Grecia

William

La llegada al hotel fue sorprendente, Lui seguía en plan mochilero y eso no ayudaba mucho que digamos. El hotel tenía una vista hermosa a la Acrópolis y a una pequeña plaza llamada Placa. El clima seguía estando frío, pero no dejaba de ser delicioso. Me gustaba este lugar para traer algún día a Abbi y mostrarle lo mismo, eso sí, en un mejor hotel.

Dejamos las cosas en la habitación y salimos a caminar al centro de la ciudad. Monsateraki estaba llena de tienditas de regalos, joyerías, camisetas con serigrafías graciosas y restaurantes callejeros. El área estaba llena de personas que pasaban riendo y hablando. Definitivamente esta era un área turística, con pocos griegos.

Pasamos varios cafés y restaurantes muy tradicionales. Lui alegó que tenía hambre, así que paramos en uno de los más famosos según leímos en trip advisor. Era un restaurante amplio con muchas mesas pegadas, tomamos una de las mesas que estaban afuera. La mantelería era papel craft con el logo del lugar, el mesero llegó colocando un plástico encima, lo cual me pareció muy raro.

El aroma a grasa y carne era increíblemente delicioso, se veían platos llenos de papas fritas y pan pita. La boca se me hizo agua de ver tanta cosa rica, no me recordaba el hambre que tenía hasta ahorita que vi la comida. Me gustaba la comida griega, habíamos ido a varios restaurantes griegos en Londres. La comida era rara, pero rica. Blake no era muy fanático de la comida condimentada, pero Lui lo había mandado a la mierda cuando propuso ir a FRIDAYS.

—Estás en Grecia, idiota, no vas a comer patatas fritas con hamburguesa.

—Serán hamburguesas griegas y papas mediterráneas. Claro que es diferente.

No era diferente, lo sabía. Negando con la cabeza, Lui pidió los menús. El griego pesado nos entregó tres menús indescifrables en rayas y líneas. Los tres fruncimos el ceño llamándolo de regreso.

—No leemos griego —dije devolviéndole los menús.

—¿No leen griego? —negó con la cabeza—. Americanos —se quejó en un muy mal inglés. Tiempo después apareció una chica de cabello negro y cejas gruesas muy guapas. Nos entregó lo menús de una manera más cordial que el anterior.

—¿Qué les puedo traer chicos? Las souvlakia son la especialidad, con un poco de tzatziki les queda de campeonato.

Lui estaba perdido en sus piernas, la mujer era guapa. Las griegas tenían una belleza muy peculiar, ojos grandes, cejas gruesas y facciones finas. Nos gustó de inmediato. Quizá Grecia no sería tan aburrida después de todo. Tenía el presentimiento que esta etapa del viaje se pondría más salvaje, algo que no pasó en Alemania.

—Sí, perfecto. También queremos de esos como tacos que tienen ahí —señaló a las personas que estaban haciendo fila para comprar unos panes que comían parados.

—Esos son pita gyro, muy buenos también. ¿Quieren de pollo, res, cordero o pulpo?

Blake hizo una mueca.

—¿Pulpo? ¡Dios, no! Yo quiero uno de esos de pollo y una porción de papas fritas.

—Y yo de res —dije viendo a la mesera esperar por Lui.

—Que sean dos de res y tu número de teléfono —Lui sonrió.

—Como digas, bombón, pero por ahora les traeré la comida.

La chica se fue dejándonos de regreso a los tres. Blake la observaba con hambre en los ojos, seguramente era más hambre de comida que de sexo, pero los tres quedamos impresionados con ella.

—¿Creen que se pueda tener sexo con el oxígeno? —preguntó Lui sin apartar la mirada de la griega.

—No te cortaron el pene, ¿o sí? —dijo Blake con una sonrisa en la cara. Solté una carcajada viendo a Lui sacarle el dedo de en medio. Claro, aún tenía la parte importante, pero le faltaba aire.

—No te preocupes, Lui —dije dándole pequeños golpecitos en la espalda—. Vamos a comprar un par de tanques de oxígeno, no te quedarás sin aire, al menos involuntariamente.

Con una gran sonrisa en la cara, Lui sonrió como siempre lo hacía. No soportaría mi vida sin él, pero tenerlo aquí, ahora, lleno de vida. Era especial. Más de lo que nunca imaginé.

—¿Hablaste con Abbi? —preguntó Blake tomando un trago de agua.

—Sí, me escribió hoy temprano. Está bien, pasándola bien con Mary.

—Me alegró escuchar eso —Blake quería preguntar más, pero se estaba guardando algo.

—¿Qué sabes que yo no sepa? —pregunté.

—¿Cómo diablos voy a saber algo si no le hablo a ella?

