Una reputación que cuidar
William
Mamá no dejaba de hablar en el desayuno de lo increíble que sería esta noche. Ni siquiera podía pensar en eso, mi cabeza estaba pesada, la boca me sabía a centavo y yo… Bueno, no estaba en mi mejor estado. Según Mark, seguía en estado de ebriedad; según Paul, eran los efectos de tener goma moral por lo que le hice a Abbi.
¿Qué goma moral voy a tener? Abbi estaba muy ocupada con mi mejor amigo. Por favor, ese hombre se pasaría a su madre si no fuera algo tan anormal y enfermo. Tomé un trago de jugo, realmente mi estómago estaba resentido por el exceso de alcohol. Frotándome las muñecas bajo la mesa, contuve las ganas de vomitar todo el lugar. Sería asqueroso si lo hacía. Además, mi madre se daría cuenta de que estaba con una resaca de campeonato y eso no sería nada bueno.
Me levanté de la mesa sin tocar el desayuno, di la absurda excusa de estar demasiado nervioso. Mamá se la tragó toda, papá no tanto. Él entendía esta situación, según los malos rumores dicen que nunca estuvo enamorado de mamá. Su verdadero amor vivía en otra casa con otra familia, también de la élite. Nunca supe quién era la mujer causante de sus suspiros, tampoco quería saberlo. Sería asqueroso, es mi padre con alguna otra mujer que estamos hablando.
A mitad del camino las arcadas se hicieron presente, corrí al baño a descargar lo poco que tenía en el estómago. La verdad eso era demasiado para mi sistema. Cuando me giré para ponerme de pie, Paul estaba en la puerta con cara de asco. ¿Qué diablos hace aquí si no quiere ver cómo vomito?
—¡Asqueroso! —dijo frunciendo el ceño.
—Se le llama vomitar. ¿Qué esperabas? ¿Perlas?
—Jamás, te tragaste medio bar ayer por la noche y entre tu borrachera lo único que decías era «Abbi me traiciona y eso es una mierda», o lo mejor «Ameli me ama. ¿Por qué no puedo quedarme con ella? Abbi no me quiere».
—¿Tienes algún punto con esta conversación? Porque estoy muriendo por saberlo —me limpié la boca jalando de la cadena. Salí a mi habitación y me senté en la cama esperando que mi hermano contara su punto de vista. No quería que me recordara mi momento de alcoholismo total.
—Te gusta la desalineada Abbi —dijo cruzándose de brazos. Sonaba horrible cuando lo decía de ese modo, ayer demostró no ser nada de lo que rumoraban. Era… bonita, no perfecta, pero sí bonita.
—No me gusta —dije negándome a admitirlo. ¿Qué podía decirles? Sí, Abbi me ha llamado la atención desde pequeños, por eso mantenía conversaciones en secreto con ella. No era estúpido.
Nunca le confesé a nadie que ella era amable y bastante linda si le dabas la oportunidad. Era extraña, no solo por su forma de vestir sino con su obsesión por los cómics, sin mencionar que se emocionaba como loca con juegos comunes como el futbol americano o el soccer. Eso la hacía especial, mientras todas las niñas jugaban a las muñecas ella estaba intentando encajar con nosotros. Incluso llegamos a pensar que sería lesbiana. Por eso la rechazábamos, porque no era algo que se acoplara en nuestro mundo. Cuando anunciaron que se irían una temporada a Washington por asuntos políticos, mi corazón sufrió una pérdida secreta. Perdí a una amiga, una a la que jamás pude decirle que lo era.
Ahora estábamos en esta extraña situación donde íbamos a casarnos y ella seguía creyendo que la odiaba. Tiempo después conocí a Ameli, estudiante de intercambio en The Royal Academy. Fue mi primera novia, mi primer amor. Seguía siendo una parte importante en mi vida. Duramos nueve meses del año que vivo en Londres, en realidad nunca terminamos solo nos distanciamos. Una distancia extraña, ya que la extrañaba, pero al mismo tiempo, no me sentía desconsolado.
—Hasta que no admitas que tienes algo con esa chica seguirán en la misma mierda. Ella te quiere, se le nota en los ojos. Pero tú, tú intentas cagarla en todos los sentidos posibles. Tu escena de celos lo dice todo.
—No eran celos —mentí—. Voy a casarme con ella y Lui tiene muy mala reputación, no quiero que hablen de ella. Eso es todo.
—¿Te preocupa la reputación de Lui, pero no la de Lessa? Por favor. No seas patético.
—Yo no tengo mala reputación. ¿Por qué iba a preocuparme por Lessa?
Mi hermano soltó un soplido negando con la cabeza. Sabía que iba a venir una gran discusión.
