Merry se estaba paseando de un sitio a otro por el apartamento con inquietud.
–Son casi las once de la noche. ¿Por qué no lo encuentra nadie?
–Mira, Cole acaba de perder la cobertura. Él encontrará a Shane, ¿de acuerdo? ¡Y deja de pasearte así! Me estás mareando.
–Tengo que andar, o no puedo pensar. ¿Por qué ha hecho eso, Grace?
Grace estaba preocupada. Y confusa.
–No lo sé.
–Necesito preguntárselo. Si…
Sonó el teléfono, y Merry respondió antes de que terminara el primer tono.
–¿Sí?
–¡Merry! –exclamó Levi Cannon, con su voz grave y resonante–. ¿Cómo está la salvadora de Providence?
–Levi –dijo ella. Se animó un poco al oírlo. Siempre había tenido la sensación de que le caía bien. Era una especie de figura paterna para ella y, al percibir su tono de felicidad, a Merry se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Señorita Kade, ha conseguido una verdadera victoria para este equipo. Una victoria absoluta. Estoy asombrado, como el resto de los patronos.
–Sinceramente, ni siquiera sé lo que está pasando.
–¿No ha hablado con Jeanine? Me dijo que la había llamado.
–Escuché su mensaje, pero todavía no sé si lo he entendido bien. ¿Él ha retirado la demanda, sin más?
–No solo la ha retirado, sino que ha afirmado que usted es el principal motivo de su decisión. Dijo que… Espere, voy a leerlo textualmente: «El amor que siente la señorita Kade por el pueblo de Providence y su entusiasmo por conseguir los objetivos de la Fundación Histórica de Providence me han convencido de que la restauración del pueblo es un proyecto meritorio que debería llevarse a cabo. Su forma única de abordar el proyecto, unida a su profesionalidad y su energía, son recursos muy valiosos para el desarrollo de este lugar histórico».
Profesionalismo.
A Merry se le cayeron las lágrimas, y tuvo que tragar saliva.
Levi también carraspeó.
–Seguro que ya sabes que tu puesto de trabajo ha dejado de ser temporal. No estoy dispuesto a permitirlo.
Por un momento, sintió tanta alegría y tanto orgullo, que no pudo respirar. Lo había conseguido, había encontrado su lugar. Sin embargo, al instante, se dio cuenta de que no se lo merecía. Lo había hecho todo mal.
–Señor Cannon, yo… creo que no lo merezco. Tengo que confesarle algo importante. Yo fui la que estropeó el buzón de correos. Sin querer, le di un golpe al dar marcha atrás con el coche, y se cayó. Lo siento muchísimo. Y el letrero… Fue una estupidez que también cometí yo. Quería que el patronato convocara una reunión extraordinaria y urgente. Lo siento muchísimo. Estoy avergonzada. Y…
Se quedó callada al darse cuenta de que Levi se estaba riendo. Grace la estaba observando con curiosidad, y Merry cabeceó.
–¡Oh, Dios mío! –aulló Levi.
–¿Señor Cannon?
–¡Esas cacatúas y sus terrores! ¡Y solo habías sido tú!
–No sé cómo pedirle perdón. Cuando le di un golpe al buzón, acababa de enterarme del motivo por el que me habían contratado, y pensé que, si reconocía que había sido yo, me despedirían inmediatamente. Lo recogí y volví a colocarlo, y pensé que lo había dejado fijo, pero… Mi engaño no tiene excusa. Y, después, lo empeoré aún más.
–Bueno, bueno. Supongo que, si fueras mi hija, te obligaría a disculparte y a pagar los arreglos. Pero, como no eres mi hija, puedo reírme todo lo que quiera.
–Si quiere despedirme, lo entenderé perfectamente. Y me temo que hay algo más.
–¿Más?
–Sí. Yo contraté… sin saber quién era, a Shane Harcourt para que fuera arreglando la taberna de Providence. No sabía quién era porque su apellido no era Bishop, pero, obviamente, es imperdonable.
Hubo un silencio mientras Levi asimilaba sus palabras.
–Querida, es evidente que lo que hiciste ha sido lo mejor para Providence. Si quería trabajar para ti y aprovecharse, creo que al final se ha arrepentido, ¿no? Has debido de ganarle en su propio juego. Eso es impresionante.
Ella no podía creer lo que estaba oyendo.
–Entonces, ¿no me va a despedir?
–Puede que tus estrategias no sean muy ortodoxas, pero está claro que funcionan. No quiero que te despidas, así que espero que te guste trabajar entre el polvo y la suciedad.
–Gracias –susurró Merry–. Adoro tanto este trabajo que no puedo expresarlo. ¿Ha hablado con Shane, por casualidad?
