¿Qué está mal, doctor?

Abbi

Intenté prender mi celular para ver si lograba usarlo. La alarma de mensajes sonó una y otra y otra y otra vez. No podía leerlos, la pantalla era una cosa horrible, indescifrable. Decidí apagarlo una vez más. No había caso, el celular había muerto.

Tomé mi latte de Starbucks, extrañaba las cosas formales, aquí todo era servicio exprés. En Londres la mayoría eran cafés elegantes, con galletitas y toda la porquería. Aquí no, casi todo era para llevar. ¡Qué poco chic!

—Puedo rogarte que seas de mente abierta, hoy puede pasar algo que… Algo que te cambie la vida. Soy tu mejor amiga y tienes que hacerme caso en esto.

—Ya te dije que no voy a llamarlo —si lo pensaba desapasionadamente, William había dicho cosas horribles. Al menos esa era mi mentalidad hormonal que tenía.

—No te cierres, pequeña.

—No me digas pequeña —dije sintiendo la frustración.

—Las hormonas te están afectando de una manera que ni te digo. Vamos, hay alguien a quien tienes que ver —Mary se puso de pie caminando de regreso a su convertible. No entendía por qué tomaba esa actitud. Andaba de mal humor. No tenía ánimos de hacer nada o de expresar más sentimientos de los necesarios.

Llegamos a un hotel de lujo. Uno que tenía techos altos, lámparas de araña, sillones al estilo antiguo y gente poniéndose de alfombra para servirte. Esta cosa debe de ser carísima. No me extrañaba que algún amigo, hijo de político, se hospedara en este lugar. Era toda una monada.

Mary presionó el último botón, la suite presidencial. ¡Qué barbaridad! Esperaba a que no fuera el chico con el que salió el verano pasado. Su padre era uno de los embajadores en Francia y ella pasaba bastante tiempo acostándose con él, siempre en hoteles supercaros, con bañeras enormes y jacuzzis incluidos. Si era de este modo, de seguro me tocaba esperarla durante horas para que hiciera lo que tenía que hacer y pudiéramos regresar a su casa. Podría llamar a Mauri que pasara por mí, de ese modo no me sentiría tan incómoda. Antes de que pudiera decir o preguntar algo, Mary tocó la puerta de la suite. Para mi enorme sorpresa no tuve que llamar, Mauri estaba en la puerta con ese su extraño estilo. Le sonreí al tiempo que nos invitaba a entrar.

—De ahora en adelante me quedo a vivir en esta habitación —declaró muy sonriente—. ¿No es una preciosidad? Me encanta. Tiene una piscina de bañera.

—¡UH! —exclamó Mary—. Tengo que verla.

—Negativo, cariño. El hombre se está bañando.

Oh, por Dios, Mauri andaba con un chico en este hotel. Espero no le estemos interrumpiendo absolutamente nada. Ahora podría estarse bañando con el chico, haciendo solo Dios sabe qué. Pensé en Will un momento, había pasado un tiempo desde que él y yo no hacíamos nada. Muchas veces me sentía excitada y ansiosa. Con ganas de él, no podía darme el gusto de pensar de ese modo, no cuando mi mundo estaba cambiando de una manera que no podía parar. Pronto tendría que aprender a estar sin él.

No podía arrastrar a Will a un mundo que él no quería, pronto tendría que enseñarle una realidad que ni él ni yo queríamos. Esto era demasiado pronto. Quizá me hubiera gustado que arregláramos las cosas, estar bien y luego —si las cosas funcionaban— casarnos, tener hijos y formar una familia real como todos esperaban que fuera. No todo al revés, bebe, arreglo, casamiento, familia y quizá una vida estable. Eso no funcionaba de ese modo.

—¿No estamos interrumpiendo tu estadía con el chico? —pregunté para quitarme de la mente a William.

—Cariño, si lograra que ese hombre fuera mío sería una delicia y ya te habría sacado del hotel. Pero él no me pertenece, jamás me perteneció. Su corazón está tomado.

—Es una lástima —dije con sinceridad. La vida era injusta.

