Capítulo 4

 

 

 

 

 

ZOE SE dejó caer en el respaldo y se limpió la boca con la servilleta. Hacía mucho tiempo que no comía algo tan delicioso. Angie, la cocinera de Maks, les había servido un sencillo pollo asado con verduras de temporada y la tarta de limón más ligera y sabrosa que había probado.

Zoe la miró cuando fue a recoger la fuente.

–Sinceramente, ha sido maravilloso. Ojalá pudiera cocinar así.

Angie sonrió y miró a Maks.

–Me cae bien, no se comporta como si los empleados fuéramos invisibles.

Maks la miró con el ceño fruncido, pero Angie se marchó con una sonrisa y sin inmutarse. Zoe volvió a sentirse desconcertada por ese trato tan afable de Maks con sus empleados.

–¿Vamos a la sala a tomar café? –le preguntó Maks mientras se levantaba.

–Claro.

La cena había sido relajada, demasiado relajada. Habían hablado de asuntos tan diversos como la historia de Irlanda, política o la última película de Marvel. Sin embargo, no podía librarse de cierta inquietud. Ya se había fiado de un hombre antes, de un hombre que la había traicionado atrozmente, casi violentamente.

Conocía mucho menos a Maks, pero la intuición le decía que podía fiarse de él, que no le haría daño físico. Dean sí le había hecho daño físico, o lo había intentado. Tenía la sensación de que el peligro de Maks era completamente distinto.

–¿Qué estás pensando?

Zoe dejó de mirar los libros de la biblioteca y se dio la vuelta con la taza en la mano. Él había vuelto a sentarse en el sofá y estaba dando un sorbo de café humeante. Estaba tan impresionante que se quedó sin respiración.

Ella se sentó en el sofá que había enfrente. Vio un brillo en esos ojos plateados, como si él supiera perfectamente lo nerviosa que la ponía, lo anhelante, pero también lo mucho que la asustaba.

Maks dejó la taza sin dejar de mirarla, se levantó, rodeó la mesa y se sentó a su lado.

Sintió que el corazón le daba un salto mortal y buscó algo que decir.

–¿Qué ha dicho Angie… de la gente que cree que los empleados son invisibles…? ¿A qué se refiere?

–Doy cenas de vez en cuando –contestó Maks.

–Me imagino que quiere decir que hay mucha gente desdeñosa con el servicio…

–O que los despiden –añadió Maks con una mueca de disgusto.

Zoe no podía pensar con claridad. Maks estaba tan cerca que podía tocarlo, olerlo… Cada centímetro de su cuerpo le pedía a gritos estar más cerca.

Maldito fuera, ¿por qué no tomaba la iniciativa?

Maks sacudió la cabeza con una leve sonrisa.

–Tú tienes que dar el primer paso, Zoe. Si me deseas, solo tienes que demostrármelo… y no es muy complicado. Puedo oír desde aquí que estás pensándolo.

Zoe se acercó a él. La sangre ya le bullía y tenía la mirada clavada en su boca. Alargó una mano y le pasó un dedo por el contorno…

Maks estaba ardiendo en llamas. Quería agarrarle la mano y estrecharla contra él hasta que sintiera cada curva de su cuerpo, hasta que estuviera embriagado por su dulzura.

Sin embargo, se contuvo, algo le dijo que la reticencia de ella no era simulada. Por un instante, un instante estremecedor, se preguntó si no sería…

Todo quedó arrasado por una oleada devastadora cuando ella se inclinó y lo besó.

La boca de Maks era firme y su pecho como un muro de acero, un muro de acero cálido.

Él no movía la boca.

Ella ya no podía echarse atrás, tenía el cerebro derretido. Se pegó más a él e inclinó un poco la cabeza. Separó los labios y le pasó la punta de la lengua por la línea de su boca.

Entonces, la agarró de los brazos, la levantó y se la puso encima del pecho.

Ella levantó la cabeza y lo miró, aunque el pelo le caía alrededor de la cara. Por una vez, quiso apartárselo para verlo bien, pero lo hizo él y le pasó el pelo por detrás de las orejas. Fue un gesto sorprendentemente delicado entre la lava que le recorría las venas.

