Nuestras reglas
Abbi
Me estaba muriendo del hambre. Lo peor era saber que aún faltaba una hora para que sirvieran el desayuno en la mansión Hamilton. ¡Maldito protocolo! De verdad que necesitaba alimentar al animal que tenía dentro del estómago antes de que saliera a gritar por todos lados. Me sostuve el vientre para amortiguar los ruidos. Mala idea haberme quedado dormida sin cenar. Si estuviera en casa, de seguro hubiera comido a la hora que quería, o bajado a ver qué había en la refrigeradora. Aquí me daba mucha pena andar por todos lados. Las cosas eran mucho más serias que en casa, más sirvientes, mucha elegancia en cada esquina. Me removí como loca en la cama desesperada por esta forma de vida. La detestaba, quería irme a casa.
Mi habitación era bonita, con una cama bastante grande y cómoda, sillones cerca de la ventana que daba a la entrada, techos altos como en toda la casa. Un baño justo enfrente con una bañera en la que podías nadar. El guardarropa era pequeño en comparación con todo lo demás, pero tampoco era necesario algo grande, las personas que dormían en esta habitación eran visitas nada más.
La puerta se abrió. Estaba esperando ver a la mucama que entraba todas las mañanas con un té y mi ropa del día. Todas las noches escogíamos mi ropa para que ellas en la mañana la tuvieran planchada y lista para el día. Eso no lo tenía en casa, de ser así jamás me hubieran dejado bajar con sudadera y vaqueros. La señora Hamilton exigía mejor ropa, incluso para el desayuno. Esta casa era mucho más estricta que la mía.
Para mi sorpresa era Will, con su pantalón de pijama y una camiseta sin mangas que marcaba sus brazos. No tenía un cuerpo de campeonato, ni era el típico chico de revista, era simplemente Will. Con su cabello rubio, sus ojos azul cielo, sus mejillas ligeramente sonrojadas y esa sonrisa que provocaba que viajara a Venus de ida y vuelta. Era un sueño, mi sueño.
—Buenos días, pequeña. ¿Cómo amaneciste hoy? —acercándose con sus pantuflas negras. Eran algo graciosas, pero no iba a comentarlo. Ya estaba acostumbrándome a la idea de verlo en su ropa de cama todas las noches, pero casi nunca lo veía recién levantado. Sonreí de oreja a oreja. Era sexi.
—¿Qué haces aquí? —pregunté sentándome en la cama.
—Vine a que vieras mi cara de recién levantado, no quiero que te lleves la sorpresa de verme más sexi de lo normal —dijo con ironía. Solté una carcajada y me moví a un lado para que pudiera sentarse en la cama.
—Ni te acerques mucho que me ha de apestar la boca —dije haciendo una mueca. No había lavado mis dientes y el aroma matutino debería de ser una asquerosidad. William me explicó que para eso era esta visita, para acoplarnos a nuestra parte asquerosa. La verdad es que él no tenía nada de asqueroso en ese aspecto, me gustaba.
Tampoco me daba pena que me viera con el pelo alborotado. Eso al parecer era algo de lo que ya estaba acostumbrado. Cada noche que nos acostábamos a ver una película, me hacía un chongo alto y dejaba que la parte sexi en mí desapareciera.
—Aún no usamos el mismo baño —recalcó William—. Eso me aterra.
—Temes que tus pedos sean demasiado fuertes —le di una sonrisa.
—No, en realidad estaba pensando en los tuyos —me regresó la sonrisa y los dos reímos con tanta fuerza que en realidad me dolía el estómago.
Mi estómago rugió, William levantó una ceja interrogativa, pero no dijo nada. Estaba agradecida de que se quedara callado por primera vez en su vida.
—¿Por qué crees que peleamos tanto? —pregunté viendo la puerta del baño.
—No lo sé, Abbi. Me gustaría saberlo, todo sería más fácil si lo supiéramos.
Suspiré.
—Hace poco pensé en nuestro primer beso —admití.
—¿En serio? —Will se dio media vuelta para verme, tenía una pequeña sonrisa escondida en el rostro.
—Sí. Curioso que fueras tú al final.
William no contestó. No tenía que hacerlo cuando me observaba con esos ojos llenos de cariño. Recordé por algún estúpido bajón de recuerdos que William había estado en París recientemente. Nunca quise preguntarle, pero qué más da. Mi curiosidad no da para más.