—No lo sientas, pronto sabrás a lo que me refiero.

Una punzada más fuerte de lo normal me sacó de todo pensamiento. Esto dolía demasiado, sentía como si algo se encogiera dentro ocasionando que mis ojos se llenaran de lágrimas. Debía ir al doctor o iba a parar muriendo del dolor.

Mary salió corriendo para abrazarme. No quería decirle que era dolor y no por William, pero de seguro me lleva al doctor de emergencia, mi cita es mañana, puedo aguantar un poco más.

—No te preocupes, Abbi. Estoy aquí y no estás sola en esto. Tienes personas que están dispuestas a luchar por ti.

—No quiero que gente quiera luchar por mí, solo quiero que William luche por estar conmigo, quiero que me diga lo que siente y no suponga que lo sé. Esto es tan confuso y puede que sean las hormonas y lo que sea, pero… quiero que me abrace y me diga que todo está bien.

Otra punzada me hizo gritar del dolor. Era bueno tener un tema con el que fingir, no es como si no sintiera lo que decía, pero no estaba para llorar por eso. Mary giró su cabeza sosteniendo la respiración. Sentí sus músculos tensarse y supe que estaba viendo a Mauri o a su amigo misterioso. Apreté su brazo, luego me froté los ojos sintiendo vergüenza inmediata. ¡No quiero llorar! Mucho menos frente a desconocidos.

—Qué pena, tu amigo me va a ver como una llorona.

—Su amigo quiere abrazarte y decirte que todo está bien, su amigo solo quiere estar contigo —su voz fue lo primero que me llegó. Mary se apartó al momento que William se acercaba con su pelo rubio recién mojado. Se dejó caer junto a mí y abrió sus manos—. Ven, pequeña, estoy aquí para ti. Como tú dijiste, listo para luchar. Tú y ese bebe que llevas dentro son y serán siempre mi vida.

Sus ojos se volvieron una mezcla de deseo, ternura, compasión y lágrimas. William estaba llorando. Mary y Mauri salieron de mi vista. Antes de que preguntara algo más, escuché la puerta cerrarse a sus espaldas. William volvió a abrazarme con más fuerza, el dolor abdominal se intensificaba y seguramente me desmayaría. Me puse de pie desabrochándome el pantalón, lo apretado provocaba que doliera más. Ya tenía días de que no dolía, no sé por qué empezó otra vez.

—¡Guau! Abbi, tranquila. No tenemos que apresurarnos —¡genial! William cree que quiero sexo cuando en realidad solo quiero abrazarlo. Me llevé las manos al abdomen. Esto duele mucho.

—Necesito usar el baño —dije aguantándome todo por dentro.

—Sí, cariño, ve.

Corrí al baño y tal y como dijo Mauri, tenía una piscina de bañera. El vapor aún rodeaba el baño, el aroma a jabón de verbena inundaba el ambiente. Ese era el aroma a William y me encantaba. Cuando logré estar más tranquila y el dolor menos marcado, salí de regreso con William. Él me esperaba sentado en el sillón, con los ojos inundados de dolor.

—¿Estás bien, Abbi? Te escuché gritar. ¿Qué está pasando?

—Estoy bien, es solo que… Es solo que…

—¿Tienes dolores otra vez?

Abrí mucho los ojos. ¿Cómo diablos sabía de mis dolores? Voy a matar a Mary. ¿Cómo se le ocurre decirle a William acerca de los dolores?

—Mañana tengo cita con el doctor —aclaré antes de que dijera algo.

—Tenemos cita. Yo voy contigo, por eso estoy aquí.

Asentí con la cabeza, no estaba sola ni jamás estaría sola en esto. Respiré hondo antes de sentarme en el sillón junto a William. Coloqué mi cabeza en su hombro y me permití sentirme tranquila. Su mano bajaba y subía en mi estómago, de una manera sobreprotectora. No podía amar más a este hombre que en estos momentos. Incluso pensaba en el futuro.