Jamás había sentido eso con…

Maks le tomó la cabeza y se la bajó hasta que sus bocas volvieron a encontrarse, y esa vez no hubo duda sobre quién llevaba la iniciativa. Aunque estaba debajo de ella, Maks controlaba y dominaba el beso con una pericia que hizo se le desbocara el corazón.

Luego, separó las piernas hasta que la tuvo entre ellas, con el bajo vientre pegado a la turgente evidencia de su excitación. Solo su boca era delicada y la estimulaba para que fuera más osada, para que lo utilizara. Zoe introdujo las manos entre su pelo y le sujetó la cabeza como si no hubiera besado nunca a un hombre… y no lo había besado así, como si fuera una exploradora en una tierra desconocida.

Estaba matándolo con miles de besitos inocentes. Eran los preliminares más castos de toda su vida. O era una seductora consumada que sabía muy bien lo que estaba haciendo y estaba riéndose de su reacción tan mesurada o, efectivamente, era tan torpe como sus besos.

Sin embargo, los besos torpes jamás lo habían excitado de esa manera… jamás había estado tan cerca del clímax con la ropa puesta.

La movió hasta que la tuvo debajo en el sofá mirándolo con esos ojazos verdes como el mar, con el pelo revuelto alrededor de la cabeza, con las mejillas sonrojadas y con los labios carnosos y húmedos.

Apretó los dientes al notar que los pantalones le presionaban la erección. Tenía un muslo entre las piernas de ella y lo movió ligeramente hasta que vio que abría los ojos por la fricción.

Bajó la boca y se encontró los labios de ella separados, ávidos. Zoe le rodeó el cuello con los brazos y él introdujo una mano por debajo del jersey y la subió hasta la redondez de un pecho pequeño pero perfecto cubierto de encaje. Lo tomó con la mano y ella contuvo la respiración con un suspiro que le elevó la excitación hasta límites insoportables.

Le mordió levemente el labio inferior mientras le retiraba el sujetador y le acariciaba el pecho con los nudillos. Se apartó un poco para mirarlo. Era un pecho perfecto con el pezón pequeño, rosa y duro. No pudo resistirlo y bajó la cabeza para lamerle el pezón como si fuera un manjar…

Zoe estaba sofocada, las sensaciones se le amontonaban tan deprisa que no podía respirar. La boca de Maks le lamía y succionaba el pecho y era el tormento más placentero que había conocido.

Entonces, él le levantó el jersey y se deleitó con los dos pechos. Tenía su muslo entre las piernas, donde más lo anhelaba, y él, como si supiera lo que quería, se movió ligeramente…

Era demasiado. No podía asimilar lo deprisa que iba todo y se sintió atrapada a pesar de que no paraba de repetirse que eso muy distinto de lo que le había pasado antes, sintió el peso de Maks encima de ella, inmovilizándola.

Le puso las manos en el pecho y empujó, pero él no se movió y sintió un pánico que superó el placer. Empujó con más fuerza y Maks se apartó con la mirada perdida y las mejillas sonrojadas.

Che cosa, cara?

–No puedo… No puedo respirar.

–Zoe… –Maks se incorporó–. ¿Qué pasa?

Ella se llevó las rodillas al pecho y sacudió la cabeza. El pánico ya estaba remitiendo y se sentía fría y ridícula. Esa situación no era la misma.

–Lo… Lo siento. Todo iba tan deprisa que me he sentido… atrapada.

Maks, al contrario que ella, seguía con la ropa puesta. Se sintió desaliñada y se estiró la ropa.

Él se levantó, fue al mueble bar y volvió con dos copas. Le entregó una con un líquido color ámbar.

–Toma…

Zoe dio un sorbo y el líquido la entumeció un poco. Él se sentó a cierta distancia de ella.

–¿Qué ha pasado, Zoe? –le preguntó Maks, que estaba pálido–. ¿Creías que iba a… a forzarte?

Ella negó con la cabeza y con una sensación de rechazo visceral.

–¡No! En absoluto.

No podía pensar cuando él la miraba así. Dejó la copa y se levantó para alejarse de Maks. Fue hasta la ventana. Le debía una explicación, no se había sentido amenazada o presionada en ningún momento.