Si había estado con Ameli me gustaría saberlo.
—¿Puedo preguntarte algo? —me apreté las manos sobre el regazo. Asintió con la cabeza y me armé de valor—. ¿Fuiste a París recientemente?
—No, no fue París. Estuvimos en Versalles con mi padre, asuntos políticos. Cree que va siendo hora de que me relacione más con el entorno. Tenemos que mejorar la relación con Francia, España, Italia y Grecia para subir económicamente. Aunque, como ya sabes, Grecia y España no son de mucha ayuda por ahora. Están quebrados.
—¿Paul fue con ustedes? —pregunté para conocer un poco más.
—¿Que nunca te enteras de nada? —William soltó una pequeña risita demasiado tierna.
—No. Al parecer nunca me entero de nada.
—Paul rechazó el título de mi padre al momento de heredar el título. Él está invirtiendo en una empresa de transportes. Paul estudió Administración, le va mejor eso. Yo soy el que mantiene el linaje Hamilton.
—El heredero —sonreí. Me gustaba muchísimo que fuera William el que heredara el título, ahora ya veo el gran interés que tenían mis padres.
—Así es. Somos linaje directo de la reina, alguien tenía que hacerlo y a mí me gusta.
—Cuéntame más —había olvidado incluso que tenía hambre. Escucharlo hablar con tanta pasión era lo mejor del mundo.
William se enfrascó en una plática política intensa. Cosas que desconocía que pasaban en el mundo. Explicó las fortalezas del país y cómo podían mejorar los índices de pobreza. Tocó temas de desnutrición en África y por alguna razón, terminó hablando de Latinoamérica y los problemas con su gente. Contaba sobre el proyecto al cual quería apoyar, uno acerca de incrementar la escolaridad en el mundo.
Sonreí escuchando cada palabra que salía de su boca. Nunca me imaginé esta parte de William, una que desconocía totalmente. Era un político nato y lo mejor, se lo disfrutaba.
—Así es como Colombia, Venezuela, Costa Rica, República Dominicana, Guatemala y México logran incrementar sus riquezas. Es sencillo cuando te lo planteas de ese modo. Cuanta más educación, más cultura, menos corrupción. Si la juventud no se involucra en el proceso electoral, no se llega a ningún lugar. El mundo, Abbi, el mundo está en las manos de gente joven. Tenemos que actuar.
Me gustaría decir que le estaba entendiendo todo lo que decía, pero la verdad es que, entre perderme en sus labios y sus ojos, era sencillo. Pudimos haber continuado hablando eternamente, teníamos tiempo de no hablar de este modo. Pero todo tenía que arruinarse por el animal que habita en mi estómago. Un ruido horrendo captó la mirada de Will que soltó una carcajada.
—¿Hambre? —preguntó cuando logró recuperar el habla.
—Lo siento, sí, bastante. No estoy muy acostumbrada al horario.
—¡Nah! Tranquila, pequeña. Desde hoy en la tarde, las reglas son nuestras.
Sonreí escuchando el «son nuestras». Claro que serían nuestras, sería nuestro lugar, nuestro y de nadie más. Me encogí de hombros cuando Will me tendió la mano para que saliéramos a la cocina. Sería el último desayuno con sus padres. No sé cómo se sentía él por este gran cambio, pero yo estaba saltando de la alegría. Nuevo comienzo, aquí vamos.
William
Abbi se estaba dando una ducha bastante larga en la bañera del cuarto principal. No le dije nada acerca de que era mi baño, ella lo sabía muy bien. Cuando discutimos acerca de las habitaciones, estaba dispuesto a dejarla estar en la principal. Fue ella la que cedió el lugar diciendo que el apartamento lo pagaban mis padres. No me quejé. La vista de esa habitación era tres veces mejor que la de los otros dos. La habitación de Abbi estaba cruzando el pasillo y la recamara de en medio era un estudio. El cual, yo quería que fuera un cuarto de juegos que nunca se concretó.
Terminé de preparar la ensalada, saqué la lasaña del horno y serví dos copas de vino tinto. La mamá de Abbi fue muy amable mandando esta lasaña, la verdad es que eso de cocinar no se me daba muy bien, imagino que a ella tampoco. Para que su madre nos mande cosas para cenar, debe de ser por algo. Preparé la mesa de una forma bonita que saqué en Pinterest, no teníamos todo lo que ponían ahí, pero esto funcionaría. Para el tiempo en que Abigail salió con su cabello mojado y la piel arrugada como una pasa, yo ya tenía toda la cena lista, incluso conecté el iPod para que los Darling Buds sonaran de fondo. Todo estaba perfecto.