–No, pero cuando lo vea le voy a estrechar la mano. Su abuelo era un hombre duro, y yo no esperaba que él fuese distinto, pero parece que sí es bondadoso.
Lo era. Ella sabía que tenía un lado muy bueno. Lo había visto, pero, después de todo lo que había ocurrido, no confiaba en su propio juicio. Y, si él tenía un lado muy bueno y había dicho que había cambiado de opinión sobre lo que estaba haciendo… Tal vez todo lo que le había dicho en Providence fuera cierto.
Tenía que encontrarlo.
Merry colgó y se puso a pasear de un lado a otro.
–¿Qué dice Cole?
–Todavía nada.
–No me van a despedir.
Grace sonrió.
–Ya lo he oído. ¿Eso significa que te regalé un vestido alucinante y amenacé a tu prima para nada?
–Lo siento. Te devuelvo el dinero.
–Vamos, niña –le dijo Grace, y le dio un abrazo. Pero, por una vez, fue Merry la que se alejó, porque estaba demasiado inquieta y angustiada como para permanecer quieta.
Atravesó el rellano para llamar otra vez a la puerta de Shane. A lo mejor había entrado en su casa sin que ellas lo oyeran. Pero no, no estaba allí. El teléfono de Grace sonó, y Merry volvió rápidamente al apartamento.
–¿Qué? ¿Quién es?
Grace negó con la cabeza, le dijo unas palabras a Cole y colgó.
–Shane no contesta. Tampoco ha respondido a sus mensajes de texto.
–Demonios…
Merry no sabía por qué tenía tanta urgencia por verlo. Después de todo, lo que él había hecho estaba hecho, y no iba a cambiar. Además, ¿qué explicación quería de él?
De repente, alzó la cabeza y miró por la ventana.
–La carta.
–¿Qué?
–Esta mañana me dejó una carta en el parabrisas y yo la tiré al suelo del coche.
–Bien hecho –dijo Grace. Después, se estremeció–. Bueno, no, lo siento. Creo que no es tan gilipollas como yo pensaba. Así que a lo mejor deberías ir por la carta y leerla.
Merry ya estaba saliendo por la puerta. Corrió hacia el coche, recogió la carta y volvió rápidamente a casa, abrió el sobre y empezó a leer.
–¿Qué dice? –le preguntó Grace.
Merry hizo un gesto negativo y se sentó lentamente en el sofá mientras sus ojos volaban por la escritura de Shane. Por su disculpa. Le explicaba su historia, la de un padre que los había abandonado y un abuelo cuyo único vínculo con su hermano y con él había sido la necesidad de control. Le hablaba de la última exigencia que le había hecho y la humillación final a la que lo había sometido.
Gideon Bishop había constituido aquella fundación y la había dotado de presupuesto solo por desprecio, y Merry entendía perfectamente el motivo por el que Shane quería luchar contra eso. El dinero debería haber sido para él. Ella se lo daría, si pudiera. De hecho, al conocer aquella historia, le resultaba más increíble que hubiera retirado la demanda. Tenía una justificación emocional para querer aquel dinero, así que… ¿por qué había cambiado de opinión? En la carta no le explicaba nada de eso.
La carta solo era una disculpa y una explicación. Además, contenía la promesa de que nunca iba a decirle a nadie lo que ella le había contado.
Cuando decidí engañarte, no te conocía, Merry. No conocía tu corazón, ni tu alma, ni tu cuerpo. Lo que hice está mal y no tengo excusa, pero yo nunca pensé que fuera una traición a las cosas bellas que conozco de ti. Eso no lo quise nunca, y ojalá pudiera volver atrás y cambiarlo.
Dios Santo, ¿Shane había renunciado a dos millones de dólares por ella? Eso era… horrible. No podía permitir que lo hiciera, ni siquiera por Providence.
Le dio la carta a Grace y pensó en la conversación que habían tenido aquella tarde. Él no le había dicho nada de que fuese a retirar la demanda. Claro que, en realidad, ella lo había echado del pueblo.
–¿Te contó Cole que su familia lo había abandonado? –le preguntó a Grace–. ¿Te habló de cómo era su abuelo?
Grace negó con la cabeza y la miró.
–No. Nada.
Merry se acercó a la ventana y miró el cielo oscuro. Ya ni siquiera podía estar enfadada con él. No podía sentir alivio. Solo sentía confusión y angustia. Aquella noche había conseguido todo lo que quería: la verdad de su madre, la seguridad, el trabajo de sus sueños… Incluso una sensación de triunfo al ver la cara de asombro de Crystal.
Pero todo eso le parecía incierto. Casi, sin importancia. Porque Shane no había renunciado solo a dos millones de dólares, sino a muchas cosas más, y ella necesitaba saber por qué. Sin embargo, el teléfono no sonó, y Shane no volvió a casa.