El gran error
Abbi
Me bajé del avión aún medio dormida. Fue un viaje largo con varias paradas no tan agradables. Me encantaba estar rondando por los aeropuertos, era como un vicio. Las tiendas, la gente jalando sus maletas. Todo era perfecto hasta cierto punto. Las despedidas, las lágrimas, las alegrías, los reencuentros. Sí, definitivamente me gustaban los aeropuertos. Esperé mi maleta con el resto de la gente normal. Cuando viajábamos con mamá y papá era totalmente distinto. Las maletas llegaban directo a casa. No había colas ni trato normal. Solo de primera.
Al momento que las puertas se abrieron, escuché un par de gritos de loca. Levanté la vista para ver a Mary dando saltos. Solté las maletas y salí a abrazarla. Joder, cómo la había extrañado. Me llevó menos de cinco segundos darme cuenta de que había subido unas cinco libras. Se encogió de hombros.
—Las galletas me tienen entretenida —me regaló su sonrisa dulce que empalagaba. Esa era mi amiga—. No esperes bajar de peso en estos días. Vas a comer, beber y disfrutar de tu amiga.
No estaba segura de lo de beber, pero sí podría comer hasta comerme todo Washington. Estaba cansada del buen trato de todo. De ser la perfecta niña que todos admiraban, me ha costado muchísimo ser parte de la élite, al menos aceptada por ellos. Nunca fui la chica linda, la agradable, la popular… Ninguna de ellas encajaba en mi posición. Yo era Abbi, la que nadie aceptaba y punto. Harry me hizo el favor de acordarme eso hace tres días.
—Quita esa cara larga Abigail —me tomó del hombro Mary—. ¿Qué quieres hacer primero?
Lo pensé, lo pensé y lo seguí pensando. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Metí mi maleta en su convertible rojo. Seguía igual que siempre, parecía el carro de Barbie Malibu. Observé lo mal que estaba parqueado. Negué con la cabeza pensando que había cosas en este mundo que nunca cambiaban. Su forma de manejar era una.
—Necesito que me lleves a una maldita farmacia, luego vayamos a tu casa y dependiendo qué diga esa maldita prueba, podemos hacer planes.
—¡Mierda! —gritó Mary soltando la maleta—. No me digas que también tienes retraso.
¿También? La miré fijamente una fracción de segundos y asintió con la cabeza contando que hace casi un mes que no le viene. ¡Un mes! Y yo estoy preocupada por una semana. ¡Maldición! ¿Cómo ha podido aguantar todo este tiempo? Tener un retraso de un mes no es nada normal. Me metí a una discusión eterna acerca de lo descuidada que había sido. Le pregunté acerca de métodos anticonceptivos y si sabía para qué servían.
—¡Condón! —dije elevando la voz—. ¿Sabes para qué sirve? ¡Para no tener un puto bebe!
—Contrólate, Abbi. Por lo visto tú tampoco sabías para qué sirven, señorita tengo-una-semana-de-retraso Sheperd. Además, no puedes juzgarme de ese modo. No sabes las causas del embarazo, si es que lo estoy.
Ni idea si lo estaba o no, pero en cierto punto tenía razón. Yo había sido la descuidada. Dejé que acabara en mi interior sin ninguna maldita protección. ¿Qué diablos esperaba? ¿Infertilidad?
—Ven, vamos y salgamos de esta duda —dijo aparcando frente a la farmacia.
Compramos dos pruebas, las pagamos y salimos a toda prisa. Mary sabía que si yo estaba embarazada solo podía ser de Will, pero si ella estaba embarazada, ¿quién de todos sería el papá? No quise preguntar y dejarla avergonzada por lo que me aguanté las ganas de preguntar.
Llegamos aparcando en uno de los estacionamientos cerca de los ascensores. Su casa era grande y moderna, con balcón amplio y vista preciosa. Sus padres no estaban, era obvio que nunca estaban. Su madre tenía una vida social muy activa y su padre se la pasaba en el PARLACEN todo el tiempo. Su hermanito crecía con la niñera y su hermana de diez era tan insoportable que no me tomé el tiempo de preguntar por ella.
