Un nouveau Changement

Abbi

Es ese momento en el que no quieres abrir los ojos. Los sientes tan pesados que sabes que seguramente al abrirlos te vas a sentir mal… Muy, muy mal. No solo es la goma moral que tendré en breve, porque sé que tendré una enorme, es también la goma física que es inevitable.

Abrí un ojo primero captando la cortina de la bañera, luego el azulejo blanco del baño. ¿Qué diablos hago en el baño? Intenté dar una revisada más a lo poco que podía ver antes de intentar sentarme de un solo. No pude.

Me tomé con fuerza la cabeza como si eso fuera a evitar marearme. Necesitaba aire y agua desesperadamente. Respiré suavemente antes de ponerme a observar todo a mi alrededor una vez más atando cabos de qué pasó ayer. Las piernas desnudas fueron lo primero que captó mi atención, la camisa de William era lo único que tapaba mi cuerpo. Contuve la respiración. William estaba sin camisa y temí lo peor. ¿Me acosté con William estando enojada? ¡Carajo! Se suponía que lo haría sufrir, no que iba a acostarme con él. Maldije en lo bajo captando la mirada de sorpresa de mi Will.

—No es lo que crees, Abbi, no pasó nada. Solo estabas… mal —dijo ayudándome a pararme.

—¿Qué pasó aquí? —es aquí donde empiezas a hacer preguntas estúpidas para justificar lo que hiciste, muy internamente sabemos que vomité como loca y me puse mal por tanto alcohol.

—Te sentías un poco mal, quizá algo que comiste. No lo sé.

Su mirada era triste y sabía que mentía. No era algo que comí, era todo el alcohol que tomé. Incluso el aroma que salía de mi cuerpo era espeluznante. William estaba cubriéndome para no hacerme quedar mal, no tenía por qué hacerlo, estaba dispuesta a cargar con la responsabilidad de mis acciones. ¡Qué vergüenza! Había vomitado todo. Tapándome la cara le pedí a William que saliera de su baño. ¿No pudo llevarme al mío?

—Déjalo, llamé a alguien para que…

—Puedo limpiar mi propio relajo, William.

Su cara estaba pálida, como si algo le preocupara. Tomé fragmentos de la noche anterior. Ameli regresó de París y él la había elegido a ella. Yo iba en segundo, o en tercero. Ya no sé si voy en algún lugar. Tomándome el pecho sentí el vacío que tanto temía.

—Está bien, Abbi, de verdad llamé a alguien para que viniera a limpiar.

—¡William! —grité sintiendo las lágrimas acumularse—. No quiero nada de ti. ¿Qué no entiendes?

—Sí, lo entiendo y lo lamento.

—No lamentes nada, solo vete. Déjame sola.

Era la vergüenza de no recordar qué hice ayer, o al menos recordar fragmentos disparatados de las cosas que hice. Respiré sabiendo que William mostraba cierto afecto hacia mí, pero, ¡Dios! Quería que me dijera que solo estaba yo en el mundo y no Ameli.

Eso no iba a pasar.

Limpiar el baño cuando tenías aún efectos horribles en tu cuerpo era una lata. Por suerte, William le pidió a la señora Jonifer que viniera a limpiar y de una vez me dejó hecha sopa. Ella creía que estaba enferma y yo no era quién para discutir lo contrario por lo que me pasé toda la mañana y medio día en cama.

Reviví a eso de las cinco, conecté mi teléfono al cargador y los mensajes comenzaron a entrar.

Cora: ¿Llegaste bien? Comunícate conmigo.

Cora: Harry casi le arranca la cabeza a William, fue muy gracioso.

Sexi: La cita es a las siete, paso por ti.

¿Quién era sexi? Sabía quién era Cora, pero ni una idea de quién era el otro. Pensé en Harry, pero no recuerdo haberle pedido el número o dado el mío. Observando el mensaje, decidí contestar.

Yo: ¿Quién es?

Sexi: ¿Cómo que quién soy? Eso dolió, cariño. Dejamos cosas pendientes anoche. ¿Paso por ti?

