Grandes cambios
William
—Solo no puedo creerlo —dije viendo a Lui acostado en la cama.
—Tendrás que hacerlo, solamente pasó. Nos gustamos y… No sé, lo siento, hermano.
—Todo está bien, tranquilo.
No podía negar que una parte de mí se sentía intranquilo por toda esta situación. Lui estaba colgado de Abbi y yo no podía admitir que ella removía mi mundo. No podía darme cuenta de que estaba cayendo en picada al suelo, directo al infierno del deseo. Me gustaba mucho. Claro, jamás lo diría en voz alta. Mi primera noche comprometido no terminó como me hubiera gustado.
Quisiera haber llevado a Abbi a casa, dejarla en la puerta y darle un profundo beso en los labios para que supiera que éramos uno mismo, que nos pertenecíamos a pesar de estos arreglos de mierda. Al contrario de eso, paré tirado en el jardín de la mansión, completamente ebrio observando a Abbi reír junto a Lui toda la maldita noche. Me dolió como nunca antes. Pero él era mi amigo, manteníamos una amistad sincera para estar en una sociedad extraña y llena de envidias.
Lui se sentó en la cama viendo la ventana, como si le faltara la respiración. Corrí a abrirlas, dejé que el viento de julio llenara el interior. Mi amigo sonrió agradecido y yo agradecí en mi mente por tenerlo aquí.
—Me voy a rapar —anunció tocándose la cabeza. Su cabello era rubio claro, un atractivo que siempre lo había caracterizado.
—¿Quieres que lo haga contigo? —no quería cortármelo. Amaba mi cabello largo rubio, pero por apoyarlo me iría hasta el infierno.
—No, no quiero que nadie tenga mi estilo. En la élite seré único, además de guapo. Tú quédate con esa melena de tigre, me sorprende que tu madre no te la hubiera cortado para tu compromiso.
Sobé mi cabello, que estaba más largo de lo que debería. Mamá había querido cortármelo, pero me negué a hacerlo, era sexi y me gustaba de este modo. Mi imagen era mi imagen, de nadie más.
—No cambiaría mi imagen —dije dándole unos golpecitos—. ¿Entonces, vamos al salón a raparte?
—¡Maldición, sí! Por favor, ya tomé la decisión de cambiar un poco. Llévame antes de que me arrepienta.
Hice la llamada que usaría el deportivo, avisé también de que no necesitaría seguridad. Solo haríamos una visita rápida al barbero. Estirándome un poco, toqué las llaves con la torre Eiffel, la compramos en unos de los viajes a París, en el que fui con Ame. Quizá ella sí era mi destino. Antes de salir a la carretera le envié un mensaje.
Yo: Bonjour bon ami, te extraño eternamente mi Ames, quisiera que estuvieras aquí.
Guardé el teléfono saliendo de la mansión. No iba a admitir que mi locura por Abbi era cierta, algo en ella me complementaba de una manera que nadie lo había logrado. Quería más, indiscutiblemente, quería desnudarla y poner sobre mí, sentir su interior, su piel, sus pechos… Quería sentirla toda. Suspiré. Realmente esto se estaba volviendo complicado. No podía ser su amigo, no como a ella le hubiera gustado. ¿Cómo puedes ser amigo de alguien de la que ya te has enamorado? Definitivamente no podía y ella quería a Lui y Lui a ella. Tenía que quitarme de en medio.
Llegamos al salón de belleza, donde Lui le explicaba al barbero qué hacer con su cabeza. Yo tomé la prensa más vieja que encontré de hace dos días «Compromiso Hamilton-Sheperd», la foto de Abbi y mía en las escaleras dándole el beso que rompió la primera regla del protocolo estaba de portada. Sentí el corazón volverse una bolita de mierda. Esto no estaba bien, no podía desear algo que no podía tener. ¿Cómo hacerlo? Si Lui la deseaba como nunca deseó a nadie. Nunca se había enamorado en su vida y con la primera que lo hace es con mi prometida. No era justo, la vida no era justa. Si la vida les diera a todos por igual, yo no estaría enamorado de la misma chica que mi mejor amigo.
Pedí que me cortaran las puntas del cabello, un poco nada más. Lo volví a despeinar y vi a Lui verse en el espejo. Se pasó la mano en la cabeza y sonrió. Ese hombre era la persona más admirable y fuerte que conocía. Le levanté los pulgares indicando que estaba increíble y salimos a tomar un café. Las calles en Piccadily eran bastante congestionadas. Sin mencionar China Town, uno de mis favoritos, era espectacular. La comida callejera, el ambiente, las prendas de imitación. Algo de ahí me hacía sentir bien. Siempre iba solo, ninguno de la élite iría a esos lugares.
—¿Café? —preguntó Lui. Asentí con la cabeza y nos encaminamos por las calles hasta el café francés donde había ido a mi primera cita con Ames. Quería mostrarle el mundo que a mí me gustaba, pero no me animé a hacerlo. Quizá si la hubiera llevado a China Town, nunca hubiéramos sido novios.
