Solo un beso
Abbi
Pasó una larga semana en la que tuve que fingir que mi mundo estaba bien, tenía veinte años y nada tenía sentido. Mis equivalencias de la universidad, finalmente, habían llegado por lo que mi especialidad en Filosofía sería cuestión de un año. No era tanto.
Esta semana me la pasé en trámites sacando mi licencia a pesar de que nunca iba a manejar, el chofer siempre nos llevaba a todos lados, de vez en cuando quería mi libertad por lo que no me importaba recibir las clases todas las mañanas. También tenía clases de Español, el francés lo dominaba a la perfección, pero el español comencé a aprenderlo en Washington y jamás logré terminarlo. Mauri, mi amigo americano, era mitad mexicano, fue el que me obligó a las clases de Español para empezar a saborear lo perfecto del sabor latino, al menos eso decía él.
Por las noches asistimos a muchas veladas como era costumbre, es como si no tuviéramos nada que hacer, siempre estábamos en eventos de caridad, cumpleaños de alguna persona importante, presentaciones a la sociedad para aquellas niñas de quince años. Todos los eventos solían ser aburridos, pero los fines de semana se salían normalmente de control, siempre alguien tenía fiesta nocturna en el jardín.
Según los rumores, William se la pasaba saliendo con todas las mujeres que podía. Él me habló de reputación y estaba peor que Lui. ¿Se supone que debería enojarme? No lo sé, no quería quedar como la pobre Abbi a la que su agapi no la tomaba en serio, o no la respetaba. Eso era común en este mundo, pero por alguna extraña razón esperaba algo distinto para mi vida.
En la primera fiesta que nos encontramos, Lui había cambiado totalmente de estilo. Se había rapado su hermoso cabello. En un principio me pareció raro, ya que no era del tipo de chica que veía atractivo en las cabezas sin pelo, pero en él resultaba agradable. También había bajado de peso o de músculo. Ha de ser por los estudios, últimamente menciona que tenía demasiado.
Me envolví en la sábana viendo la lluvia matutina caer con lentitud, Mary y Mauri estaban algo molestos por la lluvia. Llegaron ayer y la pasamos hablando toda la noche. Ash no estaba contenta de tenerlos, seguía pensando en qué diría la sociedad de ellos. Me preguntó qué será de sus amigas en Washington.
Hoy en la noche teníamos una fiesta en la casa social de los alpha, una casa donde varios estudiantes de último año vivían, era un edificio grande, moderno con un jardín espectacular en el que se daban las fiestas. Seguramente la paso mejor con ellos dos que con todo el resto de personas. No podía esperar a mostrarles a William, no los había dejado ver ni una fotografía, tampoco tenía ni una en redes. Es más, no tenía ni una foto desde que regresé.
—¿Cuándo dejará de llover? —preguntó mi amiga viendo el diluvio.
—En poco tiempo. No tarda tanto. Así es en las mañanas.
Soltó un soplido concentrándose una vez más en el exterior. Era una cosa hermosa. Me encantaba la lluvia, me gustaba ver cómo caen las gotas rebotando en el suelo, cómo salpican todo el asfalto. Sonreí al ver lo relajada que me sentía. No estaba atormentada por William, no estaba pensando en que nunca sería suficiente para él. Era solo yo. Nadie más que dominara mis pensamientos.
—¿Qué piensas hacer, cariño? —Mau estaba viéndome fijamente.
—No lo sé, no quiero darme por vencida. Él es simplemente… Ammm, diferente.
—No es diferente —dijo Mary frustrada de su poco baño de sol—, todos son iguales, solamente te trató bien una temporada. No sabes si sigue siendo el mismo tío que hace unos años. Quizá ya no es…
—Ni me lo digas —me tapé los oídos sabiendo que algo así era. Él no era la gran cosa, no había cambiado tanto, pero tampoco era el niño que una vez fue. Aquel que me hablaba cuando nadie lo hacía, que se escondía para decirme cosas lindas. Cosas que me hacían sentir especial. Recordé cómo había sido mi primer beso, no sé si podía llamar beso a ese topón de labios, pero me había encantado.
—Fue el primero y me gustaría que fuera el último. Solo digo.
Era un secreto que él y yo habíamos mantenido. Uno que nadie sabía. Mi primer beso había sido Will, cuando teníamos once años. Bueno, él tenía doce. Fue el mejor momento de mi vida. Un beso rápido, en el que nuestros labios se tocaron. En ese momento él dijo que era la primera también. ¿Habrá sido cierto?
—Es solo un beso pequeño, no tienes que asustarte —lo decía tan serio que incluso yo me lo creía—. Mamá le da de este tipo a papá todo el tiempo.
—Tengo miedo —me tapé la boca para que no se acercara tanto.
—¿Tienes miedo de mí? No seas gallina, pequeña. Déjame darte un beso. Lo he visto en todas las películas, sé cómo se hace esto.
—Deja de decirme pequeña —me crucé de brazos—. No soy ninguna pequeña.
William sonrió de manera muy amplia, una que me gustaba muchísimo. Una cara de niño que siempre conservó. Una de las razones por las que aún me gustaba. Los baby face eran totalmente mi gusto.