—No eres tú el de la mala reputación, Lessa se ha acostado con todos los alpha, incluyéndome. Tú eres diferente al resto de nosotros porque «te reservas para la indicada». A pesar de que ya corrió el rumor que lo has hecho con la hermana de tu prometida.
Me quedé como la piedra, ¿rumor? ¿Ash? ¿Cuándo? Que no me enteré en qué momento perdí la virginidad. Esto era otro nivel. Negué con la cabeza.
—¿Yo me acosté con Ash? ¿Cuándo?
—Según rumores, antes de su compromiso con Connor. Al parecer ella se lo confesó en una pelea que tuvieron.
—Jamás me he acostado con ella —pero qué diablos las mujeres. ¿Por qué querían hacerse la reputación tan mierda? En lugar de estar limpias y darse a respetar, les gustaba andar de zorras contando cosas que nunca pasaron—. ¡Vaya! Al parecer perdí mi virginidad y ni me di por enterado —intenté bromear un poco con la situación. Tenía que quitarme la necesidad de salir corriendo y enfrentarme a esa perra. ¿Quién se cree que es? Ni siquiera lo hice con Ameli que pasé nueve meses con ella, en la etapa de las hormonas alborotadas.
—Bueno, al parecer perdiste tu virginidad con tu cuñada. Ahora, alístate e intenta arreglar las cosas con Abbi. No lo demuestra, pero seguramente le duele.
Sin más que decir, mi hermano salió de la habitación dejándome con más preguntas que antes. Me recosté en la cama. Tenía que definir mis sentimientos antes de que se salieran de control, ya estaban medio perdidos, tirados en la basura. Realmente no quería comprometerme cuando todo lo que hay dentro de mí está volando por los aires. Tomé mi celular para ver viejas fotografías. Incluso mi fondo de pantalla era con ella, Ameli. Este momento en el que la perdí, mi corazón se partió en varios fragmentos. Ninguno dijo nada, la tomé de la cara, besando sus labios con ternura. Ella estaba a segundos de irse y ninguno habló, no había palabras de despedida para perder a un gran amor. Después de una semana volvimos a hablar. Ninguno mencionó la pérdida, o la tristeza, lo cual era muy bueno. No quería pensar en eso. Seis meses después, aquí estoy, listo para comprometerme.
Yo: Paso importante hoy en mi vida. Quisiera decir que algún día voy a caminar al altar contigo a mi lado, pero bueno, dudo que ese sea el destino. Te quiero, mi Ame.
Tardó casi una eternidad en responder. Pero, finalmente, lo hizo.
Ame: Besos, bebe. XoXo.
Me quedé viendo el mensaje. La verdad no era la respuesta que esperaba. Fruncí el ceño y arrojé el teléfono contra la almohada. No me quería comprometer con alguien a la que no veía o no conocía exactamente. Sabía que mi destino estaba en manos de mis padres y saber que ahora era el momento que tanto esperé durante veintiún años era un poco abrumador.
Me metí a la ducha, dejando que el agua se encargara de las malas vibras. Necesitaba un nuevo comienzo. El mensaje de Ameli me dejaba claro que le valía madre. Era hora de tomar mi destino en mis manos y aceptarlo.
Estaba meganervioso por lo que podía llegar a pasar. Me había imaginado este día unas trescientas veces en total. Toda la gente felicitándome por mi compromiso, abrazando a mi agapi, regalándonos joyas carísimas y conviviendo un poco con la reina.
Según la tradición, la semana antes del compromiso era para pasar tiempo entre los comprometidos, conocerse un poco y dictar algunas reglas acerca del compromiso, cosas legales de familias. Pero en nuestro caso la pasamos evitándonos y viendo a otras personas, en su caso, Lui, y en el mío, Lessa. Eso no era para nada bueno, estábamos tomando una actitud como si nos importara poco nuestra relación. ¿Qué diablos estábamos haciendo?
Reteniendo la respiración, me armé de valor y bajé las escaleras de la mansión Hamilton, mi casa. Como era de esperarse, me recibieron con aplausos y gritos de felicidad. Saludé como el protocolo mandaba. Me quedé parado mientras el vocero real anunciaba mi nombre. Viendo al frente observé la mirada de todos mis amigos, amigos de la familia, compañeros políticos, embajadores, la familia real y por supuesto, toda la maldita élite esperaba a que de esas escaleras bajara la que sería mi futura esposa.
