Agapi
Abbi
Casi un mes de la muerte de Lui. Cualquiera diría que con los días el dolor disminuye. Cualquiera diría que estamos mejor. Pero cuanto más tiempo pasaba, Will estaba peor. Una semana después del entierro fue la peor. William, finalmente, comprendió que había perdido a su mejor amigo, su estado de shock pasó a ser una depresión intensa. No me aparté de su lado ni en los peores momentos como Cora tampoco lo hizo de Blake. Una pérdida es de lo peor que le puede pasar a uno.
Observé mi cabello, lo había arreglado para la cena de hoy. Finalmente, me había invitado a salir después de un mes como su pareja oficial. La clave anunció a las dos semanas que habían aprobado el compromiso, pero ni Will, ni yo, estábamos para celebrarlo.
Me fui a la mansión Sheperd, donde había pasado ciertas noches de este mes. Casi todo el tiempo la pasaba en el apartamento de Will, intentando que siguiera sus clases y su entrenamiento político con su padre, cosa que no pasó. Por mi parte, había empezado clases otra vez y tener que apartarme de su lado durante seis horas era toda una tortura china.
Me puse mi vestido azul de encaje, con los zapatos dorados de plataforma. Maquillé mi rostro, coloqué las perlas que mamá me regaló para mi primer compromiso con William. Acomodé mi collar en forma de corazón que nunca quitaba de mi cuello y apliqué crayón de labios color cereza. Me gustaba lo que veía, me gustaría más si pudiera enseñarle a Ash o a mamá cómo había mejorado mi imagen personal.
Desde que estoy con William puedo decir que Ashley no disfruta más de burlarse de mí. Ya no era aquella niña de playeras flojas, camisas vaqueras y zapatos Converse que no iban nada con la élite. Ahora era la chica de un futuro político, uno muy bueno, por cierto. Con vestidos formales de encaje, zapatos de tacón, las faldas de lápiz y las chaquetas formales. Incluso mi cabello había cambiado de cola de caballo y gorros hípster al clásico secado en ondas. Realmente me gustaba. Me iba el nuevo estilo.
Al momento en que William llegó por mí, salí disparada a recibirlo con un gran abrazo de esos que dejan sin aliento. Sabía lo mucho que le gustaba sentir mi cuerpo contra el suyo y quién era yo para negárselo.
—Pequeña —susurró William contra mi cuello. Inspirando el aroma a mi perfume favorito de rosas.
—Amor, no te lo creo —dije observándolo con su traje formal. Su pajarita negra y su saco de gala. No era justo que él se viera tres veces mejor de lo que yo me veía—. Te vez sacado de la cena de gala en el Titanic.
—¿Leonardo DiCaprio? —levantó una ceja.
—¡Dios, sí! Ese traje. Te ves guapísimo.
No lo decía como un compromiso, realmente se veía muy bien en ese traje. Era nuevo o al menos en el tiempo que teníamos de estar juntos nunca lo había visto usar algo por el estilo. Sin mencionar, que después de un mes, finalmente, lo veía sonreír. Una sonrisa pura y sincera. ¡Dios! Cómo lo amaba.
—¿Lista? —preguntó besando mis labios.
—¡Pintura de labios! —dije limpiando su boca marcada por la mía.
Los dos reímos al tiempo que subíamos al automóvil. Era raro no verlo en su deportivo. Esta vez teníamos chofer. Fruncí el ceño al ver lo mucho que se estaba esmerando William en esta cita. No era la primera a la que salíamos, tampoco la primera comprometidos, tiempo atrás, cuando todo estaba bien, salimos un par de veces. Algo en todo esto era distinto.
—¿Y tu deportivo? —pregunté subiendo delante de él.
—De este modo, pequeña, puedo besarte todo lo que quiera sin tener que fijarme en el camino.
Tomando su mano en la comodidad de la limosina, lo besé, ignorando el color en mis labios o cómo luciera mi cabello después de perder el control dentro. Pero William no dejó que pasara a más de un beso suave y tranquilo. Sentía sus manos frías y sudorosas, definitivamente, esta cena iba con algo extra dentro.