—Eres la más pequeña de la clase y del grupo. Además, me gusta verte como si necesitaras mi protección.
—No soy del grupo —dije ruborizándome debajo de la mesa donde nos escondíamos.
—De nuestro grupo sí. Tuyo y mío. Solo los dos, no necesitamos a nadie más. Somos tú y yo contra el mundo.
Como si nada me dejé guiar. Me acerqué más exponiendo mis labios a él. Tomándome de la cara apretó sus labios contra los míos. Fue unos instantes, pero bastaron para hacerme soñar para toda la vida.
Duró unos segundos la felicidad. En cuanto todos regresaron a la clase después del recreo. Le preguntaron a Will lo mismo de siempre. «¿Dónde estabas?». «Te perdiste la caída de Josh». «Ni sabes qué pasó» y él siempre respondía lo mismo.
—Estaba leyendo un libro, está muy bueno. Lo siento. Mañana será.
Frente a todos, seguía siendo la misma idiota que estaba enamorada de William y él me ignoraba. Jalándome el pelo, tirándome papeles con saliva y haciéndome sentir la peor basura del mundo. No entendía por qué tenía que ser tan lindo cuando nadie nos veía y una mierda cuando estaba con todos.
—Ahí está la bruja —gritó André, uno de los alpha junior.
—Sí, fea —lo acompañó Lui—. Vamos Will, dile algo. Hazla desear nunca haber nacido.
Lo vi pelear contra las palabras. Me miraba a mí y miraba a sus amigos. No quería que dijera nada, no cuando acababa de besarme. No cuando le entregué mi alma. Era mi amigo. No podía hacerme sentir tan mal. Suspiré esperando lo peor.
—¿Para qué tengo que decirle algo? No vale la pena, ¿o sí? Gente como ella no vale nada, son rechazadas —mis ojos se llenaron de lágrimas y recé en silencio por no llorar frente a ellos—. Nadie te va a querer nunca, Abbi. Nunca.
—Sí, exacto fea. Nunca nadie. ¿Escuchaste?
Los tres se echaron a reír al tiempo que corría a esconderme. Era demasiado tarde, habían visto mis lágrimas y cuanto más corría, más me dolía. Ellos seguían gritando cosas como «¿Vas a llorar?», «eres una llorona, Abigail». Sabía que Will no gritaba. Pero sus palabras ya habían quedado en mi alma. «Nadie te va a querer» y hasta el momento nadie lo había hecho.
El doloroso recuerdo fue interrumpido por tres golpes en la puerta de la sala, la puerta estaba abierta por lo que solo estaban llamando mi atención. Los tres nos giramos para ver a William en la entrada. Estaba vestido con su típica camisa Polo blanca, la chaqueta Ralph Lauren que tanto me gustaba y los vaqueros que se ajustaban a su cuerpo a la perfección.
—¿Interrumpo? —preguntó.
—¡William! —el dolor se intensificó a pesar de que el tiempo pasaba, me seguía doliendo muy en lo profundo de mi alma. ¿Qué simplemente no podía superarlo?—. ¿Qué haces aquí?
—¿William? ¡Jesús, Abbi! —exclamó Mau—. ¿Ese tío es tu prometido?
—Vaya, vaya…, pero si es una delicia.
Mis amigos estaban con la boca abierta viéndolo de arriba abajo. Se disculpó con mis amigos presentándose formalmente. Apretó la mano de todos saludando de manera cordial. Incluso le dio dos besos en la mejilla a Mary. Era extraño verlos juntos. Eran dos mundos en un solo lugar. Con otra leve disculpa, me pidió que fuéramos a un lugar privado. No pensé en ningún lugar más privado que la casita del árbol. Mi pequeño apartamentito dentro del bosque del jardín. Era lindo. Incluso tenía un río artificial que papá había mandado hacer para nosotras.
—Lindo lugar —entró a la casita observando que no era una casita de árbol tradicional. Realmente era grande, incluso la pequeña nevera funcionaba. Le ofrecí algo de tomar de las escasas cosas que teníamos. Destapé un agua de naranja sirviéndola en uno de los vasos de vidrio. Me serví su mitad sentándome en la cama. Era una cama grande, de pequeña la usábamos con mi hermana. Nunca pasamos la noche ahí por miedo, pero cuando besé a William —la primera vez— sí que dormí aquí. Nadie podría escucharme llorar de ese modo.
—No dejo de pensar en ti, en mí, en todo esto —William apenas si podría verme a la cara.
—No hay nada que pensar, Will.
—Hay mucho que pensar, pequeña. Los dos sabemos que no está bien esto y no podemos seguir ignorando que las cosas están perfectas.
—Will, solo no…
—No contestes, solo quiero que lo pienses —sus ojos azules me miraban con tanta profundidad que sentí cómo se llevaba con él una parte de mi alma.
—Está bien —susurré.
—Paso por ti más tarde para ir a la fiesta, ¿está bien?
