Un nuevo comienzo

Abbi

Me negaba a bajar, ni loca. No sé cómo mi hermana tenía que ser una bocona y contarle a mis padres todo lo sucedido. ¿Lo peor? Dijo que las cosas estaban muy mal entre William y yo. Como resultado de su bocaza tendré que soportar una charla entre familias para buscar una solución a los problemas de William y míos. Las dos familias no estaban para romper el compromiso, esta unión era muy importante para ellos.

Si Paul no fuera tres años mayor que Ash, ellos hubieran sido los dos que se comprometieran y no William y yo. Esto estaba muy mal. Más porque ahora debía hablar con mis futuros suegros y mis padres acerca de nuestro débil futuro.

Cola alta, sudadero, vaqueros ajustados, lentes de lectura. Cualquiera diría que era la persona menos indicada para ser parte de la élite, ya que todos dentro estaban impecables. Como si fuera un desayuno real.

Ajustándome mi sudadero, observé a las dos familias. Lo primero que captó mi atención fue la mirada de William, perdida en la mesa de café. Tenía un golpe en la mejilla, color morado e hinchado. Dudaba que la señora Hamilton se lo hubiera hecho. Era imposible. Quizá había caído en una pelea. Eso tenía que ser.

—Abigail —dijo el señor Hamilton poniéndose de pie. El resto de personas lo siguieron como dictaba el maldito protocolo.

—¡Dios mío, Abigail! ¿Qué es lo que te has puesto? —preguntó mi madre—. ¡Qué vergüenza!

Mi madre negaba con la cabeza exaltada, mi padre me dio una mirada graciosa que me hizo pensar que tendría su soporte si lo necesitaba. No era tan malo como aparentaba, solo le gustaba cuidar su reputación política.

—¿Qué esperabas de ella? —interrumpió mi hermana—. Es Abbi. ¡Por el amor de Dios! No esperes algo bueno cuando viene de ella.

—Creo que ya es suficiente —la voz de Will llenó todo el lugar—. A pesar de que son su familia, no tienen el derecho de hablar de ese modo de mi prometida, ¿queda claro?

Un silencio creció en la sala de estar, ¿escuché bien? William me estaba defendiendo de Ash y mi madre. ¡Vaya, eso sí era extraño! Le di una sonrisa sintiendo que mis mejillas se cambiaban a un carmesí intenso. Esto era más vergonzoso que cargar un sudadero de «Amo Londres».

La discusión acerca de cómo no lográbamos encajar con William se hizo en toda la habitación. Mi padre sugirió que repensáramos la unión. Mi madre y el padre de William estallaron con el «IMPOSIBLE», no iban a ceder que William y yo no estábamos hechos el uno para el otro. En cuanto la discusión estalló todo se tornó o blanco o negro, sin puntos medios.

Era extraño ver a dos progenitores de distintos bandos estar tan conectados. Por otro lado, mi padre y la señora Hamilton escuchaban cómo intentaban buscar una solución. Mi mirada se cruzó con la de William, me dio una sonrisa tierna, las cosas no estaban tan mal entre nosotros. Señalé su ojo preguntando sin palabras qué le había pasado. William me guiñó el ojo murmurando un «todo está bien, pequeña», me encogí de hombros distraída en sus ojos azul cielo. Eran hermosos. Él era hermoso.

No podíamos estar enojados todo el tiempo. Antes, cuando nadie sabía de nuestra amistad, no teníamos ni un problema. Nos contábamos todo, incluso teníamos una excelente relación. Una muy buena.

—Bueno, está decidido —declaró el señor Hamilton—. Abbi se irá con William.

Levanté la cabeza para ver qué diablos estaba diciendo. ¿Escuché bien? ¿Ir a dónde? Me quedé observando a mi padre suspirar antes que mamá se emocionara como loca. Ni de loca me iría a pasar el día con ellos, o al menos eso entendí. ¡Mierda! Debí poner atención cuando hablaban.

—¿Qué? —William preguntó desorientado. Al parecer no era la única distraída.

—Abigail se mudará a tu apartamento, William.

William se echó a reír escandalosamente negando con la cabeza. Su risa era tan contagiosa que me la pegó. En segundos los dos estábamos doblándonos de la risa. Sin entender bien a qué diablos se referían con ir a vivir. Yo señalaba a William haciendo comentarios sarcásticos poco entendibles y él contrastaba de la misma manera. Lo peor es que los dos nos entendíamos a la perfección.

—Papá, no tengo apartamento. Incluso no viví en la casa de los alpha por una razón, y esa es por las distracciones que hay dentro. Es como un loco lugar para universitarios y yo estoy por salir de la universidad —señalé a Paul—. Él se fue de casa hace tres años, dos años más grande de los que yo tengo.