—Bueno, aquí está la tuya —me tendió mi cajita—. Nos vemos en unos segundos.
Y como si fuera mi llamado, las ganas de ir al baño se intensificaron. A pesar del asco que sentí al meter mi mano cerca del área donde hacía pipi, me relajé inmensamente unos segundos. Cuando regresé a la habitación coloqué mi prueba junto a la de Mary. Me acosté en la cama dejando que mi corazón empezara a saltar como conejo drogado. Esto no estaba para nada bien.
Intentaba pensar que no era gran cosa, que todo estaba en orden. He visto casos de mamás jóvenes y de parejas que lograron hacer una unión muy buena después de un embarazo no deseado. No es como si fuera a acabarse el mundo por esto.
Cerré los ojos. Qué van a decir todos. ¿Mis padres? ¡Dios, van a matarme!
Observé la prueba una y otra vez, segura de que la del lado izquierdo era la mía. Una positiva y una negativa. No podía creerlo. ¿Cómo había pasado eso? Bueno, sabía cómo pasó, sabía que abrí las piernas sin que Will se pusiera un puto condón. Lo sabía y no me importó. ¡PERO QUÉ MIERDA! ¿Cómo no me cuidé? No estaba preparada para esto, no lo estaba.
—¿Estás segura de que esa era la tuya? —preguntó Mary viendo las dos pruebas. Las lágrimas ya estaban rodeando mi cara. Asentí lentamente incapaz de hablar. Estaba embarazada.
Mary me dio una sonrisa llena de dolor, no estaba segura si sentía lástima por mí o estaba contenta de su respuesta negativa y no sabía cómo expresarlo. Ella no tenía ningún síntoma, en cambio, yo estaba al borde de la locura. El dolor abdominal cada día estaba más fuerte y seguramente algo dentro de mí iba a estallar pronto. No sabía que tener un bebe era tan doloroso desde un principio.
—Tengo que hacer una llamada. ¿Puedes esperarme? —dijo Mary sin esperar respuesta, salió de su habitación.
Me quedé perdida en mis pensamientos viendo la cama de color morado. Un bebe. Mierda, no estaba lista para eso. Tampoco podía pensar en no tener a este bebe. Si habíamos sido descuidados, ahora no quedaba más que asumir la puta responsabilidad. Me tomé el estómago llorando con más fuerza. ¿En qué diablos pensaba? Seguramente ¡NO ESTABA PENSANDO! Solo quería disfrutar. ¿Disfrutar? —un aplauso, Abigail, ahora sí que vas a disfrutar—. Pensé al tiempo que lloraba otra vez.
Una parte de mí quería llamar a Will, explicarle todo lo que sentía. Otra parte me lo impedía. Él estaba en un viaje que según dijo Lui, era importante para los tres. Si lo llamaba, arruinaría todo. Las náuseas me llegaron con fuerza, estaba a punto de vomitar cuando Mary entró en un mar de lágrimas. Estaba segura de que ella sí quería tener un bebe. Salí al baño abriendo la tapa justo a tiempo, saqué todo lo que tenía en el estómago. Adiós desayuno de aeropuerto.
—Cariño —dijo Mary detrás de mí—, sácalo todo. Te sentirás mejor. Imagina la linda experiencia de ser mamá.
—No quiero, no estoy… lista. Por favor, Mary, no empieces.
Volví a vomitar al tiempo que mis palabras se cortaban. Definitivamente estaba fuera de control. Las lágrimas salían sin recato alguno. Estaba perdida. ¿Qué pensarían mis padres, mis amigos, la élite? ¡Mierda, la reina! Dios, me van a desheredar de la élite cuando se enteren. En más de cincuenta años, nunca había pasado esto dentro de la élite. Un embarazo no deseado. Era obligación de los padres inculcar el valor de la protección, no de la abstinencia como ya imaginan. Esto sería un desastre. Un hermoso desastre.