 

 

William

La sostuve en mis brazos hasta que se quedó dormida. De este modo ignorábamos todo lo que pasaba a nuestro alrededor, no había bulla más que nuestras respiraciones. Lentas y relajadas. No quería despertarla, pero estaba desesperado por saber de ella. Empecé a besar su cabeza, su cuello y todo pequeño acceso de piel que tenía. Era hermosa y yo la amaba con todo mi ser. Toqué su estómago fantaseando con un bebe creciendo dentro de ella. ¿Cómo pude decirle que si estaba segura de que era mío? Harry no la tocaría y ella no se entregaría a nadie. Me pertenecía como yo le pertenecía a ella. Abbi se removió en mis brazos soltando una risita exagerada.

—¡Basta, Will! —dijo intentando desajustar el agarre. La tomé con más fuerza presionando los lugares más sensibles de su cuerpo.

—Dame un beso y dejo de hacerlo —la amenacé deseando sus besos.

—No te los mereces, ahora ¡suéltame! —volvió a chillar—. Voy a hacerme pipi en los pantalones.

—Tus labios a cambio de tus cosquillas —dije sosteniendo sus brazos.

—Okey, pero que quede claro que te lo doy porque siento que me hago pipi —se acercó a mis labios. Quité el agarre de sus caderas tomando su cara, observé sus enormes ojos grises y la besé. Sus labios dominaban mi boca, su lengua rozaba mis labios con desesperación. Pensé que no podría querer algo tanto como este beso hasta que sus manos tomaron mis costillas y empezó a presionar.

Salté como loco intentando agarrar sus manos para evitar las cosquillas. Tampoco quería lastimarla, pero odiaba estas cosas. Intenté regresarle la pequeña bromita que me estaba montando regresándole con desesperación su tacto. Su risa llenó la habitación y me sentí completo. Quería escuchar esa risa el resto de mi vida.

—Te amo, Abbi —dije cuando ya no podíamos más. Nuestras respiraciones estaban aceleradas, incluso podía escuchar el corazón de Abbi retumbar debajo de su pecho.

La vi sonrojarse y bajar la mirada. Esta chica no tiene ni idea de las cosas que causa en mi interior. Si ella supiera que mi vida dependía de ella, quizá sería muy malo. Levanté su rostro para observarla detenidamente.

—Te amo con todo mi ser, Abigail Sheperd. Te necesito tanto como tú me necesitas.

Sentía la necesidad de decirlo todo. De gritarle a los cuatro vientos lo que sentía. Abbi tenía que ser mi esposa. No por una estúpida ley, no porque alguien lo dijera, yo la estaba eligiendo a ella.

—Pequeña, escúchame bien —tomé su rostro para que me observara detenidamente—. Desde el primer momento en que te vi supe que ibas a destruir mi mundo. Te molestaba en clase para que nadie se diera cuenta de lo perfecta que eras, te quería solo para mí. No quería ni de cerca que alguien se te acercara. Dime posesivo, pero… no podía vivir sin que fueras mía. Luego te fuiste a Washington. Te extrañé como no tienes idea. Revisaba tus actualizaciones, fotografías, amigos nuevos. No podía ni pensar que estabas tan cerca de tener a alguien a quien amar que no fuera yo. Lo odié con todo mi corazón.

—Will, no tienes que…

—Tengo que, Abbi, necesito que entiendas lo mucho que vales —le di un rápido beso en la frente antes de continuar hablando—. Te vi en el centro comercial y solo no sabía cómo actuar. Quería gritar que habías vuelto, pero estaba bloqueado. Toda tú, un desastre como siempre. Necesitando desesperadamente que te trataran en un salón de belleza. Esa noche cuando nos comprometimos, agradecí que, finalmente, te tenía y no tenía que admitir ante el mundo que esto era lo que había esperado durante toda mi vida. Te esperaba a ti, pequeña, y por más que me costó admitirlo, ahora sé que mi vida es tuya. Siempre fuiste tú. Siempre tú.

Abbi sonrió bastante. En lugar de lágrimas veía felicidad pura. Esto era exactamente lo que quería, verla de ese modo. La observé unos largos minutos, antes de que ella se removiera entre mis brazos para acercarse.

