EL RAYO Y LA ÉGIDA
En cualquier otro momento de su vida, Ale se sentiría atormentada y preocupada en extremo por lo ocurrido el día anterior. Pero lo cierto es que se sentía sorprendentemente ilusionada. Se decía a sí misma que se debía a la novedosa y reconfortante sensación de sentirse total e incondicionalmente arropada por alguien que te cree por primera vez en tu vida. Pero una vocecita interior le decía que era algo más en lo que ella no quería profundizar.
Su día transcurrió entre clases, pasillos y cafés de media mañana hasta que llegó la ansiada hora de Historia Moderna. Ale se sentía confusa y no tenía ni idea de cómo actuar, así que finalmente se dijo a sí misma que se relajase y obrase en consonancia a como lo hiciese su espectacular profesor.
Israel apareció por el vano de la puerta con su habitual apatía y expresión seria a la vez que informal. Depositó sus carpetas sobre la mesa y comenzó a dar su clase como siempre lo hacía, enfundándose de nuevo en su papel de tan merecido «hombre de hielo», sin dirigir ni una triste mirada a una expectante Ale.
Cuando por fin Ale consiguió relajarse, se dedicó a disfrutar de la espléndida vista que su profesor le ofrecía. Desde su asiento podía observar toda su anatomía con total impunidad. Su pelo rubio medio largo y metódicamente despeinado le daba un aire rebelde y extremadamente atractivo. Claro que con aquel rostro y aquel cuerpo no necesitaba añadir más agravantes a todo aquel inmejorable conjunto. Llevaba puesto un suéter blanco que se adhería como una segunda piel a un perfectamente musculado pecho que se estrechaba en un abdomen completamente plano y que llevaba remangado a la altura de los codos, dejando ver unos fibrosos antebrazos. El conjunto lo remataba un vaquero azul claro desteñido que se ceñía divinamente a aquel elevado y redondeado trasero, y que dejaba bien claro que los músculos de sus piernas eran igual de poderosos que el resto de su anatomía.
En aquellas cavilaciones estaba ella cuando, sin previo aviso, y como si algo sobrenatural hubiese advertido a Israel de que alguien le observaba, se giró para enfrentar a una estupefacta Ale que no encontraba cobijo para su mirada. Durante un breve nanosegundo, Ale estuvo segura de que su profesor le había lanzado una mirada divertida con el implícito mensaje de «te pillé». Se hundió en su asiento deseando que la tierra se la tragase y rezando a Dios para que nadie más hubiera advertido aquel fatídico instante de bochornosa complicidad.
Cuando la clase terminó e Israel recogió sus cosas, Ale no tuvo el valor suficiente para siquiera mirarle y clavó su dorada mirada en su repentinamente interesantísimo pupitre todo pintado y agujereado por los modélicos y atentísimos alumnos que acudían allí a diario.
Sus clases terminaron tarde y, como siempre, Ale se retiró a la biblioteca a seguir con sus investigaciones prometiéndose a sí misma no retrasarse tanto como el día anterior. Cuando decidió que ya era una hora prudente recogió sus cosas y salió en dirección al autobús rezando por no encontrarse por el campus con indeseables como los del día anterior. Pero al girar una esquina en una zona particularmente desierta a aquellas horas el corazón casi se le sale del pecho al chocarse de frente con Israel.
—¿Pretendías irte sin mí? —dijo en tono socarrón y casi infantil con una sonrisa traviesa en los sensuales labios.
Cuando Ale consiguió sacudirse el susto de encima lo miró ceñuda.
—¡Joder! ¿Pretendes matarme de un susto?
—Te aseguro que no era esa mi intención —dijo con su insistente sonrisa en aquella boca perfecta.
Ale se paró por un segundo a observarlo. Desde luego no tenía nada que ver el hombre frío y distante que aparentaba ser con el hombre encantador, juguetón y risueño que en realidad era, y se preguntó por aquel extraño comportamiento.
—¿Y cuál era exactamente tu intención? —preguntó ya un tanto más relajada.
—Protegerte, por supuesto —dijo serio.
—¿Protegerme? —preguntó incrédula—. Ya has visto que yo solita me protejo divinamente.