Al llegar al lugar, lo reconocí de inmediato. El salón social de la élite. Ese lugar en el que anunciamos nuestro compromiso la primera vez. Mi estómago se contrajo al ver todas las luces prendidas y los carros parqueados en sus lugares. Los valet estaban en lo suyo y los jóvenes en la entrada sonreían al tiempo que varios periodistas se aglomeraban en la puerta del carro. William tomó mi mano sacándome de todo pensamiento coherente que pude tener. Posamos para un par de fotografías, ya era por inercia, no entendía qué hacíamos aquí.
En la entrada del salón, mis manos no dejaban de temblar. Me paré en seco al entender qué estaba pasando. William iba a anunciar nuestro compromiso y ni siquiera me dijo nada. Lo observé con esa mirada de interrogación exigiendo una explicación.
—¡Sorpresa! —dijo encogiéndose de hombros evidentemente nervioso.
—¡William Hamilton! No te lo puedo creer —lo señalé—. Esto está muy jodido, ni siquiera me preparé para esto. Se supone que era una cena.
—¿Qué crees que es esto? ¿Una ida al cine con todos los de la élite? Es una cena, solo no te mencioné que habría un par de personas más.
—¡Un par de personas! William, está toda la maldita élite ahí dentro.
Su cara de felicidad fue transformada en segundos. Lo vi suspirar desviando la mirada de la mía. Si Will quería sorprenderme, pues lo había logrado. Estaba más que sorprendida. Increíblemente sorprendida.
—Podemos cancelar si es lo que quieres. Lo lamento, pensé que te gustaría…
—Déjalo —dije sintiéndome muy mal. Realmente se había esmerado—. Solo me hubiera gustado no estar tan sorprendida y prepararme mejor. Quizá un vestido menos corto, o menos escote y el cabello recogido…
—Si es por tu aspecto, Abigail, estás hermosa. Más linda imposible, así que relájate y disfruta de tu tiempo con tu prometido. ¿Qué te parece si entramos?
Asintiendo con la cabeza dándole una sonrisa tierna y llena de amor. Tomé su mano dejando que me guiara al caos. Al momento de entrar, la música instrumental de When you believe sonó por todos lados opacando los aplausos y vítores que se extendían de parte de la élite. El corazón me iba a mil, como una caída libre. Esto estaba pasando. Finalmente, estaba pasando. Con todo el nervio reflejado en mi cara, giré mi cabeza para ver a Will. Estaba sonriendo saludando amablemente a todos con la cabeza. Lo vi observarme de reojo. Me encogí de hombros sonriendo de regreso. No me dio tiempo de darme cuenta de lo que estaba pasando. William me tomó de la cintura dándome vueltas como loco. Los dos girábamos y a lo lejos escuchaba las risas de las personas. Una vez más, estábamos rompiendo el protocolo.
La cena pasó sin ningún percance. Todo en la mesa estaba delicioso y por un minuto, pensé que la reina diría algún comentario acerca de la risa escandalosa que tiraba de vez en cuando. No éramos ni de cerca la pareja ideal que la élite quisiera para sus líneas de linaje. Ninguno ponía en orden al otro.
Al momento en que el protocolo dictaba la bendición de la reina, ya estaba nerviosa otra vez. Por más que hubiera vivido esto ya una vez, para mí esto era muy importante, más que la primera. En esa época, William no era tan importante como es ahora. Esta vez nos habíamos elegido. Estábamos juntos por gusto y gana. Tras una lucha de peleas y pérdidas.
William se puso de pie, llamando la atención de todos en la mesa. Una chica llegó corriendo con un micrófono en mano. Se lo tendió a William que no lo pensó ni dos veces antes de tomarlo. Dando media vuelta para quedar a la vista de todos los presentes empezó a hablar. Su voz era formal, como la de su padre al momento de hablar frente al congreso. No había duda, William llegaría lejos.
