Solo es un juego
William
No podía concentrarme. Estábamos sentados en la mesa, disfrutando de una cena increíble. Mamá había pedido que prepararan de todo. La típica comida inglesa. Estaba sentado a la par de Abigail. Su aroma dulce era totalmente embriagador, parecido al algodón de azúcar. Incluso sentí la necesidad de enterrar mi cara en ese cuello e inhalar ese aroma. La mujer era linda, no una modelo, pero sí linda. Me había sentido muy mal al momento de reaccionar que sería ella. Pensé como el crío que era cuando la conocí, siempre negando lo que yo sabía muy en el fondo. Ella era diferente.
Quise entablar más de una vez conversación con ella, pero parecía evitarme. Desviando la mirada, riendo más de lo necesario y cambiando de tema cada vez que intentaba interferir. La mujer era imposible. Algo me gustaba y me gustaba mucho. Era atractiva, incluso sin los lentes sus ojos eran de un gris claro. Resaltaban con su cabello negro y su piel blanca. Era… bonita. Recordé a la chica que había visto horas atrás en el salón de belleza. No era ni la sombra de lo que vi.
Vi su plato de comida, casi ni lo había tocado. ¿Qué pasa si tiene trastornos alimenticios? Más valía que no, yo apreciaba una mujer con buen apetito. Era amante de la comida y no deseaba pasar mi vida con alguien que le corriera a ese placer.
—¿Te gustó la comida? —pregunté observando esos ojos color tormenta. Eran… increíbles.
—Sí, gracias —sin otra palabra, me ignoró regresando a la conversación que mantenía con mi madre. Me di cuenta de que no habló ni con Connor ni con Paul. Incluso su hermana estaba excluida del radar. Era extraño.
Intenté varias veces lograr la conversación que quería mantener con ella, pero esas mismas veces me mandó a la mierda. Tomé la copa de vino tomándomela de un sorbo. Ya no estaba de humor para seguir con esto. Si no quería hablarme, pues bien. Tampoco le iba a rogar su atención. Peor si siempre sería la misma cosa, no quería pasar pegado con una mujer que creía hacerse la interesante mientras me ignoraba.
¡Qué patético!
—¿Cómo te fue con Lulu? —preguntó Connor acercándose a mi oído. Por suerte lo tenía a él en la silla continua.
—Esa chica es insaciable. No dejaba de besarme. Estoy seguro de que quería pasar a la…
—¿Quieres decir que no lo hiciste? ¡Mierda, hermano! ¿Piensas que tu primera vez va a ser con ella? —señaló de mala manera a Abbi. No creía que mi primera vez fuera a ser con ella. De seguro todo el resto de mi vida pasaríamos haciéndolo por costumbre y necesidad, no por amor. También tendría mis amantes como la mayoría, y quizá ella también. No quería que la primera y esta temporada fuera con Abigail. La observé soltar un suspiro. Esperaba que no estuviera escuchando.
—No pienso hacerlo, no aún. Tampoco con ella —puse los ojos en blanco—. No me llama la atención y lo sabes.
—Lo lamento tanto, hermano, de verdad que lo hago. Ha de ser… extraño, lo único peor que ella serían las gemelas. Dicen que le gustan los cómics y que casi no sale.
Fruncí el ceño. Esto realmente iba a ser muy malo. ¿Qué dirían mis amigos en una semana que esta porquería se anunciara? No quería que estuvieran criticándome por quedarme con una de las menos populares entre la élite. No iba a decir fea, pero ser rechazada era peor. Observé a su hermana. ¿Cómo es que ella era todo lo que su hermana no era?
—¿Puedo preguntarte algo? —me sorprendió escuchar la voz de Abbi. Me di la vuelta con una sonrisa de oreja a oreja. ¿Por qué diablos le estoy sonriendo?
—La que sea —involuntariamente mi vista bajó a su escote. No pude evitar fantasear un poco con meter la cara ahí. Eran enormes.
—Primero sube la vista, no me gusta que me mires el pecho mientras te hablo —levanté la vista sintiendo cómo me sonrojaba—. Ahora sí, señor rubor. ¿Crees que podamos hablar en algún lugar privado? Creo que necesitamos aclarar ciertas cosas antes de que sigamos con esta porquería.