Di media vuelta para ver a Mary darme una toallita húmeda para que me limpiara. Había estado llorando. Lo veía en su cara. La pregunta era, ¿por qué? No quería ver a mi amiga sufrir.
—Tienes que decirle a Will, Abbi. Él merece saberlo.
—Lo sé, pero no me hago de la idea, déjame asimilar todo esto. No sé qué… hacer. No aún.
¿Qué dirá la madre de William? ¿Qué pasará al regresar? Quizá será mejor no regresar. Puedo encontrar un trabajo en algún café, como una chica mortal. Ahorrar lo suficiente para cuando sea hora de tener a la criatura todo sea más fácil. Sí, eso haré. Está más que decidido, me quedo en América. La élite puede irse mil veces al demonio. No estoy de humor para algo distinto.
—Tenemos que ir a un médico, hacer un ultrasonido y debemos ver lo de las vitaminas y si todo está en orden. Tienes que encontrar un…
—Espera un momento —levanté mis manos sin apartar la vista de mi amiga—. ¿Has estado leyendo acerca de embarazos?
—Bueno, sí, la verdad es que sí estaba pensando en que lo estaba, solo que tenía miedo de hacer la prueba. Ahora ya sé que no hay bebe en camino y ya puedo… retomar mi vida —dijo las últimas palabras como si su corazón se rompiera. ¿Acaso ella quería tener un bebe?
—Déjame que me haga un poco de la idea antes de dar el siguiente paso. Sé que le tengo que decir a Will, pero no aún, no sé qué reacción tenga, de seguro me deja.
—No creo que te deje, Abbi. Lui dice que está loco por ti, tiene que significar algo.
Quería creer lo mismo, quería creer que significaba su vida, pero no lo sabía, no con exactitud. Sabía que algo de mí le atraía, algo de mí lo volvía loco. Podía sentirlo. Abrí los ojos cayendo en cuenta de las palabras de Mary. ¿Cómo no me di cuenta antes?
—¿Creíste estar embarazada de Lui?
Mi amiga abrió mucho los ojos, como si le hubiera sorprendido la noticia. Entrecerré los ojos esperando a que respondiera a mi pregunta, el mes pasado ella había estado en Londres. Era una posibilidad que de él fuera el supuesto bebe.
—Pasó por mi mente, ahora ya sabemos que no hay bebe en mí, sino en ti. Ahora —me señaló— tenemos que ajustar tu vida a estos cambios, Abigail. Ni se te ocurra discutir conmigo, señorita.
—Definitivamente tú debiste de ser la mamá. ¿Te das cuenta cómo me estás hablando? Eres una exagerada.
—¿Exagerada? Abbi, tienes una puta vida dentro de ti, no juegues con eso.
No pude evitar taparme la boca para reírme. Esta actitud tan nueva de Mary era toda una novedad.
—Sí, mamá. Como digas —dije entre risas.
Nos quedamos unos minutos en silencio. No quería admitirlo, Mary alias nueva mamá enojona, tenía razón. Mi vida estaba a punto de cambiar de una manera que nunca pensé.
—¿Podemos solo salir a caminar? —supliqué—. No quiero pensar en bebes, no ahora. Por favor.
Definitivamente no quería pensar en eso ahora, no en bebes, no en pañales, ni llantos. No quería saber absolutamente nada. Me puse el abrigo, tomé mi bolsa y salimos al convertible de Mary. Por más que me gustara decir que quería algo diferente, el mall era el mejor lugar para distraerme.
William
Estábamos sentados en una banca cerca de la catedral de Nuestra Señora de Múnich. Era majestuosa, con las dos torres de reloj marcando la hora, la iglesia fue construida en el siglo XII, una arquitectura tan llamativa y antigua que puede ser vista desde todas las partes de la ciudad por la falta de edificios. Las dos torres de ladrillo rojo de más de 99 metros de altura me recordaron lo minúsculo que podemos ser en el mundo y las cosas tan grandes y hermosas que podemos llegar a construir.