—Bon appétit.
—¡Vaya! —exclamó Abbi—. No me lo puedo creer. Sabía que tenías tus habilidades culinarias escondidas debajo de la idiotez. No sabía que hacías lasaña como la de mi madre.
—Sarcástica —murmuré en lo bajo, aparté la silla para que se sentara del lado de su mesa. Definitivamente, ciertas cosas del protocolo las llevábamos en la sangre. A pesar de que ya no era necesario seguir todas las reglas, Abbi se sentó del lado derecho de la cabecera.
—¿No has visto a Lui? —preguntó Abbi. No podía contarle que tenía su tratamiento esta semana, sería contra el código del amigo o una cosa por el estilo. Por lo que decidí mentir.
—Sigue agotado por el juego de Monopolio.
—Sí, claro. Imagino que Mary ha de estar igual. Esos juegos de mesa han de ser bastante cansados —los dos decíamos «el juego de Lui y Mary» para no caer en la palabra fea «sexo de una semana».
—Bueno, pequeña, será un gusto jugar contigo —le di una sonrisa bastante seductora. Sus mejillas se ruborizaron y eso me encantaba más. Sabía la reacción que tenía en ella.
Serví la comida de Abbi y la mía. Me estaba comportando demasiado caballeroso, pero viendo la sonrisa que tenía en los labios, hacía que todo esto valiera la pena. Ella valía la pena. Nos perdimos en una conversación de gustos de comida. Teníamos algo más en común, la carne. Ella amaba comer carne al igual que yo. Eso era todo un plus.
Descubrí que amaba la bebida americana Dr. Pepper, la cual no había probado. Le gustaba comer chocolates y dulces ácidos. Yo insistí en el tema del pastel de chocolate. En verdad era lo único que amaba más que la lluvia. Una imagen de Abbi con pastel de chocolate vino una vez más a mi mente. En verdad quería untarle los pechos con Nutella. Sería increíble chupar sus pezones de ese modo.
—¿En qué piensas? —preguntó Abbi en un mal momento.
—¿Qué?
—Estás babeando todo tu labio inferior como si pensaras en algo, por eso pregunto, ¿en qué piensas?
Mis mejillas se pintaron de rojo, no iba a admitirle que estaba pensando en sexo. En ella sin blusa, con chocolate por todo su pecho. Santa mierda, esto era demasiado para mi sistema.
—En nada, nada que no pueda solucionar dentro de poco. Por cierto, necesitamos ir al supermercado, necesitamos Nutella —extendí mi sonrisa.
—¿Nutella? —preguntó muy seria.
—Sip, es chocolate. Se come, ¿lo sabías? —Abbi entrecerró los ojos moviendo su mano para hacerme callar. Amaba esta nueva etapa. Tenía un leve presentimiento que las cosas estarían mejor. Tenían que estarlo, al menos por ahora.
—Está muy rica la comida. Gracias —dijo Abbi colocando sus tenedores a lo largo del plato. La forma en que debían ponerse para que alguien más recogiera el plato.
—Aún no voy a recoger tu plato —advertí. A este paso me convierto en su cocinero y sirviente.
—No seas ridículo. Yo lavo los platos porque tú cocinaste.
—¿Me estás jodiendo la vida? —pregunté sorprendido. No por la lavada de platos. Simplemente estábamos teniendo una conversación civilizada y eso era más que perfecto.
—¿Qué? ¿Ahora qué hice? —preguntó Abbi un poco a la defensiva.
—Absolutamente nada. Es solo que… —sonreí— no estamos peleando. ¿Eso es bueno?
Abbi sonrió de regreso, por supuesto que le gustaba estar bien. Realmente todo estaba mucho más tranquilo y sin la presión de las demás personas. Quién sabe si después de todo ese era el problema. Desde pequeños todo lo malo que pasaba era por la influencia de alguien más, nunca por lo que sentíamos, debería de estar contento de que fuera ella y no alguien más superficial a la que no le importaba más que mi título. Abbi era más.
El único problema era que no sabía cómo aceptar eso.