—Hace un par de años, me enamoré de una chica a la que todos molestaban, a la que nadie creía interesante. Esa que no llamaba la atención de nadie, esa era la chica de la que me enamoré. Me escondía para que nadie viera lo mucho que necesitaba de ella. En clase la veía de momentos escondida en un libro o un cómic, cosa que no haría una persona normal en esta sociedad. El tiempo pasó y quizá me atrevo a decir que intenté amar a otra mujer para olvidarme de ella. No funcionó, porque en el momento en que mi vida volvió a cruzarse en la de ella todo dejó de tener importancia. Si Lui estuviera aquí —su voz se quebró un poco, pero la recuperó inmediatamente—, diría que no admitía que mi corazón siempre le había pertenecido a ella. Así fue, nunca lo admití por pena de sentirme débil o no aceptado. Una vez que me convencí a mí mismo que nunca encontraría la felicidad fuera de los brazos de Abbi grité desesperadamente que ella era mía. Siempre lo había sido.
Para este punto mis ojos ya me habían traicionado llenándose de lágrimas que no derramaba por miedo a que el maquillaje se volviera una pasta horrible. Extendí mi mano para tomar la de él en lo que hablaba. Necesitaba sentirlo.
—La primera vez pudo ser un matrimonio forzado para mantener un estúpido linaje que muchas veces condena a personas no compatibles a convivir y vivir una vida llena de infidelidad y tristeza. No lo digo por nadie en particular, que quede claro —el sarcasmo en su tono hizo que la dureza de su discurso se suavizara un tanto. Pero Will tenía razón. Muchos estaban condenados a una vida difícil gracias a los matrimonios forzados—. Este no es mi caso, yo elegí casarme contigo porque no logro ver una vida sin ti, Abbi. Te elegí entre todas porque eres diferente, porque desde el primer día que te hablé, supe que ibas a complicar mi maldita vida, supe desde la primera risa que quería verte sonreír por el resto de la eternidad. Solamente tenías que ser tú para enamorarme.
Mordiendo mi labio inferior intenté no romperme como era de esperarse. Él estaba tan enamorado de mí, como yo estaba de él. Esta vida era deliciosa. Quizá los finales felices sí eran posibles.
—Abigail Ellen Sheperd —dijo con una sonrisa en la cara—. ¿Te casarías conmigo?
Mi corazón saltó de la emoción al tiempo que mis sentidos se dormían con el resto de mi cuerpo. ¡William me estaba proponiendo matrimonio como un mortal! Dios, no puedo creerlo. Esto es demasiado. Como si no fuera ya suficiente. Me puse de pie colgándome de su cuello inspirando su aroma a menta con limón. Tomó mi cara en sus manos observándome unos segundos antes de que lograra encontrar mi voz.
—Sí —dije besando sus labios.
William
Abbi jugaba con la panza de casi nueve meses de Mary. Todo iba bien, estábamos trabajando en lograr que las cosas lo estuvieran, por momentos me sentía demasiado estresado, por todo. Una relación completamente mejor de lo que tenía, el bebe de Mary, la muerte de Lui, las clases, mi preparación política y los viajes solían ser demasiado para mi sistema.
Era tedioso tener a Abbi viviendo en la casa de sus padres aun cuando pasaba más tiempo en mi casa que en la mansión. No podía esperar a casarme con ella y estar tiempo completo. Me senté mejor en la silla de playa frente a la piscina de la mansión Hamilton. Vinimos de visita a ver a mis padres, almorzamos con ellos y después vinimos a pasar unos momentos a la piscina, ya que el día estaba espectacular.
Decidimos tomar unas vacaciones con Abbi. Unas supertranquilas vacaciones. Una semana entera en Santorini, solo ella y yo. Salimos a playas, a caminar en las calles de Oia, a la playa roja y por supuesto, en las tardes que el calor era insoportable, la encerraba en la habitación y le hacía el amor hasta más no poder. El sexo cada vez era mejor. Incluso habíamos experimentado posiciones y juguetes. Quién iba a decir lo que un vibrador podía hacer con una mujer.
La muerte de Lui me llevó a una locura, una depresión de días que me llevaban al borde, pero Abbi siempre era ese rayo de luz que necesitaba. Pensar que venía un bebe con la sangre de mi mejor amigo me volvía sobreprotector con Mary también. Abbi lo entendía, pero muchas veces se molestaba de la atención prestada a su amiga. Era un problema que me costó aprender a manejar, pero todo estaba saliendo como debería y logré manejar a las dos. Seguramente cuando nazca el bebe me vuelvo papá a pesar de que realmente no era mío.