William se estaba justificando y podía verlo.

—No me quejo. Es decir… Vivir solo ha de ser bonito, pero —me señaló— no creo estar preparado para formar una familia tan rápido.

—Eso, William —dijo su padre viéndose todopoderoso—, lo hubieras pensado antes. No estamos diciendo que formen una familia. Eso ni loco. Aún falta terminar la universidad y todo tiene el mismo proceso y ese protocolo lo van a respetar, por algo hay reglas.

—Entonces, por qué no cumplen con ellas —dije negándome—. Vamos a trabajar en esto, pero no quiero irme de casa.

—¡Dios mío! —dijo Ash cruzándose de brazos—. Abbi va a parar embarazada antes de tiempo si hacen eso.

—Vete a la mierda, Ash —me tapé la boca dándome cuenta de mi error. No tenía que faltarle el respeto a toda la sala por las estupideces de mi hermana.

—¡Abigail Sheperd! —grito mamá—. Yo no te di la mejor educación para que vengas a hablar como cualquiera. Te di buenos valores y vienes con eso. Con esa boca que no te puedo perdonar. Qué barbaridad.

—¡Dios mío! —susurró la madre de William.

Todas estaban actuando como si hubiera anunciado que era una prostituta y que su hijo me pagaba por sexo o algo por el estilo. Puse los ojos en blanco provocando que ahora fuera papá el que llamara al orden. William estaba conteniendo la risa de toda la situación, le entrecerré los ojos, viéndolo fijamente con un «te odio» en la mirada.

—Vamos, mi pequeña vulgar, recuerda que cuando tengamos nuestro apartamento haremos concurso de quién suelta más palabras vulgares en menos tiempo.

—¡El mejor insulto gana! —grité emocionada.

Nuestros padres nos veían muy extrañados. Negando y quizá mentalmente arrepintiéndose de la unión que acababan de hacer. Tomé la mano de William, sonriendo. Quizá esto no iba a estar tan malo.

—Después dicen que las cosas no van a funcionar en ellos —papá seguía negándose a la decisión que habían tomado, pero era mi madre la de la última palabra.

—No puedo irme aún —dije pensando en Mary—. Tengo a mi amiga y no se va hasta dentro de dos días.

—¿Dónde está? No la vi llegar a casa contigo anoche —dijo mi madre con la mirada preocupada.

—Debe de seguir con Lui Montgomery, si Abbi no para con la panza de seguro su amiga sí.

—Cuida la boca, Ash —William le dio una mirada matadora—. No tengo que recordar quién empezó el rumor que tú y yo nos habíamos acostado, no tengo que decírselo a Connor y volver a desfigurar su cara, ¿o sí? Sería bueno que en lugar de estar donde no eres bienvenida a hablar, estés cuidando de su nariz rota.

—Eres un… Un…

—¡Ashley! —interrumpió mi madre, seguro sabía que mi hermana estaba a punto de soltar un par de patanadas.

—Vamos, pequeña. Trae tus cosas y las de Mary. Ya estoy cansado de este circo y quiero irme a casa —tomándome de la mano, me ayudó a salir de la habitación.

Ahora entendía un poco más del ojo morado de William. Tomaré el consejo que él le dio a mi hermana y le cuidaré el ojo morado. No es que me fascine la idea de vivir con William, menos en la casa de sus padres. Tenerlo cerca sería muy reconfortante y bastante increíble. La verdad es que me entusiasmaba la idea de verlo antes de irme a dormir y al despertar.

Guardé parte de mi ropa en una maleta bastante grande. Mis cosméticos de viaje, zapatos y accesorios. No llevaba muchas cosas, no es como si fuera a durar en esa casa. Además, no vivíamos lejos. Si mucho, eran cinco minutos en carro.

Dos horas después y muy poca plática, estábamos saliendo de casa junto a Mary y Lui que nos ayudaban con las maletas. William observaba a Lui cómo reía, besaba y abrazaba a mi amiga. Realmente envidiaba eso. ¿Por qué no podíamos ser así de felices? Toqué mi cuello sintiendo el corazón que Will me dio el día que nos comprometimos. No me lo había quitado, tampoco pretendía hacerlo. Su lugar era cerca de mi corazón sin importar qué.

 

 

William

Me senté en la cama viendo la lámpara de araña antigua que colgaba de mi techo. Hace una hora que dejé a Abbi y a Mary en la habitación de huéspedes. No dijo mucho en el camino, en cambio, Lui no dejaba de susurrar mierdas en el oído de la americana. Diría que era algo tierno, pero la verdad, me daba asco. Era demasiada miel para venir de Lui. Me senté para tomar un poco del chocolate caliente que habíamos pedido. Estaba delicioso, dulce y espumoso. Tal y como nos gustaba.