–Aunque sí lo intentó otro hombre –ella se dio la vuelta–. Mi exnovio. Confié en él y…

–¿Te violó? –le preguntó Maks levantándose de un salto.

–No, pero casi. Conseguí impedirlo y expulsarlo de mi apartamento.

Se estremeció al recordar aquella noche atroz.

–¿Quién era?

–Da igual, alguien del pasado. Se ha marchado, ya no está en este país.

A Maks le costaba asimilar todo lo que estaba oyendo. Le daba náuseas pensar que alguien intentara forzarla, era muy menuda, liviana… Quiso acercarse, pero notó que ella no querría… todavía.

–La verdad es que… –Zoe levantó la barbilla–. Como ya te habrás imaginado, no tengo mucha experiencia. Mejor dicho, no tengo ninguna experiencia.

–¿Estás diciendo que…?

–Sí, soy virgen.

Zoe lo dijo apresuradamente y con la voz entrecortada. Él sintió algo parecido a un instinto de posesión. Y alivio al saber que no la habían agredido.

–Ya sé que, probablemente, esto cambiará las cosas –añadió ella.

–¿Cambiarlas? ¿Cómo?

–Bueno… Tú ya no… Eso no puede parecerte atractivo.

El cuerpo de Maks discrepaba por completo.

–¿De verdad? ¿Por qué?

–Porque tú tienes experiencia y yo, no. Las mujeres sin experiencia no son atractivas para la mayoría de los hombres.

–Yo no soy la mayoría de los hombres.

Maks cruzó los brazos y le indignó que lo comparara con su exnovio maltratador.

–¿Qué…? –Zoe tragó saliva–. ¿Qué quieres decir?

Efectivamente, ¿qué quería decir? ¿Acaso quería ser el primer amante de esa mujer y soportar todos los líos sentimentales que solía conllevar eso?

Intentó enfriar el cerebro. Tenía que tener cuidado. Normalmente, rehuía situaciones como esa. Zoe tenía que saber qué tipo de persona era.

–Quiero decir que ser virgen no es… disuasorio.

En realidad, era todo lo contrario. Le parecía muy atractiva la idea de ser el primer hombre que veía a Zoe dominada por la pasión.

–Sin embargo –añadió él con precaución–, no me interesan las relaciones duraderas, no creo en la felicidad para siempre y, después de la experiencia de mis padres, no quiero repetir un matrimonio así de malsano. Tienes que saberlo.

Zoe lo miró un rato con un gesto inexpresivo, lo que le resultaba desasosegante. Había creído que era transparente como el cristal. Pareció como si ella se abrazara con más fuerza antes de hablar.

–Te aseguro que es lo que menos me apetece en el mundo –replicó ella concisa y convincentemente–. Creo que me gustaría irme a casa.

A Maks le sorprendió el rechazo tan intenso que le produjo la idea de que se marchara, pero hizo un esfuerzo.

–Claro. Te llevaría, pero he bebido un poco. Le diré a Hamish que te lleve.

Se sintió aliviada y defraudada a la vez porque Maks estuviera tan dispuesto a que se marchara.

Que no le importara que se marchara le indicaba que él lo había dado por terminado. Había dicho que no tenía relaciones duraderas y, evidentemente, él se imaginaría que ella, al ser virgen, querría algo más de su primer amante, aunque ella lo hubiese negado.

Solo quería marcharse y llevarse su humillación con ella. Iba a replicar que no necesitaba que la llevara nadie cuando apareció Hamish, como si estuviera conectado telepáticamente con su jefe, y empezó a ponerse un chaquetón acolchado.

–No me importa nada llevarte a casa, Zoe.

Ella tuvo la sensación de que Hamish ya había hecho eso antes, que ya había ayudado otras veces a Maks a deshacerse de las mujeres que no le interesaban. Siguió a Hamish, pero se dio la vuelta al llegar a la puerta. Se sentía incómoda. ¿Por qué había soltado todo eso? Podría haberse inventado algo. Esbozó una sonrisa forzada mirando en dirección a Maks.

–Gracias por todo. Lo he pasado muy bien y me ha encantado conocer a tu hermana, es encantadora.

–Tú también le has caído muy bien. Buenas noches, Zoe.