¡Harry! ¡Era Harry!

Mi corazón iba a mil en palpitación. Más de lo que me gustaría que palpitara en estos momentos porque iba a volver a marearme.

Yo: Apartamentos St. Paul Royal. Te espero.

Corrí a mi habitación para cambiarme. Unos vaqueros pegados de cintura baja. Busqué una blusa ajustada con mucho escote. Coloqué un sujetador levanta bubis. Intenté hacer milagros con mi cabello, era un desastre como de costumbre. Decidí hacerme una trenza, peinando el fleco de manera que caía en mi cara. Coloqué la chaqueta de cuero y esperé a que llegara por mí.

¿Emoción? Sí, definitivamente estaba emocionada.

Los días pasaron y esto se convirtió en un reto personal. William no iba a admitirlo nunca, pero sabía que le enojaba que estuviera con Harry, ni idea de qué había pasado, pero amaba saber que William se ponía como gato encerrado cada vez que me veía hablando con él.

Mis padres y los padres de William están mucho más tranquilos creyendo que nuestra relación va viento en popa, así que todos los medios y los adultos creen que nuestro acuerdo matrimonial fue todo un éxito político. ¿Qué patético es eso? Creer que nosotros somos compatibles. Por favor, hasta los perros y gatos se llevan mejor que nosotros.

Ameli seguía en el Reino Unido pasándose a mi novio, agapi o futura expareja, sea lo que sea William en mi vida y en mi futuro. Cerré los ojos unos minutos para poder respirar con libertad. Esto iba a ser un tormento monumental, el saber qué iba a pasar en un futuro porque feliz no estaba por toda esta situación a pesar de que Harry era un bombón de fresa con crema. ¿Lo bueno? Nunca lo vi besar a Ames frente a mí y yo intenté mantenerme alejada de los labios de Harry, no quería ir de besucona, solo quería darle celos a Will. Harry es el chico del cual te enamoras, dejas que rompa tu corazón y luego avanzas a pasos de gigante, aun así, eso no pasaría, pues no estaba enamorada ni en proceso de estarlo.

Tiré toda la ropa de William y mía al suelo, dividiéndola en color blanco, negra y color. La señora de la limpieza se enfermó desde hace una semana y me tiene como loca el no tener la ropa limpia. Ayer limpié la casa, la cocina y los cuartos. Hoy tocaba la ropa y William sacaría la basura. Decidimos ser un poco normales y dividirnos las tareas de la casa por una semana en lo que Keyla se recuperaba.

Escuché la risa de Ameli viniendo de la sala. La sangre hirvió en mis venas. Esto no era lo que necesitaba, ver la cara de esa mona de la selva. Siguiendo con mi trabajo de ama de casa, me tiré al suelo a dividir todo, tomando mi teléfono para poner música y alejarme de toda la risa que venía de afuera. De pronto la puerta se abre revelando a una Ameli muy sonriente, que me parta un puto rayo.

—Ups, lo lamento —dijo Ames—. Solo venía a buscar un trapo. Derramé el café en la sala de William. ¿Me lo pasas? —señaló los utensilios de limpieza—. O quizá quieres venirlo a limpiar tú. Mis manos se secan con el líquido, igual, ¿para eso estás aquí? ¿Verdad?

Maldita perra, se estaba buscando que la arrastrara por todo el apartamento llevándomela a las afueras de St. Paul Royal. Quería arrancarle mechón tras mechón hasta dejarla rogando por mi perdón. No lo hice. Por mi lado, no era una violenta nata. Prefería las peleas verbales.

—Sí, a esto me dedico —dije señalando el trapo—. Pero si lo quieres, tómalo por tu cuenta. No estoy de humor para uñas rotas o piel seca. Me vale una mierda lo que le pasen a tus manos.

—¿Lavas la ropa? —soltó una carcajada viendo la pila de ropa sucia—. No me sorprende que puedas hacerlo, de élite no tienes nada. Al menos William se podrá ahorrar a la señora de la limpieza.

