Roque

 

 

 

 

 

—Está enfermo —dijo Roque apretando el móvil contra la oreja.

—¿Qué dices? —contestó Azeri.

—Te lo advertí, las cosas no se hacen con prisas. Pero tú…

—¿Quieres decirme de una vez de qué coño estás hablando? —preguntó Azeri.

—El objetivo, el tipo que hemos secuestrado, está enfermo del corazón. Y parece grave…

—¡Hostias!

Se hizo un breve silencio. Jódete, Azeri, pensó Roque. Y continuó.

—A ver qué hacemos ahora. Tenemos que conseguir su medicina.

—¿Y no crees que aguante una semana? Ese el plazo que vamos a dar para negociar. Y en cuanto hablemos de las condiciones del rescate, este queda sentenciado.

—Yo qué sé lo que va a durar.

—Aunque es verdad, una cosa es ejecutarle, y otra que se nos muera… Eso sería de pena —comentó Azeri pensativo.

—Pues sí. Lo que nos faltaba…

—Yo conseguiré las medicinas —zanjó Azeri.

—Hay que tener cuidado. Lo mismo la policía está vigilando las farmacias. No me extrañaría.

—Te he dicho que yo me encargo.

Roque apretó las mandíbulas. De nuevo Azeri tomaba las decisiones.

Miró una vez más la televisión, que estaba encendida sin volumen. Debido a la proximidad de la frontera podía ver algunas cadenas españolas Algo no iba bien. Lo sabía.

—Y no hay noticias —dijo Roque.

No iba a perder la oportunidad de joder a Azeri por haber tomado la iniciativa en aquel asunto sin tener en cuenta su opinión.

—Es cuestión de tiempo. Sabemos que su mujer siguió nuestras órdenes y fue a primera hora a la comisaría.

—Nada, ni en la radio, ni en la tele… A mí esto me huele fatal —insistió Roque.

—Yo te diré lo que está pasando. Los gerifaltes están reunidos. No saben qué hacer e intentan ganar tiempo antes de dar la noticia.

Sí, podía ser eso, pero… Roque tenía un mal pálpito.

—En cuanto se haga público el secuestro, les mandamos el vídeo. Y entonces ya verás cómo salimos en todos lados —dijo Azeri.

—¿Ya lo habéis preparado?

—No, todavía no. No es un vídeo para Hollywood, joder. Se hace en cinco minutos.

En el vídeo ETA expondría sus exigencias. Solo liberarían al secuestrado si acercaban los presos a las cárceles vascas en un plazo de siete días. Estaba claro que el Gobierno no iba a ceder, pero la organización había decidido apostar fuerte.

Sin embargo, Roque no estaba muy convencido. Era muy probable que aquello acabara en una situación similar a la del secuestro de Miguel Ángel Blanco. Y él consideraba que aquello había sido un gran error, aunque algunos no quisieran verlo y estuvieran dispuestos a repetirlo.

—Mándame un mensaje con el nombre de las medicinas —pidió Azeri antes de colgar.

—A sus órdenes —respondió Roque con cinismo, aunque su interlocutor ya no podía oírle.

Clavó la mirada en la tele muda. Ponían un programa de entretenimiento en el que el público se reía a carcajadas.

¿Y de qué coño se reirán esos?, pensó.