Todas las personas estaban con grandes vestidos, trajes elegantes, joyas que podrían alimentar un país entero. La música de violines sonaba a lo lejos y el ambiente olía a una mezcla de vainilla y cereza. Mis manos temblaban. Las personas sabían quién era el caballero que iba a comprometerse, siempre la celebración era en casa de él, pero ella siempre era un secreto. La sociedad se debía enterar hasta ese momento. ¿Me debía importar lo que las personas pensaran? En estos momentos no me importaba absolutamente nada. Solo en ella, por alguna extraña razón, en Abbi era lo único que podía pensar.
Cuando las trompetas sonaron anunciando la llegada de Abbi, giré para verla. Tradicionalmente, todos vestían de blanco, solo los prometidos usaban rojo. Mi traje era negro, incluso la camisa era negra, solo la corbata era roja. Mi color no era el rojo y no haría lo que muchos hacían, de usar traje rojo. Me vería bastante ridículo.
Abigail estaba en la primera escalera, su respiración era fuerte y evidentemente estaba nerviosa. Lo único que podía ver yo era lo guapa que estaba. Usaba un vestido rojo sin tirantes, de cadera baja y falda floja. No fue hasta que bajó el primer escalón que vi cómo el vestido se abría revelando su larga pierna. Un sensual movimiento que despertó todas mis hormonas. Su cabello negro estaba recogido con ciertos mechones cayendo libres de él, como si estuvieran fuera de su lugar sin realmente estarlo.
Ella dejó de ser bonita para mí, pasó a ser preciosa en un abrir y cerrar de ojos. Mi corazón empezó a palpitar tan fuerte que incluso dolía. Según el maldito protocolo, debía esperar a mi prometida en el encuentro de las escaleras para terminar de bajar juntos las pocas que quedaban, pero por alguna extraña razón salí corriendo a su encuentro, como si mi maldito cuerpo tuviera un imán con ella. Quería abrazarla y besarla. Pedirle perdón. ¿Qué lógica tiene eso?
—Abbi —dije con la respiración entrecortada, ¿pero que estoy haciendo? Es como si no pensara.
—Estás rompiendo todo el maldito protocolo —dijo con una sonrisa en los labios.
—No podía esperar, te ves… —perfecta, increíble, dulce, apetitosa. Quisiera pasar mi boca por todo tu cuello, lamerte cada esquina de tu cuerpo, tocarte, desnudarte y… No dije nada de eso, me quité esos pensamientos para responder— bien. Además, sé que no eres tan fina para usar tacones, quizá te caigas y te rompas el cuello. De ese modo arruinarías un día perfecto.
—Eres un idiota —dijo conteniendo la risa—. ¿Vamos a bajar o dejaremos a todos con cara de sorprendidos? —tomó mi mano para que la ayudara a descender por las escaleras. La atraje a mi cuerpo dejando que toda mi mente quedara en blanco. Le planté un beso en los labios y la ayudé a bajar. Definitivamente, había perdido toda conciencia de la vida. Tenía la vista por encima de la cabeza de todos, no me animaba a ver a nadie. De seguro me estarán viendo con la boca abierta. Era Abbi de la que estábamos hablando, nadie se lo imaginaba.
Los primeros abrazos de felicitaciones fueron de parte de la familia real. Cuando Lui se acercó a nosotros pensé que sería a mí al que felicitaría, pero en lugar de eso, abrazo a Abbi como si su vida dependiera de ello y susurró lo bastante alto para que escuchara.
—¿Por qué no te conocí antes? —¿qué? Le estaba tirando la onda a mi futura mujer, pero qué cretino.
—Lo sé —susurró Abbi cerrando los ojos—. Por primera vez encuentro a alguien que me quiere y menuda sorpresa, tengo que comprometerme con alguien que… —su voz se quedó en silencio total en cuanto la jalé de la mano. No quería escucharlo. No la quería, era muy pronto para quererla, por otra parte, mi interior estaba empezando a sentirse atraído por ella y eso no iba a negarlo.
—Gusto de verte a ti también —le hice mala cara a mi mejor amigo para que supiera que lo había escuchado. ¿Qué le pasa? Nosotros teníamos límites de chicas, él no se metía con las mías y yo no me metía con las de él. Son leyes de mejores amigos y él estaba rompiendo toda esa mierda.
—Hay que ir al gran salón —susurró Abbi viendo a Lui—. ¿Vienes?
Lui negó sin apartar la vista de ella. Su mirada recorría su cuerpo de una manera que me daban ganas de vomitar de nuevo. Esto no puede estar pasando, entiendo que no acepto que me gusta, menos voy a estar difundiéndolo como si fuera medio de comunicación, pero… ¿qué diablos hace Lui? Él era el que más la molestaba.