—Así es, Ames, al menos no soy una niña mimada que tiene todo a sus pies —sonreí de una manera dulce—. Al menos sirvo para algo.

La que sentía lástima por ella era yo, todo este tiempo intentando insultarme solo porque podía hacer algo que ella no, eso solo demostraba mi capacidad de ser mejor que ella y en este momento había aumentado mi autoestima un 50 %. Capacidad intelectual de Abbi, más uno. Capacidad intelectual de Ameli, menos uno.

William apareció atrás de Ames, quedándose petrificado cuando me vio parada frente a ellos con toda la ropa tirada alrededor. Me observó con esos ojos cielo que tanto me gustaban. Vamos, Abigail, tranquiliza ese corazón que parece conejo drogado en época de calor intenso. Subí la mirada desafiante porque era lo único que quedaba, no demostrar debilidad ante nada ni nadie, menos ante esta perra.

Ames le informó a William de la mancha de café antes de desaparecer otra vez por la puerta. Agradecí mentalmente a los dioses por sacarla de mi vista. De seguro paro en el infierno por los pensamientos tan impropios que tengo de ella.

—¿Lavas la ropa? Me alegra saber que estás cumpliendo con tu parte del trato —dijo con una sonrisa—. Me sorprende que sepas lavar la ropa.

—Sí. ¿Algún problema? Sé lavar la maldita ropa. No es algo complicado. Ahora, vete a limpiar la puta mancha que hizo tu chica antes de que de verdad quede manchada la madera —le tiré el trapo en la cara. William lo atrapó con una mano. Me dio una sonrisa divertida.

—Te ves sexi cuando te enojas, Abbi. No estaba discutiendo tus habilidades de limpieza, solo iba a decir gracias. Veo que tienes mi ropa ahí —señaló el bulto—. Así que… Gracias.

Claro, Hamilton —dije mentalmente—. Lavaré tu ropa y la dejaré perfecta.

Tomé la ropa blanca exclusivamente suya, le metí una playera naranja que tenía en las de color y la puse a trabajar. No era ninguna ciencia, pero sabía que eso no se podía hacer. Lo mejor del caso, me lo estaba disfrutando.

Planché y doblé la ropa, viendo cómo el color blanco había sido remplazado por un naranja suave. El naranja no era precisamente el color de William, pero ese no era mi problema. Dando saltitos llegué de regreso a la sala, viendo a Will acostado en el sillón con cara de cansado o desesperado, quién sabe y quiero que no me importe, pero en realidad quiero preguntar qué diablos tiene.

—¿Terminaste la ropa? ¿Necesitas ayuda? —William me observaba desde el sillón, ese sillón que muchas veces nos vio en momentos románticos. Sonreí con tristeza.

—Todo bajo control —sonreí viendo un rayo de esperanza en esta plática.

—Bien —William se acomodó de nuevo ignorándome por completo una vez más.

Su cabello era un desastre —como de costumbre—, le caía de manera muy sexi. Observé el atardecer viendo cómo la vida pasaba delante de mí. Cómo las cosas pueden cambiar en tan poco tiempo, más cuando pierdes el amor y la esperanza que tienes por dentro. Cada día, en cada atardecer, veía mi mundo irse poco a poco.

Quizá eran las hormonas de mi periodo, que por cierto estaban en su máximo esplendor, o el dolor que sentía por dentro era por la pérdida del hombre de mi vida. De mi boca salió un maldito suspiro que captó la atención de William. Él giró para verme con preocupación, a la mierda con esto.

Caminé de regreso a mi habitación cerrando con llave. Unos golpes en la puerta me llamaron la atención, sabía que era William, pero no podía enfrentarlo. No ahora.

—Abbi. ¿Qué pasa? —dijo William al otro lado, sonando preocupado—. Vamos, peque, abre la puerta. No me hagas tirarla a la mierda.

—Ahora no, Will —mi voz temblaba como nunca antes—. Solo vete, por favor.

—No voy a irme a ningún lado. Tú y yo tenemos que hablar.

—No hoy, por favor.