—¡Ya! —dijo con un deje de autoconfianza—. Pero yo me refería más bien a protegerte de ti misma.
Ale abrió la boca y la volvió a cerrar. Israel tenía razón. Él había demostrado sobradamente que era capaz de tranquilizarla cuando su poder se desataba.
—Bueno, ¿y cómo piensas lograrlo?
—Acompañándote, por supuesto.
—¿Quieres decir… a mi casa? —preguntó perpleja.
—Eso mismo.
—Pero, no puedes protegerme siempre. Tú no eres mi ángel guardián…
—Pues he decidido serlo.
—¿El qué?
—Tu ángel custodio.
Ale sonrió ante la idea. Sería maravilloso tener a un hombre así siempre cerca para protegerla.
—Tú no eres ningún ángel —dijo con un deje de humor—. Más bien al contrario. Eres un demonio…, aunque con cara de ángel.
Ale se puso colorada según las palabras salieron de su boca. ¿De veras le había dicho aquello? ¿Demonio con cara de ángel? Ella nunca era tan abierta en sus comentarios, pero Israel no pareció haberlo notado y sonreía de manera juguetona.
—¿Tú crees? —preguntó con sobrada autosuficiencia—. A lo mejor te llevas un chasco.
Ale rio con ganas ante el comentario e Israel se removió incómodo ante lo que aquella franca sonrisa le había provocado.
—Entonces, ¿pretendes acompañarme hoy también? —preguntó incrédula—. De veras que no es necesario y no quiero ser una molestia para…
—No es ninguna molestia —cortó él tajante—. Además, así podremos seguir desentrañando poco a poco tu misterio. De hecho, yo ya he averiguado cosas por mi cuenta.
Ale abrió desmesuradamente los ojos.
—¿De veras? ¿El qué?
—Te lo contaré de camino a tu casa.
—Pero… yo siento que te estoy robando tu tiempo. No sé, alguien te estará esperando y yo…
—Ale, nadie me espera, y si tuviese que esperarme sería porque para mí tú eres mucho más importante.
Ale se sintió subir al cielo en ese mismo instante y su rostro no pudo evitar mostrar el regocijo que sentía ante las palabras de aquel hombre.
Israel sonrió y, cogiéndola del brazo, la guio hacia su coche.
—Bueno —dijo Ale recomponiéndose—, ¿y qué es lo que se supone que en tan solo unas horas has descubierto y que yo no he logrado en años?
Israel soltó una sonora carcajada.
—No es nada del otro mundo —dijo humilde—, pero cualquier cosa, por pequeña que sea, es siempre un avance y un nuevo paso hacia la verdad.
—Me tienes intrigada —expresó con interés.
—Bueno, tal vez no sea nada, pero hay tres cosas en tu infancia que se relacionan.
Ale abría cada vez más los ojos conteniendo un poco más la respiración.
—Monta en el coche —dijo Israel accionando el mando de su coche al que habían llegado sin que Ale se hubiese dado ni cuenta.
Ale obedeció con rapidez a la espera de que Israel continuase con sus descubrimientos y este no se hizo esperar ante la súplica implícita en la cara de Ale.
—No le has dado especial interés a la piel de cabra que te cubría. Pero si unes tu nombre, de origen griego, al rayo y el manto…
—¡¿Qué?! —increpó casi gritando.
—La procedencia de tu nombre está clara. Pero has pasado por alto que tanto el rayo como el manto también tienen su origen en la antigua Grecia.
Israel se giró un instante para observar a Ale, que le increpó con un gesto de la mano a continuar con la desesperación marcada en el rostro, ya que se encontraba realmente perdida.
—Bien, antes de estar seguro me gustaría que me mostrases tu medalla, pero creo que el rayo del que hablas es el símbolo de Zeus y el manto su égida.
—¿Su qué?
—La égida era una coraza o escudo de piel de cabra que Zeus utilizaba para garantizar su invulnerabilidad. Y el rayo es su atributo por antonomasia.
—¡No entiendo nada!
—¡Ni yo! —dijo sonriendo intentando suavizar sus explicaciones—. Pero está claro que tanto tu nombre, como el manto y el rayo tienen un claro origen griego.
