El chico malo

Abbi

Eran las tres de la madrugada y tengo que admitir que cuando Harry dice salir a cenar, nunca es realmente salir a cenar. Siempre está con sus amigos, tomando en algún bar donde toquen rock. No me quejo de que él y yo nunca estemos solos, al contrario, me da igual que sea de ese modo. Lo preocupante de todo es que por intentar encajar con ellos tomo igual que ellos y siempre paro más borracha de lo que quiero.

Entré a casa rogándole a todos los santos que William no estuviera con Ames aún despiertos, hablando o besándose en el sillón. Al entrar encontré todo apagado y eso me hizo sentir mejor. Al prender las luces me sorprendió ver todo como lo dejé cuando me fui. La comida seguía sin tocar. Pollo a la naranja, fideos de arroz, y arroz chino. Se me hizo agua la boca porque era todo lo que me gustaba. Qué gran desperdicio de comida.

Caminé a la cocina con los platos de comida. ¿Qué más da? Si ellos no se lo comen me lo como yo, no hay que desperdiciar, además, estoy con mucha hambre. Preparé un plato de comida y lo puse a calentar, caminé a la sala para prender la televisión y poner la serie estadounidense más famosa, Friends. Era de mis favoritas para ver en la noche antes de dormir.

Al llegar encontré a Will dormido en una muy mala posición. Dejé el plato ayudándolo a levantarse de ahí, no podía simplemente quedarse ahí. Lo moví un par de veces logrando que se despertara. Me fijé en las cervezas y la botella de vino. ¿Lo dejó plantado Ames? Pero qué perra. ¿Cuál es su problema?

Sentí un nudo en el estómago por esta imagen, se veía desgastado y apestaba a cerveza. Intenté levantarlo del sillón para llevarlo a la cama, pero era peso muerto. No podía siquiera moverlo.

—¡Vamos, William! —dije poniendo mis fuerzas—. Arriba.

Estaba a segundos de lograr levantarlo cuando William despertó de golpe. Toda la fuerza que estaba poniendo en su cuerpo me mandó directo a la mierda. Quizá, si no hubiera estado borracha me hubiese quedado parada. Pero como no estaba bien, caí de bruces al suelo.

—¿Qué te pasa? —me gritó William.

—Solo quiero llevarte a tu habitación.

—¿Para qué? No viene tu noviecito ese —las palabras sonaban cargadas y llenas de furia.

—No, pero mi prometido está borracho y tengo que…

—¿Tienes que? —soltó una carcajada—. No tienes que hacer nada, Abigaiiiil. Créeme, ya has hecho suficiente. Estoy… quebrado.

Se llevó las manos al pecho con una mueca de dolor. Esta escena era demasiado para mi corazón, me senté a su lado.

—¿Quieres comida china? Espero que no te moleste, agarré un poco.

—¿Me sirves un plato? —se sentó a mi lado dándome una sonrisa un poco inestable. No hay nada que comida a las tres de la mañana no solucione.

—Claro —me dirigí a la cocina viendo cómo William me observaba desde donde estaba.

Preparé el plato de comida y regresé sentándome en nuestro sillón habitual, puse la televisión buscando en Netflix Friends para sentarme y verla junto a William. Este asintió con la cabeza antes de mencionar que era una de las mejores series del mundo mundial.

La comida estaba deliciosa a pesar de ser recalentada. No hablamos durante un buen tiempo, veíamos la serie tomando Coca-Cola los dos como si fuera una cena a las ocho de la noche y no a las tres de la madrugada.

—Lamento que te dejara plantado. Se ve que es una perra —dije intentando captar su atención y desviar el tema.

—Sí, la vida es una perra.

—Qué te diré, William Hamilton, así es la vida.

—Dime una cosa, ¿qué quieren las mujeres? ¿Chicos malos con motocicletas, barba y que las traten mal? No las entiendo.

—Nosotras tampoco entendemos a los hombres. ¿Dime tú qué quieren ustedes?

—Nosotros somos sencillos y no complicamos la vida, Abbi. Aprende eso, ningún hombre es complicado, son las mujeres las que todo lo complican. Si nosotros decimos negro, esa mierda es negro. Punto.

Solté una carcajada viendo a William pelear por lo que siempre todo mundo pelea cuando está enojado. En su momento yo lo hice, Mary siempre lo hacía… Todos alguna vez en la vida peleábamos por algo.

Tomé un pedazo de pollo metiéndomelo a la boca viendo una escena de Joe hablando francés. Sonreí porque era una de mis favoritas. Di media vuelta viendo a William reír a carcajadas.

—Es una de mis partes favoritas sin mencionar que Joe es mi favorito de toda la serie —aclaró William. Sí, así es, muchas veces pensábamos igual.

—No lo sé, Will. Creo que estamos diseñados para no entender todo acerca de la razón humana. Por cierto —dije sabiendo que tenía su atención—. No pensé que Ames comiera este tipo de comida, se ve de las que comen lechuga y tomate todo el día.

William soltó una carcajada.

—Ella es de las que comen aire y cagan rosas según su mentalidad. Está loca para serte sincero.