Sorprendido ante su palabra poco femenina, sonreí más. Definitivamente, debajo de esa piel, había un carácter imposible de domar. Esto sería casi un reto. Volví a sonreírle emocionado.
—Sí, podemos. Después del postre, ¿te parece? Quiero que pruebes el pastel de Nutella que hace Clementina, la cocinera. Es excelente. No quiero que falte en nuestra casa.
—¿Nuestra casa? —preguntó sonriendo. Finalmente, lo había logrado. ¡Estaba sonriendo!
—Se supone que esta cena es para celebrar una futura vida juntos. ¿Me equivoco?
Negó con la cabeza antes de tomar su vaso de agua. La muy puritana se había negado a beber vino porque era aún menor de edad. ¿Quién lo diría? Encogiéndose de hombros se acercó mucho más. Mis muslos se contrajeron, mi piel se puso de gallina y mi parte masculina reaccionó al sentir su aliento rozar mi oído cuando susurró.
—No es una celebración cuando se está de luto por una decisión.
Me eché a reír. Realmente era graciosa. Captando la mirada de todos seguí riendo. La vi tapar su boca ocultando la risita que escapaba de sus labios. Un perfecto sonido gutural. Por un impulso. Tomé su mano que ocultaba su boca y la bajé para dejar que riera libremente como yo lo estaba haciendo, sus labios parecían seda, las pequeñas arrugas en sus ojos eran delicadas. Nuestras miradas se cruzaron y sentí una opresión en el estómago, dejamos de reír sintiendo que nuestra respiración se aceleraba. Tenía muchas ganas de morder su labio inferior. Algo en ella me estaba volviendo loco. Lo cual era demasiado raro.
—Y después dicen que no va a funcionar —dijo el señor Sheperd. Los dos bajamos la mirada, sintiendo cómo se calentaba mi cara, esto era vergonzoso. Connor se aclaró la garganta conteniendo la risa que le estaba saliendo involuntariamente. Seguro se quiere burlar de mí. Me negué a verlo.
Regresando la vista a la mesa, intenté ignorarla por el bien de la humanidad. La risita estúpida que había soltado me había calentado todo el cuerpo. Sexi o no, la deseaba en mi cama, desnuda y eso era mucho más de lo que nunca había imaginado de nadie. Esto no podía estar pasando. La chica a la que había molestado toda mi vida, sería mi futura esposa. Me sentía atraído por ella cuando ni siquiera era tan bonita como el resto. Esto era todo un problema existencial.
Recuerdo una vez que la molesté tanto que la hice enfadar de tal manera que rompió mi suéter de lana favorito. Para más joder la existencia, lo tiró al lodo y lo dejó frente a mi casillero. La odié por eso, pero también me sentí orgulloso porque por primera vez había demostrado ser fuerte.
—¿Hablamos en mi habitación? —pregunté con la esperanza de volver a escuchar su risa.
—Como quieras —dijo con indiferencia. Mi celular sonó al tiempo que tomaba un trago de vino tinto. Algo no estaba bien en esto. Ahora volvía a ignorarme.
Ame: Cariño, siento que te extraño. Quisiera poder regresar a Londres para estar juntos.
El mensaje de Ameli me llegó de sorpresa. ¿Por qué estaba escribiéndome justo en este momento? Olvidé por completo la existencia de Abigail, y me concentré en responder a la mujer que me volvía loco.
Yo: En una cena familiar, pastel de Nutella. Mmmm, delicioso.
Ame: Vas a engordar, cariño, no comas esas cosas. Además, no es nada rico. A tu cocinera le falta un poco de toque francés.
Francesa insípida. No me gustaba que juzgara la comida de Clementina. Era una gran señora con un gran corazón. Tomé el tenedor para enterrarlo en el pastel justo cuando ponían el pedazo de Abbi enfrente de ella.
—Que lo disfrutes —susurré dándole un mordisco. Esta cosa era como bocado de los dioses.
