Epílogo
Abbi
Dos años después…
Estiré mi vestido blanco de encaje pegado. No tenía espalda y ese era el único detalle extravagante de este diseño único que había escogido para el día de mi boda. Estar comprometida con William Hamilton había sido una gran aventura. Pasamos un tiempo inolvidable y definitivamente estábamos ansiosos de casarnos. La gente ya hablaba de tener bebes y cosas de esas, pero la verdad es que ni William, ni yo queríamos eso aún. Este tiempo juntos sirvió para poder conocernos, pelear y saber qué se sentía estar viviendo con otra persona.
William ahora trabajaba con su padre, dedicándose a lo que siempre le gustó, la política. Yo, en cambio, me dedicaba a las leyes, trabajando como abogada en trabajos particulares. La mitad de las veces ayudaba a William con sus cosas. Mi prioridad ya no era encajar en este mundo, ni en el mundo que mis padres querían para mí. Ahora yo tomaba mis decisiones y hacía las cosas que más me gustaban hacer.
Mary y yo pusimos una cafetería cerca de The Royal Academy, ahí pasaba más de la mitad del tiempo junto a mi amiga y su hijo de dos años. El pequeño Louis era un personaje, igual a su padre. Fue difícil la aceptación de la élite, pero como William predijo, jamás dejarían a uno de los nuestros fuera. Era la primera vez en diez años que un chico era mitad mortal y mitad sangre real.
El pequeño Louis jugaba con las perlas que llevaría puestas, deseaba que no fuera a romperlas, pero era casi imposible quitárselas de las manos. Me di la vuelta para ver mi peinado recogido con perlas discretas metidas dentro. Sonreí, me encantaba verme de este modo.
—¡Dios mío! —gritó Mary—. Junior, dale las perlas a tu tía Abby.
—Wabi —repitió el pequeño Louis.
—Sí, Wabi. Dale las perlas —Mary se agachó para que el pequeño soltara las perlas, las limpió con un trapito antes de dármelas.
Mary cada día era más madre y menos chica de veintitrés años. La alocada estadounidense murió junto a Lui, dando paso a una mujer que se estaba convirtiendo en la madre de un chico de élite. No tenía ni la menor idea de cómo sería todo en un futuro, pero por ahora las cosas con Louis eran complicadas, la gente aún no terminaba de aceptar que él era parte de la vida de todos.
—¿Cómo van? —preguntó Cora, con su vestido largo color dorado oscuro, el color de mis damas.
Cada una escogió un vestido adecuado a su cuerpo, lo único que yo había elegido era el color. Todo estaba combinado con dorado, blanco y rosa pálido. Era un copo de nieve, los invitados estaban llamados a vestirse de colores oscuros, de ese modo la novia podría resaltar a pesar de que toda la decoración iba a juego conmigo. Cora y Blake se casaban en un año y los cuatro hacíamos muchas cosas juntos. Íbamos a playas, a esquiar, a cruceros en las islas griegas… Muchas cosas costosas como se podrán dar cuenta, pero también íbamos al cine, a caminar por Hyde Park y a comer a lugares turísticos que eran buenísimos.
Aún recuerdo un día en el centro de Londres, William estaba jugando con la moto que compró hace unos años. Yo iba atrás con mi casco puesto, Blake nos seguía en carro preocupado porque nada nos pasara. No salíamos seguido con la motocicleta, pero era divertido de montar cuando queríamos divertirnos.
—¿Estás lista o no? —dijo Cora una vez más. Me señaló el reloj de oro que tenía en la muñeca. Asentí con la cabeza sintiendo los nervios tocar la puerta de mi corazón. Ya estaba nerviosa, en unos momentos dejaría de ser Abigail Sheperd y sería la señora Hamilton. ¡Santa mierda!
—Sí, estoy lista —dije viéndome una vez más al espejo.
—Bueno, entonces camina —Mary tomó al pequeño Louis, caminando frente a nosotros.
Mary y Cora eran mis damas, no necesitaba a nadie más como dama, ni siquiera a Ash. Decidí que cuanto más lejos la tenía, mejor. A mi madre no le gustó la idea de excluir a Ashley, pero tampoco le di mucha opción para opinar.