—¿Entonces qué te gusta de ella? —pregunté con la esperanza de que contestara que no le gustaba nada.

—No quiero hablar de ella —dijo con una sonrisa—, prefiero hablar de nosotros.

—Aún existe un nosotros —dije sonriendo por la sola palabra de nosotros.

William se acercó asintiendo con la cabeza antes de tomarla en sus manos y darme un beso profundo. Mis esperanzas se fueron al cielo agradeciendo el tiempo juntos. Mi corazón latía a mil y en cuestión de segundos estaba besándolo de regreso. Éramos una mezcla divina de besos y abrazos.

La pasión que sentíamos regresaba a mi mente como un boomerang que no paraba de dar vueltas. Estaba demasiado extasiada y quizá era el alcohol aún en mi sistema, pero estaba pidiendo que me desnudara y me llevara a su habitación.

Will se levantó como si me leyera la mente, nos levantamos y caminamos hasta dicho lugar. Decidí jugarme a la fuerte y hacer pensar a William que ya no haríamos nada, solo para ver su reacción. Sentí sus manos a mi alrededor, llenas de pasión y lujuria… Mucha lujuria.

—Eso es, pequeña, dame lo que necesito —dijo subiendo y bajando las manos por mis caderas.

—Tranquilo, vaquero. Baja las manos, campeón, no vamos a…

—¡¿NO?! Cómo que NO, esa palabra es horrible, Abbi —puso su dedo en mis labios para callarme—. Shh, shh. No hables si vas a decir cosas como esas.

—Estás loco, Will.

—Sí, muy loco. Loco de amor, por ti, Abbi.

Le di una sonrisa tierna. William no tenía idea de las cosas que decía, estaba borracho y perdido. Acercándome desabrochando su pantalón. Quizá si lo dejaba en bóxer sería igual que el pantalón de dormir que usaba.

—Oh, sí, bebe. Vamos a hacerlo. Lo necesitamos —William parecía extasiado y mi sistema no ayudaba en nada. No dejaba de reír. Intenté tapar mi boca para contener la risa. Realmente era gracioso.

—Tranquilo, campeón, no vamos a…

No pude terminar de hablar. Su boca estaba sobre la mía. Apoderándose de mi cordura. Sus dientes aprisionaron mis labios jalándolos con fuerza. Estaba perdiendo el balance. Caí encima de su cuerpo dejándome guiar por sus insistentes besos. Ya, qué más da. Igual estoy perdida en el quinto cielo de William Hamilton. No estoy siendo racional ni consciente. Al diablo con esto. Lo necesitaba.

Me aproveché de la situación en la que estaba William rogándole a los dioses que nos dieran una oportunidad más. Siempre una oportunidad para lo que sentimos. Esa noche dormimos como todas las noches que dormíamos juntos. Abrazados y lo más cerca que podíamos.

Los rayos de sol me despertaron esa mañana. El calor corporal de William se expandía por toda la cama. Mi intención era salir corriendo lo antes posible de ese lugar. No podía verme. ¿Cómo le explicaría esto? ¿Se recordaría incluso de lo que hicimos? Quizá no se diera cuenta. Me levanté dispuesta a buscar mi ropa. Estaba desnuda y expuesta. Colocando mis braguitas escuché la voz que me hizo dar un salto acelerando mi corazón.

—Podría levantarme con esa vista todas las mañanas —frunció el ceño—. Aunque no entienda por qué diablos estás aquí, desnuda.

Espero que esté bromeando. ¿Cómo no se va a acordar de las cosas que hicimos ayer en la noche? Esto es indignante y quiero ahorcarlo con las dos manos. Ayer pensé que no estaba tan bolo, ahora tengo mis dudas si en verdad me aproveché de él.

—Sí, bueno, pues no la disfrutes mucho, ya me voy —dije tomando mi ropa con prisa. No dije nada y salí a toda prisa de ahí. Necesitaba mi espacio. Necesitaba alejarme.

—Espera. Pequeña —me llamó con su melodiosa voz. Seguía como Dios lo trajo al mundo.

—No hay nada que…

—Quizá tu no quieras decir nada, Abbi, pero yo tengo mucho que decirte.

—Déjalo ser, estabas borracho y solo…

—Oh, oh. Ya entiendo. No puedo creerlo. ¡Abbi! —dijo abriendo los ojos como platos—. ¡Te aprovechaste de mi borrachera! No te lo creo.

—No es cierto —dije negando con la cabeza—. Iré a bañarme, prometí ir a desayunar a casa.

—Abbi, no puedes alejarte todo el tiempo. Ayer me dejaste por Harry. Todo era por ti, la cena, las velas, el vino… Todo. No sé qué pasó, ni tengo idea de cómo llegaste a estar dentro de mi piel, pero te juro por mi vida, pequeña, que voy a hacer lo imposible por tener tu atención. Por tener tu cariño. Siempre fuiste tú, Abbi, siempre tú.

Me quedé perpleja viéndolo alejarse. Mi corazón palpitaba y quería salir corriendo detrás de él para abrazarlo y decirle que todo iba a estar bien. Pero no lo hice, simplemente me metí a mi habitación y me olvidé de todo.