Después de soltar un «está bien» se alejó de mi puerta. No podía hablarle. ¿Qué iba a decirle? No era como si le pudiera explicar que esto de no hablarnos y no tener ningún tipo de relación me estaba matando. Ya no fingíamos incluso ser amigos. Ninguno intentaba llegar a más y, definitivamente, ninguno creaba ilusiones acerca del otro. Esto se había acabado.

 

 

William

Hay cosas que no entiendo en la vida, una de ellas es la capacidad del hombre de meter la pata en cada momento de la vida. En estos momentos estaba sorprendido de mi capacidad de idiotez. Vi a Ames hablar como loca en el asiento del copiloto quejándose de la vida y de las circunstancias. ¡Qué persona más negativa! ¿Qué acaso no podía simplemente callarse?

Antes, Ames era lo mejor de mi vida, la quería y la soportaba sin importar qué. Ahora solo quiero sacar un tapabocas, ponérselo y mandarla de regreso a su país.

Llegamos al Little Coffee Shop, café exclusivo para las personas de la élite. Era high class. Una de esas cafeterías en las que te encontrabas a toda persona famosa. Era pequeño, acogedor. De pisos de madera pulidos a la perfección, sillas estilo vintage y mesitas pequeñas redondas que adornaban el lugar. La decoración multicolor de puertas de madera le daban un estilo bastante bonito, me gustaba este lugar.

Pedí dos lattes tal y como a ella le gustaban. Ni siquiera era mi gusto en café, además, prefería chocolate, siempre preferí el chocolate caliente por su sabor. Vi a Ames seguir hablando de trivialidades ajenas a mi sistema, ni siquiera estaba poniéndole atención a lo que decía.

Mandaría a volar a Ames hoy y me quedaría con Abbi, no soportaba escucharla hablar mal de ella, insultarla o denigrar por cómo era. Abbi era dulce y como mi futura esposa debía trabajar para hacerla sentir mejor. Las cosas cambian de manera tan rápida que no nos damos cuenta cuando pasa, en mi caso mi vida estaba patas arriba.

—Ames, ¿sabes que te tengo cariño? —sí, esto no iba a ser fácil.

—Nosotros nos amamos desesperadamente, no nos tenemos cariño, William.

¿Amor? Sí, claro que era amor puro como el amor que se mira en los libros. Sí, claro. Esto no era más que un engaño que creamos nosotros años atrás. Recordé la época en la que me empezó a gustar, con su cabello largo y definido, sus grandes ojos, sus botas y chaqueta larga. Ella se volvió mi obsesión visual, a pesar de que no sentía nada por ella.

—Ames, no puedo seguir con eso. Tengo que continuar con mi vida y Abbi… Voy a casarme con ella, quiero valorarla, cuidarla y…

—Entiendo perfectamente. Entonces supongo que esto se acabó.

—¿Lo entiendes? —la veía con los ojos muy abiertos. Eso había sido demasiado fácil.

—Sí, todo bien. ¿Esa no es Abbi? —señaló a la entrada del café. ¡Maldita sarcástica!

Y no mentía. Esa era Abbi con Harry. Tenían una semana de no salir juntos por lo que pensé que las cosas habían valido madres, pero me están demostrando lo contrario. Le di una mala mirada a Ames antes de regresar mi atención al puto latte que detestaba, estaba ardiendo de celos y no era ningún secreto. En todo el puto mundo. ¡¿Por qué con él?! De todo, ¿por qué él?

—Sí, bueno. ¿Quieres un pedazo de pastel de chocolate? —tenía que cambiar el tema o desviarlo. Cualquiera de las dos funcionaría a la perfección.

—¡Asqueroso! No, esa cosa engorda. No querrás tener una mujer gorda —me quedé viendo su reacción. Definitivamente, esto no era lo que quería. Quería pedir un pedazo de pastel de chocolate y disfrutarlo con alguien que no le importara las calorías. Puse los ojos en blanco antes de girar para ver a Abbi.

