ZOE TAMBIÉN supo que era un desafío, pero ya no podía echarse atrás. Tomó aliento y se acercó todavía más. Él no se movió, fue ella la que se puso de puntillas con las manos en sus hombros.
Era muy alto y ancho y le vibró todo el cuerpo por su virilidad. Se elevó todo lo que pudo, agarrándolo de los hombros y acercó la boca a la de él antes de que perdiera el coraje.
Sin embargo, el coraje, la sensación de pánico y las ganas de demostrarle que estaba equivocado se esfumaron por la descarga eléctrica que sintió cuando sus labios se encontraron con la firmeza de su boca.
Sus labios se quedaron pegados a los de él y contuvo la respiración hasta que la soltó con un suspiro en su boca, un suspiro de resignación y de impotencia al tener que reconocerse que no se le había alterado el pulso solo porque fuera una reacción humana a su virilidad. Era porque algo muy profundo se había compenetrado con algo de él y ya no volvería a ser la misma.
Notaba la fuerza de su cuerpo fibroso. Quería estrecharse contra él hasta que esa fuerza y esa calidez la envolvieran. Los labios se le separaron como si tuvieran vida propia, como si, literalmente, no pudieran estar cerrados ni un segundo más. Sacó la punta de la lengua, pero no le había rozado casi la comisura de su boca cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se apartó como si se hubiese quemado.
Maks Marchetti estaba mirándola y se dio cuenta de que seguía colgada de él, intentando acercarse más. Se separó tan repentinamente que casi se cayó.
Le ardían las mejillas y bajó la cabeza para que el pelo le tapara la cara. Le aterraba volver a mirarlo y ver su expresión, le aterraba confirmar que era imposible que él la deseara. Aunque había fracasado estrepitosamente en su intento de demostrar que ella no lo deseaba a él. Se había colgado de él como una mona y estaba segura de que había estado a punto de quitársela de encima físicamente…
–Zoe, puedo oír lo que estás pensando.
Levantó la cabeza sin poder evitarlo. Vio que sus ojos tenían un brillo plateado y que estaba esbozando media sonrisa. Eso era peor todavía, estaba riéndose de ella.
Fue hasta la puerta y la abrió de par en par sin mirarlo.
–Creo que deberías marcharte en este instante.
Él fue hasta allí y la puerta se cerró, pero Maks seguía dentro. Zoe lo miró y estaba sacudiendo la cabeza, ya no sonreía y estaba muy serio.
Le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja y se acercó más. El aire se hizo más denso y él seguía con la mano en el aire.
–¿Puedo…?
Se le aceleró el corazón. Él no se había marchado. No estaba riéndose de ella, estaba mirándole la boca como si estuviese hipnotizado. Luego, le miró los ojos. Ella no podía ocultarse y asintió con la cabeza.
Él imitó el torpe beso de ella. Le tomó la cara entre las manos y se la levantó hacia la de él con una destreza fruto de la experiencia. Notó la aspereza de sus manos en las mejillas. Eran ásperas, no eran suaves, y eso demostraba que no era tan refinado como parecía.
La besó levemente, como si estuviera tanteando…
Zoe contuvo el aliento como si le diera miedo que él fuera a parar. Entonces, inesperadamente, le besó una comisura de la boca y luego la otra, donde la cicatriz le cortaba el labio. Notó que le flaqueaban las piernas.
Cuando le cubrió la boca completamente, tuvo que cerrar los ojos para que él no pudiera ver el efecto que estaba teniendo en ella.
Su boca era firme y delicada a la vez, le pedía una reacción que ella no pudo contener, que brotó tan espontáneamente como una flor por la fuerza del sol. Abrió la boca y se estremeció cuando Maks le exigió… todo.
Ya la habían besado antes y le había gustado hasta que dejó de gustarle, pero eso era otra cosa. Eso era… primitivo. La abrasaba de dentro a fuera y no dejaba ni una célula intacta.
El tiempo se desvaneció y solo notaba los latidos erráticos de su corazón. Le rodeó el cuello con los brazos para acercarse más a él.
Entonces, dejó de besarla.