—Mmmmm —susurró cuando probó el manjar de masa esponjada con frosting de Nutella con Nutella—. Esta cosa definitivamente estará en nuestra casa.
Me quedé de piedra al igual que ella. Era tan extraño referirse como «nuestra casa» cuando ni siquiera nos conocíamos lo suficiente. Me pregunto si a todos les pasó esto, eso de andar diciendo nuestro en todas partes. Ignorándola una vez más, escribí otro mensaje.
Yo: Una parte de mí te extraña.
No la extrañaba por completo. No cuando decía algo malo de la comida.
Ame: Lo sé, soy demasiado irresistible para no hacerlo.
Puse los ojos en blanco. Esta mujer era una arrogante. Lo peor del caso, así me gustaba. Lamentaba tanto que fuéramos de dos mundos distintos, entre élites de países no se mezclaban. Suspiré observando una vez más a Abbi, curioso, pero una parte de mí quería conocerla y la otra alejarla.
Entramos a mi habitación mientras todo el resto de la familia seguía abajo, tomando el té de medianoche. No teníamos mucho tiempo. En media hora, Abigail se iría a su casa y me dejaría solo en la tranquilidad de mi habitación para pensar en todo esto. Ameli insistió en venir a verme, de seguro le contaron que estaba a punto de comprometerme y eso le rompía el corazón al igual que a mí. No quería que supiera del compromiso, aunque de seguro ella también estaría a unos meses de conseguir a su maldito francés.
Los celos se apoderaron de mi sistema sintiendo la opresión en mi pecho. Que alguien más la besara del modo que yo lo solía hacer, me mataba. Me senté en la orilla de mi cama observando a la chica de cabello negro y ojos grises. Realmente era bonita. Estaba oculta en todo el aspecto de «no me arreglo, porque no quiero», pero era bonita. Intenté pensar en la chica regordeta que iba a la academia con nosotros. Nos burlábamos de ella por ser tan diferente de los demás. Sin mencionar que intentaba captar mi atención todo el tiempo y en lugar de dedicarle una sonrisa jalaba su cabello o la hacía quedar en ridículo. Realmente era una muy mala persona.
—Así que… tú y yo —murmuré observándola de pie en la puerta. No se animaba a entrar. Le hice un gesto para que se acercara y sin pensarlo lo hizo. Se acercó jugando con sus manos de manera nerviosa—. No muerdo, lo prometo, siéntate.
—Pero sí jalas el pelo. No quiero volver a pasar por eso. Una vez incluso me arrancaste un mechón. Dolió mucho.
Me quedé como la piedra. Mierda, ya había olvidado esa vez. La chica lloró tanto que pensé que me expulsarían de la academia. Le lancé una sonrisa tímida. No quería que recordara esas cosas, definitivamente tenía que cambiar mi imagen ante ella, no era muy buena. De pequeños teníamos conversaciones buenas, unas que duraban horas. Claro, cuando el resto no nos observaba. Me parecía tierna en cierto punto. Como si quisiera protegerla. Ahora que lo pienso, la quería cuidar de mí mismo. Éramos malos, muy malos con ella.
El estómago se me encogió. Esto parecía un mal karma que debía pagar. La mujer a la que molesté toda mi infancia estaba a punto de comprometerse conmigo. No sabía de quién era la mala suerte, ¿de ella o mía? Le sonreí, definitivamente ella era la suertuda por tenerme.
—Lo siento. De todo corazón. Ahora, ¿de qué querías hablar?
Abbi se sentó en la silla frente al escritorio. Se ve tan bien en este lugar. Encaja perfectamente en mi habitación. Quité la idea de mi cabeza. Ameli era la ideal, la que me robaba los suspiros y los sueños. Pensamos en pasar nuestra vida juntos, planeamos que ella se viniera a vivir a Londres, dejaría su grado de élite francesa y yo me revelaría ante mis padres. De ese modo podríamos estar juntos. Eternamente juntos. Vi a Abbi suspirar. Ella quizá sí había soñado una vida junto a mí, lo notaba en su mirada perdida. ¿Lo peor? Yo estaba comenzando a verla también.
—Sabemos que no nos queremos y no somos lo que esperamos, ¿verdad?