Lui estaba sentado viendo a la ventana. Estaba lloviendo como era costumbre. Agradecía tanto no ser de esos locos que odiaba la lluvia, razón por la que no me molestaba vivir en este lugar. Julio, se supone que julio es mes de calor y no de lluvia.

—¿Entonces? —pregunté a Lui—. Dos días más para disfrutar a Mary, después, ¿regresarás con Abbi?

Necesitaba preguntarlo, no quería regresar a las discusiones y cederle el espacio a mi amigo. Suficiente había tenido peleándome con Connor por una estúpida mentira de Ash. Sin mencionar la cantidad de porquerías que dijo Lessa. Esa mujer era imposible. Me estaba arrepintiendo de mis palabras, pensé que las gemelas y Abbi eran lo peor, pero me equivocaba. Lo peor de lo peor era Lessa.

—No, para nada. Nunca tuve la oportunidad de hablarte de eso, pero… Bueno, sabemos que Abbi te pertenece desde años atrás, Will. Todos lo sabíamos, ¿crees que no los veíamos en los recesos bajo la mesa? Siempre la quisiste. ¿Por qué no simplemente lo admites y empiezas a vivir tu maldita vida?

—¿Bajo la mesa? —quizá si mentía nadie creería que era verdad—. No sé de qué hablas.

—Sí, claro. Sigue negándolo, pero soy tu maldito mejor amigo y sé perfectamente que la… —se quedó callado unos minutos. Me giré para verlo con la mano en la boca, corriendo en dirección al baño. Fui detrás de él, sabía lo que estaba pasando. ¡Mierda! No otra vez, por favor, no otra vez.

—Vamos, tranquilo, sácalo todo —dije sobando su espalda. Estaba pálido como el papel.

—¡Pero qué mierda! Pásame el papel, hermano, antes de que me manche todo.

Desenrollé un poco de papel higiénico y se lo di para que limpiara su boca. Lo observé a los ojos, los tenía llorosos. No sabía si era por la presión al vomitar, o porque odiaba estar así, sintiéndose débil. Estaba seguro de que era la segunda opción. Esto era demasiado duro. Me senté a su lado conteniendo el nudo que se formaba en mi garganta.

—Dime una cosa, Will —estaba sudando, temblando y con los ojos perdidos—. ¿Por qué le temes tanto a ser feliz? Abbi podría sorprenderte si le dieras la oportunidad. ¿Cuál es el miedo?

No dije nada. No respondí. Mi miedo era ser como mi padre, sencillo como eso. Tenía miedo de tener que casarme con alguien a quien no amaba y vivir esa vida miserable. Muchas veces me sentía como si mi complemento fuera Abbi, como si no pudiera respirar si no la tenía al lado. En otras ocasiones, sentía que mi vida dependía de Ameli. Casi nunca lo pensaba, pero cada vez que ella mandaba un mensaje mi mundo caía en picada al suelo. Esto es tan difícil explicar.

—Como quieras. No me respondas nada, solo piénsalo. Eso sí —me señaló—. Si le dices a mi madre que volví a sacar el estómago por la boca te mato. De ese modo nadie va a vivir por el otro. ¿Está claro?

—No digas cosas como esas, sabes que es un límite que no voy a permitir que rompas.

—Son las medicinas, son demasiado fuertes, pero ya pronto estaré bien. No voy a abandonarte y lo sabes Will, te va a tocar aguantarme un largo tiempo. ¿Entendiste?

¿Entenderlo? No. Jamás entendería cómo alguien tan fuerte como era Lui estaba siendo acabado por una enfermedad que no podíamos parar. Muchas veces pensaba que Lui era el que necesitaba de mí cuando en realidad yo era él que necesitaba de él. Era mi otro hermano, la persona más apegada a mí. No podía perderlo.

Pasó una semana, una larga semana. Los siguientes dos días en los que Abbi se quedó en casa fueron raros, Lui no salía de la mansión Hamilton porque aquí es donde estaba Mary. Cada vez lo veía más entusiasmado con ella. No le duró mucho la emoción, ya que ella abandonó el país hace cuatro días. Pensé que iba a tener que consolar a Lui por su partida, pero no. Él estaba como si nada hubiera pasado.

—La disfruté lo que tuve que disfrutarla, ya se acabó, por lo que no voy a romperme la cara por esto. Sabíamos que era algo… temporal —decía Lui.

Le creía cada palabra, no podía enamorarse de la noche a la mañana de una mortal, si no lo había logrado ninguna de la élite, menos ella. Suspiré viendo la televisión. A mi lado estaba Abbi, dormida como un angelito. Se veía tierna.