Las personas se aglomeraban caminando de un lado al otro. Abrigados hasta más no poder. El frío calaba mi piel, estaba acostumbrado y contento de no ver tanta lluvia como en casa. Las palomas paseaban cerca de los puestos de pretzel y salchichas alemanas. De vez en cuando se veía algún niño tirándoles pedazos de pan para que estas se juntaran.
Le di una mordida a mi salchicha, sintiendo la explosión de sabor en mi boca. No sabía qué estaba mejor, la salchicha o el pretzel de Lui. De pronto vi a una pareja pasar, eso me hizo pensar en Abbi, nunca había salido a otro lado más que a Estados Unidos e Inglaterra. Quería sacarla, llevarla a muchos países. Muchos en los que ya había estado por negocios o reuniones importantes con mi padre. Otros viajes que hice con Lui y Blake hace algunos años para ir a conocer, sin mencionar las fiestas electrónicas que tanto nos gustaban. El Tomorrowland había sido la supuesta tradición que quisimos experimentar con estos dos hombres, fuimos una vez a Bélgica para no volver a ir. Ese fue el año en que le diagnosticaron a Lui su enfermedad.
Lo observé unos segundos con el respirador en la nariz, los ojos cerrados y la sonrisa en la cara. Realmente estaba disfrutando de sus últimos momentos y eso me hizo sentir lleno, alegre por dentro. Era una estupidez cómo Lui podía estar con los ojos cerrados cuando un grupo de turistas americanas estaban enfrente.
Le di otra mordida a mi salchicha. Qué buena que estaba, de seguro me voy a comprar otra porque una no es suficiente y quizá un pretzel de azúcar. Levanté la mirada una vez más para ver la catedral, recordando mentalmente en regresar algún día.
Blake regresó junto a nosotros con la botella de agua que Lui pidió hace unos minutos. Venía agitado como si hubiera corrido a toda velocidad para regresar. Era tan extraño ver que Blake le hacía un favor a Lui, normalmente, lo mandaba a la mierda y, finalmente, me tocaba ir a mí.
—Pudiste caminar —dijo abriendo el agua—. No estaba muriendo de sed, solo la sentía, idiota. Tienen que calmarse, solo estoy más… débil. Ahora, cuenta tu último secreto antes de partir de regreso al hotel, para descansar antes de tomar un avión rumbo a Grecia.
Pasamos bastante tiempo escuchando los secretos no tan secretos de Blake. Visitamos varias iglesias, entre ellas la de Teatino. En ella nos contó que un día sorprendió a su hermana teniendo sexo con Teo. Un amigo mortal de Harry. Nunca dijo nada, ni siquiera a su hermana por respeto a ella. Harry esperaba a su amigo en la parte de afuera de su habitación con una sonrisa en la cara.
—Nadie en esta élite se da a respetar —le dijo Harry—. Toma nota, Blaky-Blake. Que esto es para lo que están hechas las mujeres. Son presa fácil.
Desde ese día, Blake escuchó al idiota de Harry y se dispuso a ser un jugador más. Fue por eso por lo que cuando se comprometió con su hermana, le importó poco jugar. A él no le importaba. A ella tampoco. Fue por eso por lo que hicieron el trato en un inicio. Había sido culpa de su hermano. Menuda estupidez.
Tampoco era un tema para desarrollar dentro de una iglesia, pero como a Lui y a Blake les importaba poco, me les uní. Hablar de sexo ante la imagen de varios ángeles era tentador y gracioso. Era como tentar a lo prohibido y eso era algo que nos gustaba hacer. Es como ver pornografía escondida de tus padres.
—Estoy enamorado —dijo, finalmente, Blake respondiendo la pregunta de Lui. Su último secreto. Lui sonrió de oreja a oreja satisfecho por la confesión de Blake. Esperamos bastante a escuchar esto, aun cuando ya lo sabíamos, era imposible no hacerlo.
—¿Vas a contar? Queremos historia completa.
—¡Mierda, no! Es… vergonzoso.
—Me vale madre —respondió Lui extasiado—. Cuenta.