Abbi soltó un grito repentinamente. Levanté la cabeza para verla saltar de la silla tomando a Mary del brazo. La chica se tomaba el estómago con la cara retorcida. No entendí qué era lo que pasaba hasta que Abbi llamó mi atención.
—¡Llama a una ambulancia!
Recordé cuando le había pasado lo mismo a Abbi y pensé que había perdido el bebe. El miedo se apoderó de mi ser en ese preciso momento. Tomé el teléfono llamando a una ambulancia mientras corría al lado de Mary que gritaba con desesperación. Su ropa estaba mojada, de seguro se ha de haber derramado un vaso de agua cuando el dolor de estómago le llegó. La ayudé a calmarse diciendo palabras dulces como lo hacía Abbi.
Al momento de llegar al hospital. Los doctores la entraron a una salita con cortinas azules con otras mujeres gritando como locas. Esto parecía la última película del exorcista. Me hicieron salir unos momentos en lo que la revisaban. Afuera de la habitación estaba un hombre vestido con una bata azul, guantes y un gorrito como de baño. Veía al piso, perdido como si todo su mundo se hubiera ido a la mierda.
—¿Está todo bien? —pregunté un poco más alto para aplacar los gritos de dolor de dos mujeres que sonaban como gatos en celo.
Quizá no eran muchas mujeres gritando, pero sí dos o tres. Los doctores pasaban a toda prisa junto a las enfermeras que llevaban sábanas, jeringas y cosas que me aterraban. Pensé en Lui unos segundos antes de que el hombre contestara.
—Hermano, eso es un trauma —dijo sin verme a los ojos—. No tienes idea cómo es eso. La sangre, los gritos, los doctores por todos lados, tu mujer pujando, todos esos líquidos que… —el hombre hizo una cara de asco negando con la cabeza.
Ni loco que iba a entrar a ver eso. No soy estúpido para creer que parir un hijo es algo agradable, pero el chico frente a mí está completamente aterrado. No iba a pasar por eso. Recostándome en la pared a su lado intenté oprimir los gritos que venían de una sola mujer que era sacada en camilla con su esposo sosteniendo la mano de ella mientras se retorcía del dolor. Abbi salió corriendo en ese mismo momento anunciando que había roto fuente y que pronto tendría al bebe. No pude hacer nada más que sonreír.
—¿Tu chica va a tener un hijo? —preguntó el hombre, finalmente, viéndome a los ojos.
—La chica de mi mejor amigo —dije sintiendo la opresión en el pecho por el recuerdo de Lui.
—Tu amigo tiene suerte. A pesar de que es una sensación asquerosa ver todo eso, al momento de ver a tu hijo por primera vez, arrugado y morado, te enamoras inmediatamente de él. Es como estar en el cielo.
Dándole un golpe en la espalda al chico, le sonreí entendiendo poco de lo que decía. ¿Cómo puede ser algo lindo un bebe lleno de placenta, sangre y cuanta cosa sale del cuerpo de la mujer? Quizá no lo entendía. Puede que si fuera mi bebe el que estuviera saliendo del cuerpo de Abbi fuera… No, no y no. No puedo ni pensarlo. La sola imagen me causa náuseas. Ella tiene que perdonarme. Pero definitivamente no puedo ver eso.
Cuando los gritos de Mary se volvieron más agudos y desesperados. La vi en la camilla de hospital completamente cambiada con gorrita azul y bata del mismo color. Abbi estaba igual que el chico que seguía a mi lado. Con un saludo tierno Abbi salió disparada detrás de Mary. Era muy bueno saber que no tendría que pasar por eso. No tenía las fuerzas para aguantar ver a un bebe venir al mundo.
Me tomó un segundo darme cuenta de que mi vida estaba a punto de cambiar. En un principio, cuando Lui me dijo que me hiciera cargo de su bebe no lo pensé ni dos veces. Ahora que lo veo tan real… estoy asustado. Un bebe en el apartamento, uno que va a estar llorando y matando mi paz que durante seis meses formaron parte de mí. Esto iba cada vez peor. Tomando mi camino a la sala de espera, me senté en un sillón blanco junto a un vidrio que daba a una salita donde varios bebes dormían.
