25 años después...
Holly Hamilton
No soy amante de las películas de amor, ni de las canciones románticas, mucho menos de mis padres besándose como locos bailando esa vieja canción que en su época estuvo de moda. Los observé durante los tres minutos mientras mi hermano les tomaba fotografías bastante entusiasmado. No voy a mentir y decir que no soñaba con tener lo que mis padres tenían hasta este momento, hoy cumplían veinticinco años de casados, una eternidad para una pareja tan feliz como ellos. Aplaudí entusiasmada cuando terminaron de bailar.
Mi hermano, Rees, se pasó la mano en su cabello negro despeinándolo como siempre le había gustado, él tenía ese estilo de chico malo que volvía loca a las mujeres. Siempre usaba esas chaquetas de cuero, las camisas pegadas y el viejo vicio de ir al gimnasio estaba empezando a notársele en el cuerpo, aunque si algún día quería estar como Louis, debía trabajar mucho más.
Éramos una mezcla extraña entre papá y mamá. El cabello negro era herencia de los Sheperd y los ojos azules eran totalmente de los Hamilton. Papá siempre presumía que éramos lo mejor de los dos mundos. Yo decidía creerle por la manera en que las chicas de la élite caían a los pies de Rees.
Mi hermano no solo era el chico malo, también hacía motocross y racing, el factor que lo convertía mucho más apetecible para el ojo de una dama. Más para una chica de élite, todos los hombres que nos rodeaban solían ser políticos aburridos, abogados, empresarios o mantenidos en general.
—Tus padres inspiran miel, Sisi —me giré al tiempo en que Junior, el hijo del mejor amigo de mi padre, se acercaba a mí con la camisa desabotonada de los primeros botones, la corbata alrededor del cuello ya deshecha y las mangas de la chaqueta formal negra enrollada hasta el codo. Sus ojos grises y su cabello castaño claro eran muy parecidos a mi tío Lui. Nunca lo conocí, pero por las fotografías que vi de él, eran iguales.
Junior solo nos llevaba 4 años a mi hermano gemelo y a mí, éramos uña y mugre, ya que nos criamos juntos. Desde pequeños nos encargamos de hacerles la vida imposible a nuestros padres. Tía Mary vivía a la par de la casa. Lo único que nos separaba era un gran jardín, una cancha de tenis y una piscina compartida. Papá había sido el padre que Junior nunca tuvo. Todo mejoró cuando Louis entendió lo que le pasó a su padre.
Aún recuerdo lo rebelde que era. Quebrando todo lo que se le ponía enfrente, gritando y metiéndose a todo tipo de peleas. No fue hasta que Rees se quebró el brazo y yo la nariz por culpa suya que captó el mensaje. Después de ese pequeño accidente se volvió nuestro protector. Claro que odié andar con un yeso en la cara por dos meses.
—Es asqueroso —dije sin apartar la mirada de ellos.
—Creo que es romántico. Tienen esa forma de verse que inspira a que un día te pase. Espero estar tan enamorado como ellos algún día —lo dijo sin apartar la vista de ellos. Sabía lo que estaba haciendo por lo que solté una carcajada viéndolo a los ojos.
—¡Oh, por Dios! —dije pegándole en el brazo—. Eres un sarcástico señor Montgomery.
—Nena —dijo viéndome de la manera en que veía a todas las chicas antes de conectar con ellas y llevarlas a la cama. Esas cosas no funcionaban conmigo. Era casi mi hermano. ¡Dios!—, algún día toda esta maldita élite caerá a mis pies. Como dice el dicho: De tal palo tal astilla. Tengo que rendirle homenaje a mi viejo que me ve desde arriba —señaló al cielo—. Tengo que hacer que se sienta orgulloso de mí. ¿No crees?
Dándole una sonrisa profunda me encogí de brazos. Me encantaba escucharlo hablar de su padre. Hubo un tiempo en el que no se animaba a decir absolutamente nada de él, no mencionaba ni siquiera su propio apellido para no pensar en nada de eso. Hasta cierto punto, mamá explicó que sentía como si su padre lo hubiera abandonado, pero no fue de ese modo. Tío Lui no pudo aguantar la enfermedad. El cáncer era una mierda dura de aceptar.
—Estaría muy orgulloso de ti.
Nuestros ojos se conectaron por una fracción de segundos. La mezcla de azul y gris fue una cosa de la que debería de estar acostumbrada. No era la primera vez que nos veíamos de ese modo. Pero en estos momentos era todo perfección. Sentí un par de mariposas deshacerse en mi estómago. Estaba nerviosa.
—¡Mierda! —nos giramos al tiempo en que Rees se limpiaba el saco con una mancha blanca. Mi prima pequeña, Caroline, salía corriendo del brazo de Rees con un cupcake en la mano, riéndose de mi hermano y su amor incondicional con los niños y su mala suerte de siempre parar sucio. Nos acercamos a ayudarlo—. ¡Bendita niña!
—Ya deberías de haber aprendido algo. ¿No crees? —preguntó Junior—. ¿No es como el décimo primo que tienen?
—Tercera —respondió Rees—. Pero son tan adorables que me cuesta captar que siempre paro con pastel en el traje.