Entrecerré los ojos. Quizá no a ella, pero sí a su agapi, Cora. Lui somató la mesa y los dos desviamos la mirada para prestarle atención a nuestro amigo. Lui sonrió de manera exagerada.

—Me encanta saber que tengo el poder. Por cierto —Lui señaló la plaza de Monasteraki—. Hay un mimo en medio de la plaza. Quiero foto con él. ¿Quién me acompaña?

Blake se negó rotundamente a hacer el ridículo. Me puse de pie, cargué el oxígeno al tiempo que Lui caminaba junto al mimo a tomarse su fotografía. Disparamos un par de fotografías graciosas antes de que Blake apareciera para unirse a nosotros.

En ese momento todo volvió a dejar de importar. Éramos nosotros, disfrutando del momento y de las circunstancias. Reímos un buen momento antes de regresar a nuestra mesa y ver a la mesera reírse de nosotros sirviendo nuestra comida.

Busqué la mejor fotografía, le puse un buen filtro y la subí a Instagram. En la fotografía Lui no tenía el oxígeno y nos veíamos bastante bien los tres junto al mimo que estaba haciéndole una mueca a Lui. Esto era increíblemente gracioso.

Aproveché para mandarle la fotografía a la madre de Lui y escribirle un rápido mensaje para decirle que todo estaba bien. Ella respondió de inmediato agradeciendo que la mantuviera al tanto. Luego Abbi comentó Instagram con un corazón. Eso me hizo sentir mejor, saber que ella estaba aún pendiente de mí. La amaba y los pequeños detalles seguían siendo importantes en nuestras vidas.

Intentamos subir a la Acrópolis, era un tramo bastante largo por lo que decidimos no subirla y quedarnos tomando una cerveza en la parte de abajo, cerca del hotel. La vista era buena, un lugar tranquilo y por algún milagro del universo, el clima estaba fresco.

Desde el momento que Lui dijo que todos debíamos contar algún secreto nuestro, pensé qué diablos iba a decir. Tenía uno muy importante y el hecho de que Lui y Blake no lo supieran durante muchísimo tiempo era lo que hacía más extraño contarlo. Sabía que me tocaba mi turno, lo estaba esperando.

—Y bien —dijo Lui—. Empieza a contar, gran marica, es tu turno.

Suspiré. Era hora.

—Abbi fue mi primer beso —miré al suelo unos segundos antes de levantar la mirada.

—¿Qué? —dijo Blake sorprendido—. ¿Cómo es eso posible? Ni siquiera le hablabas.

—Claro que le hablaba —Lui hizo callar a Blake—. Deja que cuente la historia completa.

Abbi siempre me gustó y eso era extraño de admitir, ya que de pequeños Abbi era un poco desalineada. Asentí con la cabeza antes de seguir la historia.

—Me escondía con ella en los pasillos de The Royal. Me gustaba pasar tiempo con ella, pero ustedes me juzgarían si me veían haciendo algún tipo de amistad con Abbi, la escondí por eso. Nunca admití lo mucho que me gustaba.

—¡Eres patético! —gritó Lui—. ¿Te das cuenta, verdad Blake? La ha amado siempre y el idiota nunca se dio cuenta, al menos no lo admitió. Es estúpido. Si tú no la hubieras escondido quizá hubieras logrado algo más bonito y menos dramático.

—No es patético. Puede que en ese entonces no tuviéramos la madurez para estar juntos, ahora tenemos un nivel mucho más alto de razonamiento, seguimos sintiendo lo que sentíamos que sentíamos debajo de las mesas estudiantiles. Eso no cambia. Es el poder de la sabiduría —dije sin ver a nadie en particular. Intentaba explicar mi falta de ética al haberla escondido.

Vaya si no era una mierda. No merecía a Abbi, no merecía su cariño por todo lo que la hice pasar de pequeña. Soy un hombre egoísta, uno que mataría a la última persona que me impida verla. Ella se había convertido en mi mundo.

 

 

Abbi

La cola para las palomitas de maíz era larga, mi antojo por ellas era mayor por lo que no me importó estar parada haciendo la cola junto a Mary esperando porque Mau comprara las entradas a su película de adultos. No quería nada de películas de amor ni romance, pero como era Mau el que elegía, nos trajo a ver una de las nuevas tendencias cinematográficas.

El cine estaba repleto de carteles anunciando una película nueva. Algo que tiene que ver con corbatas y esposas. No tenía ni idea de en qué estaban metidos los gringos, pero ha de ser otra epidemia como esa que dio por Los Juegos del Hambre y Harry Potter. Mary corrió al cartel del hombre de espaldas y pidió que le tomáramos fotos con el poste. Era ridículo. A pesar de eso no era la única tomándose la respectiva fotografía. Intentó convencerme de que me tomara una, pero me negué, en cambio, Mau sí que lo hizo. Colocó sus dos manos en el trasero del hombre y sonrió pícaramente. Como repito, ni idea de qué iba toda esta locura. Al cabo de un tiempo pregunté.