¿Qué diablos estoy haciendo? Sé que no tengo otra opción, esta sería mi responsabilidad de ahora en adelante. Se lo había prometido a Lui, pero… ¿en qué diablos había estado pensando él? Intenté respirar lo más profundo que pude. Estaba entrando en pánico. Ni siquiera me había detenido a pensar que el bebe se había adelantado casi tres semanas. Aún estábamos en septiembre. 18 de septiembre para ser exactos. Él no tenía que aparecer hasta el 10 de octubre aproximadamente. Mis manos temblaban y agradecí eternamente que no me pidieran entrar a la sala.
Durante casi hora y media, vi a muchas familias acercarse al vidrio, señalar a los niños, abrazarse y muchos otros lloraban de felicidad. ¿Qué no se dan cuenta de que su vida está a punto de convertirse en una mezcla de vómito, pachas sucias, juguetes, sin mencionar los pañales sucios y el llanto insoportable? Me tapé los oídos presos del pánico. No era mi bebe y aun así tenía que ser responsable por él. Abbi estaría ahí, Mary también, pero yo era la figura paterna en todo este asunto. ¿Cómo diablos tenía que comportarme para que todo encajara en su lugar?
Recordé la cara de Abbi cuando se enteró que no era ella la que tendría el bebe. En cierto punto, la decepción se apoderó de ella. Yo le había ofrecido uno sin siquiera pensarlo. Menos mal eso no le pasó en ese momento a Abigail por la cabeza. No sé qué haría con dos de esos. De seguro no dormiría bien por el resto de mi vida.
Vi a una familia acercarse al vidrio, el chico sosteniendo dos bebes atrás del vidrio era solo felicidad y lágrimas. Las personas a mi alrededor aplaudían y lo felicitaban.
—Gemelos— dijo alguien a mi espalda.
Pensé en el hecho que, si un bebe era difícil, no quiero pensar cómo debe de ser tener dos. Negué con la cabeza presa del pánico. Estaba desesperado y definitivamente asustado. No sé cuánto tiempo más pasé en este estado. Cuando Abbi se acercó con esa bata azul y el ridículo gorrito con un bulto entre las manos. No pensé en nada más. Me acerqué al vidrio colocando mi mano encima, como si pudiera tocarlos.
Abbi sonreía sin apartar la vista de sus manos. Cuando removió la manta que lo tapaba, una criaturita miniatura apareció. Arrugado y morado, tal y como el chico lo había descrito. La manta era azul y el trajecito que le quedaba grande también era azul. Levanté mi vista para ver a Abbi sonriendo, sus ojos llorosos de emoción y no pude más. Me quebré en mil pedazos y en menos de lo que sentí tenía mi cabeza pegada al vidrio sintiendo las lágrimas resbalar por mis mejillas. Ese bebe era la sangre de mi mejor amigo. No podía decir que se parecían, ese bebe estaba hinchado y medio deforme. Aun así, lo veía hermoso.
El bebe de Lui. Al parecer, después de todo no lo perdimos, nos dejó algo muy importante. Una parte de él.
Abbi se dio la vuelta para hablar con una enfermera que no tardó en salir a llamarme. Aún con las mejillas húmedas corrí al encuentro de mi prometida que cargaba a mi sobrino en manos. Abbi me tendió al bebe. Con miedo lo tomé sintiendo mis manos temblar.
—Te presento a Louis André Montgomery.
—Junior —dije sonriendo.
—Sí, Junior.
Lo abracé contra mi pecho viendo sus ojitos cerrados en un sueño profundo y supe que estaba perdido en él. Ya no pensaba en los pañales, tampoco pensaba en el llanto infinito. Solo tenía ojos para este bebe. No era mi sangre, pero vaya si no era la de Lui y eso, eso valía la puta vida entera.
Para el momento en que salí de la sala cuna. La madre de Lui ya estaba pegada a la ventana, llorando junto al señor Montgomery. Los padres de Mary viajarían mañana para verla. Aún no aceptaban que su hija estuviera viviendo en Londres con una gran panza de adorno. Bueno, ahora la panza sería historia. El bebe ya estaba aquí. Con su arrugada piel y la necedad de no abrir los ojos. De seguro debe de tener algo malo, por más que intenté que los abriera. El bebe, al igual que su padre, eran necios al abrirlos.