Ella tuvo que contener las ganas de quedarse mirándolo para grabarse su cara en el cerebro, aunque también supo que no le hacía falta, que le costaría olvidarlo.

 

 

Una vez en casa, se sentó en el borde de la cama. Se sentía hundida y vacía. Abrió el portátil e hizo lo que no había querido hacer antes porque habría significado que estaba interesada.

Buscó a Maks Marchetti en Internet.

Como podría haber esperado, no decían gran cosa de Maks en comparación con sus hermanos, pero sí había un puñado de fotos suyas con mujeres increíblemente hermosas. Sin embargo, no había historias tórridas, como una reciente en la que estaba mezclado su hermano Sharif. Tampoco había titulares escandalosos como los que conjeturaban cuánto duraría el matrimonio de su otro hermano.

Vio algunas fotos de Nikos y su reciente esposa, una pelirroja bastante alta, y le resultó conocida. Era la mujer que había estado hablando con Maks en aquel acto donde había vuelto a encontrarlo. Se estremeció solo de pensar en tener que ser un personaje público y sintió lástima por la esposa de Nikos, que no parecía estar muy cómoda en las fotos.

También había fotos antiguas de sus padres. Su padre era alto, moreno y muy viril y su madre también era alta, casi más alta que él, y guapísima. Era rubia y tenía los mismos ojos grises que Maks.

Hizo una mueca de disgusto cuando vio cientos de fotos de Maks y Sasha cuando eran más jóvenes y salían de una villa palaciega en Roma o iban al colegio con guardaespaldas o estaban esquiando o en la playa. No escapaban de los paparazzi en ningún sitio.

Una foto le llamó la atención. Era de Maks en traje de baño en la playa. Era alto y delgado y dirigía una mano hacia la persona que estaba haciendo la foto con la cara desencajada por la rabia. Vio que detrás de él había una chica desgarbada, con un traje de baño de una pieza, con un aparato en la boca y con cara de miedo. Era Sasha.

Dejó a un lado el ordenador y se tumbó en la cama.

Había disuadido completamente a Maks aunque había sido tan caballeroso que lo había negado.

No paraba de repetirse que era un alivio. Maks era una fuerza de la naturaleza, un hombre que solo se conformaría con todo lo que ella pudiera ofrecerle. Aun así, no podía pasar por alto el dolor que le producía la idea de no volver a verlo.

Maks le afectaba y estaba bien que hubiese acabado antes de que hubiera empezado.

Una oleada ardiente se adueñó de ella solo de pensar lo que había sentido entre sus brazos. Además, no había sido solo una reacción física, también había sido una reacción emocional, la necesidad instintiva de abrirse a él, de confiar en él.

Se metió en la cama y se tapó la cabeza con una almohada. Volvió a repetirse una y otra vez que era preferible que Maks no quisiera llegar a más, hasta que se quedó dormida.

A la mañana siguiente, cuando se despertó por el insistente zumbido del teléfono, tuvo que sacudir la cabeza para cerciorarse de que no seguía soñando. Había varias llamadas perdidas de Maks y tres mensajes.

 

Estoy fuera, déjame entrar.

Zoe, ¿estás en casa?

Zoe, si no me dejas entrar dentro de diez minutos, llamaré a la policía.

 

Tanteó el teléfono a oscuras para llamarlo.

–Sí… Estoy aquí…

–Tengo café y bollos.

–¿Qué haces aquí? Creía…

–¿Podemos hablarlo tomando un café? Por cierto, está lloviendo y estoy mojándome.

Se levantó y fue al telefonillo para abrir la puerta de la calle. Oyó que se abría y cerraba, oyó pasos y Maks apareció en la puerta del piso. Era inmenso y estaba empapado, le caían gotas de agua del pelo y del chaquetón corto. Llevaba unos vasos de cartón con café y una bolsa con lo que parecían unos bollos.

Captó su olor viril, especiado y caro. No estaba soñando, él estaba allí, doce horas después de que ella hubiese creído que se había despedido para siempre.

–¿Puedo entrar?

Se apartó, él entró y pudo ver lo mojado que estaba.

–Te traeré una toalla.

Fue hasta un armario diminuto, lo abrió, sacó una toalla y se la dio a Maks, que había dejado los cafés y los bollos en la mesa.