Zoe hizo un esfuerzo para abrir los ojos. Estaba mareada. Se dio cuenta de que estaba pegada a Maks y de que él la agarraba de la cintura para sujetarla. Tenía la respiración entrecortada, bajó los brazos temblorosos y se separó para soltarse.
–Creo que lo he demostrado –comentó él.
Ella tenía el cerebro aturdido y se sentía desarbolada.
–¿Qué…?
–Que hay química entre nosotros.
¿Lo llamaban química? Le palpitaba todo el cuerpo y quería que Maks volviera a besarla, que dejara de hablar. No quería pensar en lo que estaba pasando porque le aterraría.
Él retrocedió un paso y a ella se le encogió el estómago.
–¿Adónde vas?
–¿Quieres que me quede?
Había estado a punto de contestar que sí. Entonces, cuando se dio cuenta de lo deprisa que se había olvidado de lo que pasó la última vez que dejó que un hombre se acercara, la cordura le enfrió la cabeza recalentada.
–No, no quiero que te quedes.
–Me habría marchado aunque hubieses contestado que sí.
Zoe lo miró fijamente. Estaba sorprendida y no le gustaba esa vocecilla que le susurraba en la cabeza que él era distinto, que eso era distinto.
–¿Por qué?
–Porque me doy cuenta de que no estás preparada –contestó Maks acercándose más–. Estás recelosa, te ha pasado algo y no confías en mí.
Entonces, se sintió completamente transparente, como se había prometido a sí misma que no volvería a ser.
–Cree que lo ve todo, señor Marchetti –replicó ella con los brazos cruzados.
Él sonrió, pero fue una sonrisa apagada.
–Se me da bien interpretar a las personas. Es una lección que aprendí gracias a unos padres egoístas y egocéntricos.
Ella no quería saber eso de él, no quería imaginarse a su hermana y a él sobrellevando el amargo divorcio de sus padres.
Zoe volvió a abrir la puerta.
–Dame tu teléfono –dijo Maks desde detrás de ella.
–¿Por qué iba a dártelo? –preguntó ella dándose la vuelta.
–Porque esto no va a quedarse así, pero voy a dejar la pelota en tu tejado.
Zoe, que no sabía si apagarle tanta arrogancia o preguntarle qué pensaba hacer, resopló, sacó el teléfono de la mochila y se lo entregó a Maks, que lo tomó y tecleó unos números.
Él fue a la puerta y ella sintió otra vez que se le encogía el estómago como si algo muy primitivo se negara a que se marchara. Zoe se acercó y él ya estaba al otro lado de la puerta.
–Espero saber algo de ti –comentó él.
–Es posible que no sepas nada –replicó ella agarrándose a la puerta.
Él la miró un buen rato.
–Creo que sí sabré algo y, entonces, me contarás qué te pasó.
–Adiós, Maks.
Él sacudió la cabeza esbozando otra media sonrisa.
–Ciao, Zoe.
Desapareció por las escaleras antes de que ella pudiera decir algo más. Luego, después de oír que su potente coche se ponía en marcha, cerró la puerta y, todavía atónita, se preparó para acostarse. Le desconcertaba todo lo que había pasado esa noche.
Había perdido su empleo.
Aunque tampoco era su fuente de ingresos más importante. La verdad era que no tenía ninguna fuente importante de ingresos. Era una especialista en hacer muchas cosas y en no atarse a ninguna. Atarse significaba mostrar cierta vulnerabilidad, exponerse a un fracaso monumental o, lo que era peor, al dolor y la pérdida.
Se regañó a sí misma frente el espejo de cuarto de baño. Por eso no tenía ninguna necesidad de que un hombre como Maks Marchetti entrara en su vida. Él veía demasiado y hacía que ella sintiera demasiado… y no solo físicamente. Le asustaban, incluso en ese momento, las ganas que había tenido de pedirle que se quedara.
Sabía intuitivamente que Maks Marchetti era un hombre que no se conformaría con nada que no fuese la entrega absoluta… y ella no podía imaginarse dándosela a nadie, sería mucho pedirle.
Se miró con ojo crítico. Llevaba el pijama abotonado hasta el cuello y la cara tan lavada que las cicatrices eran unas líneas rosadas, unas cicatrices superficiales que ocultaban otras mucho más profundas.