Lo vi suspirar. Lui acomodó la entrada de los tubitos de su nariz. Con un suspiro, Blake comenzó a contar cómo lo había convencido de mezclarse con los Woodgate para sacar información de Abbi. Hasta ese momento, nada era secreto. Necesitaba que se infiltrara por mí, de esa manera podría saber lo que Abbi hacía sin necesidad de sentirme tan acosador. Viendo cómo Lui asentía en cada parte de la historia llegamos a lo interesante.
—La primera vez que nos acostamos fue tan agresiva. Una dominante total. Me tenía a su merced, estaba perdido en ella hasta el punto de que podía bajarme de su regazo y suplicar por perdón.
—¿A ese punto? —pregunté sorprendido.
—¡Malditamente sí! Tan delicioso como suena.
Un teléfono comenzó a sonar. Busqué mi iPhone desesperado porque fuera Abbi. No era el mío. Me quedé decepcionado viendo la pantalla de mi celular sin nada en él. La extrañaba. Sabía que llegaba a América hoy, pero aún seguía sin noticias de ella. Observé a Lui sacar su teléfono, frunció el ceño y luego contestó.
—¡Guau! Cariño. ¿Estás bien? Respira un poco que no puedo escucharte bien —se tapaba un oído y luego el otro—. Hay, mierda. No me lo digas. ¿Estás segura? ¿Te hiciste la prueba? Te dije que tenías que habértela hecho hace unos días. Todo está bien, cálmate.
¿Prueba? De qué diablos estaba hablando Lui. Lo vi suspirar frustrado y alejarse de nosotros cargando el oxígeno con él. Blake y yo nos miramos unos segundos antes de hacer la observación que no teníamos ni idea de con quién hablaba. Lui tenía un par de secretos que contarnos, de eso estaba seguro.
Cuando Lui colgó el teléfono, quince minutos después. Estaba pálido con las manos temblorosas. Lo observamos esperando alguna explicación que no dio. Tomamos el autobús de regreso a la pocilga de hotel. Deseaba que Grecia fuera mejor. Dos días en Atenas y cinco en Santorini. Intentamos convencer a Lui que Santorini estaría desolado por la época en la que íbamos. Pareció no importarle. Él quería ir desesperadamente a ese lugar. No volvimos a discutir, si Lui quería ir de paseo al infierno ahí es a donde lo llevaríamos. Éramos sus malditos esclavos de vida en estos momentos.
Puse mi teléfono en modo de avión. Estábamos por despegar y ya me había dado por vencido de esperar respuesta de Abbi. No entendía qué le pasaba o por qué estaba tomando esa actitud, se supone que todo estaba bien y tranquilo. Hace un día que hablamos, quizá estaba cansada por el viaje o tenía mucho que hablar con Mary, pero nada le costaba poner un mensaje diciendo que había llegado bien.
Lui estaba a mi lado en los asientos de primera clase, Blake estaba en los asientos de al lado junto a otro chico que desconocíamos quién era. Blake era bueno para dormir en aviones, yo no tanto, por lo que podía estar más al pendiente de Lui.
Lui tenía una revista de avión con puras estupideces en sus manos. La pasaba sin leerla o sin prestarle la más mínima atención. Tiré el teléfono a la bolsa que tenía enfrente el asiento. Lui abrió los ojos en forma de interrogación.
—¿Qué diablos? —preguntó Lui bajando la revista.
—Abbi no contesta —respondí como si de verdad eso fuera importante para él.
—¡Na! Puede que esté feliz de ver a Mary y estén hablando de nosotros, seguro eso están haciendo.
—Sí, quizá le está contando qué tipo de idiota fui hace unos meses y lo mucho que le rogué que regresara.
—Mary sabe que eres un idiota —Lui guardó la revista—, no hay necesidad de pensarlo siquiera.
Definitivamente estas eran las cosas que iba a extrañar de Lui. Él siempre estaba para mí, para decirme cómo eran las cosas y cómo debían hacerse, aunque la mitad de las veces no le ponía absolutamente nada de atención.