—Bésame —susurró.

No tuvo que rogar. La besé como nunca antes, demostrándole lo mucho que valía para mí. Le quité la blusa sintiendo la necesidad de tener más de ella, pensé que vendría a encontrarla distinta, pero nada había cambiado. ¿En qué momento se empieza a notar el embarazo?

La tomé en brazos para alejarla de la sala de estar y llevarla a la habitación. Abbi no dejaba de besar mi cuello como si su vida dependiera de ello, me gustaba esa sensación. La apreté contra mi pecho sintiendo cómo me ponía duro. Dejándola en la cama, quité el botón del pantalón, sin apartar la mirada de ella, lo bajé. Lento de una manera tentadora.

—No tengo que usar condón, ¿o sí?

Abbi soltó una risita negando con la cabeza. Por supuesto que no lo necesitábamos. Lo único que podía pasar ya había pasado. Dejé que Abbi se deshiciera de mi ropa. Quería que esto fuera más romántico, pero tanto Abbi como yo, estábamos desesperados. Quería poseerla, hacerla mía.

En un momento de desesperación, la tomé de la cintura tirándola en la cama. Abrí sus piernas y con un movimiento la hice mía, toda mía como debería de ser.

Me costó una barbaridad lograr que Abbi pasara la noche en el hotel. Se negaba a hacerlo. Después de que tuviéramos una sesión de sexo de unas tres horas, Abbi se estaba quejando de mucho dolor en el abdomen. Estaba demasiado asustado por cómo se había puesto. Estaba pálida y sudando. Ella me aseguró que todo estaba bien, que pronto pasaría. Su color lo decía todo. No iba a permitir que algo le pasara a mi bebe por irresponsabilidades y miedos de Abbi.

—Deberíamos ir de una vez —le dije viéndola tirada en la cama, con las mantas hasta el cuello.

—Ya pasará —su voz sonaba temblorosa.

—¿Qué sientes?

—Cólicos muy fuertes —escondía su rostro entre la almohada—. No lo vas a entender.

—Como una mierda. ¡Claro que no lo entendía!

Me acosté a su lado, abrazándola para que todo pasara, al cabo de unos minutos la escuché respirar pesadamente. Estaba dormida y junto a ella me sumí al mismo sueño.

El cambio de horario es de las peores cosas. Estaba despierto desde hace dos horas, el sol apenas empezaba a salir por la ventana. No era que no me gustara este lugar, pero Londres era una ciudad mucho más linda que esta. Una parte de mí extrañaba la lluvia, la elegancia de la gente, los automóviles incluso. Solo tenía dos semanas fuera de casa y ya añoraba regresar.

Llamé por teléfono al servicio y ordené té. No era muy amigo del café y no estaba seguro de si sería bueno para el bebe tomar esa cosa tan amarga. Intenté distraerme con la televisión, pero todos los programas matutinos tenían algo que ver con cosas de niños. Esto sí que era tedioso.

Finalmente, mis ojos se estaban cerrando una vez más, tirado en el sillón viendo videos musicales cuando un grito me despertó por completo. En menos de lo que pensaba, estaba pegándole a la puerta del baño exigiéndole a Abbi que abriera. Escuchaba sollozos y gritos de dolor.

—Abigail Sheperd, abre la maldita puerta —grité muerto de la preocupación.

Abbi abrió con la cara pálida, llena de sudor y lágrimas. Me observó unos segundos antes de aclarar.

—Tenemos que ir ahora al hospital.

Abbi se encerró con unos pantalones negros de dormir que me pertenecían. No entendía qué estaba pasando. Me senté en la cama, totalmente preocupado cuando vi qué estaba pasando. La cama estaba manchada. Levanté la vista para ver a Abbi observarme con ojos llorosos y supe que algo estaba mal. Tomé el teléfono, llamé a Mary, le expliqué la situación. Abbi se retorcía del dolor y simplemente no sabía cómo actuar.

Estaba muerto del miedo.