Maks Marchetti se olvidaría enseguida de una mujer que lo había intrigado durante un instante. Ella no iba a llamarlo y él no iba a volver a llamar a su puerta.
–¿Qué? –gruñó Maks a su ayudante sin dejar de mirar por el ventanal de su despacho de Londres.
El Támesis serpenteaba entre edificios inconfundibles y puentes más inconfundibles todavía, pero no podía importarle menos. Lo único que le obsesionaba desde hacía una semana era por qué no se había puesto en contacto con él.
Zoe Collins era, seguramente, la mujer a la que había dado un beso más casto en toda su vida, pero, aun así, le había dejado una huella erótica que lo despertaba todas las noches.
–Mmm… jefe, es que debería estar supervisando la sesión fotográfica en Nueva York…
Maks se dio la vuelta para mirar al joven y arqueó una ceja.
–¿Y no estoy haciéndolo?
Porque no quería marcharse de Londres por si le llamaba ella. Jamás había tomado una decisión condicionado por una amante… que ni siquiera era su amante, todavía. La idea de que no llegara a ser su amante le provocaba una reacción casi violenta por dentro.
–Han decidido cambiar las fechas y la localización a San Petersburgo con la esperanza de que pueda asistir mientras está allí por las reuniones…
–Diles que allí estaré.
Y no estaría solo. Le daba igual cómo conseguirlo, pero Zoe Collins estaría con él, en su cama.
Zoe recogió sus cosas mientras todos iban saliendo de clase. Entonces, una de las jóvenes se paró al llegar a la puerta, se dio la vuelta, volvió hacia ella y la sorprendió con un abrazo muy espontáneo. Ella también la abrazó con una sonrisa.
–¿Por qué…?
–Para darle las gracias. No sabe lo mucho que significa que esté ayudándonos a abrirnos camino.
–No seas boba –replicó Zoe sonrojándose–. Si no estuviera yo, estaría otra persona.
La chica sacudió la cabeza con un gesto muy serio. Había pasado por muchas cosas, había perdido a toda su familia.
–Es posible, señorita Collins, pero está usted y nos ayuda, así que gracias.
A Zoe se le encogió el corazón y se quedó mirando a la joven con el pañuelo en la cabeza mientras se alejaba. No podía imaginarse sin ayudar a esas personas. Enseñar inglés a inmigrantes era algo que la recompensaba, por eso se alegraba de que fuese una tarea voluntaria.
Iba a marcharse cuando oyó que le llegaba un mensaje al teléfono. Lo desbloqueó y vio un mensaje de…
Se le paró el pulso. Era… él.
Maks: Hola, Zoe…
Zoe: ¿De dónde has sacado mi número?
Maks: Me llamé a mí mismo desde tu teléfono cuando tecleé mi número.
A Zoe se le aceleró el corazón. La había perseguido toda la semana estuviera despierta o dormida. Había estado a punto de borrar su número más de una docena de veces, pero no lo había hecho al final.
Zoe: Te habría llamado si estuviera interesada.
Maks: Claro que estás interesada.
Ella quiso fruncir el ceño con rabia, pero acabó sonriendo.
Él volvió a escribirle antes de que ella supiera cómo responder.
Maks: Estoy esperándote fuera. Un sitio muy interesante.
El teléfono estuvo a punto de caérsele.
Salió de la habitación con la mochila y recorrió el pasillo del centro social.
Estaba allí… Salió a la calle y vio a Maks Marchetti apoyado en el deportivo que también había conducido hacía una semana. Esa vez, en cambio, iba vestido de una forma más despreocupada, con unos vaqueros oscuros y una especie de camiseta gris oscuro de manga larga. No tenía que tocarla para saber que era de cachemir, que se le ceñía a los músculos y que dejaba muy poco a la imaginación.
Ella se sintió cohibida con sus vaqueros desgastados y su camiseta también desgastada debajo de un jersey de cuello en pico más desgastado todavía, casi tanto como las deportivas.
–¿Qué haces aquí?
Zoe se lo preguntó en un tono recriminatorio. Ese hombre le provocaba unas reacciones extremas.
–Me aburrí de esperar a que me llamaras y te busqué. Me dijiste algo de que dabas clases de inglés y no me costó mucho saber dónde se impartían.