Tomando a Abbi de la mano la guie a la mesa del comedor, donde todo estaba decorado con tulipanes blancos, amarillos y ciertos toques en verde. Esas flores eran las favoritas de Abbi, sus padres escogieron la decoración a juego con lo que a ella le gustaba. Me sorprendió no ver jugadores de fútbol o estampitas en las mesas. Me reí ante la absurda imagen. Pero sí que era estúpido. La reina se sentó a mi izquierda, en la cabecera de la mesa manteniendo el protocolo, Abbi a mi derecha. Aunque sabía que Lui tenía que estar lejos, observé cómo se sentaba en la otra punta de la gran mesa rectangular. Ahora sí podía relajarme. No entendía qué diablos con ellos.
—Abbi, lo siento —dije sin poder verla a los ojos. No pensaba disculparme, esta sensación de que todo ayer había sido un error estaba en mi pecho.
—¿Sentir que? —respondió dándole la sonrisa más falsa que había visto a una de las damas de enfrente.
—Lo de ayer estuvo…
—¿Mal? —soltó una risita—. Sin pena, no pasó nada en realidad.
—¿No? —fruncí el ceño.
—Solamente los dos tuvimos una muy buena noche con nuestras parejas del momento. Eso es todo. No hay nada que disculpar.
Devolviéndole la sonrisa me giré para platicar con todos menos con ella. En realidad, me dolía todo lo que estaba diciendo. ¿Pretendía que doliera? Bueno, pues felicidades. No dolía como debería de doler si estuviera enamorado, pero se formaba un vacío inexplicable en mi interior. A los segundos lo identifiqué. Era soledad.
La cena estaba caminando con toda normalidad, la entrada de caviar había estado bastante buena. Abbi ni lo tocó, supongo que debe de estar muy nerviosa para comer. Pasaron el plato fuerte, que en lo personal es de mis favoritos. Filet miñón, con ensalada de papa. Esperando a que la reina diera el primer bocado para que luego el resto de nosotros pudiera probar el manjar que de seguro sería esta comida. Abbi tomó el primer tenedor y el primer cuchillo que encontró. No eran los correctos por lo que le detuve las manos antes de que cometiera el error, ¿acaso no le habían dado clases de etiqueta? ¡Por Dios! Casi toma el tenedor de la ensalada.
—Ese no es el correcto, Abbi —dije entregándole el adecuado—. Es este, y el cuchillo es el de filo grueso. ¿Qué acaso no te dieron clases de etiqueta?
—Puede que sí, pero las olvidé, además, ¿por qué ponen un tenedor de entrada si no vamos a comer nada con él?
—Protocolo —puse los ojos en blanco—. Ya tranquila, yo te iré ayudando. Pensé que estarías a la altura de todo esto. Tu familia es tan…
—¿Puedes callarte? Quizá no soy como mi familia. Ahora, si no te molesta. Quiero seguir comiendo y deja de meterte en mi forma de comer.
Arrebatando su mano de la mía, se concentró en su comida como lo había dicho. Me giré nervioso para observar a la reina, para bien de la humanidad, no había escuchado nuestro pequeño arrebato. Continuamos comiendo sin ningún percance. Tampoco nos dirigíamos la palabra, respondíamos por separado a la reina y hablamos con los invitados que estaban cerca. El protocolo dicta que no puedes gritar en la mesa, no cuando se está comiendo por lo que el silencio de ambos fue lo que dominó la noche.
Lo que me molestaba como el demonio, eran las miradas de Lui y Abbi. Se pasaron toda la noche intercambiando miradas calientes y de deseo. Conocía a Lui, sabía cómo era y eso era lo que más me enojaba de esto.
—¿Vas a estar viendo a Lui? —pregunté intentando que dijera que no.
—Sí —respondió con indiferencia—. Nos gustamos.
—¿Se gustan? Por Dios, Abbi, él no quiere contigo, no quiere con nadie. Lui jamás estaría con alguien como tú. Sin mencionar que estás comprometida conmigo —estaba molesto, muy molesto. No podía creer esta mierda. Lui era un gran jugador de mujeres. No podía permitirme que Abbi saliera lastimada y a mí me tocara aguantar los llantos y el mal humor.
—Pues te equivocas, no soy… tan fea para no gustarle a nadie —sus ojos reflejaron dolor y me di cuenta de que no había dicho las cosas como debí—. Además, William, hicimos un trato, si no pregúntale a Lessa, vendrá más tarde a la fiesta informal.
Poniéndose de pie y una vez más, rompiendo el protocolo, salió corriendo del salón. Vi cómo Lui se ponía de pie, pero no podía permitirlo. No iba a consolarla él cuando era yo el que debía estar a su lado. Sin excusarme, esta vez fui yo el que rompió el protocolo corriendo detrás de ella. Esta mujer iba a acabar con mi persona, sin mencionar mis modales.