Harry le sirvió una taza de algo caliente y para mi sorpresa, pastel de chocolate. Esto tiene que ser una broma. Tomó un pedazo con su tenedor clavando su mirada en la mía, le dio un bocado bastante provocador antes de darme un guiño de ojo. Recuperarla me iba a costar todo el maldito pastel de chocolate del mundo. Eso era seguro.

En casa me dediqué a arreglar las cosas, si quería recuperarla no sería con Ames cerca. Ella seguía viniendo a casa sin invitación, había sido clara con ella y la había sacado o cerrado la puerta un par de veces. Necesitaba tenerla lejos para que Abbi entendiera que ella era la única mujer en mi vida.

¿Lo malo? No existía comunicación entre nosotros. Bien dicen que la base de una relación es comunicación y yo no tenía nada de eso con Abbi, al contrario, era un desastre puro en el que yo atacaba y Abbi atacaba de regreso.

Ni hablemos de la tensión sexual que se siente en la casa, Abbi intentaba lucir más sensual solo para estar en casa usando shorts pequeños y blusas de tirantes. Yo por el contrario me paseaba en la casa sin camisa apretándole más al gimnasio para marcar más los músculos. El gimnasio es lo que más disfruto en estos momentos, Lui va cuando se siente bien, lo cual no es todo el tiempo, aun así, intentaba aprovechar mi tiempo con él ahora que había decidido no jugar el mismo juego que Abbi estaba jugando.

Vi cómo el atardecer caía de forma limpia y perfecta. Tomé una fotografía enviándosela después de dos semanas de no enviarle nada. Con esto le daría la pauta para hacer las paces. Ordené comida al restaurante de abajo. Comida china, ya que era de nuestras favoritas. Pedí pollo a la naranja, sabía que era lo que siempre pedía. Coloqué el plato de Abbi junto al mío. Fui a su habitación y toqué. No era mi costumbre hacer esto para ninguna mujer, pero Abbi parecía el tipo de chica que lo merecía. Quería que habláramos, cenáramos. Teníamos que arreglar toda esta porquería.

—Abbi —dije después de tocar su puerta.

—Sí, ahora voy —gritó de regreso. Eso había sido fácil. Sonreí ante la idea de que, finalmente, hablaríamos. Realmente lo necesitábamos. Corrí de vuelta al comedor para prender las velas. Observé la mesa y sonreí satisfecho. Sí, esto arreglaría todo.

La puerta sonó y fruncí el ceño. ¿Quién diablos viene a interrumpir mi cena? Abrí la puerta dispuesto a mandar a la mierda a cualquiera, este era mi momento con Abbi. Cabello rubio de 1.80 de alto. Esto tiene que ser una broma.

—¿Qué quieres? —le pregunté a Harry.

—De ti, nada. Vengo por Abbi, saldremos a cenar. ¿Esperas a alguien? —señaló mi mesa montada.

—Sí, espero a alguien —pero qué mentira. No iba a admitirle a este idiota que esto era para Abbi. Me sentí traicionado, con un vacío pavoroso en el estómago. Me obligué a sonreír, no quedaba nada más que hacer.

Abbi salió de la habitación con un vestido corto, medias negras y ese espectacular saco largo que usaba. Contuve la respiración. Se veía hermosa. Me gustaría decir que se arregló para mí, pero la verdad era que no. No lo hizo para mí. Abigail observó la mesa frunciendo el ceño. De seguro está pensando en que tengo alguna invitada al igual que este cabrón.

—Bueno saber que no voy a estar para interrumpir tu cena. ¡Que la disfrutes! —dijo agitando su mano antes de cerrar la puerta. Me quedé unos minutos observando la puerta. Esto había dolido. Rechazado por mi agapi. Solté un soplido exagerado. Pero qué mierda.

Abrí el refrigerador tomando los macarrones con queso y una cerveza. Ya no tenía ganas de la comida china. No tenía ganas de nada. Soplé las velas, me senté en el sillón, puse música a todo volumen y me perdí en la oscuridad del apartamento. Quizá una cerveza no iba a ser suficiente, quería olvidar todo esto.