—¿Estás bien? —preguntó Blake emocionado.
—Los bebes son tan raros —dije negando con la cabeza—. Arrugados y morados. ¿Por qué crees que es?
Blake se encogió de hombros.
—Ni idea —respondió.
El rumor del nacimiento del junior se corrió como agua en río. Todos estaban llegando con curiosidad. El bebe no podía ser reclamado por la élite hasta que naciera y se hiciera la prueba de paternidad. Mary no se sintió mal cuando le dijeron que la necesitaban, ella estaba dispuesta a mostrarles a todos que era el bebe de Lui. Las cosas pintaban a favor del reclamo de la élite, nunca dejarían a la sangre real tirada por el mundo.
Me acerqué a la puerta para ver a varias personas querer entrar, entre gente de élite y reporteros. Solo dejé que la familia y la clave de la élite entrara. A los reporteros y a la mitad de la élite, los mandé a la mierda. Eso quería decir que Ash estaba totalmente del otro lado de la sala. Junto a los reporteros. Muy mi media hermana podía ser, pero era un grano en la nariz. Molesta hasta más no poder.
Nunca le conté a Abbi lo que mi madre me había contado de mi padre y su madre. Nunca tuve el valor de enfrentar una situación que no era segura. Nunca le pregunté a papá y quizá era lo mejor.
Cuando salimos de haber visitado a Mary, que no podía hablar por la anestesia y seguía medio dormida, llevé a Abbi a casa para que nosotros también descansáramos un poco. En muy poco tiempo nuestras vidas cambiarían. Algo en mí ya no tenía miedo, no sentía pánico. Estaba ansioso por lo que estaba por venir. Ver al bebe de Lui despertó algo que estaba dormido en mí. Algo que no entendía.
Besando a Abbi en los labios. Le susurré cuánto la amaba. Definitivamente, esto era lo que éramos y lo que siempre seríamos. Una sola persona.
Abbi
Entramos en la comodidad de casa. Por más cansada que estuviera, no podía dejar de sonreír ante la imagen de ese bebe al momento de salir. No vi la sangre, ni la cosa pastosa que se adhería al cuerpo del bebe. Veía una cosa hermosa llorando y haciendo estragos en el lugar. Mary estaba sudada y mi mano dolía como nunca antes lo había hecho. Dejé que mi mejor amiga me gritara, me pegara y me quebrara la mano con su agarre. Valió la pena cada segundo que estuvimos juntas viendo a ese bebe venir al mundo.
Nada había sido mejor que ver la cara de Will al momento de ver al bebe. Louis dormía en mis brazos y William estaba muerto en pánico. Podía verlo en sus ojos. Sabía que lo sentía. Pero todo cambió repentinamente. Los ojos se le iluminaron al ver esa cosita hermosa. Sus ojitos cerrados y la insistencia de Will de querer que los abriera para ver si lograba ver un pedazo de Lui dentro de ellos.
Me quité la blusa y el pantalón viendo cómo Will prendía la ducha. Ya no sentía vergüenza o pena al tiempo que estaba cerca de él. Era bastante cómodo estar desnuda a su alrededor. Acercándome a él, lo ayudé a quitarse la camisa, el pantalón y el bóxer negro pegadito. Realmente se veía muy bien con esos, resaltaban todo su…
—Si sigues viéndome de ese modo, no vamos a llegar dentro de la ducha, pequeña —William me veía con una gran sonrisa en la cara.
—Entonces deja de mostrar tu gran…
—¡Nena! —gritó sorprendido.
—¿Qué? Si es verdad. No es mi culpa que me la estés restregando en la cara, Will.
—Ammm, Abbi. No te estoy restregando nada en la cara —dijo acercándose de ese modo posesivo que solía tener cuando estaba determinado en algo—. Al menos no aún.
Sin previo aviso me tomó por la cintura abrazándome con fuerzas. Capturó mi labio inferior apresándolo con sus dientes. Solté un gemido desde lo más profundo de mi garganta retorciéndome de deseo en sus brazos. Acomodándome, salté a sus caderas envolviendo mis piernas. Una de sus manos me sostenía de manera que la otra me acercaba más a él. Estábamos llenos de lujuria, por alguna razón. A pesar de que estábamos acostumbrados a estar juntos, el deseo seguía fuerte.