Me negué explicando que nos irían a dejar. A Will pareció sorprenderle que Mau y Mary fueran a ir. Claro que estaba sorprendido. No eran ni famosos, ni de la élite. Eran unos simples mortales. Discutimos una media hora acerca de esto y al final paré perdiendo. Will vendría por nosotros a las nueve de la noche. Suspirando se puso de pie al mismo tiempo que yo. Estaba a punto de salir por la puerta cuando me tomó de la muñeca, acercándome más a él.
Como si las palabras no existieran, nuestros cuerpos se conectaron. Lo quería y lo quería ya. Besarlo hasta perder el conocimiento, hasta que mi respiración fallara. Soltando un suspiro lo vi reaccionar. Tomó mi cara en sus manos, se inclinó con decisión a mis labios y me besó. No como esos besos de once años, no como los besos que no deseabas. Me besó con pasión, lujuria, deseo.
—¿Qué estás haciendo conmigo, pequeña?
Aún con sus labios contra los míos susurré.
—No me llames pequeña —quise contener la risa al tiempo que mordía su labio inferior. Mis manos estaban sosteniendo sus brazos a mi alrededor. ¡Dios! Lo deseaba tanto. Quería quitarle la camisa, besarlo por todas partes. William se alejó para verme.
—Siempre serás mi pequeña, mía. De nadie más, ¿está claro?
Asentí con la cabeza incapaz de hablar. William me empujó con fuerza a la cama que estaba detrás de mí. Cayendo al colchón de agua, se colocó a horcajadas en mis piernas. Podía sentir su deseo, su excitación, contra mi estómago. Tomando posesión de sus labios, me perdí en el beso. Enredaba mis dedos en su cabello mientras él tocaba mi abdomen, pidiendo más, arqueé la espalda invitándolo a tomar mi cuerpo. Él lo captó, envolviéndome en él. Esto era mejor que cualquier chocolate. Su camisa fue lo primero en desaparecer. Su cuerpo totalmente marcado me recordó que William se ejercitaba. Al momento que mi blusa voló, sentí vergüenza. No era bonita para andar enseñando mi cuerpo. Es verdad que me había fajado las tripas, bajado de peso y marcado el abdomen para este día.
Tomando mis pechos en sus manos, lo sentí temblar. ¿Por qué temblaba? Es como si nunca en su vida hubiera hecho esto. Tomé su pantalón quitando el botón. Tenía curiosidad, quería verlo en toda su gloria. Sus manos apretaron las mías deteniéndome por completo.
—No estamos listos, lo siento.
—No, no lo estamos —estuve de acuerdo. En realidad, solo podía pensar en que le había dado asco o algo por el estilo. No había otra explicación porque no quisiera tomarme por completo.
—Te deseo. ¿Lo sabes verdad?
Negué con la cabeza sentándome en la cama. Los ojos me ardían por una sensación de nudo en la garganta. No creía que nadie me deseara. Era fea y nadie iba a quererme. Ese era mi destino, o el destino que él y sus amigos me habían hecho creer durante toda mi vida. Las sesiones con la psicóloga ayudaron, pero mi seguridad nunca regresó a ser la misma.
—No lo sabes —afirmó tomando mi barbilla para que lo viera. De seguro ve mis intenciones de llorar—. Siempre te quise, nunca pienses que no lo hice. Solo quería aclararlo. Ahora, Lui te necesita. Te quiere, te desea y yo estoy dispuesto a dejarte ir un tiempo, en el que él mejore. Digamos que últimamente está… inestable.
Asentí con la cabeza no sabiendo exactamente qué decir. ¿A qué diablos se refería con inestable? Sabía que estaba loco, pero no a qué extremo. En eso pensé, él estaba dispuesto a jugársela feo a su mejor amigo con tal de ayudar a una chica a la que había molestado toda su puta vida. Definitivamente estaba loco.
—Tengo ganas de… Ya sabes de…
—¿Tener sexo? —pregunté tapándome la boca para no reír a carcajadas.
—¡Qué directa! —exclamó riendo. Claro que era directa. Después de todo, había crecido cerca de Mary, y ella era una auténtica patana.
—Creo que será mejor regresar.
Quizá después de todo sí me parecía a mi hermana. Un beso de William y me volvía sumisa ante él.
Colocándome la blusa y el suéter, vi cómo Will se colocaba su camisa y chaqueta. Amarró sus zapatos, tomó mi mano y regresamos. Con un beso doble en la mejilla, desapareció en su deportivo. Aún en las nubes, regresé a donde Mau y Mary estaban. Mi querida amiga de cabello café negó con la cabeza antes de decir.
—Ese hombre es igual a tu hermana, ¿lo sabías no?
Me quedé como la piedra, en verdad eran muy parecidos. Los dos rubios, blancos, de ojos azul cielo. La boca como si la hubieran dibujado y una nariz respingada. Negué con la cabeza, me negaba a compararlos, eso sería asqueroso. Además, William era un adonis. Un dios de dioses. Regresando a la plática, dejamos de lado el parecido de Ash y Will. Les conté que él nos llevaría a la fiesta y omití decir cualquier cosa acerca de William sin camisa. No quería que los dos pararan excitados.