–Gracias.

Zoe se fijó en que llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta de manga larga. También vio el movimiento de sus músculos mientras se secaba la cabeza. Entonces, se acordó de que ella llevaba unos pantalones de pijama amplios y una camiseta de tirantes. Se rodeó el pecho con los brazos.

–Iré a… cambiarme.

–Toma, llévate esto.

Maks le dio uno de los cafés. Ella lo agarró y se marchó apresuradamente. Se duchó en tiempo récord, se secó el pelo y se puso unos vaqueros con una camiseta que le quedaba varias tallas grande.

Volvió a la sala y vio que Maks tenía la foto de su familia en las manos.

–¿Eres tú y tu familia? –le preguntó él dándose la vuelta.

Ella asintió con la cabeza y con ganas de quitarle la foto.

–¿Qué pasó después del accidente? –él volvió a dejar la foto en el estante–. ¿Con quién te criaste?

–Fui a un centro de acogida. Mis dos padres eran hijos únicos y sus padres habían fallecido. Tenía una tía abuela por parte de padre, pero no quiso recogerme.

–Tuvo que ser duro.

Zoe se encogió de hombros y miró hacia otro lado.

–La verdad es que no me acuerdo gran cosa de aquella época. Tuve suerte. Solo estuve en dos casas de acogida y se portaron bien conmigo. Conocí a niños que pasaron por muchas más y lo pasaron muy mal.

Como Dean, por ejemplo. Dejó de pensar en él inmediatamente. Solo le llevaba a compararlo con Maks y a darse cuenta de que Maks era mucho más peligroso por muchos motivos.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó ella mirándolo otra vez–. Creía que anoche… Creía que no volvería a verte.

–¿Por qué? –preguntó él con el ceño fruncido.

–Porque no tengo experiencia –contestó ella poniéndose roja.

–Ya te dije que eso me daba igual. Creí que necesitabas distancia, no quería agobiarte después de lo que me habías contado –él se acercó–. No te confundas, Zoe. Te deseo. También te he dicho que no me interesa nada duradero, por eso, si no quieres ahondar en esta química que hay entre nosotros, dímelo y me marcharé. No suplico ni me ando con tonterías.

No quería nada duradero… Eso debería tranquilizarla. Era una lección que había aprendido por las tragedias propias y por su exnovio.

Su cabeza le decía que dijera que no estaba interesada, pero, para empezar, eso sería mentira y, para seguir, que se hubiera presentado allí esa mañana, que todavía la deseara a pesar de su falta de experiencia… No podía resistirse al impulso incontenible de mantenerse en… su órbita un poco más de tiempo aunque estuviera escarmentada.

Tomó aire y notó que tenía el corazón desbocado.

–No quiero que te marches.

Todavía…

Maks tuvo que disimular la satisfacción. Se acercó a ella, pero se quedó a cierta distancia.

–Hoy tengo que irme a San Petersburgo y me quedaré unos días. Tengo algunas reuniones y tengo que supervisar una sesión fotográfica. Acompáñame.

Maks pudo ver que se había quedado atónita.

–¿San Petersburgo? Eso está en Rusia…

–Un diez en geografía.

Él lo comentó conteniendo una sonrisa y ella hizo una mueca.

–Pero no puedo irme así como así.

–Tienes pasaporte, ¿verdad?

–Sí, pero…

–¿Qué tienes que hacer esta semana?

Ella lo miró con los brazos cruzados.

–Por ejemplo, buscar un empleo.

Sintió una punzada de excitación por haberse encontrado con una mujer que no le daba la razón.

–Más a mi favor para que me acompañes unos días. Te lo debo por haber hecho que te despidieran.

–La verdad es que no tengo mucho más que hacer. Cuido al hijo de una vecina un par de días a la semana y hago algunos trabajos con una empresa de servicios… limpio oficinas.

Maks sacudió la cabeza.

–Puedo ocuparme de que alguien vaya a cuidar al hijo de tu vecina. En cuanto al trabajo limpiando oficinas… Me niego a creerme que tengas que hacer eso para sobrevivir, Zoe. Eres joven, hermosa y con talento. Puedes tener el mundo a tus pies si quieres.