Decidimos hacer un trato en estos días, pasaríamos tiempo como amigos, nada más que amigos. En los que intentaríamos formar un vínculo. Lui insistía en que estábamos conectados, yo insistía en que no era cierto. Es imposible hacer un lazo cuando lo único que se hace es pelear, es absurdo.

Toda esta semana la pasamos como dos extraños, apenas si hablábamos y cuando lo hacíamos solo discutíamos sobre el color de los muebles, la distribución en las habitaciones del apartamento, el color de las paredes y la mujer se negaba a dejarme tener un puto cuarto de juegos.

¿Qué tanto le costaba?

De ese modo no la molestaría tanto. Me la pasaría ahí metido sin que nos tuviéramos que ver, era así de sencillo. El cariño y las ganas de estar juntos eran inevitables, pero cada vez las peleas eran más fuertes. No iban a parar, nunca íbamos a ceder. Esto se estaba volviendo eterno. ¿Cómo iba a admitir que la quería? Si cada vez que intentábamos entablar una conversación alguno decía un comentario sarcástico, una broma o algún mal comentario y todo se desmoronaba.

Una mañana incluso había sugerido salir a caminar, estaba lloviendo y Abbi se negaba a tomar una sombrilla para no mojarse. Le dije que si se mojaba se podría saltar la ducha. Siguió negándose hasta que me cansé de sus quejas.

—Sí, bueno. Tampoco eres de azúcar Abbi. Levanta tu culo del sillón y ven a caminar conmigo. ¿O acaso te pesa tanto el culo que no puedes pararte del sillón?

La vi fruncir el ceño y supe que no me había captado la broma.

—Sabes qué, Will —dijo poniéndose de pie—. Quizá lo único que no quiero es caminar al lado tuyo, si quieres salir a dar una vuelta al puto jardín, pues sal a dar un paseo. Solo no me estés molestando la existencia. Y sí, mi culo es demasiado pesado para salir —se levantó caminando de regreso a su habitación. Mi instinto masculino reaccionó antes que mi parte racional. Tomándola de la cintura la levanté en mi hombro. Salí corriendo de la casa directo a la lluvia.

Las gotas de lluvia nos mojaban exageradamente. Abbi gritaba mi nombre y reía al mismo tiempo, no estaba molesta por estar bajo la lluvia, lo estaba disfrutando. Mi otra parte no racional hizo que le pegara una pequeña nalgada. Dejé mi mano más de lo necesario en la curva de su trasero, uno perfecto y redondo que quería tocar todo el tiempo. Caminé a la fuente antigua que estaba en medio del jardín. Subiéndome a la orilla respiré antes de dejarnos caer dentro espantando todos los peces naranjas que estaban dentro.

No dejábamos de reír por el arrebato, me acerqué a ella tomándole la cara completamente mojada. Me acerqué a sus labios y sin pensarlo, la besé. Por arte de magia, Abbi respondió al beso, profundizándolo, haciéndolo real. Eso fue tres días atrás, desde entonces no había vuelto a besarla y eso me estaba volviendo loco.

Abbi se removió en mi cama. Mañana sería el gran día que nos mudaríamos al apartamento. Para la maldita suerte, era en el edificio de la élite. Todas las parejas pasan por una etapa de convivencia, antes de casarse y poder tomar un grado político. Se supone que eso pasa cuando estás a punto de dar el paso mayor, no cuando estabas teniendo todos los malditos problemas de NO SOPORTAR A TU PROMETIDA. Ahora iba a tener que vivir con ella. ¡Qué pesadilla! Vivir con una mujer. ¡UNA MUJER! Esto sería largo, muy largo.

—Me voy —dijo Abbi levantándose rascándose los ojos—. Es tarde y mañana aún tengo que pasar a casa por las últimas cosas.

Se inclinó dándome un beso en los labios, uno rápido. Abbi abrió mucho los ojos dándose cuenta de lo que estaba haciendo. Claro, Abbi, eso pasa cuando estás dormida. Se pone tierna y dulce.

—Ay, mierda. Lo siento, no quería… Ammm, bueno no estaba pensando.

—¿Qué pasa, pequeña, no admites que me deseas? Vamos, no tienes que hacerte la dormida para que te bese, solo tienes que pedirlo —dije con un tono de burla en la voz. Sí, claro, estábamos a punto de caer en las bromas.

—Vete a la mierda, Will. No estoy de humor para tus cosas —se puso de pie bajándose la playera que cargaba de pijama. Un día le pondría seda. Si iba a tener que dormir con ella. Al menos esperaba a que fuera más fina que una playera de algodón.