—¿Quieres decir que soy el producto de dos mentes distorsionadas y obsesionadas con la mitología de la antigua Grecia?
Israel soltó una sonora carcajada.
—No creo eso en absoluto, pero quien quiera que te abandonase te dejó una serie de pistas y todas tienen que ver con la mitología griega.
—¿Y qué cuernos querían que entendiese?
—¿Conservas el manto?
—Sí —dijo ruborizándose ligeramente.
—¿Por qué te avergüenzas?
—Porque es mi… mantita —dijo poniéndose ya completamente colorada evitando la recelosa mirada de Israel.
—¿Quieres decir que la utilizas para quedarte dormida? —preguntó incrédulo ante tanta dulzura.
—Es que tengo pesadillas —dijo a la defensiva— y solo consigo relajarme agarrada a ella.
Israel se conmovió y de pronto se dio cuenta de que tendría que sumar la ternura que aquella muchacha le despertaba a la avalancha de sentimientos que tan confuso ya de por sí le tenían.
—No tienes por qué avergonzarte de sentir miedo y menos de tratar de superarlo con uno de los pocos bonitos recuerdos de tu infancia.
El resto del camino lo pasaron escuchando música clásica y disfrutando el uno de la compañía del otro, cómodamente, sin tener que contarse nada para llenar un vacío que no existía. Al llegar, detuvo el coche frente a la casa y se giró dejando su atractiva cara demasiado cerca de la de Ale.
La mano de Israel voló a la tersura de la piel de la cara de Ale que aguantaba la respiración cual chiquillo atemorizado.
—Eres tan dulce…
Poco a poco, Israel fue acercándose lentamente como hipnotizado por los voluptuosos labios de Alecto, que acababa de entreabrir y humedecer por acto reflejo ante la fija mirada de él en esa parte de su anatomía.
Ale sintió estallar mil emociones nuevas ante el suave contacto de los sensuales labios de Israel sobre los suyos. Sus labios se entreabrieron un poco más dejando que él se apoderase dulcemente de la totalidad de su boca y experimentando así las sensaciones más eróticas de toda su vida.
Por su parte, Israel no había pretendido profundizar en aquel beso. Tan solo se había dejado llevar por aquel momento de ternura y quería haber besado brevemente sus labios. Pero cuando los había probado y ella los había entreabierto más, se había perdido en una espiral de placer de la que se negaba a salir. Su mano voló a la cintura de Ale para afianzar más su agarre sobre ella y la acercó más contra sí.
Ale era mantequilla derretida en brazos de aquel hombre y, cuando notó su poderoso brazo rodeándole la cintura, se sintió subir al cielo queriéndose apretar más y más contra él, y de su garganta brotó un gemido de puro placer, sin que ella pudiese hacer nada para evitarlo.
No supo cuánto tiempo pasó besándola, pero aquel sonido placentero de Ale fue la clara advertencia para que Israel detuviese aquel erótico beso que le estaba haciendo perder la cordura. Sabía que si continuaba ya no podría parar, pues se había excitado como nunca antes pudiese recordar con aquella dulce y carnal caricia. Se separó apenas unos centímetros de la bella cara de Ale, que permanecía con los ojos cerrados, los labios húmedos e hinchados y un adorable rubor que cubría sus mejillas.
Ale abrió los ojos sin querer despertar de aquel sueño y se encontró con la expectante mirada verde de él a tan solo unos centímetros de distancia. Automáticamente se llevó los dedos de la mano a sus labios como para reafirmar aquel sensual beso y se apartó ligeramente de él totalmente avergonzada.
—Me encanta ver cómo te sonrojas —dijo prácticamente susurrando las palabras con la voz enronquecida por el deseo—. Eres una delicia para los sentidos de cualquier hombre sobre la faz de la tierra.
Ale no sabía qué hacer ni qué decir, así que accionó la apertura de la puerta del coche para salir y, cuando se disponía a hacerlo, la mano de él se posó en su brazo para detenerla.
—Mañana vendré a por ti, ¿de acuerdo?
Ale solo atinó a asentir con la cabeza como una tonta y una sonrisa de auténtico placer iluminó su confuso rostro mientras salía del coche para dirigirse hacia su portal.