El agua golpeó mi espalda. Hubiera gritado de no haberla sentido deliciosa, caliente y refrescante al mismo tiempo. Las gotas comenzaron a rodear nuestros cuerpos mientras nos movíamos al ritmo de los latidos del corazón.
—William —susurré contra sus labios. Grité cuando sus movimientos se hicieron constantes.
Su mano me apretaba con fuerza, dejándome sin aliento y sin sentidos. William estaba siendo bastante duro, como si algo en él lo necesitara. Esto eran los momentos en los que olvidábamos lo que pasaba a nuestro alrededor. Era el momento en el que dejábamos de creer en lo imposible. Esto era todo para nosotros. Éramos uno solo.
William me entendía de una manera que nadie más lograba. Él sabía exactamente cómo tratarme y sabía perfectamente que no era una dama de la realeza. Solo era yo viviendo en un mundo que no elegí, uno en el que no encajaba hasta que encontré a William. Ahora esto era mi vida, mi futuro que tanto me gustaba.
Jalando mi cabello negro, William alcanzó mi cuello besándolo, chupándolo, sintiéndolo todo. Esto era todo. Mis piernas empezaron a perder el agarre que tenían a su cadera, mi mundo se estaba perdiendo en cada arremetida que daba. Estaba en el límite, perdida en los sentimientos que sentía por este hombre.
William apretó mi espalda llevando su frente a mi clavícula. Lo escuché gruñir y decir palabras indescifrables, llevándome al suelo. Me mantuve en su regazo al tiempo que él recuperaba su aliento. El agua aún golpeaba mi espalda, pero nada de eso importaba.
Después de darnos una ducha eterna jugando con la espuma, sobando y lavando nuestros cuerpos, salimos a la comodidad de nuestra sala de estar. Me había colocado un vestidito pequeño de dormir de seda rosa, Will estaba solo en pantalones de chándal negro y su sexi torso al descubierto. Preparé chocolate caliente mientras William preparaba su pan con queso especial. Tres tipos de queso diferentes puestos en dos rodajas de pan blanco calentados en un sartén con aceite de oliva. Sin más que decir. Nos acercamos al balcón a observar el atardecer. El clima era cálido, por algún milagro el frío se conservaba oculto en algún lugar remoto del mundo.
Mary estaría con nosotros los primeros meses para ayudarla con el bebe, ella dejó muy claro que ella quería su espacio, por lo que William compró el apartamento de enfrente para cuando estuviera lista se pasara a vivir sola. No podía imaginarme mi vida de otra manera. La necesitaba cerca y ella también. De este modo sabía que todo estaba bien. William era otro votante por conservar nuestra privacidad. Le gustaba hacer el amor en cualquier parte del apartamento y con un bebe y una invitada eso era imposible.
El pan con queso era una delicia como siempre, William tenía una habilidad oculta, la cocina. La fuimos descubriendo con el paso del tiempo. La primera vez que yo le hice una torta para él, se la devoró en menos de tres minutos. No sé cómo había logrado comer tanto en tan poco tiempo, pero lo hizo y agradecí que no mencionara lo mal que estaba hecha. Sería un golpe bajo para mi autoestima.
—Este pan con queso está increíble —mencioné dándole otra mordida.
—Pienso comerme otro —señaló la cocina—. ¿Hago dos más?
Asentí sin pensarlo. Estaba demasiado bueno para rechazarlo. Caminé junto a él para servir dos vasos con agua y hielo. No tenía que preguntarle si quería, ya entendíamos a la perfección lo que necesitábamos sin necesidad de hablar.
Nos volvimos a sentar con los dos nuevos panes que William había preparado. Estábamos abrazados, platicando acerca de nada en específico. Nos estábamos riendo acerca de unos eventos recientes que habían pasado.
—Creo que tengo ganas de ir a comer postre —dije con una sonrisa en el rostro, William levantó una ceja. Al tiempo que se sentaba de mejor manera.
—¿Cómo que tienes ganas?
—No sé. Quizá de helado, o de bubble tea, o de pastel de tres leches, o quizá…
—Tienes ganas de comerte todo lo dulce que encuentres.