—Lui —me di la vuelta para verlo—. ¿Te arrepientes de algo que no hicieras en tu vida?
Lui sonrió con melancolía, definitivamente había cosas que quería hacer y no iba a poder por falta de tiempo. ¿Qué pasaría si fuera yo el que estuviera en su lugar? ¿Tener una bomba de tiempo en la espalda?
—No me arrepiento de nada, solo me quedo con las ganas de las cosas que no hice. Imagínate llevar a mi chica al altar, o quizá pedirle matrimonio. Esas cosas me vienen de vez en cuando. Tener hijos, ocupar un puesto importante en el parlasen o en la cámara de Lores, tener el título de papá. En fin, me quedo con ganas de muchas cosas.
Se me hizo un nudo en la garganta al pensar en eso, nunca se me pasó por la cabeza qué cosas me faltarían por hacer. Imagino que todos cuando morimos dejamos pendiente lista de cosas que no hicimos. Es como la bendita lista de libros por leer, esa que vamos a morir sin terminar, lo mismo pasa con la vida.
—Yo creo que los alienígenas van a venir en poco a invadir el mundo y no vamos a poder hacer absolutamente nada para detenerlo —intenté desviar el tema un poco con una ocurrencia que decíamos de pequeños—. No te preocupes porque pronto nos volveremos a encontrar.
—Malditos alienígenas, nos van a destruir a todos —Lui asintió con seriedad—. Quizá sea en estos días y aún logre ver la invasión.
—Totalmente, lo más seguro es que pase.
Los dos nos quedamos callados unos minutos, quizá ambos pensando en un supuesto ataque de extraterrestres que jamás pasaría en la puta vida. Luego hablamos de trivialidades acerca de nuestras familias y hablamos de uno que otro viejo amigo contando los chismes que ya sabíamos. Incluso comparamos a Abbi con Ameli, aun cuando no había nada que comparar.
—Me alegra que estemos haciendo esto —dijo Lui acomodándose en el sillón para dormirse.
—A mí también —repetí—. ¿Con quién hablabas en la catedral?
No se lo había preguntado, pero ya iba siendo hora que soltara la sopa.
—Mary —admitió con tranquilidad.
—¿Por qué no me dijiste? —abrí los ojos bastante—. ¿Abbi está bien?
—Lo está. Es solo que… No sé, Will. Mantengo el contacto con ella. Es una gran chica, diferente a todas.
Claro que era diferente y me gustaba que Lui se diera cuenta de eso. Normalmente, nos fijábamos en que las chicas fueran de un estatus alto, con papás de dinero, papás con poder, modelos, o gente simplemente importante. Mary no era la excepción, su padre trabajaba de la mano de uno de los senadores más importantes en América. Aun así, no era élite lo que a nosotros nos parecía extraño. Lui en un pasado fue demasiado elitista y este cambio era bueno para él.
—Cada chica es distinta, solo estamos mezclados en una sociedad que juzga demasiado quién eres, entonces actúas de una manera predeterminada sin pensarlo. Es psicología pura, incluso nosotros estamos criados para actuar de una manera que para la élite es aceptada.
—¿Qué jodido es eso? —Lui aceptó la copa de mimosa que la azafata le ofrecía.
Tomé una copa para mí también viendo que Blake seguía dormido para tomar una. Me volví a acomodar en el asiento viendo que en poco despegaríamos.
—Hace poco me puse a pensar cómo sería nuestras vidas si solo fuéramos Lui y William. Sin título, sin aspiraciones políticas importantes. Solo dos jóvenes de veintiún años, viajando por el mundo, preocupados por el dinero, por chicas, por cómo vamos a pagar la renta del mes, la comida que vamos a comer… Cosas normales.
—No hay tanta diferencia, Will. Nos preocupamos por las chicas, viajamos por el mundo, nos preocupamos por pensar en qué diablos vamos a comer y a dónde ir a cenar. Somos nosotros los que podemos elegir nuestro futuro. La élite ni nadie puede hacerlo por nosotros así que… a tomar las riendas de tu puta vida, William, y deja de llorar.