—¡El ramo! —grité cayendo en la cuenta de que lo había dejado en la cama.
—Lo llevo yo —respondió Cora.
Las tres bajamos corriendo a la parte baja. William y yo nos casaríamos en la Abadía de Westmister, no solo era en honor al título de su padre, el duque de Westmister, también era el lugar tradicional para las bodas, coronaciones y entierros de monarcas importantes.
Hoy dejaba de tener pertenecer a la familia del conde de Essex y pasaba a ser del linaje del duque de Westmister. Un gran salto para cualquiera que pensara que la Corona lo era todo, para mí era el momento que empezaba una nueva aventura junto al amor de mi vida.
Hay personas que están destinadas a encontrar al amor de su vida y hay otras que están destinadas a perderlo. Yo lo encontré, lo perdí, lo recuperé y ahora pienso cuidarlo como nunca. Ese es mi propósito para este día. Iba a darle mi corazón al hombre al que amaba, aunque para ser sincera, siempre le perteneció.
—Hermosa —susurró mi padre. El velo me tapaba los hombros y la espalda, no pesaba absolutamente nada y eso lo agradecía.
—Gracias, papá —susurré.
—¿Nerviosa?
—Bastante.
—Tranquila, el nervio solo dura unos segundos. Luego se quita.
Cuando mi padre me dio la mano para caminar al altar, me tranquilicé un poco. Él iba a acompañarme, por lo que no iba a caerme o hacer el ridículo en ningún momento. No era un secreto que toda novia entraba en un estado de pánico antes de caminar al altar, de eso no hay duda.
Cuando las damas abrieron el paso y pude ver a William parado con ese traje de pingüino totalmente guapo, no hubo ni una duda de que este era mi destino, lo que quería y lo que anhelaba.
Si alguien me hubiera dicho que el niño que me dio mi primer beso bajo la mesa del instituto iba a ser el mismo que estaría parado unos años después en el altar esperando por mí, no le hubiera creído. Mi cuento de hadas se estaba volviendo realidad. Amaba tenerlo cerca, amaba tenerlo conmigo.
—Hola, pequeña —dijo William cuando mi padre me entrego a él—, te ves hermosa.
—Lo mismo digo, Hamilton —algunas cosas jamás cambiarían, de eso no había duda.
—¿Estás lista para convertirte en la señora Hamilton, Abigail Ellen Sheperd?
—Al parecer siempre he estado lista toda mi vida, solo estaba esperando a que tú estuvieras listo, señor Hamilton.
—Gracias por tenerme paciencia entonces.
Lo vi sonreír unos segundos antes de darme un beso en la boca, rompiendo —una vez más— el protocolo. Creo que hace mucho que no respetamos ese protocolo que nos dice que nos tenemos que comportar de cierto modo.
¿Qué importa? En estos momentos muy pocas cosas me importan, si me confundo o digo algo mal, igual es mi día y pienso disfrutarlo al máximo.
Cuando los votos llegaron y William habló, yo estaba en el tercer cielo de la vida eterna. No éramos muy religiosos ni devotos, aun cuando estábamos casándonos por la iglesia las vibras de este lugar eran increíbles.
—Abbi, no tengo palabras para decirte lo mucho que significas para mí, las palabras se quedan cortas. Tenías que ser tú, siempre tú, solo tú, por siempre y para siempre. Te amo, Abbi, te amo demasiado.
Mi piel se puso chinita y no dejaba de sonreír. Estaba tan emocionada que no sabía en qué idioma hablaría cuando fuera mi turno. Me encogí de hombros, viéndome tan infantil como éramos de pequeños.
—Esto que tenemos tú y yo, William, es por siempre y para siempre.
William me abrazó con todas sus fuerzas, no teníamos que decirnos un gran discurso de horas, ya todo estaba dicho y las demás personas no tenían que saber lo que sentíamos. En poco nos iríamos de luna de miel y todo lo que teníamos planeado eran cosas extremas. Sí, definitivamente estaba lista para vivir esta nueva aventura.