A Zoe le fastidiaba, pero tuvo que reconocerse que estaba impresionada.
–Podrías haberme llamado…
–No habría sido tan divertido –replicó él encogiéndose de hombros.
–¿Te parece muy divertido volver al este de Londres? Tiene que salir más.
–Es posible.
Maks se rio, se incorporó y le recordó a ella lo alto que era, lo imponente, lo ardiente que era su boca… Le flaquearon las piernas por una oleada de deseo.
–Esta noche me han invitado a la inauguración de una exposición de fotografía y he pensado que a lo mejor te gustaría acompañarme.
Ella no se lo había esperado y la curiosidad fue superior a sus fuerzas.
–¿Qué exposición?
–Las últimas obras de Taylor Cartwright.
Zoe se quedó sin aliento al oír el nombre del fotógrafo de paisajes estadounidense, uno de los más famosos del mundo.
–Las entradas están agotadas desde hace meses…
–¿Te gustaría ir?
Se debatía entre la posibilidad de aprovechar esa ocasión y la idea de estar más tiempo con ese hombre que hacía que le abrasara la piel y un millón de cosas más.
–Y después de la exposición, ¿qué? –le preguntó ella mirándolo con recelo.
–Eso depende de ti. Me gustaría invitarte a cenar o a tomar algo, pero también puedo dejarte en casa.
Zoe replicó inmediatamente al acordarse del beso.
–También puedo ir a mi casa por mi cuenta.
–Como quieras.
Maks miró a la mujer que tenía delante. Si la sangre no hubiera empezado a bullirle solo por volver a estar cerca de ella, podría haberse preguntado por qué tenía ese efecto en él, pero, en ese momento, era incapaz de preguntarse nada. Se sentía como si hubiese logrado una victoria solo porque no se hubiese negado ni hubiese descartado la posibilidad de salir a cenar o a tomar algo.
Zoe no podía haber estado vestida de una forma menos deslumbrante, pero él solo veía esos inmensos ojos de color aguamarina. Llevaba el pelo suelto y él creía que lo hacía para poder esconderse, pero le gustaría apartárselo para verle mejor la cara. No veía casi las cicatrices, estaba más concentrado en sus labios y en el recuerdo de cómo se habían separado, en su sabor…
Dejó escapar un juramento para sus adentros ante la reacción de su cuerpo.
–De acuerdo. Me gustaría ir, gracias.
Él estaba haciendo tal esfuerzo para dominar el cuerpo que casi no la oyó.
–Bien, está muy bien…
–¿Te importaría que pase por mi piso para cambiarme? Solo serán cinco minutos.
–No, claro que no. Vamos.
Un par de horas más tarde se había puesto unos pantalones de cuero muy ceñidos y un jersey con cuello en pico color crema debajo de una chaqueta gris oscuro.
Tenía un estilo algo masculino que hacía que quisiera verla con un vestido de seda que le resaltara su esbelto cuerpo y su piel blanca.
Estaba mirando con detenimiento una foto grande de Yosemite, un parque nacional en Estados Unidos. Apretó los labios. Otra novedad, una mujer que no estaba completamente dedicada a él.
–Me gusta –comentó una mujer a su lado como si le hubiese leído el pensamiento–. No está colgada de tu brazo como si no pudiera caminar ella sola ni está hablando de los últimos tonos de laca de uñas.
Maks miró a su hermana.
–Sasha, si no estuviese tan curtido, algunas veces podrías hacerme daño.
Su hermana resopló con un aire burlón, pero Maks no le hizo caso. Había sido una mala idea invitarla, era demasiado perspicaz.
Zoe sabía que no podría fingir mucho tiempo que las fotos no le fascinaban más que el hombre que veía reflejado en el cristal que protegía la imagen en blanco y negro. Estaba hablando con una mujer alta y delgada y sintió que algo le atenazaba las entrañas, una punzada de celos. Sin embargo, era ridículo, ¡solo se habían besado una vez!
Reunió valor, se dio la vuelta y se dirigió hacia él, que la miraba y fija y desasosegantemente.