Asentí algo apenada. La verdad es que tenía muchas ganas de cosas dulces.
—Muy bien, señorita. ¿Te parece si vamos después de ver el atardecer?
—Me parece perfecto, señor Hamilton.
Acomodándome a su lado, vimos el sol caer como toda tarde juntos. La costumbre de las fotos nunca se perdió. Cuando no lo tenía cerca, simplemente nos mandábamos la respectiva fotografía. No hablamos de tener hijos hasta dentro de unos años y seguramente nos casaríamos en tres o dos, dependiendo de la desesperación de Will. Conociéndolo llegamos a los dos.
—Nunca te has puesto a pensar cómo serían las cosas en unos años. Cuando tú y yo estemos más viejos… De unos cuarenta años. ¿Me vas a querer, aunque me vuelva un viejo panzón bigotudo?
El comentario y pregunta de Will me causó mucha risa. Me tapé la boca para evitar soltar una carcajada escandalosa. Era un ocurrente. Nunca dejaría que eso pasara, ni él ni yo. No era muy amante del bigote, a lo mucho llegaba a la barba sexi que se dejan ahora. Una barba corta y bien definida.
—Señor Hamilton, usted sabe que lo amaría con todos sus defectos, pero sé que eso no va a pasar. Vamos a hacer ejercicio para mantener la figura lo más que podamos, aunque los años pasen. Por cierto, ¿bigote? Eso si no. Odio los bigotes, barba sí está permitido, pero de las cortas bonitas. ¿Entendido?
—No crees que sería sexi —se tomó la barbilla simulando sobarse una barba.
—No, la verdad no. Nada sexi —con una gran sonrisa en la cara.
—¿Pero la barba sí? —volvió a preguntar.
—La barba sí, pero no larga y fea.
—¿Como pelo púbico?
Hice una mueca de asco.
—Eres un desagradable. ¿Lo sabías?
William asintió con la cabeza antes de jalarme a su regazo. Nos besamos unos segundos antes de que él se levantara para dejarme sobre mis pies. Me dio una vuelta con una mano antes de tomar mi cintura con fuerza. Su boca llegó a mi oído. Su respiración se sentía deliciosa, relajante en todos los puntos posibles.
—¿Bailas conmigo? —no dejó que respondiera y corrió a la máquina esa que tenía para poner música en todo el apartamento.
El cielo aún estaba pintado de morado, naranja y un poco de amarillo. Hace no mucho que el sol se había perdido detrás de los edificios. Sin embargo, aún todo era cálido. La música de Ed Sheeran comenzó a sonar por todos lados.
Tomándome de la mano, me jaló pegándome a su pecho. Mi cuerpo reaccionó ante ese contacto tan especial que teníamos al estar de este modo. No podía evitar sentirme emocionada cuando se ponía en ese plan. William cantaba a mi oído Thinking Out Loud, moviéndonos por todo el balcón. Dejé que la tarde desapareciera mientras mi chico y yo bailábamos una balada lenta y luego cambiamos a música vieja de los ochentas, saltando y cantando a todo pulmón.
Moví los hombros al tiempo que él hacía lo mismo, conectándonos en un baile que empezó lento y se convirtió en una locura total. Decidimos pedir comida china, con galletas de la fortuna de chocolate. Destapamos una botella de vino tinto y disfrutamos del momento. Estábamos cansados y estresados por todo lo del bebe, pero había momentos como este que hacían la vida una aventura completa.
Quizá nunca entenderíamos por qué pasamos por muchas cosas antes de llegar a estar tan bien. Pero era el pasado y quizá vendrían muchas peleas en el futuro. La vida no era perfecta, una relación no es perfecta. ¿Si no qué sentido tenía?
De algo estaba segura, la vida es perfecta siempre y cuando uno quiera trabajar para que todo lo sea. Puedes escoger vivir o hundirte en un vaso de agua y en estos momentos estaba muy lejos de ahogarme en uno.
—Te amo, pequeño —dije viendo sus ojos color cielo.
—Yo también, pequeña —besó mis labios—. Es extraño cómo cambiaste mi mundo, le diste color.
—Pienso muy parecido —repetí recostándome una vez más en su pecho y así fue como decidí que iba a aprovechar cada momento junto a él.