—Correcto —respondí sabiendo que no era del todo cierto. Algo en ella me llamaba demasiado. La sentía demasiado… sensual. Tenía algo diferente que me gustaba.
—Bueno, de modo que vamos a actuar como que todo está bien y nos acoplaremos. No quiere decir que seamos pareja y no podamos salir con otras personas, ¿correcto?
Me estaba ofreciendo seguir con nuestras vidas. ¿Pero qué diablos esta chica? Normalmente, pedían fidelidad y no me hagas quedar mal ante la gente. ¿Por qué me pide que la deje libre?
—¿Qué? —fue lo único que salió de mi boca—. ¿Vas a estar con otros hombres?
—Sí, tengo una vida que vivir antes de que seas mi esposo y quiero vivirla tranquila. Seguiré las normas de conocerte, asistir a las fiestas como pareja y de salir a nuestras citas. Pero no voy a serte fiel, no ahora y sé que tú tampoco lo serás por lo que esta es mi propuesta.
La miré con la boca abierta, tres mil veces ¿QUÉ? Está admitiendo que no me va a ser fiel, esto es tan, extraño de verdad. Las mujeres quieren fidelidad y nosotros prometemos dárselas con los dedos cruzados. Las engañamos bajo de agua. Además, no quiero que mi chica ande de suelta con otros. No me gustaría, no quería. ¡Mierda! No quería verla con nadie más.
De verdad quiero que Abbi sea mía y de nadie más. ¿Por qué me hace esto?
—Yo no soy lo que tú quieres y tú no eres lo que yo quiero —no soy lo que ella quiere. Pero qué diablos. ¿Qué le pasa a esta mujer? Yo soy lo que todas quieren—. Por lo que vamos a ser amigos, yo te contaré mis cosas, tú las tuyas y si te ligas con alguien más, espero me lo cuentes tú y no que me llegue como un chisme. Es parte del trato.
—Está bien —pero que mentira, no estaba bien. Dentro de la élite era uno de los más cotizados y más deseados. Como era posible que ella, la que sería mi esposa, no me desee. No me quería. Esto se estaba volviendo un reto personal.
—De acuerdo —sonrió algo decepcionada. ¿Qué pensaba que iba a hacer? Salir corriendo y rogarle que me fuera fiel, no, no lo haría. Le sonreí tomándole la barbilla en un momento de debilidad. La observé a los ojos y susurré muy cerca de sus labios.
—Tenemos un trato, pequeña.
Sin más que decir, la besé. Un beso sencillo, solo roce de bocas. Eran como la seda más suave. Me separé para ver cómo le costaba respirar, lo sabía porque me pasaba lo mismo. Sentía todos los músculos contraídos de deseo, lujuria. Cosa más fea. Me aparté regresando a mi cama. Esto era demasiado que asimilar. Tenía que seguir con el juego, debía continuar.
—Por un minuto pensé que debía pasar por la fea experiencia de serte fiel —me crucé de piernas—. Hay una chica que me vuelve loco y quiero…
—¡Guau! Mucha información —Abbi se tapó los oídos bastante molesta. Sí, señorita, así se juega. ¿Querías jugar? ¡Pues tráelo!
—¿Qué? ¿No se supone que somos amigos? —me crucé de brazos—. Los amigos se cuentan todo, ¿no es así? Seremos confidentes. Es una excelente idea, pequeña, confidentes hasta la muerte.
La vi oprimir los labios. Claro que no estaba de acuerdo, una parte de mí sabía que lo hacía por lo idiota que había sido toda la vida. Ella me deseaba, me quería. Podía verlo en sus ojos. Lo peor, yo también me sentía tentado por ella.
—Sí, excelente, amigos.
Después de intercambiar teléfonos, la vi salir de mi habitación. Esto había sido pan comido. Sonreí viendo el techo. Esto iba a ser una aventura muy loca y muy bonita. Tenía planes de hacerla sentir celosa hasta la locura. Sabía que no sería fácil, porque ella intentaría lo mismo. La diferencia, es que no la amaba y me negaría a amarla. No corría ningún riesgo de salir lastimado. Ninguno en absoluto.