desechos y broza en el cañón. El primer año, la corriente de agua se quedó en la mitad. Intentaron mover algunas de las piedras, y uno de los colonos perdió el brazo en un accidente, porque las piedras le cayeron encima. Al año siguiente, el curso del arroyo quedó totalmente atascado y el agua se secó. De todos modos, los habitantes del pueblo siguieron allí dos años más. Excavaron pozos e intentaron redirigir el curso del arroyo más al norte. Pero hubo una sequía, y ya no pudieron continuar viviendo aquí.
Habían llegado a la salida del cañón; se detuvieron y ella abrió los brazos para abarcar toda la vista del pueblo.
–Esta era su casa. Esta gente resistió todo lo que pudo. Amaban este lugar y querían vivir aquí, pero no podían hacerlo sin agua. Se fueron todos, menos uno: el tatarabuelo de Gideon Bishop aguantó cinco años más y, después, se cambió de sitio, al lugar donde ahora está la casa del rancho Bishop. Allí sí había agua, y las cosas eran más fáciles. Pero nunca se rindió y, por eso, estas tierras todavía están en la familia.
Shane se metió las manos en los bolsillos y miró hacia el pueblo con cara de pocos amigos. No había oído nunca aquella historia. Solo sabía que había habido una riada. Sin embargo, eso no cambiaba nada. Aquella gente no tenía nada que ver con él. Aquello solo era un pueblo fantasma al que su abuelo, por rabia, había decidido dedicar fondos. No era nada más que un parque temático de dos millones de dólares.
–Ojalá hubiera podido verlo cuando estaba vivo –dijo Merry, suavemente–. Los niños corriendo por la calle. Los hombres y las mujeres cultivando los campos. Las casas blanqueadas, con flores. ¿Te lo imaginas?
No, no se lo imaginaba, pero podía ver toda aquella belleza reflejada en su cara. La maravilla, y lo que podría haber sido sino hubiera sucedido una tragedia.
Shane se preguntó si él tenía la misma expresión cuando miraba a Merry.