Mi tía Ashley y mi tío Connor tuvieron una vida sexual muy activa. Iban por su tercer hijo y yo solo rezaba porque la perra no tuviera más y mil millones de veces que no fueran como ella de grandes. Leila, la mayor, ya inspiraba la pesadez de mi odiosa tía. Nunca entendí bien cuál fue el rollo de los abuelos, pero sabía de primera mano que ella era mi tía doble. Media hermana de mamá, media hermana de papá. ¿Qué tan mal de la cabeza se tiene que estar para esto?
—Solo tú soportas a esos demonios —dije quitando lo último de pastel que quedaba en su tacuche negro Armani.
—Sisi, ellos me aman y a ti te odian. No es mi culpa que seas la gemela desagradable. Ya sabes lo que dicen, no puede haber dos perfecciones juntas.
—Vete a la mierda, Rees —dije sacando mi dedo al tiempo que Junior se partía de la risa. Amaba vernos pelear.
—Lo juro. Es como si Rees se peleara con él mismo en el espejo. Solo que su reflejo tiene pelo largo y estupendo busto —hizo la mueca con las manos de pechos grandes. Rees lo empujó algo juguetón. Odiaba que sus amigos hablaran de mis pechos.
La cena pasó sin ningún percance. Mamá y papá se la pasaban saludando a toda la gente importante. Papá había sido electo asesor del primer ministro hace dos años y la gente deseaba estar cerca para que los medios los fotografiaran junto a él. No era molesto, al menos para mí. Estaba acostumbrada a la atención pública y en realidad, me gustaba ser el centro de atención.
—¿Cómo está mi pequeña? —papá se acercó abrazándome por atrás. Sonreí ante su «pequeña», no sé qué tenía con esa palabra, pero todos en casa somos sus pequeños, como si él fuera alto. Rees amenazaba con quitarle la altura a papá y ya se estaba acercando. Por mi parte, mi altura era un poco mayor a la de mamá, aun así, no tanto como los hombres Hamilton.
—Papá, déjalo ya. Ya no soy tan pequeña —dije empujando su brazo de mi hombro.
—Lo sé, Hol, pero nunca dejarán de ser mis pequeños. Ni siquiera tu hermano se quita el apodo. Créemelo.
—Papá —dije viéndolo fijamente. Su cabello rubio estaba peinado de lado, su cara recién rasurada y su esmoquin estaba pegado a su cuerpo marcado. Mamá había procurado que papá estuviera en muy buena forma—. ¿Crees que Adam pueda venir a las vacaciones familiares?
Adam era el chico de The Royal Academy que me encantaba. Su cabello rubio y ojos cafés me tenían loca, rogando por su atención. Rees y Louis lo odiaban con todas sus fuerzas. Tenía un año saliendo con el chico y quizá, si las cosas salían como quería, él sería mi agapi.
—¿Quieres volver loco a tu hermano?
—No solo a él, a Louis también. Se lo merecen. Además, ¿Rees no está con Cameron y Junior con Julian?
—Tu hermano y Louis andan con media élite —dijo papá soltando una carcajada como si ese comentario le recordara viejos tiempos—. Claro, nena, Adam puede venir a las vacaciones.
Saltando de felicidad, enrollando mis brazos alrededor de su cuello, dejé que me envolviera en sus brazos como siempre lo había hecho. Con ese amor de padre. Mi vida era demasiado genial. Mis padres, a pesar de ser gente importante, eran bastante liberales y, según mamá, iban a dejar que me casara con quien quisiera sin ponerme uno obligatorio.
Mucho tiempo atrás, después que William Hamilton desafiara a la clave para casarse con Abigail Sheperd, muchas de las reglas del juego cambiaron. Como diría papá: «A la mierda con el linaje real».
—¿Quieres bailar, Sisi? —Louis me agarró desprevenida por la cintura atrayéndome a su cuerpo al tiempo que la música instrumental comenzaba a sonar por todo el salón. Mamá ya estaba junto a papá bailando mientras él acomodaba el collar de corazón en su cuello.
—¿Para qué preguntas si igual vas a jalarme de ese modo? —pregunté sabiendo la respuesta.
—Porque disfruto bailando contigo, Sisi. Eres esa chica a la que no tengo que impresionar, contigo puedo ser el imbécil que siempre he sido.
—Lo sé —respondí acomodando mi cabeza en su pecho. Se sentía tan normal como siempre se sentía cuando bailaba con Rees.
Escuchando la melodía que salía de las cuerdas de los violines, me perdí en la música y en el aroma a agua fresca o pino. Un aroma raro para alguien como Junior. Viendo a mamá y papá una vez más supe lo que Louis decía unas horas atrás. Algún día quería estar tan enamorada como mis padres lo estaban hoy. Después de veinticinco años, papá seguía viendo a mamá como si no hubiera nadie más en el mundo. Esa era mi aspiración algún día. Ser como ellos o al menos encontrar a alguien con el que me sintiera tan bien que todo a mi alrededor dejara de tener sentido.
—¿En qué piensas? —Louis me alejó para verme directo a los ojos. Tenía el ceño fruncido.
—Te ves guapo hoy. ¿Sabías? —no quería contarle lo que realmente estaba pensando.
—Por supuesto que me veo guapo.
—¡Qué modesto!
Regresé a su pecho, moviéndome al ritmo de la música. Las cosas en mi vida eran sencillas, tan sencillas que nunca imaginé cuánto se podían llegar a complicar.