—Chica, esto no es una locura gringa. ¡Es una puta locura mundial! Además, la autora es de tu tierra —dijo Mau señalando el cartel—. La mitad gritan porque leyeron el libro que tiene mucho sexo, la otra mitad porque la película tiene mucho sexo. Así de sencillo.

Levanté una ceja conteniendo las ganas de echarme a reír. Esto sí que era otro nivel. De esos supergrandes. Nos sentamos en nuestros asientos, tomé el balde de palomitas que compré solo para mí y me concentré en la película que al final del caso, no estaba tan mala. Era un tipo de amor algo duro y diferente a lo que estábamos acostumbrados, pero al final seguía siendo una película la cual disfrutaría en otras circunstancias.

La tarde pasó sin ningún percance, tranquila como era de esperar. Salimos del cine a eso de las ocho de la noche, justo a la hora de cena, me acabé todo el balde de palomitas por lo que era lógico que no tenía hambre. Me terminé mi botella de agua para bajar la mantequilla de mi sistema, me excedí, pero no me importó una mierda. Se me olvidaba cómo cambiaba mi manera de hablar en Estados Unidos, me convertía en un ser de poca importancia y mi vocabulario se volvía un tanto más vulgar. Debería de cuidar más eso.

Observé mi teléfono una vez más, debatiéndome qué contestarle a William. Me había escrito hace unos momentos, contándome que estaban en Atenas viendo el atardecer. Estaban en un café cerca de la Acrópolis, lugar al que no subieron por alguna extraña razón. Seguía pensando que Lui no estaba bien, en las fotografías se veía desgastado y mal. William también me había contado que estaba algo débil por el virus que le dio, casi le sacaba las cosas por cuchara, pero seguía siendo reservado.

Decidí mantener una conversación simple con él. Una que no diera indicios de mi estado de embarazo. Ya no tenía náuseas, ni me sentía mal. Solo un dolor abdominal que me estaba matando por momentos. Mary insistía en que fuéramos al doctor, que algo podía estar mal, por lo que hice una cita para la próxima semana.

—¿Por qué hasta la próxima semana? —alegó Mary.

—No tenían citas para lunes, por lo que me la dieron para el miércoles. No es como si esté muriendo del dolor, solo son pequeños dolorcitos en la parte baja del abdomen.

—Eres imposible, Abigail —Mary sonaba a la defensiva y triste. No me gustaba ver a mi amiga de ese modo.

—Hablando de eso —le di la vuelta a la foto con el mimo—. ¿Qué tiene Lui?

—Qué sé yo —dijo con la cara llena de mentira.

—Odio las mentiras y lo sabes. ¿Vas a mentirme? —le di la mirada que siempre le daba antes de enojarme.

—Abbi, él aún no quiere que se sepa, pero está enfermo, muy enfermo —me tendió el teléfono—. Pero llámalo tú y pregúntale, no quiero ser la que fue con el chisme.

Le quité el teléfono de las manos antes de marcar el número de Lui por WhatsApp, en llamada normal saldría un ojo de la cara por la larga distancia. El teléfono sonó un par de veces y al momento Lui contestó la llamada en video. Tenía unos tubos en la nariz y ojeras en los ojos. Estaba peor de lo que estaba pensando.

—Abbi, pensé que eras Mary.

—¿Algo que contarme? —se formó algo oscuro y duro dentro de mí. ¿Por qué me mentiría si siempre fui sincera con él?

—¿Y preocuparte más? —Lui suspiró—. Tengo cáncer y voy a morirme en poco, tu novio está devastado al igual que Blake, por eso es este viaje. Yo le pedí a todos que guardaran el secreto por lo que es mi culpa que no supieras.

—Gracias —dije sin emoción.

—¿Estás enojada?

—¿Enojada? Enojada es poco para lo que siento en estos momentos —mi voz sonaba dura, más de lo que debería sonar.

—Nadie se enoja con un moribundo, Abbi —Lui sonrió como si eso fuera a calmar mi enojo.

—¿Ah, no? Y qué se supone que haga. ¿Sentir lástima por ti? —negué con la cabeza—. Lo siento Lui, pero estoy enojadísima contigo. Pudiste abrir la boca y contarme.

—Te quiero, Abbi —dijo Lui con una sonrisa que reflejaba dolor. Sosteniendo el teléfono aún comencé a llorar. No podía ser cierto. ¿Lui enfermo?

—Yo también, Lui. Yo también.