Se fijó en la mujer que tenía al lado. Tenía algo que le resultaba conocido, pero sabía que no la había visto. Llevaba una ropa anodina, una blusa y una falda largas, como si también quisiera pasar inadvertida. Tenía el pelo largo y rubio y llevaba gafas, pero ella podía darse cuenta de que era increíblemente hermosa aunque intentara ocultarlo.
Se sintió identificada, como si fuera un alma gemela.
–Zoe –Maks hizo un gesto hacia la mujer–, me gustaría que conocieras a mi hermana Sasha.
Su hermana… Algo se le liberó por dentro.
–Encantada de conocerte.
Zoe le tendió la mano con una sonrisa y Sasha se la estrechó sonriéndole también. Zoe estuvo a punto de caerse de espaldas. No era hermosa, era impresionante.
–Lo mismo digo. Estaba diciéndole a mi querido hermano que…
–Sasha, ¿no tenías que ir a saludar a alguien?
–No –los ojos grises de su hermana dejaron escapar un brillo malicioso–, pero he captado la indirecta. Zoe, espero que volvamos a vernos.
Zoe la miró mientras se mezclaba con la gente y se volvió hacia Maks.
–No hacía falta que la expulsaras.
–Sí hacía falta –Maks la agarró del brazo–. Iba a acabar avergonzándome, es su misión en la vida.
Se le encogió el corazón. Ella había tenido un hermano pequeño que tendría veintitrés años en ese momento. ¿Se habría metido con ella como hacía Sasha con Maks?
–¿Nos vamos? –le preguntó Maks mirándola fijamente.
Ella asintió con la cabeza. Le daba miedo que él pudiera ver esa melancolía repentina en sus ojos. Se esforzaba mucho para no pensar en esas cosas.
–Gracias, me ha encantado ver las fotos.
No dijo que Taylor Cartwright había sido como un mentor para su padre cuando era joven y había viajado por Estados Unidos para hacer sus primeras fotos.
Salieron a la calle. El verano estaba dejando paso al otoño y ya se sentía cierto frío. Sintió un escalofrío.
–¿Tienes frío? –le preguntó Maks inmediatamente.
Su consideración le derritió el hielo que le rodeaba el corazón y negó con la cabeza.
–No, estoy bien.
–Entonces, ¿puedo invitarte a cenar? Hay un sitio cerca de aquí.
Se sentía vulnerable después de haber visto a Maks con su hermana y de haber rememorado el pasado. No quería estar sola, pero sabía que eso solo era una excusa.
–Claro, me encantaría.
Él sonrió y, como le había pasado a su hermana, su rostro pasó de ser impresionante a ser devastador.
Le tomó la mano y la llevó al coche. Ella se dio cuenta de que con él no sentía la ansiedad que solía sentir cuando iba a montarse en un coche.
Diez minutos después estaban en una recoleta calle del centro.
–¿Dónde estamos? –preguntó ella.
–En Mayfair.
Entonces, se paró delante de una de las casas de dos pisos. Era de ladrillos oscuros y los marcos de las ventanas eran negros. Parecía discreta y muy exclusiva. Zoe se preguntó si sería otro club privado.
–Es mi casa de Londres –comentó él como si le hubiera leído el pensamiento.
Zoe lo miró y abrió la boca, pero también cayó en la cuenta de que él no había dicho adónde iba a llevarla, que solo había dicho que había un sitio cerca.
–Eres muy astuto.
–Te prometo que mis intenciones son muy respetables. Si te sientes incómoda por algo, te prometo que te llevaré adonde quieras ir.
Zoe no se fiaba lo más mínimo de él, pero tampoco se fiaba mucho más de sí misma. Se soltó el cinturón de seguridad y Maks se bajó para rodear el coche y ayudarla.
La puerta de la casa se abrió como por arte de magia. Un hombre asiático con pantalones oscuros y una camisa también oscura de manga larga saludó a Maks.
–Hamish, quiero que conozcas a Zoe Collins.
El hombre sonrió y le tendió la mano.
–Seguramente se pregunte por qué me llamo Hamish. Mis padres emigraron de Vietnam y yo nací y me crie en Escocia. Soy el encargado de la casa de Maks. Pase, por favor.
–Encantada de conocerle, Hamish.
Entraron en un recibidor con suelo de mármol y decorado en tonos grises y plateados. Discreto y elegante.