La élite era muy fuerte. Criticaban todo, no aceptaban nada bajo y les importaba demasiado el estatus. Esa era una de las cosas que vi diferente en Abbi. Ella no era una «chica plástica», ella era ella, nada más. Sin pelos ni cicatrices. Ella, la que le daba luz a un mundo diferente.
Ordenamos cada quien su bebida más dos helados, uno de fresa y el otro de chocolate. Ya imaginarán de quién era quién. El cafetín era bastante acogedor, con mesitas de madera bajas y sillones de madera clara. Tenía unas ventanas que daban a la plaza principal de Piccadily y un balconcito, el cual nadie usaba. Estaba demasiado frío para hacerlo.
—¿En verdad te importa Abbi? —pregunté a Lui teniendo un poco de fe que solo fuera un amor pasajero.
—Sip, es diferente —tomó una cucharada de su helado de fresa.
—Lo sé —no podía siquiera verlo a los ojos. Estaba perdido en mis pensamientos.
—Tú también sientes cosas por ella, lo puedo ver Will.
Negué con la cabeza. No sentía cosas por ella. Lo sentía todo. Era algo indescifrable, algo extraño.
—Siento cosas por Ame, Lui, no por ella. Abbi es solo…
—Tu futura esposa —frunció los labios. No era solo eso. Era más, mucho más. Pero no iba a admitirlo.
—Sí. Es mi futuro, pero no mi presente.
Sonreí intentando hablarle a Lui acerca del último partido de tenis que habíamos visto. Los deportes eran un sí en nuestro itinerario diario. No es como si me diera tiempo de hacer un deporte porque las clases en las que estaba asignado pasaban de lo normal. The Royal Academy era un dolor de cabeza. Tenía clases de Filosofía, Política, Derecho, Francés y Griego. Lui tenía las mismas clases solamente que entró a Italiano en lugar de Griego, según él decía, era una lengua más romántica. En lo personal me gustaba leer sobre mitología, sin mencionar que los padres de la filosofía eran griegos.
—¿Mark se compromete en dos meses? —Lui estaba viendo su Instagram, revisando las últimas fotografías puestas de nuestro amigo.
—Eso parece —me sentía mal cada vez que alguien se comprometía, las cosas pasaban y avanzaban y Lui permanecía igual.
—Espero el sí acepte a su agapi y no me venga con tus mierdas.
—¿Las mías? —le di un empujón amistoso—. Si yo soy feliz como estoy y ya sabes cómo es esto, es simplemente un acuerdo nada más.
—Cierto. Así es. ¿Crees que algún día la élite te dé la libertad de escoger a tu esposa sin que nuestros padres se tengan que meter? —Lui estaba con los brazos cruzados, tomando su café espresso. No sé cómo puede tomarse esa cosa tan fuerte sin sufrir un ataque cardiaco.
—Puede que sí. Imagino que será el día que cambiemos mentalidades —estaba seguro de que algún día pasaría, no estaba seguro de que pasara en esta época.
—Yo pienso que algún maldito rebelde se va a rebelar y todo quedará en el pasado. Ese día será la muerte del linaje elitista. Espero que no seas tú —afirmó mi amigo. Levanté la ceja, viendo su nuevo estilo me hacía sufrir. Al menos una parte interna mía sabía que todo estaba pasando muy rápido.
—Iré contigo a la próxima cita al doctor —quería cambiar de tema, sabía que Abbi volvería a surgir si seguíamos en esa línea y no quería hablar de ella, no ahora, no con él.
Regresé a casa a eso de las siete de la noche, justo para bañarme y bajar a cenar. La noche se hacía eterna esperando a que Abbi se acordase de su prometido o que Ames se decidiera a hablarme. Lo bueno es que tenía mis distractores, esas chicas que se pasaban escribiéndome como locas esperando un poco de atención de mi parte, esas que creían que podían conquistarme antes de casarme.
¿Lo malo?
Ninguna me interesaba, ninguna me interesó. Había besado a un par de chicas, pero no a tantas como el resto de mis amigos. A Lui ni lo menciono en esto, él de verdad que había decidido que iba a aprovechar su tiempo y lo hizo muy bien hasta el momento, lo único que no me gustaba era que pusiera los ojos en mi futura esposa.
Mamá se sentó a la mesa excusando a papá, las sesiones con los viejos siempre eran así. Se juntaban a tomar brandi y a meditar acerca de cómo cambiar el mundo. Mi padre era buen político, apasionado y esperaba algún día ser como él.
—William —dijo mamá empezando a partir la carne que comeríamos de cena—, la otra semana tienes que ir a trabajo social, no lo olvides esta vez. Te lo suplico.
—Nop, ya lo apunté en mi agenda.
Paul soltó una carcajada.
—Ahora solo reza que la abra antes del día.
Entrecerré los ojos. Claro que iba a abrirla, tenía varias cosas que hacer sin mencionar mis tareas. Como diría Charles Dickens: «El hombre no sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta», y yo tenía planes de intentar cambiar muchas cosas en estos días.