Zoe sintió una opresión en el pecho. Sabía muy bien por qué prefería eludir las responsabilidades y sintió una punzada de vergüenza por no tener el coraje de apuntar más alto. ¿Cómo era posible que ese hombre que no la conocía y que procedía de un mundo que estaba tan por encima del de ella pudiera ver cosas que ella no se atrevía a decirse a sí misma?

–Tengo que reconocer que esta semana no tengo ningún encargo de limpiezas, pero no iré a ningún lado hasta que esté resuelto el cuidado del hijo de Sally –añadió ella al ver un brillo triunfal en los ojos de Maks–. No puedo dejarla tirada.

 

 

–¿Más champán, señorita Collins?

Zoe levantó la mirada hacia el auxiliar de vuelo.

–No, gracias. Estoy bien.

Sin embargo, no estaba bien. Seguía recuperándose de la velocidad con la que Maks se había ocupado de que fueran a cuidar al hijo de su vecina, se la había llevado con una maleta pequeña de su piso cochambroso y había cruzado Londres para llegar a un aeródromo privado donde los esperaba su avión que, según el piloto, ya estaba sobrevolando una zona de Polonia.

Maks estaba sentado al otro lado del pasillo con las piernas estiradas y hablando por teléfono mientras tecleaba en el ordenador portátil.

–Tengo que hacer algunas llamadas –se había disculpado él cuando se montaron en el avión–. Ponte cómoda.

Ella no podía imaginarse cómoda en presencia de Maks. Vibraba por dentro, estaba inquieta, parecía embriagada… y el champán no estaba ayudándole a sentirse menos inquieta o embriagada.

¿Qué había aceptado hacer por haber dicho que lo acompañaría? ¿Querría él que se lo pagara en la cama?

Lo descartó. Maks tenía dominio de sí mismo, era sofisticado y orgulloso. Ella lo intrigaba, pero estaba segura de que dejaría de intrigarlo en cuanto hubiera pasado más tiempo con ella, en cuanto se hubiera acostado con ella.

Cambió de postura en el asiento al sentir unas palpitaciones entre las piernas solo de pensar en él…

–¿Qué estás pensando? Parece como si tuvieras remordimientos…

Zoe giró la cabeza tan deprisa que casi se rompió el cuello. No se había dado cuenta de que Maks había dejado de hablar por teléfono y había cerrado el portátil. Efectivamente, sintió remordimiento… pero era ridículo.

–No estoy pensando nada especial.

Volvió a sentir las palpitaciones entre las piernas, como si quisieran rebatir lo que había dicho, y apretó los muslos. Maks bajó la mirada un instante antes de mirarla a la cara otra vez. Ella frunció el ceño. Esa capacidad que tenía de saber lo que estaba pensando era muy irritante.

–¿Qué reuniones tienes en San Petersburgo? –le preguntó para que pensara en otra cosa.

–El Grupo Marchetti tiene una oficina en Moscú, pero estamos interesados en el potencial de los diseñadores rusos, todavía desconocidos, y muchos están en San Petersburgo. Nos interesa la evolución de la ciudad como centro para la moda, no solo para los diseñadores, también para las marcas.

–¿De dónde era tu madre?

–Era originaria de San Petersburgo, pero se fue a Moscú con su padre cuando su madre murió y él volvió a casarse.

–Es muy guapa –comentó ella al acordarse de las fotos que había visto.

Maks puso una cara de palo.

–Toda su vida gira alrededor de su belleza. Para ella, es un medio de cambio igual que el dinero.

–Tu hermana también es muy guapa.

Maks la miró con los ojos entrecerrados.

–¿Te has dado cuenta de que lo oculta?

Zoe asintió con la cabeza y Maks torció la boca.

–Nuestra madre no podía soportar que su hija pudiera eclipsarla e hizo todo lo que pudo para socavarle la confianza en sí misma. Seguramente, es lo peor que ha hecho.

Zoe volvió a sentir una punzada de solidaridad con ella.

–Es posible que te sorprenda y que salga a la luz cuando esté preparada.

Maks la miró y llegó a ver muy dentro de ella…

–Es posible que lo haga.

Los dos supieron que no se refería a su hermana.