–Iré a aparcar el coche, jefe –comentó Hamish–. Angie ha dicho que la cena estará preparada dentro de unos veinte minutos.
–Gracias, Hamish.
Maks volvió a tomarle la mano y la llevó a una sala lujosa pero también discreta. La soltó y fue hasta un mueble bar que parecía una obra de arte.
–¿Quieres beber algo?
A Zoe le gustó la idea de tomar un estimulante.
–Una copa de vino blanco si puede ser.
Maks volvió con una copa de vino blanco frío y otra con lo que parecía whisky.
–¡Salud! –levantó su copa–. Bienvenida a mi casa.
–Salud.
–Siéntate, por favor.
Zoe miró alrededor mientras daba un sorbo. Había toda una serie de sofás y butacas bajos alrededor de mesas de cristal con lujosos libros, aunque estos, a juzgar por los lomos, los había ojeado por lo menos.
Eligió un asiento individual y Maks se sentó en un sofá que formaba un ángulo recto con la butaca de ella. Puso un brazo en el respaldo con un aire completamente relajado… y rebosante de energía.
–Tienes una casa preciosa –comentó ella.
–Seguramente no sea como te esperabas –replicó él.
–¿Tan transparente soy? –le preguntó Zoe maldiciendo su perspicacia.
–Me parece estimulante. Estoy acostumbrado a personas que reprimen sus sentimientos con tantos fármacos que podrían anestesiar a un elefante.
Zoe no pudo contener la risa.
–Tengo que reconocer que me había esperado algo menos… discreto. Algo como un ático.
–Ese es más bien el estilo de mi hermano Sharif. Le gusta estar por encima de los simples mortales, tocando el cielo.
–¿Cómo es? –preguntó ella dando otro sorbo de vino.
–Decidido.
–¿Y tu otro hermano… Nikos?
–Vivía como un nómada y tenía pisos en algunos de nuestros hoteles. Sin embargo, todo eso cambiará ahora que se ha casado. No es fácil llevar una vida errante si tienes una esposa y un hijo.
A Zoe se le encogieron las entrañas. Matrimonio, hijos, familia… Era el peor de sus temores y el más secreto de sus sueños. Lo sofocó inmediatamente. Se había prometido a sí misma que no correría el riesgo de volver a sentir esa pérdida y ese dolor por mucho que pudiera anhelarlo algunas veces.
–¿Y tú? –Maks giró el líquido en la copa–. ¿Cómo te gustaría que fuera tu casa?
Quiso contestarle que estaba muy bien como estaba, pero sabía que eso no podía decirlo nadie. Su casa era húmeda y descuidada.
Entonces, antes de que pudiera decir algo, tuvo el recuerdo de una casa en Irlanda, en Dublín, en la costa, justo por encima del mar de Irlanda. Una casa grande con ventanas que resplandecían como ojos benévolos, rodeada por un terreno de césped, con arriates con flores y un perro lanudo.
Su madre les gritaba desde las escaleras que tenían que irse. Su padre la levantaba por encima y le daba vueltas antes de recogerla entre los brazos…
Se sentía a salvo, querida, feliz…
–Zoe, ¿te pasa algo?
Parpadeó y vio que Maks se había inclinado hacia delante y la miraba con el ceño fruncido.
–Estás pálida como si hubieses visto un fantasma –añadió él.
Zoe dejó a un lado el recuerdo, que, normalmente, solo le llegaba en sueños que se convertían en pesadillas.
–Estoy bien. Es que… –Zoe esbozó una sonrisa forzada–. Es que no sé dónde me gustaría vivir. No le he pensado, estoy contenta donde estoy.
Maks sintió alivio al ver que sus mejillas recuperaban algo de color.
Llamarón a la puerta con delicadeza y apareció Hamish.
–La cena puede servirse cuando lo deseen.
Zoe se levantó con elegancia y siguió a Hamish. También se fijó, inconscientemente, en la sensualidad de sus movimientos. Cada minuto que pasaba la deseaba más. Pero estaba seguro que perdería ese halo de misterio y el atractivo en cuanto la hubiese poseído. No quería desvelar sus misterios, quería desvelarla a ella.